lunes, 19 de diciembre de 2011

Los jóvenes y la verdadera fiesta de Navidad



Al llegar el tiempo de recordar el nacimiento de Jesús, surge la pregunta: ¿cómo festeja un joven cristiano la Navidad?
Para saberlo, es necesario primero tener en cuenta qué es la Navidad, para saber bien qué festejamos y porqué.
Pero para saber qué es la Navidad, no podemos guiarnos por lo que nos dicen los medios de comunicación, como la televisión, Internet, la radio, etc.; debemos más bien acudir a la Santa Madre Iglesia.
¿Cómo es la Navidad según el mundo?
Si los cristianos nos dejáramos guiar por los medios de comunicación social -diarios, internet, televisión, radio, etc.-, para saber en qué consiste la Navidad, tendríamos que creer en lo siguiente: Navidad es una fecha festiva, en donde todo el mundo está alegre porque está de fiesta, aunque no se sabe bien cuál es el origen de la fiesta; es una fiesta en la que el personaje central es un señor de edad, de cabellos y barba blanca, algo excedido de peso, barrigón, vestido de rojo y blanco, con un bonete al tono y botas negras, que viene por el cielo, volando en un trineo tirado por renos, que desciende, por lo general, por las chimeneas de las casas -no se sabe por dónde entra en las casas en donde no hay chimeneas, y tampoco nadie sabe cómo hace para no quedar todo tiznado cuando entra en las casas donde hay chimenea-, y que trae regalos para los niños, mientras se ríe, nadie sabe de qué, los cuales abren sus regalos al pie de un árbol de Navidad. En los lugares adonde no va Papá Noel, son los padres o mayores los encargados de dar regalos, y en muchos casos, los niños, y también todos los integrantes de la familia, elaboran listas de pedidos, por lo que Navidad suele ser también un momento de compras febriles y de consumo sin freno.
            Por esto mismo, Navidad es la época para ser felices porque se adquirió un Blackberry de última generación, o una computadora, o una Playstation, o un televisor plasma, o un auto, etc.
            Según los mismos medios, Navidad es un tiempo para preparar grandes comidas, y como es una fiesta tan especial, en donde todos festejan aunque no se sabe qué, todos se preocupan para que las canastas navideñas sean accesibles a los bolsillos.
            Incluso los diarios de mayor tirada, dan consejos para no sufrir descompensaciones a la hora de comer, dando por supuesto lo que es obvio para la gran mayoría, y es que en Navidad los atracones de comida sobran. Los consejos para los golosos, en los diarios, son como los publicados en este artículo titulado: "Claves para evitar los excesos durante las cenas de las fiestas": "Lo ideal, sin embargo, es evitar los excesos y elegir comer sano en cada oportunidad. “Los días previos a los festejos es recomendable consumir alimentos que otorgan saciedad, con baja densidad calórica (menos calorías en más volumen)”, indica Rosana Viscovig, medica nutricionista de La Posada del Qenti. Esto se logra “incorporando alimentos ricos en fibra y agua como las verduras, frutas, cereales integrales y alimentos proteicos como las carnes magras y los lácteos descremados”[1]. Continúa luego con otra serie de consejos relativos a las bebidas alcohólicas.
            Siempre según los medios de comunicación, Navidad es también un momento para salir a divertirse, sobre todo para los más jóvenes, y es así que, luego del atracón de comida, estos salen a bailar y a beber todo lo que puedan beber. En los mismos medios se pueden encontrar profusión de información acerca de los lugares en donde la juventud puede ir a festejar de modo desenfrenado.
            Sin embargo, nosotros, como cristianos, sabemos que en nada de esto consiste la Navidad, pues esto que nos muestran los medios es una Navidad falsa, caricaturesca, materialista, hedonista, pagana. No es esto la Navidad.
            La Navidad consiste sí en estar de fiesta y en alegrarse, pero por un motivo muy concreto: porque Dios Hijo, en cumplimiento de la voluntad de Dios Padre, viene a este mundo como Niño en Belén, y prolonga su Encarnación y Nacimiento en la Eucaristía, para donarnos a Dios Espíritu Santo, luego de morir en Cruz para perdonar nuestros pecados, y concedernos el ser hijos adoptivos de Dios. Éste es el motivo de la fiesta y de la alegría cristiana en Navidad.
            En Navidad sí esperamos regalos, el regalo de Dios Padre, su Hijo Jesús en el Pesebre de Belén y en la Eucaristía, en la Santa Misa.
            En Navidad sí preparamos manjares y bebemos bebidas exquisitas, porque asistimos como invitados de honor al banquete de Dios Padre, la Santa Misa, en donde el mismo Dios Padre nos sirve un manjar de ángeles: la mesa de Navidad está compuesta por los siguientes manjares: carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo, el Cuerpo resucitado de Jesús en la Eucaristía; Pan de Vida eterna, el Pan Vivo bajado del cielo, Jesús muerto y resucitado en la Hostia consagrada, y para beber, el Vino de la Alianza Nueva y eterna, obtenido en la vendimia de la Pasión, la Sangre del Cordero de Dios, Vino que se encuentra en el Sagrado Corazón y que desde allí se sirve para los hijos de Dios en el cáliz del altar, y que es el "mejor de todos los vinos", porque contiene al Espíritu Santo.
            Para los cristianos, la Navidad es comer, beber y festejar con alegría en el corazón: comer la Carne del Cordero de Dios, beber su Sangre, y alegrarse con alegría infinita por este don de Dios Trinidad que nos anticipa la feliz eternidad en el Cielo.
            Para los cristianos, la verdadera fiesta de Navidad, que justifica y santifica la sana fiesta terrena, es la Santa Misa de Nochebuena.



[1] Cfr. Diario Clarín, edición digital del 19 de diciembre de 2011, http://www.clarin.com/sociedad/Claves-evitar-excesos-cenas-Fiestas_0_611938956.html

viernes, 9 de diciembre de 2011

La fiesta mundana no tiene nada que ver con la verdadera alegría de Navidad


"¿A qué se parece esta generación?" (cfr. Mt 11, 16-19). Al comprobar la dureza de corazón de aquellos que no se quieren convertir por ningún motivo, ni por la prédica del Bautista, que llama a la penitencia y al ayuno, ni por la prédica suya, que compara el Reino con un banquete de bodas, con una fiesta, Jesús los compara a unos niños engreídos y soberbios que se niegan a jugar con sus compañeros que los invitan, dándoles la posibilidad de jugar un juego de imitación con un tema alegre (unas bodas) o triste (un entierro)[1].
         El juego del entierro o funeral recuerda a Juan el Bautista, que predica la austeridad, mientras que el juego más alegre, de unas bodas, recuerda a Jesús, que compara al Reino con un banquete. Tanto uno como otro, que en el fondo predican el mismo mensaje de salvación pero con métodos distintos, son rechazados por los contemporáneos de Jesús, lo cual muestra que lo que se rechazaba era el mensaje mismo de salvación[2].
         Frente a esta actitud infantil de rechazo del mensaje de conversión, la sabiduría amorosa de Dios queda justificada porque ha hecho todo lo posible para superar la mala voluntad de los hombres que no quieren convertirse.
         Pero el rechazo a la conversión no es privativo de los contemporáneos de Jesús, puesto que se repite aún hoy, dentro de la Iglesia: ¿cuántos cristianos no quieren creer en el infierno, considerándolo como algo irreal e inexistente, pero al mismo tiempo, no les atraen las delicias del cielo, el vivir para siempre en la alegre contemplación de la Trinidad? ¿Cuántos cristianos, niños, jóvenes, ancianos, se comportan como los niños del evangelio de hoy, prefiriendo continuar con sus corazones cerrados a la gracia antes que dejar sus diversiones, sus gustos, sus placeres?
         ¿Cuántos cristianos, ni viven la penitencia y la mortificación del tiempo de Adviento, necesarias para preparar el corazón para el Nacimiento del Niño Dios, pero tampoco viven la verdadera alegría de la fiesta de Navidad, la Santa Misa de Nochebuena, porque festejan en fiestas mundanas y paganas, comiendo y bebiendo en exceso, alegrándose por motivos mundanos, despreciando la sobria alegría de Navidad, el Nacimiento de Dios hecho Niño?
Estos cristianos, cuando la Iglesia les dice que hagan penitencia en Adviento, no la hacen, y al no hacer penitencia en Adviento, están diciendo: "Queremos alegrarnos", malinterpretando el Adviento, porque la penitencia no excluye a la alegría; al mismo tiempo, cuando la Iglesia les dice: "Alégrense y festejen en Navidad, con la verdadera fiesta, la Santa Misa de Nochebuena", en vez de encontrar en la Eucaristía el verdadero motivo de la alegría, que es la Presencia de Dios Hijo en Persona en el sacramento del altar, desprecian la verdadera alegría navideña, para salir a buscar diversión desenfrenada, vacía, mundana y pagana, diversión que nada tiene que ver con el Nacimiento del Niño Dios.
¿Qué relación tiene el alcohol que los jóvenes consumen en exceso, con el Niño Dios? ¿Qué tienen que ver los atracones de comida de los adultos, con el Pesebre de Belén? ¿Qué tienen que ver los regalos materiales y el afán desenfrenado de consumo, con la serena y alegre austeridad de Navidad, consecuencias en el alma de saber que Dios se ha encarnado, ha nacido como Niño y prolonga su Encarnación y  Nacimiento en la Eucaristía?
         "No queremos la penitencia de Adviento; no queremos la verdadera fiesta de Navidad, la Santa Misa de Nochebuena; queremos nuestra propia alegría y nuestra propia diversión, la alegría y la diversión que nos dan nuestras pasiones y nuestros placeres; no queremos saber nada con el Niño Dios".
         Lamentablemente, este es el pensamiento de muchos cristianos, que se comportan como los niños del evangelio de hoy.
        


