viernes, 30 de noviembre de 2018

Jesús es quien nos da la fortaleza y la sabiduría para afrontar una nueva etapa



(Homilía en ocasión de una Santa Misa de egresados de niños de Educación Primaria)

         Finalizar la Escuela Primaria significa finalizar una etapa en la vida, pero al mismo tiempo, significa comenzar otra etapa, nueva, desconocida, una etapa caracterizada por muchos cambios, en todos los aspectos. Es como cuando alguien escribe una página en una cuaderno, llenando todos sus renglones: termina esa página y la da vuelta, pero la página que sigue está en blanco y tiene que comenzar a ser escrita. Así sucede con ustedes, que finalizan la Primaria y comienzan ahora una nueva página en blanco, la Escuela Secundaria. Es una etapa, como dijimos, caracterizada por muchos cambios. Estos cambios se deben a la propia naturaleza, en el sentido de que día a día vamos creciendo, haciéndonos más grandes y por lo tanto, asumiendo más responsabilidades. Se trata también de cambios en la escuela, porque la gran mayoría cambia de institución y esto implica adaptarnos a un nuevo ambiente, a entablar tratos con nuevos profesores, nuevos compañeros de clases, etc. También implica un mayor compromiso con el estudio, porque en la escuela secundaria aumentan las materias y la cantidad de cosas nuevas que se aprenden.
         En definitiva, se cierra una etapa, pero se abre una nueva, que está llena de desafíos y de cosas nuevas para aprender.
         Pero en este camino nuevo que se inicia, no debemos pensar que estamos solos: además de la compañía y el apoyo de nuestros familiares y seres queridos, tenemos a Alguien que es nuestro Amigo, Padre y Hermano a la vez, Cristo Jesús. Todo lo que necesitamos para esta nueva etapa, tanto la fortaleza para afrontarla, como la sabiduría para poder aprender todo lo nuevo, lo encontramos en una Persona, que está siempre con nosotros, cada vez que acudimos a Él: esta Persona es Cristo Jesús, que está en la Cruz y en la Eucaristía. No nos olvidemos de Él, acudamos a Jesús, al sagrario, a la Confesión, a la Eucaristía, para que Jesús nos llene de su luz, de su fuerza, de su alegría, de su sabiduría, para afrontar llenos de confianza y alegría esta nueva etapa que se inicia. De la mano de la Virgen, vayamos al encuentro de Jesús, para que Él nos acompañe a lo largo de toda esta nueva etapa que se inicia. Junto con Jesús, no solo nada malo nos pasará, sino que la bendición de Dios estará siempre con nosotros. Pero la condición es que no nos apartemos de Él.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Todo católico debe promover la cultura de la vida


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(Homilía en ocasión de una Santa Misa en acción de gracias por el egreso de un grupo de técnicos sanitarios)
         Si es cierto y válido que todo católico, por definición, debe ser promotor y cultor de la cultura de la vida, esto es tanto o más cierto y válido para aquel que se desempeña en el campo de la salud. En efecto, quien trabaja en el campo de la salud –desde el médico hasta el auxiliar de enfermería- debe estar consciente de que en nuestro mundo de hoy, del siglo XXI, se está combatiendo una dura batalla entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte y que del resultado de esa batalla, depende el futuro de la humanidad. En efecto, en la cultura de la muerte militan activamente todos aquellos que apuestan por la muerte del hombre, sea desde sus inicios, con el aborto o la eugenesia, sea en sus etapas finales, con la eutanasia o suicidio asistido. Dentro de la cultura de la muerte están también la Ideología de género, que pretende que no hay sexo biológico, sino únicamente el auto-percibido y es así como se justifican, a cualquier edad, los cambios de sexo por medio de terapias hormonales y cirugías que son irreversibles, y todo esto, siendo que está comprobado que las disforias de género se curan en más del noventa por ciento de los casos; en cambio, los cambios de sexo irreversibles, está comprobado que aumentan el suicidio de miles de niños y jóvenes. Dentro de la cultura de la muerte está también la ESI o Educación Sexual Integral que, basada en la Ideología de género, atenta contra el pudor, la pureza y la castidad de los más pequeños, instándolos al abuso de unos contra otros, contrariando a la naturaleza humana. Dentro de la cultura de la muerte está el homomonio o la unión civil entre personas del mismo sexo, porque por naturaleza son estériles, debiendo recurrir a la Fecundación In Vitro o Fecundación Asistida para tener los hijos que la naturaleza no les puede dar, con lo que, por lograr un hijo, deben eliminar a otros veinte.

