sábado, 9 de abril de 2022

La Semana de la Pasión del Señor

 



         El Domingo de Ramos Jesús entra triunfante en Jerusalén; representa el ingreso de Jesús en el alma por la gracia santificante; la Ciudad Santa somos los cristianos en estado de gracia, que reconocemos a Jesús como a Nuestro Rey, Nuestro Señor y Nuestro Redentor y le agradecemos por todos sus dones.

         El Jueves Santo Jesús instituye dos grandes sacramentos: la Sagrada Eucaristía, su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, por medio de la cual cumplirá su palabra de “estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo”; por la Eucaristía, Cristo Dios baja del cielo para estar con nosotros. El otro Sacramento es el del Orden, el Sacerdocio Ministerial, por el cual se confecciona la Eucaristía: por el sacerdocio Cristo Dios viene a nuestro mundo. Entonces, sin Eucaristía, no hay Dios en la tierra y sin el Sacerdocio ministerial, no hay Eucaristía.

         El Viernes Santo Jesús es sentenciado a muerte y expulsado de la Ciudad Santa para ser crucificado: representa al alma que, por el pecado mortal, expulsa a Jesús de su corazón y se queda sin Jesús, envuelta en las tinieblas del mal, del pecado y del demonio. El Viernes Santo es día de duelo espiritual para la Iglesia Católica porque muere en la Cruz su Fundador y sin Cristo, la Iglesia no tiene razón de ser.

         El Sábado Santo la Iglesia espera, serenamente, junto a la Virgen, la Resurrección del Señor. Con lágrimas en los ojos por la muerte de Jesús, pero con Amor en el corazón esperando su resurrección.

         La Semana Santa no es, de ninguna manera, una especie de pequeñas vacaciones: es el tiempo para unirnos a la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, por la fe, el amor y los sacramentos; es el tiempo de morir al hombre viejo, para nacer al hombre nuevo, el hombre que vive de la gracia de Dios.

         El Sábado de gloria la Iglesia enciende el Cirio Pascual, símbolo de Jesús glorioso y resucitado, Luz Eterna que ilumina al mundo envuelto en las tinieblas del pecado, de la muerte y del demonio. Sólo la luz de Cristo Resucitado puede vencer a estas tinieblas espirituales y sin Cristo, somos dominados por la oscuridad espiritual.

         El Domingo de Resurrección la Iglesia celebra el triunfo de Jesús sobre la muerte, el pecado y el demonio, con su gloriosa resurrección. Cristo resucita glorioso y deja de estar tendido en el sepulcro, con su cuerpo muerto y frío, para comenzar a estar de pie, glorioso y resucitado, en el sagrario, en el Sacramento de la Eucaristía. La Eucaristía es el mismo Cristo, glorioso y resucitado, que resucitó del sepulcro del Domingo de Resurrección, que subió a los cielos, pero que está igualmente, con su Cuerpo glorioso y resucitado, en la Eucaristía, hasta el fin de los tiempos. Adorar la Eucaristía es adorar a Cristo Dios, glorioso y resucitado. El católico debe anunciar al mundo esta doble noticia alegre: Cristo ha resucitado y está glorioso en la Eucaristía.