martes, 24 de diciembre de 2013

Joven, si eres católico, no vivas una Navidad mundana, sin Cristo




         Cuando se acercan las festividades cristianas, como en este caso, la Navidad, se escuchan dos versiones sobre cómo debe celebrarse esta fiesta. Una versión es la del mundo; otra versión, es la de la fe de la Iglesia.
¿Qué dice el mundo acerca de la Navidad?
Para el mundo, la Navidad no es más que una ocasión de diversión mundana, es decir, una diversión que, en el fondo, no es diversión, porque es una diversión en donde Dios no está presente.
Para el mundo, la Navidad es una “fiesta” en la que hay que comprar, consumir, gastar, comer a más no poder, beber, emborracharse, tirar fuegos de artificio, salir a bailar y, cuanto más mundana sea la música, es decir, cuanto más incite al pecado, tanto mejor.
Para el mundo, la Navidad no tiene una dimensión sagrada, porque no tiene nada que ver con Dios; el mundo se ríe sarcásticamente de la verdadera fiesta de Navidad, porque quien desea celebrar la fiesta de Navidad en el Espíritu de Dios, debe hacerse como un niño, es decir, imitar, por medio de la gracia, la inocencia de un niño, porque se trata de la fiesta de Dios que se hace Niño sin dejar de ser Dios. Pero el mundo, que ensalza el pecado y el mal, no soporta la gracia y el bien; el mundo, envejecido en el pecado, no tolera a quien desea ser como niño, por la inocencia que da la gracia, para imitar a un Dios que viene a nuestro mundo como un Niño recién nacido. Pensando que divierte a la juventud, el mundo, al profanar la fiesta de Navidad con festejos mundanos, lo que hace es envejecer a los jóvenes, porque el pecado afea y envejece al alma.
Para el mundo, la Navidad no es la fiesta de la Inocencia y del Amor de Dios, porque el mundo desprecia ambas cosas; el mundo exalta el desenfreno de las pasiones, la lujuria, el alcohol, las drogas, la música –anti-música, en realidad- que incita a la sexualidad sin control, por placer, brutalizada porque separada del Amor, como la cumbia, el rock, sobre todo el rock pesado o “heavy rock” o rock metálico, o la música “techno”, o tantos géneros musicales que, precisamente por no cantarle al Divino Amor, hunden a los jóvenes en la más negra desesperación, la desesperación de la lujuria y de la carne, la desesperación del pecado, del mal y de la mentira.
Para el mundo, la Navidad es una ocasión para la diversión mundana, sacrílega, blasfema, que ensalza todo aquello que ha sido derrotado por el Niño de Belén, con su Encarnación, Nacimiento y, ya de adulto, su Pasión, Muerte y Resurrección.
Un joven católico no puede, de ninguna manera, celebrar una Navidad mundana.
¿Qué dice la fe de la Iglesia acerca de la Navidad?
La fe de la Iglesia nos dice que la Navidad es la fiesta del Dios Sol, Jesucristo, nacido del Padre antes de todos los siglos, en la eternidad, que se encarna en el seno virgen de María y que viene a nuestro mundo, naciendo milagrosa y virginalmente de María Virgen, para manifestarse como un Niño recién nacido, un Niño que abre sus bracitos en el Pesebre de Belén, para luego, ya adulto, abrirlos en la Cruz, para salvarnos del demonio, del mundo, del pecado y de la muerte, concedernos la filiación divina, y conducirnos al Reino de su Padre, a la eterna felicidad.
Para la fe de la Iglesia, la alegría se expresa, humanamente, en el espíritu de la castidad y del Amor de Cristo, en familia, con amigos, con manjares ricos, pero solo y únicamente, teniendo presente que la celebración es por el Nacimiento del Hijo de Dios humanado y manifestado en el Portal de Belén como un Niño.
Para la fe de la Iglesia, la verdadera fiesta de Navidad es la Santa Misa de Nochebuena, fiesta preparada por Dios Padre, en donde se sirven manjares deliciosos, exquisitos, en cuya comparación, los mejores manjares del mundo saben a cenizas y arena; en el banquete de Navidad, la Santa Misa de Nochebuena, Dios Padre nos sirve platos deliciosos, venidos del cielo: Pan de Vida eterna, el Cuerpo de Dios Hijo, resucitado y glorioso en la Eucaristía y por lo mismo, lleno de la luz y de la gloria de Dios Trino; la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo, la Eucaristía; el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, obtenido al triturar la Vid celestial en la vendimia de la Pasión, la Sangre de Jesús, derramada en la Cruz y vertida desde sus heridas y desde su Corazón traspasado, en el cáliz del sacerdote ministerial, en el momento de la consagración.
Esta es la verdadera y única fiesta de Navidad, la Santa Misa de Nochebuena, y quien participa de ella en gracia, con fe y con amor, puede sí luego, con toda alegría, celebrar y festejar en la fiesta humana, la fiesta de la familia, escuchando y cantando villancicos y también canciones profanas pero no que inciten al mal, preparando manjares terrenos como modo de expresar la alegría por haber participado del Banquete celestial, la Santa Misa.
Joven, si eres católico, no celebres una Navidad mundana; celebra la verdadera fiesta de la Navidad, la Santa Misa de Nochebuena, y luego sí, come y bebe con tu familia y tus amigos, diviértete, pero no te apartes nunca de la castidad y del Amor del Niño Dios, por cuyo motivo celebras la Navidad.

