jueves, 25 de agosto de 2011

La sexualidad humana es un don de Dios para el matrimonio y solo para el matrimonio




Y porque es un don, debemos considerarla como lo que es: un don.
¿Qué es un don?
Un don es un regalo, y un regalo es algo que se recibe por parte de alguien, el donante. Como regalo, implica gratuidad, porque el regalo es algo no debido, sino, precisamente, donado, regalado, gratuitamente.
Pero ante todo, el don o regalo implica, de parte del donante, amor al destinatario del don, porque el regalo se hace a quien se ama, como expresión del amor del que dona.
Recibir un regalo, o un don, es entonces recibir el amor de quien hace el regalo. No se trata de recibir algo en virtud de un pago hecho por un trabajo: se trata de recibir algo que no se debía recibir, que es gratuito, y que además demuestra el amor del que dona.
Esto nos lleva a considerar la actitud de quien recibe el don: no puede ser de frialdad, o de indiferencia, mucho menos de hostilidad, hacia quien dona. Todo lo contrario, la actitud hacia el donante, debe ser la de corresponder al don y al amor expresado en el don. De lo contrario, la donación, el acto de donar, queda trunco, como un amor no correspondido.
En el caso de la sexualidad humana, para que ésta pueda ser apreciada en su verdadera dimensión, debe ser considerada como lo que es: un don del Amor divino.
¿Cómo considerar a la sexualidad humana como un don, para así corresponder al donante del don, el Amor divino?
Un buen punto de partida para la consideración de la sexualidad humana como don del Amor divino, es considerarla como parte de la creación: Él la creó, porque la ideó así para el hombre, porque fue Él quien creó al hombre diferenciado en dos sexos: varón y mujer: “Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra (…) Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó”. Y los bendijo Dios, y les dijo Dios: «Sed fecundos y multiplicaos” (Gn 26-28).
Por otra parte, aún sin recurrir al texto sagrado, es de experiencia común que sólo existen dos sexos: masculino y femenino, con lo que vemos cómo estos datos de la experiencia coinciden con la Revelación.
Ahora bien, debido a que Dios todo lo crea con Sabiduría y Amor infinitos y perfectísimos -de otra manera, no sería Dios-, la sexualidad humana, como parte integrante de la Creación, no es mala en sí misma, ya que refleja la Sabiduría y el Amor de Dios.
Dios crea la sexualidad humana, y la crea diferenciada y complementaria, pero la crea según un designio bien preciso, para ser usada en un ámbito específico, el matrimonio, y con una finalidad específica: la comunicación del amor entre los esposos y la comunicación de la vida.
Vista la sexualidad desde un punto de vista humano, la sexualidad humana tiene dos fines: unitivo y procreativo (expresión del amor de los esposos y abierta a la vida). La sexualidad humana tiene el fin de unir a los esposos mediante el amor, y de procrear, o generar, nueva vida. Las dos dimensiones, la unitiva y la generativa, están íntima y estrechamente ligadas, de tal manera que una no se comprende sin la otra, y tanto una como la otra se encuentran vacías de sentido si están separadas.
En estos fines de la sexualidad humana -unión y procreación-, vemos el sentido de la creación diferenciada y complementaria: porque son dos distintos, que se complementan, pueden dar lugar al amor, como éxtasis del Uno al Otro, y como donación plena, en espíritu y en cuerpo, que finaliza con el fruto del amor, la aparición del Tercero, el hijo.
El hecho de ser diferentes y complementarios, varón y mujer, posibilita la expresión y la comunicación plena del don contenido en cada sexo, y es la co-creación de la vida, lo cual acontece en el marco del amor esponsal.
Cada sexo, don en sí mismo, tiene a su vez un don potencial -comunicación del amor y co-creación de la vida-, pero sólo puede ser actuado este don potencial, en un marco y en un ámbito específico, el del amor esponsal.
De ninguna otra manera se produce la actuación del don pre-contenido en el don de la sexualidad humana, que no sea en el ámbito del amor esponsal y del matrimonio, porque fuera de este ámbito, no se dan las condiciones de dualidad, o sea, de diferencia, y de complementariedad.