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La cultura de la muerte se pasea a sus anchas en nuestro mundo de hoy, 
caracterizado por ser un mundo sin Dios.

         Todo trabajador de la salud católico debe tener en claro que la batalla entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte se está llevando a cabo y que no pueden permanecer neutros, porque aquí no hay neutralidad: o se está del lado de la cultura de la vida y así se está en contra del aborto, de la eutanasia, de la ideología de género, de la ESI, del homomonio y de toda cuanta perversidad surja, o se está a favor de todo esto y en contra de Dios.
         Un trabajador de la salud que esté a favor de la cultura de la muerte está en contra de Dios, tal como lo dice Jesús en el Evangelio: “El que no está conmigo, está contra Mí; y el que no recoge conmigo, desparrama” (Mt 12, 30).

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Existe una sola familia creada por Dios: papá-varón, mamá-mujer y los hijos, biológicos o adoptados



         Cuando Dios creó al hombre, lo creó varón y mujer y lo creó de manera tal que el varón encontrara en la mujer su mayor contento y felicidad y viceversa, que la mujer encontrara en el varón su mayor contento y felicidad. Y los creó de tal manera que el varón, al unirse a la mujer por amor, formaran una familia, unida por el amor y en su Sabiduría divina dispuso que el fruto de este amor entre el varón y la mujer, fueran los hijos. Los hijos, entonces, son el fruto del amor de los esposos. El amor de los esposos se hace fecunda y, en cierto modo, se prolonga y perpetúa en los hijos. En esta familia, así formada por Dios, compuesta por el papá-varón, la mamá-mujer y los hijos nacidos de esta unión, el hombre encuentra su máxima dicha y felicidad. Si existiera otro modelo de familia, en el que el hombre pudiera ser más feliz y encontrar una mayor plenitud de vida y amor, Dios la habría creado, porque Dios, que es Amor y Sabiduría infinitas, sólo quiere lo mejor para la creatura que más ama, el hombre. Esto quiere decir que, al no haber otro modelo de familia, el modelo que Dios creó en su Sabiduría y Amor, el formado por el varón, la mujer y los hijos, es el modelo más perfecto de familia. Ningún otro modelo de familia puede suplantar o mejorar el modelo original creado por Dios, formado por el papá-varón, la mamá-mujer y los hijos –biológicos o adoptados-.
         En el mundo de hoy, caracterizado por ser un mundo sin Dios, el ser humano sin Dios ha propuesto y propone, continuamente, diversos modelos de familias –dos papás, dos mamás, hijos procreados artificialmente, etc.-, pero ninguno de estos modelos familiares, ni es agradable a Dios, ni es un modelo en el que el hombre encuentre su plenitud, la realización de su amor y su máxima felicidad. Por este motivo, cualquier modelo de familia que se oponga al modelo original de Dios –papá-varón, mamá-mujer e hijos-, es absolutamente contrario a la felicidad del hombre. El cristiano, por lo tanto, no puede aceptar ninguno de los nuevos “modelos familiares”, nacidos de su pensamiento soberbio y contrarios al Amor de Dios. Si el hombre insiste en imponer sus propios modelos familiares, contrarios al designio divino, sólo encontrará en ellos tristeza, dolor, amargura y muerte. Seamos fieles al proyecto de Sabiduría y Amor de Dios, que ha creado, para la plena realización del hombre, a la familia humana compuesta por el papá-varón, la mamá-mujer y los hijos, frutos del amor esponsal.