[1] Cfr. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo III, 389.
[2] Cfr. Orchard, ibidem.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

¿Hacer lo que quiero o hacer la Voluntad de Dios?







En la vida de todo joven, llegado un determinado momento, se presentan dos caminos a seguir. Obligadamente, se debe elegir uno de dos, pues los caminos llevan a lugares muy distintos.
Los dos caminos tienen un punto de partida y un punto de llegada; en ambos hay, a los costados, gente que anima a seguir por uno o por otro camino.
El primer camino comienza con una enorme y gigantesco portón de oro macizo, muy ancho, tan ancho, que pueden pasar por ahí grandes cantidades de gentes, y de hecho, muchos lo atraviesan, prácticamente corriendo. Hacia la parte superior del portón de oro, hay un letrero, también gigante, con luces de colores, que se prenden y apagan continuamente que dice: "Haz lo que quieras. No hagas caso a Dios ni a tus padres ni a nadie. Haz lo que quieras hacer, sin que nada más te importe".
Este primer camino, que es muy ancho, está pavimentado con baldosas de oro y de plata, y en las junturas de las baldosas, hay gran cantidad de piedras preciosas: diamantes, rubíes, zafiros, esmeraldas. Además, cada tanto, hay como pequeñas montañitas de billetes de todas clases y tamaños.
En las paredes están ubicados grandes televisores de plasma, que pasan todo tipo de programas, y como los televisores son tan grandes, no se puede ver qué hay más allá de las paredes; además, a los que eligen por este camino, les dan a la entrada -gratis- equipos de audio de última generación, con auriculares, para poder ir escuchando la música que quieran: wachiturros, cumbia, cuarteto, Lady Gagá, rock, heavy metal, etc. Les dan también play-station portátiles y computadoras con conexión gratis a internet, para que mientras caminan -algunos corren- puedan ir viendo todo lo que más les guste: fútbol para todos, showmatch, gran hermano, novelas, películas violentas, indecentes, etc.
A los costados del camino, y separados por escasos metros entre sí, se encuentran expertos cocineros y asadores que ofrecen a los caminantes todo tipo de manjares suculentos. Algunos, incluso, comen por comer, por diversión, dándose atracones de gula, como si hicieran competencia para ver quién come más (como pasa en algunos programas de televisión). El que quiere -es la mayoría- bebe todas las bebidas que están prohibidas para un joven, y hace todo lo que está prohibido.
En este camino, cada cual puede vestirse como quiere, porque el lema de la entrada era: "Haz lo que quieras". Así, las mujeres van vestidas de modo indecoroso, y los varones también. Los que van por este camino, sólo se quieren a sí mismos, porque no aman a Dios ni al prójimo.
Total, nadie dice nada, y si alguien llegara a decirles algo, los jóvenes le contestarían: "Yo hago lo que quiero". Y si alguien les dijera que deben rezar, les contestarían: "En este camino no existe la oración y como yo hago lo que quiero, si no quiero rezar, no rezo".
Pero esto es al inicio de este camino. Dijimos que tenían un principio y un fin, y a medida que el camino avanza y va llegando a su fin, los que transitan por él notan algo extraño: se va haciendo cada vez más fácil de caminar, porque metro a metro el camino se desliza más y más hacia abajo, pareciéndose a un tobogán, y como los que transitan por él no pueden volver atrás, y se hace cada vez más inclinado, la gran mayoría pierde el equilibrio y lo único que puede hacer es dejarse arrastrar por la caída, que hacia el final es prácticamente vertical.
Al mismo tiempo, todo va desapareciendo: los televisores de plasma, los carritos con comida que había a los costados, las bebidas de todo tipo, las ganas de escuchar música indecente, las ganas de mirar programas que no se deben mirar; el camino mismo ya no es de oro y plata, con piedras preciosas, como era al comienzo, sino de barro sucio y viscoso que huele cada vez peor; ya no se escucha la música, sólo empiezan a escucharse gemidos y gritos de auxilio, de aquellos que, asustados, se dan cuenta de que todo fue un engaño. Comienzan a verse sombras, cada vez más numerosas, pero que no son sombras, porque son ángeles caídos, muy oscuros, con alas como de murciélagos, y con ojos rojos de mirada agresiva, que provocan terror y espanto a los que se deslizan por este camino.
Hacia el final del camino, que ya parecía prácticamente un tobogán, hay otro portón, también muy ancho y con la misma forma del portón de oro, que es encontraba al inicio, pero de un material distinto, porque parece hecho de azufre caliente, y con otra inscripción, que dice: "Los que entren aquí, pierdan toda esperanza".
El segundo camino, a diferencia del primero, es muy angosto, y para llegar al camino, hay que atravesar una puerta que es igualmente angosta, y es tan angosta esta puerta, que sólo puede pasar una persona con un corazón pequeño, humilde, y sin ninguna otra cosa material que una túnica blanca. Los que tienen un corazón hinchado y ennegrecido por la soberbia, y los que están llenos de cosas materiales, de dinero y de joyas, no pueden pasar, porque la puerta es muy angosta. Tampoco pasan los que andan por la vida como lobos, peleando y maltratando a todos; sólo pasan los de corazón manso y humilde, como el Corazón de Jesús. No pasan por esta puerta los lobos, sino las ovejas.
Arriba de la puerta que conduce al camino angosto, hay un letrero que dice: "Yo, Jesús de Nazareth, Soy la Puerta (cfr. Jn 10, 1-11) que conduce a la feliz eternidad".
Los que atraviesan esta puerta y comienzan a andar por el camino estrecho, notan que, apenas traspasada la puerta, un ángel de Dios les da una cruz de madera que tiene el tamaño de la persona que lo recibe y que parece muy pesada, pero al cargarla sobre los hombros, todos se dan cuenta de que es muy liviana, tan liviana, que prácticamente no pesa nada, y esto por las palabras de Jesús: "Mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11, 30).
El camino es empinado, y es muy difícil subir. Hay muchas caídas y resbalones, y como al borde del camino hay piedras filosas y espinas, también se producen muchos cortes y heridas de las que sale sangre. Pero cada vez que pasa eso, una Señora vestida de luz, la Virgen María, sana las heridas y todo queda igual que al principio y mejor. Cuando alguno, vencido por el cansancio, resbale y cae y corre peligro de desbarrancarse, siente que una mano, la mano de Jesús -la misma que le dio a Pedro cuando se hundía en el mar tormentoso- lo auxilia y lo lleva nuevamente al sendero.
En el transcurso del camino, que se hace cada vez más empinado, se entonan dulces melodías en honor de Dios Trinidad, que es quien espera en la cima de la montaña. También se reza mucho, porque la oración es hablar con Dios que nos ama.
Y cuando alguien siente hambre, viene un ángel del cielo con algo que parece un poco de pan, pero no es pan, sino el Cuerpo de Jesús en la Eucaristía, y al comerlo, se siente con nuevas fuerzas para seguir. Y para beber, el mismo ángel les da un cáliz, que contiene la Preciosísima Sangre de Jesús, que refresca y reconforta el alma, llenándola cada vez más de amor a Dios y al prójimo. Y también de alegría, porque el que come el Cuerpo de Jesús y bebe su Sangre, experimenta en su corazón la misma alegría de Dios.
En este camino, todos aman a Dios y al prójimo, y por eso se ayudan entre sí: algunos comparten su comida, otros van a socorrer a alguno que ha caído y ha quedado aprisionado entre las rocas, otros, que ya han subido un poco más, se detienen para aconsejar a los que vienen más abajo, para que puedan subir con más facilidad. En este camino no hay rencores, ni envidias, ni peleas, sino solo amistad, risas y alegría.
Hacia el final del camino, que está en lo alto de la montaña, los caminantes notan que la cruz, que era de madera al inicio, abajo, aquí arriba es de luz; además, comienzan a ver a los ángeles y santos del cielo, a la Virgen, y a las Tres Divinas Personas.
Cuando están ya en la cima de la montaña, escuchan la alegre voz de Jesús que les dice: "Venid, benditos de mi Padre, al Reino preparado para vosotros, porque hicisteis la Voluntad de mi Padre y no la vuestra propia cuando cargasteis mi Cruz y cuando fuisteis misericordiosos con los más necesitados. Venid, entrad en el Reino de la eterna alegría, para siempre".