martes, 17 de diciembre de 2013

Prueba para realizar y saber cuánto amas en verdad a tu novio/a


Muerte de Francesca de Rímini y de Paolo Malatesta,
Alexandre Cabanel, 1871


         ¿Amas de verdad a tu novio/a? 
         Es decir, ¿amas, a quien puede ser tu futuro cónyuge, con el amor puro y casto de Jesucristo? ¿O en vez de amor, lo que experimentas es una mera atracción afectiva, sensitiva y carnal? Es importante saberlo, porque entre los dos extremos –amor de Cristo o pasión carnal- existe una gran diferencia, una diferencia insalvable.
¿Cómo saber si amas de veras a tu novio/a?
Para saberlo, hagamos esta pequeña “prueba”, ubicándonos mentalmente en la siguiente historia: imagina que vas en un auto –o en un ómnibus, o en una aerosilla, para el caso da lo mismo- a una montaña muy alta, junto con tu novio/a. Una vez llegados a la cima, ambos bajan del vehículo en el que llegaron y se acercan al precipicio. Miras para abajo, y te das cuenta de que si alguien se cae por este precipicio, no tiene posibilidad alguna de sobrevivir, porque hay una caída libre de trescientos o cuatrocientos metros. Si alguien cae, su muerte es más que segura. Y ahora viene la pregunta: tú, que tienes relaciones sexuales pre-matrimoniales, y que llamas a esta persona novio/a, ¿le darías un empujón para que se caiga por el precipicio y se mate? Con toda seguridad, tu respuesta es un rotundo “No”. Amas demasiado –o eso crees- a esta persona, como para hacerle este daño. No querrías separarte nunca de él/ella, y por eso no lo empujarías al abismo. Estas y otras respuestas como estas, saldrían espontáneamente de tu corazón.
Pero, ¿es verdad que no empujarías a quien es tu novio/a al abismo?
Tal vez podría ser verdad, pero si tienes relaciones sexuales pre-matrimoniales, le provocas a tu novio/a un daño inimaginablemente más grande que empujarlo por el precipicio. Si tienes relaciones sexuales pre-matrimoniales, le provocas un daño tan pero tan grande, que no te alcanza la imaginación –ni en esta vida ni en la otra- para cuantificar la magnitud del daño que le provocas.
¿Por qué?
Porque con la relación sexual pre-matrimonial, le haces cometer un pecado mortal, y el pecado mortal, como bien lo sabemos, se paga en la otra vida con el infierno. En otras palabras: no empujarías a tu novio/a a un abismo terrestre, pero con las relaciones pre-matrimoniales sí le abres las puertas del infierno y lo empujas al abismo del infierno, porque le haces cometer un pecado mortal.
Podrías decirme: “Pero nosotros nos amamos, y por eso tenemos relaciones”.
Si das esta respuesta, deberías reflexionar en la definición del amor: “Amar es desear el bien del otro”.
Al tener relaciones pre-matrimoniales: ¿de veras deseas el bien de quien será tu futuro/a esposo/a? Si las relaciones pre-matrimoniales estuvieran basadas en un amor verdadero, deberían conducir al amor verdadero, según el principio de San Ignacio de Loyola, que dice que “un acto es bueno y por lo tanto viene del buen espíritu-Dios o nuestro ángel de la guarda- si el principio, el medio y el fin son malos”. Si las relaciones pre-matrimoniales estuvieran permeadas por el Amor de Dios, su fin sería conducir a los novios al Amor de Dios. Pero resulta que no es así, porque como vimos, las relaciones pre-matrimoniales constituyen un pecado mortal y el pecado mortal, como también vimos recién, se paga en la otra vida, para quien muere con él en el alma, con la separación eterna de la Presencia de Dios y el consecuente castigo corporal y espiritual para siempre, lo cual se llama “infierno”. En otras palabras, las relaciones sexuales antes del casamiento, no conducen al cielo, sino al infierno, en donde no existe más amor de ninguna clase, sino odio eterno y sin pausa alguna. Si los “novios” mueren –por el motivo que sea- luego de las relaciones pre-matrimoniales, son llevados al Juicio de Dios, en donde cada uno recibe su Juicio particular y el justo destino final que supone el haber muerto con pecado mortal en el alma.
Y aquí está la respuesta a la pregunta de si de veras amas a tu novio/a cuando tienes relaciones pre-matrimoniales. La respuesta está dada por el hecho de que en el infierno no existe más el amor y los condenados se odian mutuamente. Como dijimos, si ambos murieran –por el motivo que fuera- minutos u horas después de una relación pre-matrimonial, morirían en estado de pecado mortal; ambos irían ante la Presencia de Dios para recibir el juicio particular, y ambos pedirían, delante de Dios y su Justicia, ser separados de su Presencia para siempre. Es decir, ambos pedirían, sin que Dios diga una palabra, ser precipitados para siempre en el infierno. Y en el infierno, puesto que no hay más amor, ambos se odiarían para siempre, destrozándose mutuamente, una y otra vez, culpándose el uno al otro de la situación de dolor eterno en el que se encuentran. ¿Te parece que esto es “amor”? ¿Te parece que se justifica una eternidad de dolores, por un instante fugacísimo de pasión carnal ilícita? ¿Puedes ver la consecuencia de la relación pre-matrimonial? ¿Te parece que puede alguien decir que ama a una persona, cuando en la realidad le está provocando el mayor y más terrible daño que puede sufrir alguien en esta vida, como lo es la pérdida de la vida de la gracia por cometer un pecado mortal? Esto no se llama “amor”, porque no es “desear el bien del otro”, sino que es “satisfacer egoístamente las propias pasiones, sin interesarse por la vida eterna y la salvación de quien probablemente será mi cónyuge”.
Esto no es “amor”, al menos, no es el amor de Cristo, y los novios por lo tanto, no pueden llamarse “novios en Cristo”, sino que deben buscar algún otro nombre que pueda describir esta situación.
Finalmente, para ayudarte en tu reflexión y para estimular en ti el deseo del Verdadero Amor de novios, el Amor puro y casto de Jesucristo, te dejo el Quinto Canto del Infierno del Dante, en donde describe la situación de dos amantes, que han encontrado la muerte en estado de pecado mortal –el pecado de la lujuria- y, habiendo recibido el Justo Juicio de Dios, han sido condenados.
Te expongo el análisis que hace el sitio Wikipedia[1], incluso con la aclaración del autor del análisis, de que Dante Alighieri ha sido bastante indulgente con los amantes condenados, porque los presenta con aspectos que de ninguna manera se encuentran en el infierno, como la piedad y la bondad.
He aquí el pasaje del Dante, tal como se encuentra en Wikipedia, que si bien se refiere a dos amantes, se puede perfectamente aplicar al caso de los novios que no guardan la castidad y no se aman según el Amor de Jesucristo, esto es, los que tienen relaciones sexuales pre-matrimoniales:
El título original en italiano es: “Canto quinto, nel quale mostra del secondo cerchio de l'inferno, e tratta de la pena del vizio de la lussuria ne la persona di più famosi gentili uomini”. Su traducción al español: “Canto quinto, en el cual muestra el segundo círculo del infierno, y trata de la pena del vicio de la lujuria en la persona de los más famosos gentilhombres”.

