domingo, 20 de febrero de 2011

Quo vadis, Domine?

Cuenta la Tradición que Pedro abandonaba Roma, acobardado por las dificultades para predicar el Evangelio. En su huida, se encontró con Jesús, que iba en dirección contraria, cargando la cruz. Pedro le pregunta: "Quo vadis, Domine?", es decir, "¿Dónde vas, Señor?", y Jesús le contesta: "Mi pueblo en Roma te necesita, si abandonas a mis ovejas yo iré a Roma para ser crucificado de nuevo". Avergonzado, Pedro regresó a Roma y murió luego crucificado cabeza abajo, dando testimonio de Jesucristo. El siguiente poema se basa en este episodio, y narra un hipotético encuentro entre Jesucristo y un joven.


I
¿Dónde vas, Señor, tan malherido?
¿Tú, el Dios de la gloria, cubierto de sangre,
con mil llagas herido?
¿Porqué tantos golpes?
¿Quién, con tanta saña, Señor, contigo ha sido?


II
¿Dónde vas, Señor?
"Voy a morir crucificado"
¿Tú, Señor?
¿Tú, a morir, que eres la Vida?
"Muero para que vivas,
para que en mi muerte tengas vida".
¿Vida? ¿Acaso no estoy vivo?
"Vives, pero sin mi Vida,
y vivir así es vivir la muerte.
Vives, pero sin mi muerte,
morirás para siempre.
Yo Soy la Vida, y doy mi vida
para que no mueras.
Cuando Yo muera, tendrás vida,
y esta tu vida, que ahora es muerte,
vivirá la vida eternamente.


III
¿Dónde vas, Señor?
"Voy a morir de muerte humillante"
¿Tú, el Rey de la gloria?
¿Cómo es posible?
No te mueras, que Tú eres mi Vida.
Si mueres, y quedo vivo,
¡para qué vivir una vida sin la Vida,
que no es sino una vida muerta!


IV
¿Dónde vas, Señor?
"Voy a morir, para que ésta tu muerte
que ahora vives,
muera en mi muerte.
Voy a morir, para que tu muerte
sea eternamente vida ya sin muerte.
Voy a morir, porque sin mi muerte,
tu vida sin vida morirá para siempre.
Por eso muero, porque con Mi muerte
te doy Vida".


V
¿Dónde vas, Señor?
"Voy a morir crucificado"
¡No me dejes, llévame contigo!
¡Quiero morir en Tu muerte,
para resucitar a Tu Vida!




viernes, 18 de febrero de 2011

Con la entrega de su vida, los mártires nos dicen que el Amor es más fuerte que la muerte



El martirio de Juan el Bautista

¿Qué nos quieren decir los mártires con su muerte? El joven debe ver, en la muerte del mártir -de todo mártir de la Iglesia Católica- algo mucho más grande que una simple exhortación a morir por los ideales. Con su muerte cruenta, el mártir nos dice que el Amor es más fuerte que la muerte.

¿De qué manera? Veamos. La nota distintiva del martirio, es el derramamiento de sangre por la fe en Cristo Jesús y por amor a Él. El derramar la sangre, es decir, el dar la vida, es la muestra de amor más grande que alguien puede dar, porque está expresando, con este hecho, que el amor que hay en su corazón, es más fuerte que la muerte. Si fuera al revés, es decir, si el amor no fuera muy intenso, el testimonio se detendría ante la muerte, porque el temor de la muerte haría que se conservase la vida, en cuyo caso, el apego egoísta a la propia vida, sería más fuerte que el amor por quien se debe dar la vida. Por el contrario, cuando el amor que palpita en el corazón es muy grande, y tiene mucha fuerza, entonces este amor sobrepasa el temor de morir, y así el enamorado puede dar la vida por lo que ama.

Este es el caso de todo mártir: el amor de sus corazones es tan fuerte, que ante la muerte –sus verdugos le decían que le perdonarían la vida si renunciaba a Jesucristo-, prefieren a esta antes que renunciar al amor de los Amores, Cristo Dios.

Cristianos antes de ser martirizados en el Coliseo romano

Y aquí viene entonces otro elemento importante, que nos permite entender el porqué de la muerte del mártir: el amor que mueve el corazón de los mártires, que los inflama con un ardor desconocido, no es un amor humano, no es un amor creatural: es un amor divino, celestial, sobrenatural, es el Amor de Dios, es Dios, que es Amor, es Dios, que es Amor personificado, es Dios Espíritu Santo, la Persona-Amor de la Trinidad. El Amor que inflama en llamas sagradas los corazones de los mártires no es un amor conocido por el hombre, puesto que viene de Dios mismo, es Dios mismo, es la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, que es el Amor en sí mismo.

Es este Amor el que explica que el mártir no vacile ni por un instante en dar su vida por Cristo; es este Amor, que es el Espíritu de Dios, que es Dios Espíritu Santo, el que lo impulsa a soportar los más crueles y duros tormentos, no solo sin amedrentarse, sino con la alegría de saber que la muerte conseguida de esta manera, es nada más que el umbral que, luego de atravesado, conduce al encuentro personal y definitivo, para toda la eternidad, con Aquel a quien se ama.

