miércoles, 27 de abril de 2011

Cristo en la cruz, único modelo de virtudes para la vida feliz del joven

Sólo Cristo crucificado
es para el joven
modelo perfecto de virtud

En todo joven -como en todo ser humano, pero principalmente en el joven-, en algún momento se despierta un interrogante: ¿cómo ser felices? Y la respuesta es sólo una: llevando una vida virtuosa y excelente. Pero inmediatamente, encontrada la respuesta, viene otra, directamente relacionada con la respuesta: ¿dónde encontrar un modelo de vida virtuosa y excelente? ¿Dónde -o en quién- encontrar un ideal, de manera tal que yo, en cuanto joven, pueda modelar mi vida según ese ideal, para satisfacer mi deseo innato de felicidad?

Debido a que vivimos en un mundo dominado por los medios de comunicación, principalmente televisión e internet, surge la tentación de encontrar el modelo para la vida virtuosa y excelente entre las personas estos lugares.

Pero cuando hacemos esto, constatamos lo siguiente: en la televisión, en internet, y en el mundo en general, se pueden ver muchas personas que son famosas porque se destacan en algo, relacionado principalmente con el mundo y sus atractivos, y por este mismo hecho, no son ejemplos virtuosos.

Algunos se destacan por su poder, como por ejemplo, el presidente de los EE.UU., que es, en este sentido, el hombre más poderoso de la tierra; otros, se destacan por su dinero, como por ejemplo, los magnates, que poseen fortunas enormes; otros, se destacan, además de su dinero, por sus inventos, como por ejemplo, Bill Gates, con sus computadoras; otros, se destacan por su talento futbolístico, por su habilidad y por sus goles, como los futbolistas, como Maradona, Messi, Cristiano Ronaldo, y muchos más.

Todas estas personas sobresalen por su poder, por su dinero, por su talento, por sus habilidades, pero muchos de ellos, o la gran mayoría, no tienen grandes virtudes, y por lo tanto no pueden ser tomados como ejemplos para los jóvenes.

Por el contrario, se muestran egoístas, interesados sólo por ellos mismos, dedicados por completo a sus mezquinos y limitados intereses. Si quisiéramos fijarnos en la gran mayoría de los personajes "famosos" del mundo moderno, sólo veríamos en ellos egoísmo, mezquindad, ambición, deshonestidad, individualismo. Si nos ponemos a ver, en todos encontraríamos defectos, y por supuesto, también virtudes, pero no habría ninguno que fuera un ejemplo perfecto de virtud, digno de ser imitado por un joven. No hay entre los seres humanos –a menos que sean ya santos, o estén en el camino de la santidad- ejemplos perfectos de virtud.

Sin embargo, si no hay en el mundo, entre los hombres, ejemplos perfectísimos de virtud, hay Alguien a quien sí podemos tomar como ejemplo para un obrar bueno y virtuoso, para llevar una vida feliz y excelente. Ese modelo de virtud es Cristo, y Cristo en la cruz. Él es el modelo de todo lo bueno, y todo lo bueno y excelente que queramos encontrar, lo vamos a encontrar en Cristo crucificado. Cristo en la cruz es modelo de paciencia, de caridad, de humildad, de bondad, de misericordia, de amor, de entrega al otro por puro amor, porque Cristo da su vida por todos, movido sólo por el Amor infinito de su Sagrado Corazón. En Él sí puedo fijar mi ideal de vida, para conseguir ser feliz, porque el joven sólo es feliz en la donación de sí mismo a los demás, donación que se encuentra en su grado más perfecto en Cristo crucificado.

Y ese mismo Cristo que está en la cruz, es el Cristo que viene a nuestros corazones en cada Eucaristía. Hagamos que nuestros corazones sean un altar en donde adorar y contemplar a Jesús, Fuente y modelo de toda virtud y de todo lo bueno. Sólo Jesús en la Eucaristía hará que yo pueda llevar una vida virtuosa y excelente en esta tierra, y feliz en la eternidad.

jueves, 21 de abril de 2011

El joven y el amor a los padres

Los padres constituyen, para los jóvenes, los primeros prójimos a los cuales se los debe amar, porque ellos son el prójimo del primer mandamiento: “Amar a Dios y al prójimo”. Este “prójimo” son los padres.

La juventud es la época del amor, y como el joven está hecho para amar, debe vivir de manera particular dos mandamientos de la Ley de Dios, que mandan positivamente amar: el primero, que dice: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”, y el cuarto, que dice: “Honrar padre y madre”, porque este mandamiento está estrechamente relacionado con el primero, ya que nadie puede honrar a alguien, si no lo ama, y si lo ama, el amor es ya un modo de honrar.

No da lo mismo querer o no querer a los padres: es indicio de estar bajo el influjo del espíritu del mal el rechazo de los afectos humanos y de la ternura humana[1].

El joven, entonces, hecho para amar, debe vivir el primero y el cuarto mandamiento, con particular y especial dedicación, porque son mandamientos del amor, fundados en el Amor.

Los padres constituyen, para los jóvenes, los primeros prójimos a los cuales se los debe amar, porque ellos son el prójimo del primer mandamiento: “Amar a Dios y al prójimo”. Este “prójimo” son los padres.

Esto debe ser así. En caso contrario, ¿cómo se puede vivir el primer mandamiento, “Amar a Dios”, a quien no se ve, sino se honra y se ama a esos prójimos tan especiales, llamados “padres”?

El Santo Padre Juan Pablo II, en su “Carta a las Familias” (15, 16), hace notar que no se puede tratar a los padres de cualquier manera: el cuarto mandamiento dice: “Honra a tu padre y a tu madre”, y honrar quiere decir “reconocer”; por lo tanto, “honrar padre y madre” quiere decir, según el Santo Padre, reconocerlos y respetarlos como padres, es decir, por el solo hecho de ser padres, como los dadores, junto a Dios, de la vida y de la existencia.

El joven debe vivir su amor cristiano en todo lugar y momento, y con todo prójimo, pero ante todo, en el primer lugar en donde debe mostrarse amable, respetuoso, cariñoso, paciente, afectuoso, generoso, es en el hogar, y los primeros prójimos que deben recibir su amor cristiano, son los padres: es con ellos con quienes debe vivir su llamado a ser “otro cristo”.

Si no se vive la filiación biológica, terrena, natural, con amor –el cual se expresa y se manifiesta en la honra-, ¿cómo se puede vivir la filiación divina, recibida en el bautismo, por medio de la cual se ama y se adora a Dios?

La filiación natural, biológica, es una preparación y un entrenamiento para vivir la filiación sobrenatural y divina. Pero si no soy amable y atento con mi madre y con mi padre, ¿cómo voy a poder decirle a Dios “Padre” y a la Virgen “Madre”? ¿Cómo voy a vivir la caridad con mis hermanos en el bautismo, si no vivo la caridad con mis hermanos de sangre?

La filiación biológica, y la fraternidad o hermandad biológicas, son una preparación y un ejercicio para vivir la filiación divina y la fraternidad divina: todos los bautizados somos hermanos entre nosotros, con un lazo infinitamente más fuerte que el lazo de sangre, porque es el lazo de la gracia divina.

Pero si no somos capaces de amar a nuestros hermanos biológicos, y de amar y de respetar a nuestros padres de la tierra, mucho menos seremos capaces de amar a nuestros hermanos espirituales, y a nuestros progenitores celestiales, Dios Padre y la Virgen nuestra Madre.


[1] Cfr. Malachi Martin, El rehén del diablo,