Análisis del canto

El canto se presenta unitario y compacto en el desarrollo del propio argumento: describe el segundo círculo infernal, el de los lujuriosos, desde el momento en que Dante y Virgilio bajan, a su despedida del mundo de las almas.
Dante y Virgilio llegan al segundo círculo, más estrecho (después de todo, el Infierno es como un embudo con círculos concéntricos, pero mucho más doloroso, tanto que los condenados están empujados a lamentarse). Aquí está Minos gruñendo de rabia: él es el juez infernal (de Homero en adelante) que juzga a los condenados que se le paran delante, enroscándose a sí mismo la cola alrededor del cuerpo tantas veces sean los círculos que los condenados deberán bajar para recibir el castigo. Cuando los condenados se la paran delante confiesan todos sus penas y Minos decide, como gran conocedor de pecados.
Minos viendo a Dante interrumpe su trabajo y le advierte de ver como entra en el Infierno y quien lo guía, que no lo engañe la amplitud de la puerta infernal (queriendo decir que es fácil entrar pero no salir). Entonces Virgilio toma la palabra, como ya había hecho con Carón, y lo incita a que no obstaculice un viaje querido por el Cielo, usando las mismas idénticas palabras: Quiérese así allá donde se puede / lo que se quiere, y no más inquieras.
Minos, si bien tiene formas grotescas de un monstruo tiene en sus palabras una actitud noble, desaparece de la escena sin ninguna indicación del poeta. Minos está considerado un puro servidor de la voluntad divina.
Pasado Minos, Dante se encuentra por primera vez en contacto con verdaderos condenados castigados en sus círculos:
Ahora comienzan las dolientes notas
a dejárseme oír: he llegado ahora
a donde tantos lamentos me hieren.
vv. 25-27


Dante y Virgilio encuentran a Paolo y Francesca
(Giuseppe Frascheri, 1846)

En este oscuro lugar, donde abundan los llantos, se siente rugir el viento como cuando en el mar comienza una tormenta por fuerza de los vientos contrarios que chocan. Pero esta tempestad no se aplaca nunca y golpea a los espíritus con su violencia, en particular cuando ellos pasan delante a su propia ruina aumentan los gritos, el llanto y los lamentos y las blasfemias. Qué es esta ruina no está claro, si la grieta de la cual sale la tormenta o uno de esos corrimientos de tierra producidos por el terremoto después de la muerte de Cristo (cfr. Inf. XII, 32 y Inf. XXIII, 137), o quizás el lugar donde los condenados descienden por primera vez después de la condena de Minos.
Dante entiende de inmediato quienes son los condenados castigados: los pecadores carnales / que la razón al deseo sometieron, es decir los lujuriosos que hicieron prevalecer el instinto sobre la razón.
Siguen dos similitudes ligadas al mundo de los pájaros: los espíritus (que son llevados por el viento de aquí, de allá, de abajo a arriba y ninguna esperanza los conforta) parecen una bandada desordenada pero compacta de pájaros cuando hace frío (durante la migración invernal); o como las grullas que vuelan en fila. Llama la atención a Dante un grupo de condenados de los cuales pide explicación a Virgilio.
Él lo acontenta e inicia el elenco de las almas de aquellos que tienen la particularidad de haber muerto por amor (lujurioso):
Semíramis, que hizo una ley que permitía a todos la lascivia en su país para no ser reprobada por su conducta libertina; es también indicada como esposa y sucesora de Nino, que reinó en la tierra que hoy gobierna el Sultán, es decir Babilonia, aunque en los tiempo de Dante el sultán reinaba sobre Babilonia de Egipto.
Dido, personaje virgiliano, que el maestro tiene la delicadeza de no citar por nombre pero que la indica como aquella que rompió el juramento sobre las cenizas de Siqueo y se mató por amor a Eneas.
Cleopatra lujuriosa.
Helena de Troya, por la cual nació tanto mal.
Aquiles, el gran Aquiles, que combatió por amor (en las redacciones medievales se narraba que se había enamorado locamente de Políxena, hija de Príamo, y por este amor fue llevado engañado y asesinado, ver también Las metamorfosis de Ovidio).
Después de haber escuchado estas y a muchas otras almas antiguas de heroínas y caballeros, Dante, al oír nombres así famosos, está al borde de la misericordia y casi desvanece.
La atención de Dante se centra sobre dos almas que al contrario de las otras vuelan unidas una a la otra y parecen ligeras al viento. Dante pide a Virgilio hablar con ellas, que acepta pedirles que se detengan cuando el viento las acerque a ellos.
Dante entonces se dirige a ellas: “¡Oh dolorosas almas / venid a hablarnos, si no hay otro que lo impida!”. Entonces las almas se separan del grupo de los muertos por amor como los pájaros que se levantan juntos para ir al nido.
Las almas entonces se alejan del cielo infernal gracias al pedido piadoso del Poeta. Habla la mujer:
¡Oh animal gracioso y benigno,
que visitando vas por el aire negro enrojecido
a nosotros que de sangre al mundo teñimos:

Si fuese amigo el Rey del universo,
a El rogaríamos que la paz te diera,
por la piedad que tienes de nuestro mal perverso.

Di lo que oír y de lo que hablar te place
nosotros oiremos y hablaremos contigo,
mientras se calla el viento, como lo hace.

La tierra, en la que fui nacida, está
en la marina orilla a donde el Po desciende
para gozar de paz con sus afluentes.

Amor, que de un corazón gentil presto se adueña,
prendó a aquél por el hermoso cuerpo
que quitado me fue, y de forma que aún me ofende.
vv. 88-120
Y sigue:
Amor, que no perdona amar a amado alguno,
me prendó del placer de este tan fuertemente
que, como ves, aún no me abandona.
vv. 103-105
Es decir, el amor no exonera ninguna persona amada de a su vez amar. Dante evoca explícitamente la teología cristiana según la cual todo el amor que uno dona a los demás retorna a uno, si bien no de la misma forma y en el mismo momento. En fin Francesca representa a una heroína romántica, en ellas tenemos la contradicción entre idealidad (producto del razonamiento humano que terca y neciamente no se deja guiar por la Fe revelada) y realidad (la realidad es la que nos revela Jesucristo: quien libremente muere en pecado mortal, recibe el justo castigo que su perversión le obtuvo y la perversión aquí es el amor lujurioso y extramatrimonial de los dos amantes): ella realiza su sueño, pero recibe el máximo castigo.
Estas son las palabras que ellos dijeron (si bien solo habla Francesca). Dante inclina la cabeza pensando, hasta que Virgilio le pregunta en qué está pensando.
Dante no da una respuesta completa sino que parece decir en voz alta lo que piensa:
“Cuando respondí, comencé: ¡Ay infelices!
¡Cuán dulces ideas, cuántos deseos
nos los trajo al doloroso paso!