jueves, 24 de noviembre de 2011

Sólo la fe en la voz de la Iglesia nos da la verdadera y auténtica alegría



La primera condición para recibir la gracia, es la fe sobrenatural[1]. Sin la fe no se puede adquirir la gracia: sólo ella nos hace buscar y hallar.

Si queremos conseguir la gracia, debemos conocer su valor, para buscarla y desearla, y después debemos saber dónde buscarla y encontrarla, para dar realmente con ella[2].

Por la sola razón natural, no podemos darnos ni siquiera una idea de la hermosura y del valor de la gracia. Si siguiéramos sólo nuestra razón natural, jamás de los jamases seríamos capaces de descubrir los inmensos tesoros y las increíbles hermosuras de la vida de la gracia; la razón sólo nos puede hacer ver el valor de los bienes terrenos y pasajeros, pero no nos puede conducir, de ninguna manera, a los bienes celestiales de la gracia. Con nuestra sola razón, nunca tendríamos deseos ni nostalgia del cielo, y nunca buscaríamos el seno de Dios Uno y Trino, nos quedaríamos en lo que conocemos, y en lo que podemos medir con nuestra razón.

Pero si la fe comienza a brillar, en el fondo del corazón, como “lámpara que luce en lugar oscuro”, como “lucero de la mañana” que brilla “hasta que despunte el día”[3] y brille el Sol de justicia, Jesucristo; si el mismo Dios nos revela los misterios y los tesoros de la gracia, y hace surgir en nuestro interior una imagen de su hermosura, en ese mismo momento, se produce un movimiento en nuestra alma, el deseo de conquistar, cuanto antes, el tesoro de la gracia.

Sorprende constatar cómo, con cuánta ligereza, creemos lo que el mundo dice, sin ponernos ni siquiera a reflexionar si lo que se dice es o no verdad; aún cuando falten motivos razonables, creemos en lo que nos dice el mundo. Cada cual tiene por verdadero o quiere creer en lo que desea o en lo que halaga su vanidad y su amor propio; admite con gusto que le sean prometidas cosas que no las puede o no las quiere cumplir.

¿Por qué no hemos de creer con prontitud y alegría lo que se nos ha dicho acerca del gran honor y alegría sobrehumanas que nos vienen dados con la gracia? ¿Cuántos hay, hoy en día, que tienen por despreciable el bautismo, que consideran cuentos para niños la Comunión, que desprecian la Confirmación, que olvidan por “aburrida” a la Santa Misa, que ignoran la Eucaristía porque “no sienten nada”? ¿Cuántos hay, hoy en día, que no creen en lo que la Iglesia dice acerca de estos inefables sacramentos? ¿Cuántos hay, hoy en día, que prefieren perderse en los sombríos atractivos del mundo, antes que entrar en la más humilde de las iglesias? ¿No es esto un indicio de que no se cree a lo que la Iglesia dice acerca de la gracia, y que por lo tanto, no hay fe sobrenatural? Y si no hay fe sobrenatural, entonces no hay modo de que se pueda recibir la gracia. Una y otra se necesitan: si no hay fe, no hay gracia; si no hay gracia, no hay fe.

Creemos a lo que nos dice el mundo, y nos dejamos guiar por lo que el mundo dice, y tenemos en gran valor y estima lo que el mundo nos propone, y nos desvivimos por conseguir lo que el mundo nos ofrece.

Sin embargo, poca o ninguna atención prestamos a lo que la Iglesia nos dice; poca o ninguna fe damos a los dones recibidos de Dios a través de la Iglesia: el ser, por el bautismo, hijos de Dios, reyes del cielo y de la tierra, hermanos de Dios Hijo, hijos de Dios Padre, hijos de la Madre de Dios, unidos todos por el Espíritu del Amor divino, el Espíritu Santo.

Con frecuencia, nos llenamos de orgullo por algún que otro éxito mundano, y nos llenamos de amor propio cuando conseguimos algún fin mundano y terreno, y sin embargo, no nos sentimos orgullosos, ni tampoco nuestro amor propio se satisface, cuando consideramos nuestra filiación divina, nuestra condición de redimidos por la Sangre del Cordero, nuestra condición de ser templos vivientes del Espíritu Santo.

El que es orgulloso, y el que tiene amor propio, y el que satisface su orgullo y su amor propio con los vanos vientos de la vanidad humana; ¿no debería alegrarse y llenarse de orgullo, y amarse a sí mismo, por haber sido elegido por Dios, desde toda la eternidad, por haber asistido aunque sea a una sola Misa, en donde el Dios de los cielos viene al altar para donarse en apariencias de pan y vino?

Es Dios, con su autoridad divina, quien nos revela los tesoros inmensos de la gracia, a través de la Iglesia, por medio de su Magisterio, por medio de la doctrina de los Padres de la Iglesia; la propia grandeza y omnipotencia de Dios es quien nos garantiza que puede darnos verdaderamente y nos dará en la vida eterna todo lo que está contenido en la gracia, en germen, en esta vida.

Sabemos que nuestra fe sobrenatural no es vana ni carente de fundamento, sino que posee, por el contrario, toda la certeza y la seguridad que pueda darse.

Cambiemos la orientación de nuestra mente y de nuestro corazón: en vez de dirigirlos al mundo, lo dirijamos a Dios y a su Iglesia, y creamos, con fe sobrenatural, todo lo que la Iglesia nos dice, y así prepararemos nuestro corazón para recibir el mar infinito de gracias que nos viene de los Sagrados Corazones de Jesús y María.


[1] Cfr. Concilio de Trento, Ses. VI, c. 8.

[2] Santo Tomás, I, II, q. 113, a. 4.

[3] Cfr. 2 Pe 1, 19.

domingo, 30 de octubre de 2011

Halloween o la manifestación del infierno



En nuestro mundo se manifiestan, juntamente, y de diversas maneras, otros dos mundos: uno de luz, de armonía y de amor, proveniente de los cielos, del mismo Dios, y otro de oscuridad, de discordia y de odio, proveniente de los infiernos, del ángel caído y sus secuaces.

Es decir, en el mundo visible en el que vivimos y existimos, se entrecruzan otros dos mundos espirituales, uno de luz y otro de oscuridad. Ambos se manifiestan de modos distintos: el mundo espiritual de la luz y del amor divinos, se hace presente en medio nuestro por medio de la Iglesia, por su doctrina, por su magisterio, por la vida de sus santos, por su liturgia, máximamente, por la liturgia eucarística, por medio de la cual ingresa en nuestro tiempo y en nuestra historia Dios mismo en Persona, en el misterio de la Eucaristía.

