miércoles, 29 de febrero de 2012

La Cuaresma, alegre tiempo de oración, de penitencia y de misericordia





Sólo de esa manera alcanzaremos de Dios la paz y la alegría
         En tiempo de Cuaresma, la Madre Iglesia nos pide oración, penitencia y obras de caridad. Para muchos, esta exigencia de la Iglesia puede parecerles una tarea “pesada”, “aburrida”, y hasta “fastidiosa”, porque nos obliga a ir en contra nuestro, para hacer muchas veces lo que nuestra sensibilidad no quiere hacer. Por ejemplo, muchas veces, llevados por el mundo y sus atractivos, dejamos la oración para hacerla a último momento, apenas minutos antes de acostarnos, o incluso cuando ya estamos acostados, lo cual, como es de suponer, termina como ya sabemos: no rezamos, o rezamos y nos quedamos dormidos, o rezamos mal y apurados. Con respecto a la penitencia, también nos pasa que es algo que, naturalmente, no queremos hacer. En efecto, ¿a quién le gusta privarse de un vaso de agua helada, o de una rica limonada fresca, cuando hace mucho calor? Y sin embargo, en Cuaresma, la Iglesia nos pide esta mortificación. Por último, y en relación al otro pedido de la Iglesia, las obras de misericordia: ¿acaso no es un sacrificio donar nuestro tiempo para, por ejemplo, ir a visitar a alguien enfermo, o para escuchar a alguien que necesita hablar para desahogarse? Sí, hay que sacrificar el tiempo, y las ganas de hacer cosas más “divertidas”, pero la Iglesia nos pide esto para Cuaresma.
Por lo mismo, muchos asocian –equivocadamente- a la Cuaresma con un período “triste”, “fatigoso”, “aburrido”. Sin embargo, quien se deja humildemente guiar por los consejos de la Iglesia, como hicieron los santos de todas las épocas, y lleva a cabo sus indicaciones, haciendo más oración, haciendo penitencia, y obrando la misericordia, da testimonio de que la Cuaresma se convierte en “algo” que, lejos de ser “triste”, trae consigo grandes dosis de alegría al alma. ¿Por qué? Por lo que significan cada una de las actividades que la Iglesia manda hacer: la oración, al mismo tiempo que ilumina con la luz de Dios, nos hace entrar en un silencioso diálogo interior de vida y de amor con Dios Trino, con Jesús, con la Virgen, con los ángeles y los santos, y… ¿quién puede decir que es “aburrido” o “triste” hablar con ellos? Por la penitencia, nos privamos, por ejemplo, de algún alimento ¡que alguien recibe en otro lado! ¿Y acaso no dice San Francisco que es mejor dar que recibir? Por las obras de misericordia, como por ejemplo, visitar enfermos, o encarcelados, o dar consejo al que lo necesita (hay muchas otras obras de misericordia para hacer), ¡consolamos al mismo Jesús en Persona, que misteriosamente inhabita en el prójimo más necesitado! ¿Y acaso no nos “devolverá” Jesús la atención que tuvimos para con Él? ¿Y la Virgen no se mostrará agradecida para con aquél que consoló a su Hijo presente en los más necesitados? Aunque no debería ser así, al menos por un “santo interés” (que Jesús y María nos devuelvan la visita), deberíamos obrar la misericordia en tiempo de Cuaresma, y no solo, sino durante todo el año.
Reflexionemos
La Cuaresma es un tiempo para crecer en nuestra unión con Dios, pero esta unión no es “automática”: Dios necesita saber que nos queremos unir a Él, y para eso debemos rezar, hacer penitencia, y ser misericordiosos. Luego Dios hace el resto: llenar el alma de alegría y de serena paz.