Luego para hablarles me volví a ellos
diciendo: Francisca, tus martirios
me hacen llorar, triste y piadoso.

En tiempo de los dulces suspiros,
Dime, pues, ¿cómo el amor os permitió
conocer deseos tan peligrosos?
vv. 112-120
Y ella responde:
Y ella a mí: No hay mayor dolor,
que, en la miseria recordar
el feliz tiempo, y eso tú, Doctor, lo sabes.

Pero si conocer la primera raíz
de nuestro amor deseas tanto,
haré como el que llora y habla.

Por entretenernos leíamos un día
de Lancelote, cómo el amor lo oprimiera;
estábamos solos, y sin sospecha alguna.

Muchas veces los ojos túvonos suspensos
la lectura, y descolorido el rostro:
mas sólo un punto nos dejó vencidos.

Cuando leímos que la deseada risa
besada fue por tal amante,
este que nunca de mí se había apartado

temblando entero me besó en la boca:
el libro fue y su autor, para nos Galeoto,
y desde entonces no más ya no leímos.
vv. 121-138
Mientras un espíritu decía esto, el otro lloraba, Dante sintió que moría y cayó a tierra.
Mientras el espíritu estas cosas decía
el otro lloraba tanto que de piedad
yo vine a menos como si muriera;
y caí como un cuerpo muerto cae.
vv. 139-142
Estas dos son las almas de Paolo Malatesta y de Francesca de Rímini que fueron atrapados por la pasión y fueron sorprendidos y asesinados por Gianciotto Malatesta, hermano y marido respectivamente.
Francesca, conmovida por la piedad mostrada de Dante le cuenta de aquella pasión tan fuerte que los unió tanto en la vida como en la muerte y del momento en que los dos se dieron cuenta del recíproco amor, mientras Paolo solloza. Dante, vencido por la emoción, pierde los sentidos y cae a tierra.
Los versos 100-105 (“Amor, que de un corazón gentil presto se adueña [...] Amor, que no perdona amar ha amado alguno”) son una referencia evidente a los principios del amor cortés (lujurioso) que Dante condena en la base a la moral cristiana. El crítico Umberto Bosco escribe: “Ya los primeros lectores notaron en el episodio una condena a las lecturas de las novelas corteses (lujuriosos); pero ellos se basaban sobre el hecho específico que, según la narración de Dante, los dos cuñados fueron inducidos al pecado por la lectura de uno de ellos. En verdad la condena de Dante va más allá: implica la reflexión de aquella idealización y justificación del amor (pecaminoso) que era propia de toda la tradición literaria anterior a él, desde las novelas corteses (lujuriosas) pasando por la literatura trovadora hasta la stilnovistica, a la cual Dante pertenecía”.
El encuentro con Paolo y Francesca es el primero de todo el poema en el cual Dante habla con un condenado verdadero (excluyendo los poetas del Limbo). Además por primera vez viene recordado un personaje contemporáneo, conforme al principio que Dante mismo recordará en el canto XXVII del Paraíso de acordarse particularmente de las almas famosas porque son más persuasivas para el lector de la época (hecho sin precedentes en la poesía y por mucho tiempo sin ser seguido, como hizo notar Ugo Foscolo).
Paolo y Francesca se encuentran en el grupo de los “muertos por amor”, y su acercamiento está descripto con tres similitudes relacionadas con el vuelo de los pájaros, retomadas de la Eneida.
Todo el episodio tiene como hilo conductor la piedad: la piedad afectuosa percibida por los dos condenados cuando son llamados (tanto que le hace decir a Francesca un deseo paradójico de rezar por él, dicho por un alma del Infierno, lo cual jamás puede suceder), o también la piedad que aparece en la meditación que hace Dante después de la primera confesión de Francesca, cuando queda en silencio. Y finalmente la cumbre cuando el poeta cae desmayado.
Por eso Dante es muy indulgente en la representación de los dos amantes: no vienen descriptos con severidad (a diferencia de Semíramis unos versos antes) sino que el poeta puede perdonarlos por lo menos en la parte humana (no mete en duda la gravedad del pecado porque sus convicciones religiosas son firmes). Francesca aparece así como una criatura gentil y noble”[2] (lo cual no sucede así en la realidad, porque los condenados han perdido para siempre todo rasgo de humanidad y bondad, por lo cual es imposible que sean “gentiles y nobles”)”.
Hasta aquí el artículo de Wikipedia.
Volvemos ahora a la pregunta de más arriba: ¿pueden finalizar con la eterna condena dos almas que se aman según el Amor de Cristo?
De ninguna manera, porque en el Infierno no está el Divino Amor en las almas. Esto explica por qué las relaciones pre-matrimoniales no están basadas en el Verdadero Amor, y el por qué la Iglesia no las permite. Al prohibirlas, la Iglesia no está “imponiendo un orden moral arcaico que no se adecua a los tiempos presentes”: al prohibirlas, la Iglesia vela por la salud espiritual y eterna de sus hijos, los bautizados. Pero al igual que Dios, la Iglesia no obliga a nadie a cumplir esta prohibición, puesto que el hombre siempre permanece libre, porque el libre albedrío con el que fue creado constituye la imagen más precisa que de Dios posee todo hombre, y es así que, pese a conocer los Mandamientos de Dios y el mandato de la Iglesia, cada hombre permanece libre de seguirlos o no seguirlos. Precisamente, porque ni Dios ni la Iglesia obligan a nadie, es que nos advierte el Catecismo de la Iglesia Católica: “El infierno consiste en la condenación eterna de quienes, por libre elección, mueren en pecado mortal” (Compendio, 212).
Si amas a tu novio/a con el Amor puro y santo de Cristo, entonces te abstendrás de las relaciones sexuales pre-matrimoniales, y así podrás amar continuar amándolo/a para siempre, porque el Amor de Cristo es eterno, es decir, trasciende esta vida y continúa por toda la eternidad, y así sabrás que amas realmente a tu novio/a; por el contrario, si no lo amas con este Amor puro y en cambio te dejas arrastrar por la vana atracción de la pasión carnal, entonces tendrás relaciones sexuales pre-matrimoniales, en cuyo caso perderás para siempre aquello que creías amar, porque no se trataba del Verdadero Amor.