Santa Filomena

Santa Filomena mártir

El mártir entonces ama con un amor celestial, divino, sobrenatural, el Amor mismo de Dios; el mártir ama con el Amor de Dios, que es el Espíritu Santo, y es este el ejemplo más grande que nos dejan los mártires como San Expedito, y tantos otros, en la historia de la Iglesia Católica.

Pero si el mártir ama con este Amor, el primero en amar a toda la humanidad con este Amor celestial y divino, es Jesucristo, el Rey de los mártires, quien entrega libremente su vida en la cruz, y renueva sacramentalmente su sacrificio en la Santa Misa, movido por el Amor divino, el Espíritu Santo, y es Él quien sopla el Espíritu Santo, junto con su Padre, sobre aquellos elegidos para ser mártires, para dar testimonio del Amor divino, derramando su sangre como la derramó Cristo en la cruz.

Hoy, en un mundo en donde no sólo no se ama a Dios, sino que se lo olvida y se lo desprecia, el joven cristiano está llamado a dar un testimonio -tal vez no cruento, pero igualmente valedero- del Amor de Dios revelado y manifestado en la cruz de Cristo y en Cristo crucificado, y el testimonio es, ante todo, silencioso, por medio del amor al prójimo.

viernes, 4 de febrero de 2011

La muestra suprema del Amor de Dios es la donación de su Sagrado Corazón en la Eucaristía


Las apariciones de Jesús a Santa Margarita María de Alacquoque tienen un solo significado, directo, unívoco, explícito, que no da lugar a interpretaciones humanistas o psicologistas: el Sagrado Corazón es Dios Hijo encarnado, humanado, que viene, desde su eternidad, al encuentro del hombre, que camina en el tiempo, para comunicarle de su amor, un amor que es humano y divino a la vez, sin mezcla ni confusión, como divino y humano, sin mezcla de confusión, es Jesús de Nazareth, en quien late el Sagrado Corazón.

Dios Hijo, Dios encarnado, viene al encuentro del hombre, a ofrecerle su propio corazón, un verdadero corazón humano, hecho de carne, de músculos, que late al ritmo del latido del Corazón único de Dios Trino, al cual está unido hipostáticamente, personalmente, por la encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad.

El fuego que envuelve al Sagrado Corazón es simbólico del Fuego de Amor divino en el que este Corazón Santo arde por la eternidad, el Espíritu Santo, y es este Espíritu Santo, contenido en el Corazón de Jesús, el que es donado como prenda del amor eterno que Dios Trinidad tiene por cada criatura humana. Jesús aparece con su Corazón latiendo con la fuerza del Amor divino, envuelto en las llamas del horno ardiente del amor de Dios, se lo ofrece a Santa Margarita, y le dice que lo reciba, y que lo coloque en su propio pecho, al tiempo que Santa Margarita le ofrece el suyo a cambio.

¿De qué otra manera puede un Dios, que es Amor infinito, demostrar su amor por los hombres? Pareciera que no hay otra manera posible, y sin embargo, la hay, inventada por el mismo Dios, que no cesa en su empeño de acercarse a los hombres para donarse a sí mismo, y esta otra manera es la Eucaristía: es en la Eucaristía en donde el Sagrado Corazón late en la realidad, no en la forma de una aparición, que por más hermosa y santa que sea, no es más que una aparición. En la Eucaristía el Sagrado Corazón late verdaderamente, realmente, con toda su realidad de ser el corazón humano de Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios, que murió y resucitó en la cruz, y que en está en la Eucaristía en su realidad de resucitado y glorificado.

Si en las apariciones del Sagrado Corazón es Jesús quien, con su Corazón en la mano, ofrece éste a Santa Margarita, en el misterio de la Santa Misa, es la Iglesia la que ofrece el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, por mano del sacerdote.

Santa Margarita vio en forma sensible a Jesús, como el Sagrado Corazón, y Jesús se lo ofreció, pero era una visión; en la Santa Misa, el fiel católico no ve sensiblemente a Jesús, pero sí lo ve con los ojos de la fe, y es la Iglesia, por medio del sacerdote ministerial, quien “materializa”, por así decir, al Sagrado Corazón en la Eucaristía, y lo ofrece al fiel, no en visión, sino en realidad.

¿Cómo sería el estado del alma de Santa Margarita en el momento de la visión del Sagrado Corazón? Con toda seguridad, toda ella estaría extasiada en el amor de Dios, sin caber de sí de la alegría; luego, para demostrar con hechos que la visión fue realidad, se desharía en obras de amor y de misericordia, de caridad y de compasión para con su prójimo. Mal demostraría la santa que se le apareció Jesús, si hubiera continuado como si nada, es decir, con la crítica al prójimo, con el enojo, con el rencor, con el carácter agrio y áspero.

Y nosotros, que recibimos no una visión de Jesús y de su Corazón, sino al Sagrado Corazón en vivo, en la realidad, parecemos, la mayoría de las veces, olvidar lo que recibimos, apenas se disuelve la Hostia en la boca.