domingo, 15 de febrero de 2015

Razones por las cuales el joven católico no debe festejar el Carnaval


         ¿Por qué no “festejar” el carnaval? ¿No corremos, los católicos, el peligro de ser llamados “retrógrados”, al oponernos a una fiesta universal como el carnaval? Nada de eso: el festejo del carnaval es intrínsecamente contrario al ser cristiano y católico, y veremos por qué, analizando el carnaval en su aspecto material y espiritual.
Ante todo, tenemos que saber que la palabra “Carnaval” proviene del latín medieval “carnelevarium”, que significaba “quitar la carne”: se refería a la prohibición religiosa de consumo de carne durante los cuarenta días que dura la Cuaresma.
De esta manera, toda la carne que se tenía preparada para el consumo diario debía consumirse antes del inicio de la Cuaresma y esto es lo que originó las fiestas de carnaval, en donde abundaba la comida, la bebida y la música. Sin embargo, al no estar animadas por el Espíritu de Dios, estos “festejos” se fueron haciendo, con el tiempo, cada vez más desordenados, imponiéndose al mismo tiempo el uso de máscaras para ocultar la identidad de los festejantes, mientras que se permitían todo tipo de abusos, ya que al entrar en la Cuaresma católica se avecinaban días de muchos sacrificios y penitencias.
Esto es el carnaval en su sentido material: comer carne, prohibida en Cuaresma, y dedicarse a festejos y bromas públicas, también prohibidas en Cuaresma, al ser contrarios a la Ley de Dios. El carnaval es ya, por lo tanto, desde el punto de vista material, una contestación pública, una rebelión social, contra el orden cristiano. Sin embargo, en su sentido espiritual, el carnaval esconde una perversión aún mayor, puesto que el espíritu que anima al carnaval no es, ni con mucho, el Espíritu Santo, sino el espíritu del mal, el demonio.
En el carnaval no solo se “consume carne” y se hacen bromas públicas; en carnaval, se actualiza y se potencia –aun en quienes no lo hacen conscientemente-, por influjo del espíritu del mal, la rebelión del hombre contra Dios, rebelión que está presente en el corazón del hombre desde la caída de los primeros padres, Adán y Eva, como consecuencia del pecado original. Mucho más que comer carne, en el carnaval, se exalta la “carne”, entendida esta en el sentido bíblico del Nuevo Testamento, en donde la “carne” representa la tendencia desviada del hombre, por la concupiscencia del pecado, a cometer todo tipo de desenfrenos al dar rienda suelta a las pasiones, incluida en primer lugar la lujuria.
En carnaval se exalta la carne, esto es, las pasiones sin el control de la razón; en carnaval se exalta al “hombre viejo”, al hombre sin Cristo y su gracia, en detrimento del “hombre nuevo”; en carnaval, se exalta al hombre esclavizado por sus pasiones y por el demonio; se ensalza y exalta al hombre que se deleita en placeres prohibidos; al hombre que, en abierto desafío a Dios y a su Mesías venido en carne, Jesucristo, comete todo tipo de abominaciones; al hombre que rechaza la glorificación de la carne por la gracia de Jesucristo y, en cambio, exalta y glorifica a la carne en pecado, la carne o la humanidad caída en el pecado, sin la redención obtenida por el sacrificio de Jesús en la cruz. En carnaval, se exhiben impúdicamente, en triunfo, las pasiones sin el dominio de la razón y mucho menos sin la redención de la gracia; se exalta el pecado y se glorifica la rebelión contra Dios; se exaltan y se glorifican los vicios y los pecados capitales, y se desprecian y rechazan las virtudes humanas y cristianas, es decir, se rechaza a la humanidad nueva, la humanidad redimida por Jesucristo, en la cual las pasiones están bajo el dominio de la razón y de la gracia y se exaltan toda clase de vicios y pecados. El carnaval es la glorificación de la carne y de los pecados, de los vicios y de las cosas que ofenden a Dios y a su Cristo; en el carnaval, se profana el cuerpo, que es “templo del Espíritu Santo” y se lo convierte en morada de demonios, tanto más, cuanto que se permiten toda clase de excesos y de libertinajes. Por todo esto, la alegría del carnaval es una falsa alegría, porque es una alegría originada en la falsa felicidad que provoca la satisfacción de los sentidos y de las pasiones y por esto, es una alegría vacía, una alegría que, en el fondo, esconde y oculta la desesperación del alma sin Dios; en carnaval