Y si no se da esto, diferencia y complementariedad, no hay amor esponsal, y si no hay amor esponsal, sólo hay egoísmo, ya que el amor de dos es reemplazado por la tiránica pasión que pretende satisfacer sólo el propio deseo.
Esta diferencia y complementariedad es lo que determina, no de forma arbitraria, sino porque así está dada la verdad de la naturaleza humana, el hecho de que no puede haber unión sin procreación (anticoncepción), ni procreación sin unión (fertilización asistida): en cualquiera de los dos casos, la sexualidad humana queda incompleta y privada de sentido, alejada del plan divino, y envuelta en el egoísmo humano. Esto es así porque las dos dimensiones son, en realidad, dos facetas de una misma realidad humana: el amor, manifestado en la unión carnal, es fuente de vida.
La unión sin procreación falsifica y adultera a la sexualidad humana, porque le falta el fruto y don del amor, que es el hijo; la procreación sin unión falsifica y adultera a la sexualidad humana, porque la aparición del fruto, el hijo, se da de un modo artificial y aséptico, el ambiente de un laboratorio, y no en el marco del acto sexual matrimonial, expresión del amor esponsal. En uno y en otro caso, no hay amor, como fundamento que legitima y plenifica la unión matrimonial.
Por otra parte, considerada la sexualidad desde un punto de vista teológico, en el ámbito del matrimonio, y siempre usada en modo casto, la sexualidad humana es fuente de santificación para los esposos, porque el matrimonio ha sido elevado por Jesucristo a la categoría de sacramento, es decir, de productor de gracia. Un sacramento es algo que produce la gracia santificante, porque en el sacramento actúa Cristo, Autor de toda gracia. El sacramento del matrimonio es productor de gracia, porque ha sido injertado en una Alianza esponsal mística, la de Cristo con su Iglesia.
El matrimonio es santo porque la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, es una unión esponsal santa y santificante.
Ahora bien, sólo en el ámbito del matrimonio sacramental, se dan las condiciones para que el uso de la sexualidad sea santo y fuente de santidad, según lo pensó Dios, con su Amor y su Sabiduría, desde la eternidad.
De esto se ve cómo el uso de la sexualidad, por fuera del matrimonio, cualquier uso de la misma, se sale del pensamiento y del querer de Dios.
Dios no quiere el uso de la sexualidad humana fuera del ámbito matrimonial, y que no sea su voluntad su usa fuera del matrimonio, se deduce de los fines mismos del matrimonio: unión y procreación.
El matrimonio, con su unión sexual, según el plan divino, es santo; es decir, la unión carnal, en el matrimonio, no es lejana a la santidad, por el contrario, los esposos deben acudir a Dios, para que la unión carnal sea santa. El ejemplo lo tenemos en Tobías quien, antes de unirse carnalmente con su esposa, invoca a Dios, y él, junto a su esposa, le rezan antes de la unión. Leemos así en el libro de Tobías: “Cuando acabaron de comer y beber, decidieron acostarse, y tomando al joven le llevaron al aposento. Recordó Tobías las palabras de Rafael y, tomando el hígado y el corazón del pez de la bolsa donde los tenía, los puso sobre las brasas de los perfumes.
El olor del pez expulsó al demonio que escapó por los aires hacia la región de Egipto. Fuese Rafael a su alcance, le ató de pies y manos y en un instante le encadenó.
Los padres salieron y cerraron la puerta de la habitación. Entonces Tobías se levantó del lecho y le dijo: «Levántate, hermana, y oremos y pidamos a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve.» Ella se levantó y empezaron a suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él diciendo: ¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres, y bendito sea tu Nombre por todos los siglos de los siglos! Te bendigan los cielos, y tu creación entera, por los siglos todos. Tú creaste a Adán, y para él creaste a Eva, su mujer, para sostén y ayuda, y para que de ambos proviniera la raza de los hombres. Tú mismo dijiste: ‘No es bueno que el hombre se halle solo; hagámosle una ayuda semejante a él’. Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad. Y dijeron a coro: «Amén, amén.» Y se acostaron para pasar la noche” (cfr. Tob 1, 9).