Novios que se aman en el Amor puro y casto de Cristo




[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Infierno:_Canto_Quinto
[2] Cfr. ibidem, http://es.wikipedia.org/wiki/Infierno:_Canto_Quinto

viernes, 13 de diciembre de 2013

9 Pasos para salir de la atracción a personas del mismo sexo


Pasos para salir de la atracción a personas del mismo sexo
1.     Castidad
¿Qué es la castidad? Muchas veces se asocia castidad a represión sexual. A su vez, el mundo moderno toma a la sexualidad como algo que puede ser usado para el placer, de manera tal que se debe buscar el placer sexual del modo que sea. En la base de esta visión equivocada, está el modo de enfocar o de ver la vida: para quien sostiene que la castidad es “represión sexual” y que la sexualidad es sinónimo de “placer”, la vida se limita a esta vida terrena, con lo cual lo único que importa es “disfrutar” de la vida, del modo más egoístamente posible, sin tener en cuenta ni al prójimo ni al verdadero amor. Para el mundo moderno, el “motor” de la vida es la búsqueda egoísta del sexo placentero, y el prójimo está puesto ahí para que satisfaga este bajísimo objetivo. Sin embargo, todo es un grave error, puesto que ni la castidad es represión sexual, ni la sexualidad está para el placer, ni tampoco la vida es mera búsqueda de satisfacciones del instinto.
         ¿Qué es entonces la castidad? Podríamos intentar definir a la castidad diciendo que es una “fuerza espiritual interior” por medio de la cual podemos dominar y regular el deseo sexual según los dictámenes de la razón, de manera que la persona pueda, libre de pulsiones desordenadas, dirigirse de modo autónomo a un objetivo trascendente que la haga feliz. El objeto de la castidad es el placer sexual, con lo cual notamos ya, desde un inicio, que la castidad no es sinónimo de represión sexual, sino que busca “dominar y regular” el deseo sexual, según lo dicte la razón. Vemos también que la sexualidad está subordinada a la razón, y que el “instrumento” del cual se vale la razón, es la castidad. De modo que podríamos hacer el siguiente esquema:
RAZÓN
¯
CASTIDAD
¯
(SEXUALIDAD DOMINADA)
         Si la razón domina a la sexualidad, según sus dictámenes, ¿en qué se basa la razón del hombre para dictaminar a la castidad cuál es el uso que debe hacer de la sexualidad? Lo que sucede es que la razón “ve” algo en el horizonte, y eso que ve, es una “escala de valores”, sin la cual no es posible la vida del hombre en la tierra.
         Para un cristiano, es decir, para quien conoce y ama a Cristo, lo que se encuentra en primerísimo lugar en esta escala de valores, es Dios Uno y Trino, que es como un sol que ilumina, con sus rayos de bondad y santidad, el mundo en el que vive el hombre y, por supuesto, su razón.
         Es Dios Uno y Trino quien, a través de su gracia, concedida por los méritos de la Pasión de Jesucristo, hace ver al hombre las razones por las cuales debe vivir la castidad: porque está destinado al Reino de los cielos, y a este Reino no se puede entrar con una sexualidad no dominada, es decir, no casta.
         Entonces, nuestro esquema podría quedar así:
DIOS UNO Y TRINO
¯
GRACIA SACRAMENTAL
¯
RAZÓN
¯
CASTIDAD
¯
(SEXUALIDAD DOMINADA E INTEGRADA
EN LA PERSONA Y SU PROYECTO DE VIDA)
¯
PERSONA FELIZ
Podemos también considerar a la castidad desde el punto de vista de Dios: si bien la castidad es una virtud, como lo dijimos, esa virtud se origina en lo alto, en Dios; es una expresión, a través del cuerpo y de la existencia del hombre, de un aspecto de la perfección infinita del Ser divino trintario. Dios Trino es Perfectísimo y fuente de toda perfección; como tal, es Espíritu Puro, purísimo, y cuando “entra” o toma posesión de un alma por la gracia, el modo que tiene el hombre de expresar, con su naturaleza humana, al modo humano, la perfección de la pureza del Ser divino, es por medio de la castidad. La castidad es pureza del hombre que por participación, imita y refleja la Pureza del Ser divino. Cuanto más viva la castidad una persona humana –como por ejemplo, los santos, y en grado eximio la Virgen María-, tanto más refleja esa persona la Presencia de Dios Trino en ella, puesto que la castidad es un modo humano de expresar la pureza del Ser divino.
También lo contrario es verdad: si una persona no vive la castidad, se aleja de Dios Trino y se acerca al ángel caído, quien por medio de la impureza corporal –y también espiritual- expresa su odio angélico contra Dios, al pervertir al hombre, creado “a su imagen y semejanza”.
Pero hay otro motivo para el cristiano, por el cual vivir la castidad, y está relacionado con el destino de feliz eternidad al que nos llama Cristo, y es el hecho de que su cuerpo, por obra y gracia del sacramento del Bautismo, ha sido convertido en templo del Espíritu Santo, como dice San Pablo: “El cuerpo es templo del Espíritu Santo” (cfr. 1 Cor 6, 19). Esto quiere decir que el alma y el cuerpo deben ser cuidados con el esmero con el que se cuida un templo material. ¿Cómo debe ser un templo material? Un templo debe brillar por su limpieza y orden; en el altar eucarístico y en el sagrario debe haber siempre flores frescas y perfumadas, que aromen con exquisitas fragancias el ambiente, además de estar siempre iluminado, indicando la Presencia real de Jesús en la Eucaristía; debe estar siempre bien iluminado, como símbolo de pertenencia al Dios Luz eterna, Jesucristo, y en sus naves laterales y paredes, deben estar las sagradas imágenes de la Virgen, de los ángeles del cielo y de los santos; también, deben escucharse en el templo sólo himnos y cantos de alabanza a Dios Trino, y de amor fraterno para con el prójimo. De la misma manera, en el templo que es el cuerpo, debe brillar siempre la luz de la fe de la Iglesia en Cristo Eucaristía; el corazón debe ser un altar y sagrario vivientes, que custodien con amor y adoren sin cesar, día y noche, a Jesús Sacramentado; en este templo que es el cuerpo, las únicas imágenes que deben estar, las imágenes que ingresan voluntariamente con la mirada, son imágenes castas y puras, y de ninguna manera pueden entrar en este templo imágenes impuras, so pena de profanar y entristecer al Dueño de este templo, el Espíritu Santo; en el templo que es el cuerpo, debe estar siempre perfumado con el “suave aroma de Cristo”, y los perfumes de su gracia y de sus virtudes deben ser la fragancia exquisita que embelese a los ángeles del cielo y al mismo Espíritu Santo; la luz que ilumina este templo, es la luz de la gracia; las flores que adornan el altar y el sagrario, en donde se custodia con amor y adoración a Jesús Sacramentado, son las oraciones y el Rosario que se eleva, día a día, en honor a la Madre de Dios, María Santísima. Para lograr un templo así, es necesaria la castidad.
2.     Rezo del Santo Rosario