El inframundo, el mundo de la oscuridad y de las tinieblas, también se manifiesta, y lo hace a través de múltiples modos: por la música rock, por las sociedades secretas, por los medios de comunicación, por el cine, por la medicina, etc. Y una de sus presencias más fuertes, es la de Halloween, por medio de la cual el infierno celebra a sus habitantes, los ángeles rebeldes y las almas condenadas.

Halloween es la contrapartida de la Fiesta de Todos los Santos, en la cual la Iglesia celebra a los bienaventurados habitantes del cielo.

Halloween no es una fiesta infantil e inocente, en donde sólo se recrea una antigua tradición pre-cristiana, tal como la quieren hacer aparecer: es una fiesta de origen diabólico, con fines diabólicos, como es el de hacer caer en la desesperación a quienes no están firmes en la fe, al hacerles creer que el poder del mal, el poder del infierno, es más grande que el poder del Bien, es decir, de Dios y de su Iglesia.

Pero está escrito que “las fuerzas del infierno no prevalecerán” (cfr. Mt 16, 18) contra la Iglesia de Dios, y aunque parezca que el poder de las tinieblas es cada vez mayor, a medida que pasan los días, y la humanidad se acerca al Último Día, al Día del Juicio Final, se acerca también la derrota definitiva de los habitantes del infierno, derrota que señala, al mismo tiempo, el inicio del feliz reinado de Dios Uno y Trino en los corazones de todos los hombres.

jueves, 25 de agosto de 2011

La sexualidad humana es un don de Dios para el matrimonio y solo para el matrimonio




Y porque es un don, debemos considerarla como lo que es: un don.
¿Qué es un don?
Un don es un regalo, y un regalo es algo que se recibe por parte de alguien, el donante. Como regalo, implica gratuidad, porque el regalo es algo no debido, sino, precisamente, donado, regalado, gratuitamente.
Pero ante todo, el don o regalo implica, de parte del donante, amor al destinatario del don, porque el regalo se hace a quien se ama, como expresión del amor del que dona.
Recibir un regalo, o un don, es entonces recibir el amor de quien hace el regalo. No se trata de recibir algo en virtud de un pago hecho por un trabajo: se trata de recibir algo que no se debía recibir, que es gratuito, y que además demuestra el amor del que dona.
Esto nos lleva a considerar la actitud de quien recibe el don: no puede ser de frialdad, o de indiferencia, mucho menos de hostilidad, hacia quien dona. Todo lo contrario, la actitud hacia el donante, debe ser la de corresponder al don y al amor expresado en el don. De lo contrario, la donación, el acto de donar, queda trunco, como un amor no correspondido.
En el caso de la sexualidad humana, para que ésta pueda ser apreciada en su verdadera dimensión, debe ser considerada como lo que es: un don del Amor divino.
¿Cómo considerar a la sexualidad humana como un don, para así corresponder al donante del don, el Amor divino?
Un buen punto de partida para la consideración de la sexualidad humana como don del Amor divino, es considerarla como parte de la creación: Él la creó, porque la ideó así para el hombre, porque fue Él quien creó al hombre diferenciado en dos sexos: varón y mujer: “Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra (…) Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó”. Y los bendijo Dios, y les dijo Dios: «Sed fecundos y multiplicaos” (Gn 26-28).
Por otra parte, aún sin recurrir al texto sagrado, es de experiencia común que sólo existen dos sexos: masculino y femenino, con lo que vemos cómo estos datos de la experiencia coinciden con la Revelación.
Ahora bien, debido a que Dios todo lo crea con Sabiduría y Amor infinitos y perfectísimos -de otra manera, no sería Dios-, la sexualidad humana, como parte integrante de la Creación, no es mala en sí misma, ya que refleja la Sabiduría y el Amor de Dios.
Dios crea la sexualidad humana, y la crea diferenciada y complementaria, pero la crea según un designio bien preciso, para ser usada en un ámbito específico, el matrimonio, y con una finalidad específica: la comunicación del amor entre los esposos y la comunicación de la vida.
Vista la sexualidad desde un punto de vista humano, la sexualidad humana tiene dos fines: unitivo y procreativo (expresión del amor de los esposos y abierta a la vida). La sexualidad humana tiene el fin de unir a los esposos mediante el amor, y de procrear, o generar, nueva vida. Las dos dimensiones, la unitiva y la generativa, están íntima y estrechamente ligadas, de tal manera que una no se comprende sin la otra, y tanto una como la otra se encuentran vacías de sentido si están separadas.
En estos fines de la sexualidad humana -unión y procreación-, vemos el sentido de la creación diferenciada y complementaria: porque son dos distintos, que se complementan, pueden dar lugar al amor, como éxtasis del Uno al Otro, y como donación plena, en espíritu y en cuerpo, que finaliza con el fruto del amor, la aparición del Tercero, el hijo.
El hecho de ser diferentes y complementarios, varón y mujer, posibilita la expresión y la comunicación plena del don contenido en cada sexo, y es la co-creación de la vida, lo cual acontece en el marco del amor esponsal.
Cada sexo, don en sí mismo, tiene a su vez un don potencial -comunicación del amor y co-creación de la vida-, pero sólo puede ser actuado este don potencial, en un marco y en un ámbito específico, el del amor esponsal.
De ninguna otra manera se produce la actuación del don pre-contenido en el don de la sexualidad humana, que no sea en el ámbito del amor esponsal y del matrimonio, porque fuera de este ámbito, no se dan las condiciones de dualidad, o sea, de diferencia, y de complementariedad.
Y si no se da esto, diferencia y complementariedad, no hay amor esponsal, y si no hay amor esponsal, sólo hay egoísmo, ya que el amor de dos es reemplazado por la tiránica pasión que pretende satisfacer sólo el propio deseo.
Esta diferencia y complementariedad es lo que determina, no de forma arbitraria, sino porque así está dada la verdad de la naturaleza humana, el hecho de que no puede haber unión sin procreación (anticoncepción), ni procreación sin unión (fertilización asistida): en cualquiera de los dos casos, la sexualidad humana queda incompleta y privada de sentido, alejada del plan divino, y envuelta en el egoísmo humano. Esto es así porque las dos dimensiones son, en realidad, dos facetas de una misma realidad humana: el amor, manifestado en la unión carnal, es fuente de vida.
La unión sin procreación falsifica y adultera a la sexualidad humana, porque le falta el fruto y don del amor, que es el hijo; la procreación sin unión falsifica y adultera a la sexualidad humana, porque la aparición del fruto, el hijo, se da de un modo artificial y aséptico, el ambiente de un laboratorio, y no en el marco del acto sexual matrimonial, expresión del amor esponsal. En uno y en otro caso, no hay amor, como fundamento que legitima y plenifica la unión matrimonial.
Por otra parte, considerada la sexualidad desde un punto de vista teológico, en el ámbito del matrimonio, y siempre usada en modo casto, la sexualidad humana es fuente de santificación para los esposos, porque el matrimonio ha sido elevado por Jesucristo a la categoría de sacramento, es decir, de productor de gracia. Un sacramento es algo que produce la gracia santificante, porque en el sacramento actúa Cristo, Autor de toda gracia. El sacramento del matrimonio es productor de gracia, porque ha sido injertado en una Alianza esponsal mística, la de Cristo con su Iglesia.
El matrimonio es santo porque la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, es una unión esponsal santa y santificante.
Ahora bien, sólo en el ámbito del matrimonio sacramental, se dan las condiciones para que el uso de la sexualidad sea santo y fuente de santidad, según lo pensó Dios, con su Amor y su Sabiduría, desde la eternidad.
De esto se ve cómo el uso de la sexualidad, por fuera del matrimonio, cualquier uso de la misma, se sale del pensamiento y del querer de Dios.
Dios no quiere el uso de la sexualidad humana fuera del ámbito matrimonial, y que no sea su voluntad su usa fuera del matrimonio, se deduce de los fines mismos del matrimonio: unión y procreación.
El matrimonio, con su unión sexual, según el plan divino, es santo; es decir, la unión carnal, en el matrimonio, no es lejana a la santidad, por el contrario, los esposos deben acudir a Dios, para que la unión carnal sea santa. El ejemplo lo tenemos en Tobías quien, antes de unirse carnalmente con su esposa, invoca a Dios, y él, junto a su esposa, le rezan antes de la unión. Leemos así en el libro de Tobías: “Cuando acabaron de comer y beber, decidieron acostarse, y tomando al joven le llevaron al aposento. Recordó Tobías las palabras de Rafael y, tomando el hígado y el corazón del pez de la bolsa donde los tenía, los puso sobre las brasas de los perfumes.
El olor del pez expulsó al demonio que escapó por los aires hacia la región de Egipto. Fuese Rafael a su alcance, le ató de pies y manos y en un instante le encadenó.
Los padres salieron y cerraron la puerta de la habitación. Entonces Tobías se levantó del lecho y le dijo: «Levántate, hermana, y oremos y pidamos a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve.» Ella se levantó y empezaron a suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él diciendo: ¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres, y bendito sea tu Nombre por todos los siglos de los siglos! Te bendigan los cielos, y tu creación entera, por los siglos todos. Tú creaste a Adán, y para él creaste a Eva, su mujer, para sostén y ayuda, y para que de ambos proviniera la raza de los hombres. Tú mismo dijiste: ‘No es bueno que el hombre se halle solo; hagámosle una ayuda semejante a él’. Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad. Y dijeron a coro: «Amén, amén.» Y se acostaron para pasar la noche” (cfr. Tob 1, 9).
Notemos que Tobías y su esposa utilizan quema el hígado y el corazón del pez, por indicación del Arcángel San Rafael, y con esta acción, expulsa al demonio que estaba pronto para pervertir la unión matrimonial. Esto sería el equivalente a los sacramentales de la Iglesia, el agua bendita y la sal exorcizada.
Otra cosa que debemos tener en cuenta de este episodio es que, si no está Dios santificando la unión matrimonial, indefectiblemente se hace presente el demonio, del cual sólo pueden venir desgracias, infortunios, maldiciones, y tristeza, como lo atestigua la historia de la esposa de Tobías, viuda siete veces antes de Tobías. Tobías es el único que no muere, porque invoca a Dios y Dios expulsa al demonio, impidiendo el mal que éste quería hacer, y concediendo bendiciones, las cuales comienzan esa misma noche, porque Tobías no sólo no muere, sino que comienza una vida de felicidad al lado de su esposa, a quien ama.
La Presencia de Dios en el matrimonio sólo puede traer bendiciones, amor y paz, porque Dios es “un océano de amor infinito”, mientras que su ausencia sólo puede traer dolor, tristeza, pesar y sufrimiento.
En un determinado momento, Tobías dice: “Yo no me uno a mi esposa con deseo impuro, sino con recta intención”, y la “recta intención” es el amor, y éste es otro aspecto a tener en cuenta: el verdadero amor esponsal, que es el único que legitima la unión carnal. Si no existe el amor esponsal, en su lugar sólo hay un “deseo impuro”, el cual es rechazado por Tobías.
Esto quiere decir que la unión y la procreación están dignificadas por lo más noble del hombre: el amor. Sólo en el matrimonio hay amor verdadero, y sólo el amor verdadero lleva a que un hombre y una mujer unan sus vidas y sus cuerpos y decidan engendrar, educar y criar hijos juntos, como si fueran uno solo.
Fuera de esto, no hay ni unión, ni procreación, porque no hay amor. Fuera del matrimonio, no hay amor verdadero, aunque se piense que es así; en realidad, es sólo egoísmo, y uso materialista, hedonista y placentero de la otra persona. Se trata a la otra persona como objeto, al cual uso mientras me sirve, y cuando no me sirve, la descarto, como a un vaso de plástico.
Si hubiera verdadero amor en el noviazgo, se respetarían mutuamente en sus cuerpos, porque amar es desear el bien del otro, y no hay mayor bien, para los novios, que la castidad, porque así tendrán para ofrecer a su cónyuge un don, el don de la sexualidad.
Obrar de otra manera –relaciones pre-matrimoniales- es obrar no movidos por el amor, sino por el egoísmo, y es no amar a la persona por lo que es, sino usarla por fines egoístas.
También los animales fueron creados sexuados, y ellos usan de su sexualidad para procrearse, pero lo hacen no con perversión –tampoco con amor, porque no pueden amar, como el hombre, al no tener un alma espiritual-, sino guiados por el instinto, puesto por Dios, y de acuerdo al plan divino.
Cuando un animal se une sexualmente a otro, lo hace, a su modo, glorificando a Dios, porque fue Dios quien dispuso que así lo hicieran. El animal no puede, de ninguna manera, cometer una perversión, cosa que sí puede hacer el hombre, y así lo hace, toda vez que se une carnalmente fuera del matrimonio.
Es por esto que podemos decir que el hombre no se “animaliza”, sino que se convierte en algo inferior a un animal –un perro, un gato, un cerdo- cuando usa de la sexualidad fuera del matrimonio, y mucho más cuando usa la sexualidad de un modo perverso.
Nada de esto se da en el matrimonio casto, pues es en ese ámbito en donde encuentra la sexualidad humana su expresión más alta y digna, la única expresión querida y deseada por Dios Trino.
Sólo en el matrimonio, la sexualidad humana se vuelve parte integral del plan de salvación divino para la humanidad, porque el matrimonio, por un lado, perpetúa la especie humana, de donde surgen hijos de Dios, y por otro, prolonga y actualiza en el mundo el misterio nupcial de Cristo Esposo y de la Iglesia Esposa.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Mensaje del Santo Padre a los jóvenes en Madrid 2011