Notemos que Tobías y su esposa utilizan quema el hígado y el corazón del pez, por indicación del Arcángel San Rafael, y con esta acción, expulsa al demonio que estaba pronto para pervertir la unión matrimonial. Esto sería el equivalente a los sacramentales de la Iglesia, el agua bendita y la sal exorcizada.
Otra cosa que debemos tener en cuenta de este episodio es que, si no está Dios santificando la unión matrimonial, indefectiblemente se hace presente el demonio, del cual sólo pueden venir desgracias, infortunios, maldiciones, y tristeza, como lo atestigua la historia de la esposa de Tobías, viuda siete veces antes de Tobías. Tobías es el único que no muere, porque invoca a Dios y Dios expulsa al demonio, impidiendo el mal que éste quería hacer, y concediendo bendiciones, las cuales comienzan esa misma noche, porque Tobías no sólo no muere, sino que comienza una vida de felicidad al lado de su esposa, a quien ama.
La Presencia de Dios en el matrimonio sólo puede traer bendiciones, amor y paz, porque Dios es “un océano de amor infinito”, mientras que su ausencia sólo puede traer dolor, tristeza, pesar y sufrimiento.
En un determinado momento, Tobías dice: “Yo no me uno a mi esposa con deseo impuro, sino con recta intención”, y la “recta intención” es el amor, y éste es otro aspecto a tener en cuenta: el verdadero amor esponsal, que es el único que legitima la unión carnal. Si no existe el amor esponsal, en su lugar sólo hay un “deseo impuro”, el cual es rechazado por Tobías.
Esto quiere decir que la unión y la procreación están dignificadas por lo más noble del hombre: el amor. Sólo en el matrimonio hay amor verdadero, y sólo el amor verdadero lleva a que un hombre y una mujer unan sus vidas y sus cuerpos y decidan engendrar, educar y criar hijos juntos, como si fueran uno solo.
Fuera de esto, no hay ni unión, ni procreación, porque no hay amor. Fuera del matrimonio, no hay amor verdadero, aunque se piense que es así; en realidad, es sólo egoísmo, y uso materialista, hedonista y placentero de la otra persona. Se trata a la otra persona como objeto, al cual uso mientras me sirve, y cuando no me sirve, la descarto, como a un vaso de plástico.
Si hubiera verdadero amor en el noviazgo, se respetarían mutuamente en sus cuerpos, porque amar es desear el bien del otro, y no hay mayor bien, para los novios, que la castidad, porque así tendrán para ofrecer a su cónyuge un don, el don de la sexualidad.
Obrar de otra manera –relaciones pre-matrimoniales- es obrar no movidos por el amor, sino por el egoísmo, y es no amar a la persona por lo que es, sino usarla por fines egoístas.
También los animales fueron creados sexuados, y ellos usan de su sexualidad para procrearse, pero lo hacen no con perversión –tampoco con amor, porque no pueden amar, como el hombre, al no tener un alma espiritual-, sino guiados por el instinto, puesto por Dios, y de acuerdo al plan divino.
Cuando un animal se une sexualmente a otro, lo hace, a su modo, glorificando a Dios, porque fue Dios quien dispuso que así lo hicieran. El animal no puede, de ninguna manera, cometer una perversión, cosa que sí puede hacer el hombre, y así lo hace, toda vez que se une carnalmente fuera del matrimonio.
Es por esto que podemos decir que el hombre no se “animaliza”, sino que se convierte en algo inferior a un animal –un perro, un gato, un cerdo- cuando usa de la sexualidad fuera del matrimonio, y mucho más cuando usa la sexualidad de un modo perverso.
Nada de esto se da en el matrimonio casto, pues es en ese ámbito en donde encuentra la sexualidad humana su expresión más alta y digna, la única expresión querida y deseada por Dios Trino.
Sólo en el matrimonio, la sexualidad humana se vuelve parte integral del plan de salvación divino para la humanidad, porque el matrimonio, por un lado, perpetúa la especie humana, de donde surgen hijos de Dios, y por otro, prolonga y actualiza en el mundo el misterio nupcial de Cristo Esposo y de la Iglesia Esposa.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Mensaje del Santo Padre a los jóvenes en Madrid 2011