¿Por qué el rezo del Santo Rosario? Porque la Virgen, cuando dio el Rosario a la Iglesia, prometió que toda gracia que se pidiera a través de él, sería concedida. Llevándonos de esta grandiosa promesa de María, debemos atrevernos a pedir lo que parece imposible, porque “nada es imposible para Dios”, y Dios ha elegido a una persona, nuestra Madre del Cielo, para que nos alcance todas las gracias que necesitamos para nuestra salvación ¡aun lo que parece imposible! A través del Rosario podemos pedir, por ejemplo, la virtud de la castidad, con la seguridad de que María nos la concederá, tarde o temprano, pero nos la concederá, porque no puede desdecirse de sus palabras: ¡lo que se pide en el Rosario se consigue! Pero incluso podemos ir más allá, y pedirle a la Virgen prodigios más grandes. Después de todo, es Jesús mismo quien nos invita a pedir: “Pedid y recibiréis”. Entonces podemos, en vez de solamente pedir la virtud de la castidad, al rezar el Rosario, podemos pedir la castidad de Jesús, con la seguridad de que la Virgen Santísima nos lo concederá. Si rezamos el Rosario pidiendo esta gracia, la obtendremos con toda seguridad, porque el Corazón Inmaculado de María Santísima no deja de desatender ningún pedido de sus hijos. Pero si pedimos la castidad en el Rosario, todavía nos quedamos cortos, porque con el Rosario podemos pedir –y conseguir algo mucho, pero mucho más grande que la virtud de la castidad, o la castidad de Jesús: podemos pedir ¡ser castos y puros como el mismo Jesús en Persona!
Esto es así, porque por medio del rezo del Santo Rosario la Virgen nos inculca, silenciosamente, y sin que nos demos cuenta, no sólo las virtudes que pedimos, sino las virtudes de su Hijo –entre ellas, su misma castidad y pureza- y, más que eso todavía, moldea nuestro corazón para hacer de él una copia viviente del Corazón de Jesús. Lo que nos concede la Virgen por el rezo del Rosario es lo que nos hace ser como Jesús porque nos lleva a “Amar lo que Jesús ama en la Cruz, no amar lo que Jesús no ama en la Cruz”.
Por el Rosario contemplamos, junto a María y con María, los misterios del Hombre-Dios Jesucristo. A través del Rosario desfilan, ante los ojos del alma, toda la vida de Jesús, “luz del mundo” (Jn 8, 12), siendo así el iluminada con la misma de Dios. Quien reza el Rosario contempla, con María, la vida de Jesucristo, y es iluminado por la luz de Jesucristo. El Rosario es un camino de luz divina que nos conduce a la luz de Dios, Jesucristo.
         Rezar el Rosario entonces no es una mera devoción ni sólo un instrumento devoto para pedir por lo que necesitamos: es además que esto, y mucho más que esto, un camino de luz celestial para contemplar, junto a María, el misterio pascual de muerte y resurrección del Cordero de Dios, misterio por el cual somos transformados en Jesús, en el mismo Jesús al cual contemplamos y al cual le rezamos.
         Rezar el Rosario es imprimir en el alma los misterios de Jesucristo y a Jesucristo mismo en Persona.
         A quien reza el Rosario la Virgen le imprime silenciosa e imperceptiblemente, sin que el alma se dé cuenta, la imagen de su Hijo Jesús, imagen en la cual Jesús comunica al alma su vida, su amor y sus virtudes. Así, el que reza el Rosario se vuelve capaz de reflejar, con su existencia y con sus obras, a Jesús, porque es la Virgen misma quien derrama en nuestros corazones las gracias y la vida divina de su Hijo, la vida divina que nos hace ser como Él, que nos configura a Él, haciéndonos cada vez más Él. Es esto lo que nos dice el Santo Padre Juan Pablo II: “La Virgen María se aparece en Fátima para pedirnos que recemos el Rosario. El Rosario es un compendio del Evangelio, es un resumen de los misterios de la vida de Cristo. Por eso, el Rosario, es contemplar el rostro de Cristo, con María y en María. El Rosario es aprender de Cristo, es unirse espiritualmente a Cristo, por medio del Corazón de la Madre. Rezando y contemplando los misterios de la Pasión, contemplamos a Cristo que derrama su Sangre por amor a Dios y a la humanidad”. Y, agregamos nosotros, es ser configurados, por María, a Jesús, recibiendo de Él sus dones y virtudes, con los cuales nos vamos pareciendo cada vez más a Cristo.
         Con respecto al Rosario, y al tema que nos ocupa, no está de más recordar las promesas de la Virgen para quien rece el Rosario, entre ellas, la de conceder “toda gracia que se pida por medio del Rosario”. En nuestro caso, queremos pedir la virtud de la castidad, no la nuestra, sino la castidad y pureza misma de Cristo; si rezamos el Rosario –todos los días- estaremos ciento por ciento seguros que María Santísima nos alcanzará esa gracia.
Las promesas y bendiciones de la Virgen para quienes recen el Rosario son:
1. Los que fielmente me sirven mediante el rezo del Santo Rosario, recibirán insignes gracias.
2. Yo prometo mi protección especial, y las más notables gracias a todos los que recitasen el Santo Rosario.
3. El Rosario será la defensa más poderosa contra las fuerzas del infierno. Se destruirá el vicio; se disminuirá el pecado y se vencerá a todas las herejías.
4. Por el rezo del Santo Rosario, florecerán las virtudes y también las buenas obras. Las almas obtendrán la misericordia de Dios en abundancia. Se apartarán los corazones del amor al mundo y sus vanidades y serán elevados a desear los bienes eternos. Ojalá que las almas hiciesen el propósito de santificarse por este medio.
5. El alma que se recomienda a Mí por el rezo del Santo Rosario, no perecerá jamás.
6. El que recitase el Rosario devotamente, aplicándose a meditar los Sagrados Misterios, no será vencido por la mala fortuna. En Su justo juicio, Dios no lo castigará. No sufrirá la muerte improvisa. Y si es justo, permanecerá en la gracia de Dios, y será digno de alcanzar la vida eterna.
7. El que conserva una verdadera devoción al Rosario, no morirá sin los sacramentos de la Iglesia.
8. Los que fielmente rezan el Santo Rosario, tendrán en la vida y en la muerte, la Luz de Dios y la plenitud de Su gracia. En la hora de la muerte, participarán de los méritos de los Santos del Paraíso.
9. Yo libraré del Purgatorio a los que han acostumbrado el rezo del Santo Rosario.
10. Los devotos del Santo Rosario, merecerán un grado elevado de gloria en el Cielo.
11. Se obtendrá todo lo que se me pidiere mediante la recitación del Santo Rosario.
12. Todos los que propagan el Santo Rosario recibirán Mi auxilio en sus necesidades.
13. Para los devotos del Santo Rosario, he obtenido de mi Divino Hijo, la intercesión de toda la Corte Celestial durante la vida y en la hora de la muerte.
14. Todos los que rezan el Santo Rosario son hijos Míos, y hermanos de Mi único Hijo, Jesucristo.
15. La devoción al Santo Rosario es gran señal de predestinación.
Bendiciones del Rosario
1. Los pecadores obtienen el perdón.
2. Las almas sedientas se sacian.
3. Los que están atados ven sus lazos desechos.
4. Los que lloran hallan alegría.
5. Los que son tentados hallan tranquilidad.
6. Los pobres son socorridos.
7. Los religiosos son reformados.
8. Los ignorantes son instruidos.
9. Los vivos triunfan sobre la vanidad.
10. Los muertos alcanzan la misericordia por vía de sufragios.
Los beneficios del Rosario
1. Nos otorga gradualmente un conocimiento completo de Jesucristo.
2. Purifica nuestras almas, lavando nuestras culpas.
3. Nos da la victoria sobre nuestros enemigos.
4. Nos facilita practicar la virtud.
5. Nos enciende el amor a Nuestro Señor.
6. Nos enriquece con gracias y méritos.
7. Nos provee con lo necesario para pagar nuestras deudas a Dios y a nuestros familiares cercanos, y finalmente, se obtiene toda clase de gracia de nuestro Dios todopoderoso.
3.     Adoración Eucarística