Mientras el mundo envía mensajes de muerte a la juventud de nuestros días, el Santo Padre trae un mensaje de vida, de esperanza y de amor. Nunca como hoy, la juventud necesita precisamente de las palabras del Vicario de Cristo, para que les señale en dónde se encuentra la verdadera felicidad, para esta vida y para la vida eterna. Nunca como hoy la juventud ha necesitado de esta orientación, porque precisamente se encuentra desorientada, envuelta en un denso humo oscuro, que le impide ver la luz del día, y así, sin poder ver, se dirige, a pasos agigantados, a su perdición.

¿Qué es lo que ofrece el mundo como sucedáneo de la verdadera y única felicidad? La exaltación del placer, el desenfreno de las pasiones, el vértigo de vivir el instante, como si el instante presente fuera lo único que existe, sin un pasado para recordar y sin futuro para construir. El mundo ofrece, como triste sucedáneo de la felicidad, atractivos falsos que conducen a la muerte física y también a la muerte eterna: drogas, placer, dinero, violencia, música ensordecedora, triunfo fácil, vanagloria, materialismo, hedonismo, perversión como “norma” y como “bueno”…

Muchos jóvenes, sin una guía adecuada, sin una orientación en sus vidas, se dejan encandilar por el brillo de este oro falso; se dejan atraer por los cantos de sirena de un mundo dominado por el Príncipe de las tinieblas, y así sucumben penosamente, quemando los años de su juventud en pos de un ídolo o, lo que se mucho peor aún, dirigiendo sus almas hacia la eterna condenación.

Frente a este panorama preocupante y desolador, el Santo Padre se acerca a los jóvenes, por medio de las Jornadas de la Juventud, para traerles otro mensaje, no venido desde abajo, desde el Averno, como el mensaje del mundo, sino venido desde lo alto, desde el cielo, desde el corazón de Dios Uno y Trino.

Dichoso el joven que lo escuche, porque salvará su alma.

Veamos entonces brevemente cuál es el mensaje que el Santo Padre deja para la juventud de todo el mundo en las Jornadas de Madrid de Agosto de 2011. No analizaremos, obviamente, todas sus homilías, sino solamente algún aspecto central de sus mensajes a los jóvenes.

El Santo Padre dice que la juventud es una época en la que se hace más vívido el anhelo del corazón humano por un destino más grande: “La juventud sigue siendo la edad en la que se busca una vida más grande”, y esto es así, porque el corazón humano está hecho para algo mucho más grande que un trabajo seguro y una vida burguesa y acomodada; está hecho para albergar lo infinito, a Aquel que Es infinito: “Desear algo más que la cotidianidad regular de un empleo seguro y sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente. San Agustín tenía razón: nuestro corazón está inquieto, hasta que no descansa en Ti. El deseo de la vida más grande es un signo de que Él nos ha creado, de que llevamos su “huella”.