Mientras el mundo envía mensajes de muerte a la juventud de nuestros días, el Santo Padre trae un mensaje de vida, de esperanza y de amor. Nunca como hoy, la juventud necesita precisamente de las palabras del Vicario de Cristo, para que les señale en dónde se encuentra la verdadera felicidad, para esta vida y para la vida eterna. Nunca como hoy la juventud ha necesitado de esta orientación, porque precisamente se encuentra desorientada, envuelta en un denso humo oscuro, que le impide ver la luz del día, y así, sin poder ver, se dirige, a pasos agigantados, a su perdición.

¿Qué es lo que ofrece el mundo como sucedáneo de la verdadera y única felicidad? La exaltación del placer, el desenfreno de las pasiones, el vértigo de vivir el instante, como si el instante presente fuera lo único que existe, sin un pasado para recordar y sin futuro para construir. El mundo ofrece, como triste sucedáneo de la felicidad, atractivos falsos que conducen a la muerte física y también a la muerte eterna: drogas, placer, dinero, violencia, música ensordecedora, triunfo fácil, vanagloria, materialismo, hedonismo, perversión como “norma” y como “bueno”…

Muchos jóvenes, sin una guía adecuada, sin una orientación en sus vidas, se dejan encandilar por el brillo de este oro falso; se dejan atraer por los cantos de sirena de un mundo dominado por el Príncipe de las tinieblas, y así sucumben penosamente, quemando los años de su juventud en pos de un ídolo o, lo que se mucho peor aún, dirigiendo sus almas hacia la eterna condenación.

Frente a este panorama preocupante y desolador, el Santo Padre se acerca a los jóvenes, por medio de las Jornadas de la Juventud, para traerles otro mensaje, no venido desde abajo, desde el Averno, como el mensaje del mundo, sino venido desde lo alto, desde el cielo, desde el corazón de Dios Uno y Trino.

Dichoso el joven que lo escuche, porque salvará su alma.

Veamos entonces brevemente cuál es el mensaje que el Santo Padre deja para la juventud de todo el mundo en las Jornadas de Madrid de Agosto de 2011. No analizaremos, obviamente, todas sus homilías, sino solamente algún aspecto central de sus mensajes a los jóvenes.

El Santo Padre dice que la juventud es una época en la que se hace más vívido el anhelo del corazón humano por un destino más grande: “La juventud sigue siendo la edad en la que se busca una vida más grande”, y esto es así, porque el corazón humano está hecho para algo mucho más grande que un trabajo seguro y una vida burguesa y acomodada; está hecho para albergar lo infinito, a Aquel que Es infinito: “Desear algo más que la cotidianidad regular de un empleo seguro y sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente. San Agustín tenía razón: nuestro corazón está inquieto, hasta que no descansa en Ti. El deseo de la vida más grande es un signo de que Él nos ha creado, de que llevamos su “huella”.

El corazón humano –el alma humana- es espiritual, y como tal, es inmortal y es capaz de albergar lo espiritual e infinito. Además, está hecho para amar lo bueno, de manera tal que rechaza lo malo de modo natural. De esta capacidad intrínseca del corazón humano de albergar lo bueno, lo infinito, lo espiritual, se deduce que nada que no cumpla estos requisitos –bueno, espiritual, infinito-, puede satisfacerlo. Esto es lo que explica que los bienes materiales, el dinero, los placeres terrenos, aún cuando sean abundantes, no pueden, de ninguna manera, satisfacer el deseo de felicidad del corazón humano, porque todas estas cosas son limitadas y materiales.

Es como pretender llenar un abismo con una pala de arena: es imposible. Ese abismo vacío que es el espíritu humano, solo puede ser colmado –y extra-colmado- con el Único que es el Bien en sí mismo, el Ser infinito, y el Espíritu Puro, y ese Alguien es Dios Uno y Trino.

Solo Dios Trinidad puede llenar ese abismo que es el alma humana, y puede llenarlo, colmarlo, sobrepasarlo, con su mismo Ser divino, que es sobreabundancia de vida, de alegría, de paz, de felicidad.

Dice el Santo Padre: “Dios es vida, y cada criatura tiende a la vida; en un modo único y especial, la persona humana, hecha a imagen de Dios, aspira al amor, a la alegría y a la paz”, y nosotros agregamos que todo esto se encuentra en modo perfectísimo e ilimitado en Dios Trinidad.