En el Evangelio, Jesús nos recuerda que sin su ayuda nada podemos hacer: “Sin Mí nada podéis hacer”. Por lo tanto, no solo no podemos adquirir ninguna virtud, sino que no podemos desear ni hacer nada bueno. Si queremos conseguir la virtud de la castidad, debemos entonces unirnos a Jesús por la fe, por el amor y por la oración. Ya vimos cómo el Rosario es un camino de unión con Él, a través de María. La Adoración Eucarística es también un modo de unión con Cristo Jesús, a través de un tipo de oración muy especial, una oración que se hace delante de la Eucaristía en la que se contempla el misterio más asombroso de todos los asombrosos misterios de Dios: la Presencia de Cristo glorioso y resucitado, oculto en algo que parece ser pan, pero que ya no es más pan. Por medio de la Adoración Eucarística, cumplimos lo que Jesús nos dice en el Evangelio: “Venid a Mí los que estéis afligidos y agobiados, que Yo os aliviaré”. Jesús se ha quedado en el Santísimo Sacramento del altar para que acudamos a Él en toda necesidad, en todo agobio, en toda dificultad. No hay oración que sea hecha delante de la Eucaristía, que no sea escuchada por Jesús. Leyendo el Evangelio, sobre todo en los relatos de la Última Cena, tal vez alguno podría envidiar a Juan, “el apóstol amado”, porque Juan recuesta su cabeza en el pecho de Jesús, y escucha los latidos del Sagrado Corazón. Este solo consuelo basta para que todas las tribulaciones desaparezcan, así como el humo se disipa con el viento. Con la Adoración Eucarística, podemos repetir, espiritualmente, cuantas veces así lo deseemos, la maravillosa experiencia de Juan, recibiendo de Jesús todo su Amor, que es más que suficiente no solo para superar todo tipo de adversidad, sino para adquirir todo tipo de virtud y de fuerzas sobrenaturales que nos permitan vivir serenos, alegres y confiados, seguros de que habremos de superar holgadamente las pruebas de esta vida terrena, para llegar confiados a la vida eterna. Por último, la Eucaristía es el cumplimiento de la promesa de Jesús, luego de resucitar y antes de ascender a los cielos: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Si Jesús Eucaristía está con nosotros, ¿quién contra nosotros? (cfr. Rom 8, 31).

4.     Confesión frecuente

La Confesión Sacramental no es una consulta a un asesor religioso, por medio del cual podemos recibir un buen consejo de moral; no es un momento para “descargar el sentimiento de culpa” por algo que hicimos mal; tampoco es equivalente a un “asesoramiento psicológico-religioso”: por la Confesión Sacramental Cristo en Persona, a través del sacerdote ministerial, perdona los pecados y concede al alma la gracia santificante. Y es esta gracia santificante la que hace participar al alma de la vida del Hombre-Dios, y participar de su vida, quiere decir participar de todo lo que esa vida del Hombre-Dios contiene: fortaleza, serenidad, paz, alegría. De esta manera, en la confesión sacramental, no solo recibimos el perdón de los pecados, sino que participamos de la vida de Jesús, lo cual quiere decir que somos revestidos con la fuerza misma de Jesús. Entonces, recibimos la fuerza para resistir la tentación y nos hacemos capaces de resistirla ¡como Jesús mismo resistió la tentación en el desierto! Por la confesión sacramental, se nos perdonan los pecados y participamos de la vida de Jesús, vida que contiene en sí misma la máxima pureza y castidad, por ser la vida del Hombre-Dios, lo cual quiere decir que ¡poseemos, por participación, la gracia de alcanzar la misma pureza y castidad de Jesús! ¿No es esto algo maravilloso? Si reconociendo el mal que hemos hecho, declarándonos culpables en el Tribunal de la Misericordia, recibiendo la absolución del sacerdote ministerial que actúa in Persona Christi, nos hacemos partícipes de las virtudes de Cristo, entre ellas su pureza y castidad, ¿qué esperamos para confesarnos? ¿Qué esperamos para hacer de la Confesión Sacramental, junto a la Adoración Eucarística y el rezo del Santo Rosario, el objeto y el fin de toda mi vida espiritual? La Confesión Sacramental es una gran forjadora de santos, y está a nuestra disposición. ¡Aprovechémosla!