El corazón humano –el alma humana- es espiritual, y como tal, es inmortal y es capaz de albergar lo espiritual e infinito. Además, está hecho para amar lo bueno, de manera tal que rechaza lo malo de modo natural. De esta capacidad intrínseca del corazón humano de albergar lo bueno, lo infinito, lo espiritual, se deduce que nada que no cumpla estos requisitos –bueno, espiritual, infinito-, puede satisfacerlo. Esto es lo que explica que los bienes materiales, el dinero, los placeres terrenos, aún cuando sean abundantes, no pueden, de ninguna manera, satisfacer el deseo de felicidad del corazón humano, porque todas estas cosas son limitadas y materiales.

Es como pretender llenar un abismo con una pala de arena: es imposible. Ese abismo vacío que es el espíritu humano, solo puede ser colmado –y extra-colmado- con el Único que es el Bien en sí mismo, el Ser infinito, y el Espíritu Puro, y ese Alguien es Dios Uno y Trino.

Solo Dios Trinidad puede llenar ese abismo que es el alma humana, y puede llenarlo, colmarlo, sobrepasarlo, con su mismo Ser divino, que es sobreabundancia de vida, de alegría, de paz, de felicidad.

Dice el Santo Padre: “Dios es vida, y cada criatura tiende a la vida; en un modo único y especial, la persona humana, hecha a imagen de Dios, aspira al amor, a la alegría y a la paz”, y nosotros agregamos que todo esto se encuentra en modo perfectísimo e ilimitado en Dios Trinidad.

El mundo, gobernado por su “Príncipe” (cfr. Jn 12, 31), busca, de todos los modos posibles, ocultar esta verdad, ofuscando las mentes y los corazones con la idea perversa de la negación y de la ausencia de Dios: “Se constata una especie de “eclipse de Dios”, una cierta amnesia, más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza”.

Al igual que las nubes oscuras tapan el sol y oscurecen el día, convirtiendo el día en noche, así el mundo, mediante su Príncipe de la oscuridad, intenta ocultar, con sus engañosos llamados a la juventud, al Sol de justicia, Cristo Rey.

Pero el joven no debe dejar engañarse por esto, sino que, firmemente arraigado en Cristo, debe vivir los días de su juventud –y los días de su paso por la tierra- con la mirada puesta en Cristo. Así como un árbol se afianza en la tierra por medio de sus raíces, así el joven, por la fe en Cristo, crecerá alimentado por el agua del cielo, que es la gracia divina dada por Cristo a través de los sacramentos. Y al igual que el hombre de la parábola, que construye sobre roca y de esa manera su casa soporta los embates de la naturaleza (cfr. Lc 6, 47-48), así el joven, construyendo su vida en la Roca que es Cristo, por medio de su fe en Él, no solo mantendrá a salvo su vida de gracia, frente a los embates del demonio, el mundo y la carne, sino que habitará, en la otra vida, en las “mansiones eternas” (cfr. Jn 14, 1-4) que Cristo nos ha preparado en el cielo por medio de su sacrificio en cruz.

Es esto lo que nos dice el Santo Padre: “Como las raíces del árbol lo mantienen plantado firmemente en la tierra, así los cimientos dan a la casa una estabilidad perdurable. Mediante la fe, estamos arraigados en Cristo (cf. Col 2, 7), así como una casa está construida sobre los cimientos. En la historia sagrada tenemos numerosos ejemplos de santos que han edificado su vida sobre la Palabra de Dios. El primero Abrahán. Nuestro padre en la fe obedeció a Dios, que le pedía dejar la casa paterna para encaminarse a un país desconocido. «Abrahán creyó a Dios y se le contó en su haber. Y en otro pasaje se le llama “amigo de Dios”» (St 2, 23). Estar arraigados en Cristo significa responder concretamente a la llamada de Dios, fiándose de Él y poniendo en práctica su Palabra. Jesús mismo reprende a sus discípulos: «¿Por qué me llamáis: “¡Señor, Señor!”, y no hacéis lo que digo?» (Lc 6, 46). Y recurriendo a la imagen de la construcción de la casa, añade: «El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra… se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida» (Lc 6, 47-48)”.

La exhortación del Santo Padre a los jóvenes entonces es a vivir la fe en Cristo como Hombre-Dios, para no solo rechazar las falsas propuestas de felicidad que ofrece el mundo, sino ante todo para construir una vida feliz en esta tierra, como preludio de la vida feliz por la eternidad: “Queridos amigos, construid vuestra casa sobre roca, como el hombre que “cavó y ahondó”. Intentad también vosotros acoger cada día la Palabra de Cristo. Escuchadle como al verdadero Amigo con quien compartir el camino de vuestra vida. Con Él a vuestro lado seréis capaces de afrontar con valentía y esperanza las dificultades, los problemas, también las desilusiones y los fracasos. Continuamente se os presentarán propuestas más fáciles, pero vosotros mismos os daréis cuenta de que se revelan como engañosas, no dan serenidad ni alegría. Sólo la Palabra de Dios nos muestra la auténtica senda, sólo la fe que nos ha sido transmitida es la luz que ilumina el camino. Acoged con gratitud este don espiritual que habéis recibido de vuestras familias y esforzaos por responder con responsabilidad a la llamada de Dios, convirtiéndoos en adultos en la fe. No creáis a los que os digan que no necesitáis a los demás para construir vuestra vida. Apoyaos, en cambio, en la fe de vuestros seres queridos, en la fe de la Iglesia, y agradeced al Señor el haberla recibido y haberla hecho vuestra”.

sábado, 4 de junio de 2011

Oración del Caminante Scout


Oración del Caminante Scout


Señor,

enséñame a ser libre y honesto,

a descubrir a los demás en el servicio,

a enfrentar la vida con creatividad y optimismo,

y salir a Tu encuentro,

para dar sentido a mi camino.


Señor,

El Señor es Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre; Él es el Hombre-Dios, que ha venido a este mundo para morir en cruz y resucitar, para perdonarnos nuestros pecados y concedernos la filiación divina. Con su muerte y resurrección, nos ha abierto las puertas del cielo, es decir, nos ha donado la posibilidad de conocer y amar a Dios Uno y Trino por la eternidad. Es a Él a quien debemos adorar, amar y servir, y a nadie más.

enséñame

Pedimos a Jesús que nos enseñe, y Jesús nos dice: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). Jesús nos enseña, en la cruz, a ser mansos y humildes de corazón. Lo que debemos aprender en esta vida, para ganar el cielo eterno, es la humildad y la mansedumbre del Corazón de Cristo, y también la humildad y la mansedumbre del Inmaculado Corazón de María.

a ser libre

Jesús dice en el Evangelio: “La Verdad os hará libres” (Jn 8, 32), y como la Verdad es Él, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, y por eso dice: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6), sólo en Él encontraremos la verdad plena y total, absoluta, acerca de Dios y del hombre. En Cristo crucificado encontramos la verdad acerca de Dios, porque Dios Padre es quien pide a su Hijo que muera en cruz, para que cuando su Corazón sea traspasado, recibamos el don del Espíritu Santo, el Amor de Dios; en Cristo crucificado encontramos también la verdad acerca del hombre, que en Cristo está llamado a ser hijo de Dios, y no simple criatura, y está llamado a vivir feliz en la eternidad.

y honesto,

Jesús es el ejemplo de honestidad, ya que sus a seguidores, como a Él, no se les encuentra “ninguna mentira en sus labios, pues son intachables” (cfr. Ap 14, 1-3), y en su reino, no entrarán los que obren el mal, ni los que digan mentiras: “Afuera (del cielo) están los que aman y practican la mentira” (cfr. Ap 22, 15).

a descubrir a los demás en el servicio,

En Cristo encontramos el ideal de servicio. En la Última Cena, Jesús les lava los pies a los discípulos, y les dice: “No he venido a ser servido, sino a servir” (Mt 20, 28), y ese servicio es “dar la vida por los demás”. Servir a los demás es vivir en humildad y verdad, buscando de amar al prójimo en Dios y por Dios, y sirviendo a todos, sobre todo los más necesitados, los pobres y los enfermos. Sólo en el servicio humilde y desinteresado, imitación de la humildad de Cristo, alcanzamos, como cristianos, la verdadera felicidad.

a enfrentar la vida con creatividad y optimismo

Esta vida debemos vivirla con optimismo, con alegría, pero solo la podremos vivir así si nos unimos a Cristo crucificado, porque luego de la cruz, viene la resurrección. Jesús, luego de resucitar, dice a sus discípulos: “Alegraos, Soy Yo”, y los evangelios describen la reacción de los discípulos como de “alegría” (cfr. Mc 16, 8. 12-13. 14-20). Sólo Cristo, muerto en cruz y resucitado, nos comunica la verdadera alegría (cfr. Jn 16, 22), no la alegría del mundo, que es una alegría superficial y pasajera, sino la alegría misma de Dios, que es “alegría infinita”, según Santa Teresa de los Andes.

y a salir a Tu encuentro, para dar sentido a mi camino.