está ausente la verdadera alegría, la alegría que proviene de Jesús resucitado: esta alegría es verdadera doblemente, porque con su Resurrección, Jesús no solo ha purificado la carne –la naturaleza humana-, al quitarle el pecado que la corrompía y la condenaba a la putrefacción –Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo-, sino que, además, la ha santificado, al entrar en contacto con la naturaleza humana en la Encarnación –Jesús es el Verbo de Dios que se encarna, se hace carne, en el seno virginal de María Santísima-, y la ha glorificado, al comunicarle la gracia santificante, que hace participar a la carne humana, ya sin pecado, de la vida y de la gloria divina.
En el carnaval se exalta la carne sin la gracia, sin la redención de Jesucristo, es decir, la carne que está en abierta rebelión contra Dios, la carne que se une y alía con el demonio en su rebelión contra Dios. Por eso, no es en vano, ni es una casualidad, que en todos los carnavales, de todas las épocas y de todas las culturas y civilizaciones, la figura central sea la figura del diablo: la presencia del diablo significa que es el espíritu del mal el que guía y anima al carnaval. La ceremonia de “desenterrar al diablo”, con la que se inaugura el carnaval andino, no es un mero simbolismo que busca representar una realidad que no existe: el desentierro del diablo significa que el hombre ha dejado a Dios y su Mesías y sus mandamientos, de lado, para aceptar al demonio como el “Rey Momo”, aquel que le permitirá hacer todo lo que el Dios cristiano le prohíbe. Decimos que el “Rey Momo” es el demonio porque si bien el Rey Momo es una deidad de la mitología griega -Momo es el dios de la burla y la locura, famoso por divertir a los dioses del Olimpo con sus mímicas grotescas-  y sus fiestas eran denominadas “fiestas de la locura”, en las que la gente gastaba bromas en lugares públicos oculta detrás de un disfraz, en el fondo, deja de ser una ignota deidad pagana, para convertirse, el Rey Momo, en el demonio, por eso de San Pablo que dice: “los dioses de los gentiles son demonios” (cfr. 1 Cor 10, 20); además, el carnaval es una verdadera “fiesta de la locura”, porque no hay mayor locura que la del hombre que se entrega al pecado, como sucede en el carnaval.
En el carnaval –suena a “baile de la carne”- se dejan de lado los Mandamientos de Dios, cuyo cumplimiento ejemplar es Jesucristo en la cruz, para adoptar y cumplir, al pie de la letra, los mandamientos del demonio.
El carnaval es siempre, y en todos lados, invariablemente, sinónimo de permisión y desenfreno de las conductas humanas puesto que, como dijimos, las pasiones se dejan a su libre albedrío, sin el control de la razón y, mucho menos, sin el control de la gracia santificante. En esta época, muchos se exceden en el consumo de alcohol y de toda clase de substancias prohibidas, además de dar rienda suelta al libertinaje. En el carnaval, se exalta la carne, entendida esta como la naturaleza humana sin la gracia de Jesucristo, olvidando que la carne, en ese estado, es sinónimo de pecado y de ausencia de Dios, y que quienes exaltan la carne, dejando de lado la gracia, cometen toda clase de pecados y se cierran a sí mismos la entrada en el Reino de los cielos: “Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gál 5, 9-21).
Mucho más que una rebelión contra un precepto eclesiástico –no comer carne, ayunar- y contra un tiempo litúrgico –la Cuaresma-, el carnaval es una manifestación del hombre que se rebela contra Dios mismo y su Mesías venido en carne, Jesucristo, quien como Dios, santifica y purifica a la naturaleza humana –la carne, el hombre-, al encarnarse en el seno de María Virgen. Por esto es que solo en Cristo Jesús la carne humana es exaltada, porque Él la santifica, la purifica con su Ser divino, en la Encarnación y la glorifica en la Resurrección; pero fuera de Cristo, la carne –la naturaleza humana- está contaminada por el pecado y es foco de corrupción y de pecado, de manera tal que quien “siembra en la carne”, siembra corrupción y muerte: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios”. (Ro 8, 5-8).

Por estos motivos, un joven cristiano –católico- no puede participar ni aprobar un festejo, el carnaval, en el que se ofende gravemente  a Dios, al tiempo que se exalta la figura del demonio, enemigo jurado de la raza humana y de la salvación de los hombres.