sábado, 18 de febrero de 2012

Por qué no festejar el Carnaval


         Los cristianos no podemos festejar el carnaval, y no solo festejar, sino ni siquiera ver un segundo los programas que los transmitan por televisión o por Internet.
Ante esta negativa, alguien nos podría decir lo siguiente: “¿Por qué no? ¿Qué tiene de malo? ¿No es acaso una fiesta “alegre”? ¿No corremos el riesgo los cristianos de parecer “aburridos” y “fuera de onda” si no festejamos el carnaval?”
         Los cristianos no podemos festejar el carnaval, pero no porque somos “aburridos”.
Damos algunas razones de nuestro firme rechazo a esta decadente fiesta pagana.
         -Porque el carnaval, que significa “baile de la carne”, no viene de Dios ni conduce a Dios. Y lo que no viene de Dios, viene del Diablo.
         -Porque dice San Pablo que “el cuerpo es templo del Espíritu Santo”, y así como un templo, consagrado a Dios, no puede ser convertido en un almacén o en un cine, porque sería profanarlo, así tampoco el cuerpo, convertido en templo del Espíritu Santo por el bautismo, no puede ser convertido en sede de pasiones carnales y lascivas, porque es profanar al Espíritu Santo, a quien el cuerpo pertenece.
         -Porque el cuerpo, templo del Espíritu Santo, ha sido adquirido por Cristo al precio de su Sangre, derramada en la Cruz, para ser consagrado a Dios, y como tal, debe ser cubierto con la modestia y el pudor, para ser visto sólo por Dios. Cristo no adquirió el cuerpo del hombre, al precio de su vida, para que el cuerpo sea mostrado impúdicamente para ser visto y deseado impúdicamente por hombres y demonios.
         -Porque si el cuerpo es templo de Dios, y como tal, debe estar perfumado por el perfume de la gracia, adornado con las virtudes de la castidad y de la pureza, e iluminado por la modestia y el pudor, para que el corazón, convertido en altar y sagrario, aloje con amor santo y puro a Jesús Eucaristía. En este templo deben escucharse cantos de alabanza y de acción de gracias a Dios Uno y Trino, que se ha dignado enviar a la dulce paloma del Espíritu Santo a hacer del corazón del hombre en gracia su luminoso nido.
Cuando esto no sucede, cuando se lo expone impúdicamente y cuando se lo mueve al ritmo de tambores y música desenfrenada, el cuerpo se oscurece en su interior, se apaga la luz de la gracia, la dulce paloma del Espíritu Santo huye entristecida, y en lugar del pudor, de la vergüenza, de la castidad y de la pureza, entran con furia blasfema la impudicia, la inmodestia, la lascivia y la lujuria, y el corazón, de nido luminoso, se convierte en oscuro cubil de feroces lobos, en babeantes cuevas de serpientes venenosas.
En un cuerpo así, no habita más el Espíritu Santo, sino Asmodeo, el demonio de la lujuria.
He aquí las razones de por qué los cristianos no festejamos el carnaval.
         

            