Salimos al encuentro de Cristo, pero es Cristo quien primero viene por nosotros, en la Eucaristía. En cada Misa, en cada Eucaristía, Cristo sale a nuestro encuentro, viene a buscarnos, para morar en nuestros corazones. Debemos salir a su encuentro, con las lámparas encendidas, como las vírgenes prudentes (cfr. Mt 25, 1-13), es decir, con la luz de la gracia en el alma, y con obras de misericordia para con los más necesitados. Solo por la gracia y la misericordia, podré transitar seguro el camino señalado con la sangre de Jesús, el Camino Real de la Cruz, el único camino que lleva al cielo.

lunes, 9 de mayo de 2011

La gracia de Cristo atrae al joven hacia una vida feliz


La Gracia de Cristo

atrae al joven

hacia una vida feliz.


El hierro es un material noble, pero pesado, inmóvil. No puede ser levantado con facilidad, y es inmóvil porque no tiene vida, es inerte, si se acercan o si se alejan objetos de él, el hierro permanece inmóvil. Sólo si se le imprime un movimiento desde afuera, por ejemplo, levantándolo y arrojándolo, parece cobrar movimiento, pero sólo momentáneo.

Pero las propiedades del hierro cambian cuando se magnetiza: parece un cuerpo de naturaleza distinta: pierde su pesadez y su inmovilidad, se reviste de una nueva forma de atracción, y es atraído por los polos de la tierra[1].

Ante la proximidad de un imán, el hierro, que no era atraído, ahora es atraído, y lo que antes era pesado e inmóvil, ahora parece cobrar vida y movimiento y volverse más ligero y ágil, y de tal manera, que parece un metal distinto a lo que era.

Este cambio que se da en el hierro, antes y después de ser magnetizado, es un ejemplo de lo que sucede en el alma por la acción de la gracia de Dios.

La gracia es como que “magnetizara” con su contacto, al alma y a sus facultades, la inteligencia y la voluntad, haciéndola capaz de ser atraída por cosas que antes no la atraían, como la cruz y la Eucaristía. Es por la gracia que el alma adquiere nueva vida y nuevo movimiento en sus facultades, que sus facultades se hacen capaces de ver, de conocer y de amar lo que antes no veían ni conocían ni amaban: Cristo en la cruz y en la Eucaristía.

Por la gracia el alma se ve atraída por Jesucristo de una manera desconocida hacia un mundo que ni siquiera sabía que existía. El mismo Dios hace de polo de nuestra vida, hacia el cual y en torno del cual el alma empieza a moverse, así como el hierro magnetizado se mueve hacia y en torno del imán[2].

Participar en la vida divina, en la vida de Jesucristo, Hombre-Dios, consiste en imitar con nuestros actos internos y externos su vida divina, consiste en dejarnos atraer hacia Él que reina en la cruz y en la Eucaristía, y en unirnos a Él por el conocimiento, por el amor y la confianza, así como el hierro magnetizado se deja atraer y unir por el imán.

Sólo unidos a Cristo por la gracia, seremos capaces de vivir una vida feliz, en el tiempo y en la eternidad.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Las maravillas de la gracia divina, Ediciones Desclée de Bower, Buenos Aires 1959, 229.

[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 227.

lunes, 2 de mayo de 2011

Carlo Acutis, el joven que vivió unido a Cristo Eucaristía, y ahora se alegra en su Presencia para siempre

Joven, vive una vida plena aquí en la tierra, unido a Jesucristo, que se dona para ti en la Hostia consagrada. Únete a Él, ábrele tu corazón, recíbelo en ese templo sagrado que es tu alma, y Él te colmará de dicha, de felicidad, de paz, en esta vida, y en la otra para siempre


¿Es posible para un joven de quince años darnos una lección de vida? ¿Puede dejar enseñanzas profundas para una época como la nuestra, caracterizada por el desenfreno, la velocidad, la sed de poder, la sed del éxito a cualquier costo, la vida de un joven de quince años? ¿Puede, un adolescente, ofrecernos un modelo de vida válido para el siglo XXI, caracterizado por el avance tecnológico, por la informática, por los viajes espaciales, por los avances prodigiosos en la ciencia? ¿Qué tiene para ofrecer a nuestra existencia un adolescente que con tan sólo 15 años muere repentinamente? ¿Cuál es el mensaje que nos deja en el curso de su breve existencia?

Un joven de quince años, con su inexperiencia a cuestas, sí puede dejarnos un mensaje de trascendencia, de una vida mejor y más plena, aún en nuestros tiempos.

Un joven de quince años, sin experiencia en la vida, sí puede dejar un mensaje trascendente, un mensaje que va más allá de esta vida.

Les voy a contar una historia real, la historia de un joven italiano llamado Carlo Acutis, que murió en el año 2006.

Carlo tenía 15 años de edad cuando murió en octubre de 2006, debido a una leucemia muy agresiva.

Según el testimonio de quienes lo conocían, Carlo "era un adolescente de nuestro tiempo, como muchos otros. Se esforzaba en la escuela, era muy buen amigo, era un gran apasionado de las computadoras. Al mismo tiempo era un gran amigo de Jesucristo, participaba en la Eucaristía a diario y se confiaba a la Virgen María.

Antonia Acutis, madre de Carlo, dice sobre él: “Mi hijo, siendo pequeño, y sobre todo después de su Primera Comunión, nunca faltó a la cita cotidiana con la Santa Misa y el Rosario, seguidos de un momento de Adoración Eucarística”.

Continúa la madre de Carlo: “Con esta intensa vida espiritual, Carlo ha vivido plena y generosamente sus quince años, dejando en quienes lo conocieron una profunda huella. Era un muchacho experto con las computadoras, leía textos de ingeniería informática y dejaba a todos asombrados, pero este don lo ponía al servicio del voluntariado y lo utilizaba para ayudar a sus amigos”, agrega.

“Su gran generosidad lo hacía interesarse en todos: los extranjeros, los discapacitados, los niños, los mendigos. Estar cerca de Carlo era esta cerca de una fuente de agua fresca”, asegura su madre.

Antonia recuerda claramente que “poco antes de morir Carlo ofreció sus sufrimientos por el Papa y la Iglesia. La heroicidad con la que ha afrontado su enfermedad y su muerte han convencido a muchos que verdaderamente era alguien especial. Cuando el doctor que lo veía le preguntaba si sufría mucho, Carlo contestó: ‘¡Hay gente que sufre mucho más que yo!’”.

Desde que comenzó con su enfermedad, Carlo ofreció los sufrimientos de su enfermedad por la Iglesia y el Papa. Su vida está escrita en un libro llamado “Eucaristía. Mi autopista para el cielo. Biografía de Carlo Acutis”. El libro nace de la profunda admiración que suscitó Carlo a quienes lo conocieron, y del deseo de contarle a todos su simple e increíble historia humana y profundamente cristiana".

Debido a su vida de fe, Carlo podría ser beatificado: Francesca Consolini, postuladora para la causa de los santos de la Arquidiócesis de Milán, cree que en el caso de Carlo hay elementos que podrían llevar a la apertura de un proceso de beatificación, cuando se cumplan cinco años de su muerte, como lo pide la Iglesia. Cuando la Iglesia declara a alguien beato, está diciendo que esa persona está en el cielo, más alto que las estrellas, y este puede ser el caso de Carlo.

Continúa la postuladora para la causa de los santos: “Su fe, singular en una persona tan joven, era limpia y segura, lo llevaba a ser siempre sincero consigo mismo y los demás. Manifestó una extraordinaria atención hacia el prójimo: era sensible a los problemas y las situaciones de sus amigos, los compañeros, las personas que vivían cerca a él y quienes encontraba día a día”.