El mundo, gobernado por su “Príncipe” (cfr. Jn 12, 31), busca, de todos los modos posibles, ocultar esta verdad, ofuscando las mentes y los corazones con la idea perversa de la negación y de la ausencia de Dios: “Se constata una especie de “eclipse de Dios”, una cierta amnesia, más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza”.

Al igual que las nubes oscuras tapan el sol y oscurecen el día, convirtiendo el día en noche, así el mundo, mediante su Príncipe de la oscuridad, intenta ocultar, con sus engañosos llamados a la juventud, al Sol de justicia, Cristo Rey.

Pero el joven no debe dejar engañarse por esto, sino que, firmemente arraigado en Cristo, debe vivir los días de su juventud –y los días de su paso por la tierra- con la mirada puesta en Cristo. Así como un árbol se afianza en la tierra por medio de sus raíces, así el joven, por la fe en Cristo, crecerá alimentado por el agua del cielo, que es la gracia divina dada por Cristo a través de los sacramentos. Y al igual que el hombre de la parábola, que construye sobre roca y de esa manera su casa soporta los embates de la naturaleza (cfr. Lc 6, 47-48), así el joven, construyendo su vida en la Roca que es Cristo, por medio de su fe en Él, no solo mantendrá a salvo su vida de gracia, frente a los embates del demonio, el mundo y la carne, sino que habitará, en la otra vida, en las “mansiones eternas” (cfr. Jn 14, 1-4) que Cristo nos ha preparado en el cielo por medio de su sacrificio en cruz.

Es esto lo que nos dice el Santo Padre: “Como las raíces del árbol lo mantienen plantado firmemente en la tierra, así los cimientos dan a la casa una estabilidad perdurable. Mediante la fe, estamos arraigados en Cristo (cf. Col 2, 7), así como una casa está construida sobre los cimientos. En la historia sagrada tenemos numerosos ejemplos de santos que han edificado su vida sobre la Palabra de Dios. El primero Abrahán. Nuestro padre en la fe obedeció a Dios, que le pedía dejar la casa paterna para encaminarse a un país desconocido. «Abrahán creyó a Dios y se le contó en su haber. Y en otro pasaje se le llama “amigo de Dios”» (St 2, 23). Estar arraigados en Cristo significa responder concretamente a la llamada de Dios, fiándose de Él y poniendo en práctica su Palabra. Jesús mismo reprende a sus discípulos: «¿Por qué me llamáis: “¡Señor, Señor!”, y no hacéis lo que digo?» (Lc 6, 46). Y recurriendo a la imagen de la construcción de la casa, añade: «El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra… se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida» (Lc 6, 47-48)”.

La exhortación del Santo Padre a los jóvenes entonces es a vivir la fe en Cristo como Hombre-Dios, para no solo rechazar las falsas propuestas de felicidad que ofrece el mundo, sino ante todo para construir una vida feliz en esta tierra, como preludio de la vida feliz por la eternidad: “Queridos amigos, construid vuestra casa sobre roca, como el hombre que “cavó y ahondó”. Intentad también vosotros acoger cada día la Palabra de Cristo. Escuchadle como al verdadero Amigo con quien compartir el camino de vuestra vida. Con Él a vuestro lado seréis capaces de afrontar con valentía y esperanza las dificultades, los problemas, también las desilusiones y los fracasos. Continuamente se os presentarán propuestas más fáciles, pero vosotros mismos os daréis cuenta de que se revelan como engañosas, no dan serenidad ni alegría. Sólo la Palabra de Dios nos muestra la auténtica senda, sólo la fe que nos ha sido transmitida es la luz que ilumina el camino. Acoged con gratitud este don espiritual que habéis recibido de vuestras familias y esforzaos por responder con responsabilidad a la llamada de Dios, convirtiéndoos en adultos en la fe. No creáis a los que os digan que no necesitáis a los demás para construir vuestra vida. Apoyaos, en cambio, en la fe de vuestros seres queridos, en la fe de la Iglesia, y agradeced al Señor el haberla recibido y haberla hecho vuestra”.