lunes, 6 de febrero de 2012

El amor es más fuerte que la muerte. Carta de un novio a su novia antes de morir



En una época en la que el amor humano se ha desdibujado y desvirtuado, al punto de ser reducido a una mera mercancía que puede ser comprada o vendida, el ejemplo de Bartolomé, un joven de 21 de años que le declara su amor eterno a su novia, es como un oasis de agua pura y fresca en medio del más ardiente de los desiertos.
Lejos de considerar al amor de novios como algo banal, pasajero y superficial, Bartolomé lo vive en su real y verdadera dimensión, la dimensión esponsal. El amor de novios, o es esponsal, o no es. O el amor de los novios los conduce a la donación total de sí mismos en el altar, para siempre, hasta que la muerte los separe, o no es amor de novios, sino un sucedáneo, invento del hombre de nuestro tiempo, un sucedáneo que, bajo la superficie brillosa de felicidad aparente, da amargos frutos de soledad, decepción y frustración.
El amor de novios es esponsal porque es tan fuerte, y los novios se sienten tan a gusto el uno con el otro, que no solo quieren y desean, con todas las fuerzas de sus corazones, iniciar hasta el fin un proyecto de vida en común, sino que desean, movidos por ese amor esponsal, permanecer unidos para siempre, no solo en esta vida, sino en la eternidad.
Esta es la razón por la cual el verdadero amor de los novios, al tiempo que es casto y respeta al otro en su cuerpo, esperando para la donación total en el matrimonio, se vuelve esponsal, porque quiere que el amor que se ha encendido en los corazones de los novios, no termine nunca, ni en esta vida ni en la otra. Para siempre. Para toda la eternidad. Tal como lo quería Bartolomé y tal como se lo expresó a su querida Maruja, antes de morir. Hasta la eternidad.
Pero hay algo más. El amor de Bartolomé no es un amor cualquiera, ni tampoco un simple amor humano. Es un amor de origen celestial, que ensalza y eleva su amor humano a las alturas insospechadas del amor divino. Y es así como Bartolomé, además de amar a su novia con amor eterno, ama y perdona también a quienes le hicieron daño, el mayor daño y la mayor injuria que un hombre puede sufrir en esta tierra, y es el serle quitada la vida. Bartolomé perdona a sus enemigos, con el perdón y el amor que él mismo recibió desde la Cruz, de parte de Cristo Jesús. Por eso el amor de Bartolomé es, como dice la Escritura, “más fuerte que la muerte”, más fuerte que el odio, más fuerte que el tiempo. O, también, el amor es “fuerte como la eternidad”, fuerte como la vida”, “fuerte como el mismo amor”.
¿Quién era Bartolomé?
Bartolomé Blanco Márquez tenía 21 años. Era un joven con deseos de trabajar. Ante sí veía el futuro abierto[1]. Además, estaba locamente enamorado de Maruja, su novia, a quien consideraba su mayor alegría.
Le sucedió a Bartolomé, que era un católico ferviente, que tuvo ocasión de dar testimonio, con su propia vida, de ese amor a Cristo y a la Iglesia. En su país, España, se había desatado un odio feroz contra Cristo y contra la Iglesia Católica. Con muchas falacias y mentiras, muchos hombres y mujeres eran arrestados y asesinados simplemente por el “delito” de ser católicos.
Bartolomé, que había estudiado con los salesianos, y era secretario de los jóvenes de la acción católica en su pueblo natal, Pozoblanco (Córdoba), fue arrestado el 18 de agosto de 1936.
Tuvo varias semanas para prepararse al martirio. El 24 de septiembre fue trasladado a la ciudad de Jaén donde fue sometido a un juicio “legal” y rapidísimo. La sentencia llegó el 29 de septiembre: condena a muerte. Le quedaban tres días antes de ser fusilado.
El 1 de octubre escribió una carta de despedida a su novia. En ella se descubre la fe en Jesucristo y la certeza de que, si bien muere corporalmente, su alma volará al encuentro de Cristo en la eternidad, desde donde esperará al amor de su vida, su novia Maruja, y en donde, en Cristo, continuará amándola para siempre, por siglos sin fin, puesto que Bartolomé es Beato, es decir, está en el cielo, amando, gozando, alegrándose para siempre en la contemplación de Dios Uno y Trino.
Esta es la carta que Bartolomé escribe a su novia Maruja.
“Prisión Provincial. Jaén, 1 de octubre de 1936.
Maruja del alma:
Tu recuerdo me acompañará a la tumba y mientras haya un latido en mi corazón, éste palpitará en cariño hacia ti. Dios ha querido sublimar estos afectos terrenales, ennobleciéndolos cuando los amamos en Él. Por eso, aunque en mis últimos días Dios es mi lumbrera y mi anhelo, no impide que el recuerdo de la persona más querida me acompañe hasta la hora de la muerte.
Estoy asistido por muchos sacerdotes que, cual bálsamo benéfico, van derramando los tesoros de la Gracia dentro de mi alma, fortificándola; miro la muerte de cara y en verdad te digo que ni me asusta ni la temo.
Mi sentencia en el tribunal de los hombres será mi mayor defensa ante el Tribunal de Dios; ellos, al querer denigrarme, me han ennoblecido; al querer sentenciarme, me han absuelto, y al intentar perderme, me han salvado. ¿Me entiendes? ¡Claro está! Puesto que al matarme me dan la verdadera vida y al condenarme por defender siempre los altos ideales de Religión, Patria y Familia, me abren de par en par las puertas de los cielos.
Mis restos serán inhumados en un nicho de este cementerio de Jaén; cuando me quedan pocas horas para el definitivo reposo, sólo quiero pedirte una cosa: que en recuerdo del amor que nos tuvimos, y que en este instante se acrecienta, atiendas como objetivo principal a la salvación de tu alma, porque de esa manera conseguiremos reunirnos en el cielo para toda la eternidad, donde nada nos separará.
¡Hasta entonces, pues, Maruja de mi alma! No olvides que desde el cielo te miro, y procura ser modelo de mujeres cristianas, pues al final de la partida, de nada sirven los bienes y goces terrenales, si no acertamos a salvar el alma.
Un pensamiento de reconocimiento para toda tu familia, y para ti todo mi amor sublimado en las horas de la muerte. No me olvides, Maruja mía, y que mi recuerdo te sirva siempre para tener presente que existe otra vida mejor, y que el conseguirla debe ser la máxima aspiración.
Sé fuerte y rehace tu vida, eres joven y buena, y tendrás la ayuda de Dios que yo imploraré desde su Reino. Hasta la eternidad, pues, donde continuaremos amándonos por los siglos de los siglos.
Bartolomé”.
Ese mismo día escribe a sus familiares y les pide que perdonen a quienes han sido causa de su muerte. Entre otras cosas, les dice:
“Sea esta mi última voluntad: perdón, perdón y perdón; pero indulgencia que quiero vaya acompañada del deseo de hacerles todo el bien posible. Así pues, os pido que me venguéis con la venganza del cristiano: devolviéndoles mucho bien a quienes han intentado hacerme mal”.
Al día siguiente, el 2 de octubre, Bartolomé era fusilado. Antes de que las balas acabasen con su vida gritó lo que daba valor a quienes, como él, en España y en tantos rincones del planeta, afrontaron el martirio: “¡Viva Cristo Rey!”.
Fue beatificado el 28 de octubre de 2007, junto con otros 497 mártires que dieron su vida en España entre los años 1934 y 1937.