Para la experta, Carlo Acutis “había entendido el verdadero valor de la vida como don de Dios, como esfuerzo, como respuesta a dar al Señor Jesús día a día en simplicidad. Quisiera subrayar que era un muchacho normal, alegre, sereno, sincero, voluntarioso, que amaba la compañía, que gustaba de la amistad”.

Carlo “había comprendido el valor del encuentro cotidiano con Jesús en la Eucaristía, y era muy amado y buscado por sus compañeros y amigos por su simpatía y vivacidad”, indicó.

“Después de su muerte muchos han sentido la necesidad de escribir un propio recuerdo de él y otros han comentado que van a pedir su intercesión en sus oraciones: esto ha hecho que su figura sea vista con particular interés” y en torno a su recuerdo se está desarrollando lo que se llama “fama de santidad”, explicó.

Una vez que conocemos a Carlo y su asombrosa vida, debemos preguntarnos: ¿qué es lo que hace que Carlo sea el muchacho alegre, generoso, desinteresado, sacrificado, atento y amable con todos? Y la respuesta es: la Eucaristía: tal como lo testimonia su madre, Carlo asiste a Misa todos los días, por eso es la Eucaristía el centro de su vida y el motor de su movimiento. La Eucaristía es aquello por lo cual todo adquiere, en la vida de Carlo, un significado nuevo. La Eucaristía es para Carlo el manantial de vida eterna, de alegría, de paz, de serenidad, de fortaleza. Nadie recuerda a Carlo por sus quejas ante la leucemia, porque no solo no se quejaba, sino que ofrecía sus sufrimientos, con alegría y serenidad, por la Iglesia y el Papa, y esa alegría y esa serenidad, y esa fuerza, le venían de la Eucaristía. Todos recuerdan a Carlo por su compañerismo, por su don de gentes, por su afabilidad, por su servicio desinteresado al más necesitado, por su atención hacia los pobres, y todo eso, todo, le venía por la Eucaristía. Era la Eucaristía diaria la que le concedía a su corazón noble una nobleza todavía mayor.

¿Por qué decimos que es la Eucaristía la que obró esa transformación en Carlo? ¿Qué tiene la Eucaristía, que obra ese poder en las almas buenas? Es decir, si decimos que es la Eucaristía, esto nos obliga a preguntarnos qué es la Eucaristía, para no dejar pasar por alto el valor transformador de la Eucaristía en la vida de un joven.

¿Qué es entonces la Eucaristía? Antes de decir qué es la Eucaristía, tenemos que tener en cuenta que la Eucaristía tiene una particularidad: es lo que no parece, y no parece lo que es.

La Eucaristía es el centro del universo visible e invisible, es el Sol alrededor del cual giran los planetas del universo espiritual, que son las almas y los ángeles; todo el universo visible y todo el universo invisible se sostienen por ese frágil pan que es la Eucaristía, frágil en apariencia, porque de Ella surge la energía divina que sostiene no solo las montañas y los cielos, sino al universo entero, a los ángeles y a los santos, porque la Eucaristía es Cristo Dios, y sin Dios, nada de lo que existe existiría.

La Eucaristía es el Sol del mundo de los espíritus, porque así como la tierra no puede vivir sin el sol, porque sus habitantes morirían de hambre y de frío, así las almas no pueden vivir sin la gracia de Cristo Eucaristía, que es su propia vida, su luz, su calor y su amor

Muchos no ven el sentido de la Eucaristía y de la Misa, y por eso hay tantos que faltan a la misa del Domingo, y sin embargo, la Eucaristía y la Misa son las que dan el sentido de la vida y de toda vida.

La Eucaristía le da un sentido nuevo a mi vida, porque la Eucaristía es Cristo Dios en Persona, y como mi Dios, es mi Creador, y es también mi Padre, porque me adoptó como hijo suyo en el bautismo, y porque me espera con los brazos abiertos al final de mis días, cuando atraviese el umbral de mi muerte, y para llegar a los brazos del Padre, en el Espíritu, tengo que ser llevado por los brazos abiertos de Cristo en la cruz y en la Eucaristía.

Es la Misa lo que da sentido a mi vida, porque la misa es el mismo sacrificio de la cruz, sacrificio con el cual fui rescatado de las garras del demonio y del infierno, fui lavado en la Sangre del Cordero, y fui comprado para Dios con la Sangre del Hombre-Dios, y es por eso que, al asistir a misa, no soy yo quien le hago un favor a Dios, sino que es Dios quien con su sacrificio en el altar compra mi alma y me conduce a sus mansiones eternas. La Eucaristía y la Misa dan un sentido nuevo y una nueva dirección al alma del joven, y a toda alma, porque la introduce en la eternidad y en el camino de la cruz de Cristo.

¿Cuántos jóvenes, cuántos niños, cuántos ancianos, cuántos hombres y mujeres, encontrarían el sentido de sus vidas, y con el sentido, la paz, la alegría, la felicidad de Dios, si tan sólo se decidieran a darle a Dios un poco de sus tiempos y de sus vidas, asistiendo a misa los domingos, y esperando con ansias el momento del encuentro con Cristo resucitado en la Eucaristía?

¿Cuántos, que se sienten sin fuerzas, no serían invencibles en las pruebas y en las tribulaciones, si acudieran a la Eucaristía, en donde el Dios Fuerte les daría de su propia fortaleza? Dice Jesús a Sor Faustina: “…has de saber que la fuerza que tienes dentro de ti para soportar los sufrimientos la debes a la frecuente Santa Comunión; ven a menudo a esta fuente de la misericordia y con el recipiente de la confianza recoge cualquier cosa que necesites”[1]. De aquí, de la Eucaristía, le venía entonces la fuerza a Carlo, para soportar con valentía y con alegría su enfermedad.

Si la Eucaristía es tan valiosa, ¿qué hacer para aprovechar la Eucaristía? Tener presente, muy presente, que comulgar no es levantarse del banco cuando se distribuye la comunión, acercarse al sacerdote, recibir la comunión en la boca, y volver al banco esperando que continúe la misa: comulgar es recibir a Cristo Dios en Persona, que viene a nuestra alma, así como un amigo viene a nuestra casa; comulgar es recibir a Cristo Dios que golpea a las puertas de nuestra alma, para entrar en nosotros y para cenar con nosotros, tal como lo dice en el Apocalipsis: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo (3, 20); comulgar es abrir las puertas del corazón a Cristo Dios que viene en la Eucaristía a darnos sus gracias y sus dones, tal como Él mismo lo dice a Sor Faustina: “Deseo unirme a las almas humanas. Mi gran deleite es unirme con las almas. Has de saber, hija Mía, que cuando llego a un corazón humano en la Santa Comunión, tengo las manos llenas de toda clase de gracias y deseo dárselas al alma, pero las almas ni siquiera me prestan atención, Me dejan solo y se ocupan de otras cosas. Oh, qué triste es para Mí que las almas no reconozcan al Amor. Me tratan como a una cosa muerta”[2].

Prestemos atención a las palabras de Jesús, que se refiere al momento de la Comunión: “…las almas… Me dejan solo y se ocupan de otras cosas (…) Me tratan como a una cosa muerta”.

Al comulgar, entonces, no pensemos que la Eucaristía es un pan bendecido; es Cristo Dios en Persona que viene a mi alma, y dispongámonos a escucharlo en el silencio del alma.

Éste es el mensaje que nos transmite, desde más allá de las estrellas, Carlo Acutis, el joven de quince años que murió de leucemia en el año 2006: la vida tiene sentido en Cristo Eucaristía, porque en Cristo Eucaristía encuentra el joven y todo ser humano el origen, el sentido, y el fin de la vida, una vida destinada a ser vivida en plenitud aquí, en la tierra, pero sobre todo, más allá de las estrellas, junto a Cristo. El mensaje de Carlo Acutis es: “Joven, vive una vida plena aquí en la tierra, unido a Jesucristo, que se dona para ti en la Hostia consagrada. Únete a Él, ábrele tu corazón, recíbelo en ese templo sagrado que es tu alma, y Él te colmará de dicha, de felicidad, de paz, en esta vida, y en la otra para siempre”.


[1] Cfr. Kowalska, F., Diario. La Divina Misericordia en mi alma, 1487.

[2] Cfr. ibidem, 1385.