5.     Dirección espiritual (constante)
“Quien se hace guía de sí mismo confía su camino a un ciego”. Este aserto, que es válido para la vida en general, lo es tanto más, para la vida espiritual. Para no extraviar el Camino que nos conduce al cielo, Cristo Jesús, es necesaria la dirección espiritual y, por supuesto, la docilidad ante las indicaciones del Director Espiritual. La lucha por la conquista de la castidad implica una gran tarea espiritual, para cuyo éxito debe el alma contar con una dirección espiritual que le indique la dirección correcta.

6.     Vida de comunidad (grupos parroquiales)

El ser humano es un ser sociable por naturaleza y cuanto más ejercita su sociabilidad, más oportunidad tiene de trascender fuera de sí mismo, lo cual le ayuda a obtener su plenitud personal. En este sentido, los grupos parroquiales constituyen un valioso auxilio para quien desea vivir una virtud, en este caso, la castidad, porque la interacción con grupos humanos refuerza el sentido de trascendencia y disminuye el peligro del encierro en sí mismo, algo propio de la sexualidad “libre”.


7.     Servir (obras de misericordia corporales y espirituales).
Además de ser un requisito indispensable para entrar en el cielo -puesto que Jesús nos juzgará en el amor demostrado al prójimo más necesitado, y si no tenemos estas obras, no podremos entrar en la Jerusalén celestial-, las obras de misericordia nos hacen ver a nuestro prójimo como los ve Dios, como los ve el mismo Jesús desde la Cruz. De esta manera, dejamos de ver al prójimo con nuestros propios ojos, que son los ojos de la pasión. El prójimo es alguien muy complejo, que posee muchas otras facetas –es creación de Dios, es hijo de Dios, tiene un proyecto de vida, tiene que salvarse, etc.-, más allá de lo que yo puedo ver. El prójimo no es un “objeto” puesto a mi disposición para que yo lo use como un material descartable, y en este sentido, las obras de misericordia me ayudan a verlo como lo ve el mismo Dios y, por lo tanto, me ayudan a respetarlo en su integridad espiritual y física.

8.     Misión
La misión consiste en anunciar a los demás el Amor salvífico y redentor de Dios encarnado en Cristo Jesús. Siendo una obra de caridad, impulsada por el Espíritu Santo, la misión ayuda a vivir la castidad –y la castidad ayuda a misionar con eficacia- porque la castidad, como toda virtud, está enraizada en el Amor de Dios, que es la Caridad, y de ella surge como de su raíz y fuente.

9.     Castidad
         La castidad, lejos de consistir en la represión de la sexualidad, consiste en vivir plenamente la misma, puesto que implica el dominio y control de la misma como modo de integrarla a la persona. Por la castidad, las pulsiones sexuales se integran a la persona y le permiten que esta pueda a su vez orientarse hacia un objetivo trascendente de vida, sea la vida matrimonial o la vida consagrada. La castidad, al poner en orden las fuerzas de la sexualidad, permite que la persona dirija todos sus esfuerzos a la consecución de bienes y objetivos trascendentes, que se encuentran más allá de ella misma y, puesto que en estos bienes y objetivos trascendentes –Verdad, Bien, Belleza- radica su felicidad, se sigue que el dominio de la sexualidad por medio de la castidad constituye el paso inicial, necesario para la felicidad total de la persona.
         Por el contrario, ante la ausencia de castidad, la persona no puede dirigirse hacia esos bienes trascendentales, que es en donde radica su felicidad, porque debe luchar contra las fuerzas desordenadas de su sexualidad, que consumen todos sus esfuerzos. Lejos de poder trascender en busca de la felicidad, como sucede en quien vive la castidad, la persona dominada por sus pulsiones sexuales, está esclavizada por las mismas, lo cual produce un encierro en sí mismo, encierro que causa suma infelicidad, porque el hombre ha sido hecho para la trascendencia y no para la inmanencia.
         El mundo contemporáneo, caracterizado por un burdo materialismo basado en el ateísmo y en el relativismo moral, exalta el desenfreno de la sexualidad, al tiempo que hace ver a su control, dominio e integración en el proyecto de vida de la persona, la castidad, como algo negativo que pertenece al pasado, que debe ser desterrado de la conducta humana desde el momento en que bloquea la libre sexualidad. Es por esto que la castidad aparece como un dis-valor, como un elemento negativo que daña al hombre y cuya posesión implicaría violentar al ser humano, en el sentido de privarlo de su “derecho”, la libre –libertina- expresión de su sexualidad sin controles, sin límites, sin fronteras.
Sin embargo, como hemos visto, lejos de ser así, la castidad, al permitir que el hombre integre la sexualidad y la afectividad en su persona y en su proyecto de vida, le abre un horizonte y una perspectiva nuevos, que sin la castidad no los poseía, el horizonte y la perspectiva de la plena realización de sí mismo, lo cual ya, antes aun de ser llevado a cabo, es en sí mismo causa de paz, de alegría y de felicidad.
La castidad, a la que podemos definir como la integración de la sexualidad en la persona humana, es buena en sí misma y para la persona que la adquiere significa un bien de inapreciable valor, puesto que le facilita la plena realización en cuanto persona, es decir, en cuanto ser racional y libre que se encamina de modo autónomo hacia el Bien, la Verdad y la Belleza.

La disyuntiva entonces no es en los falsos términos planteados por la mentalidad materialista y relativista dominante, es decir, sexualidad libre o represión sexual-castidad, sino en términos de libertad-esclavitud: mientras la sexualidad libre esclaviza al hombre porque lo somete al dominio de sus instintos sexuales, la castidad, por el contrario, lo hace verdaderamente libre, en cuanto que la ordenación de la sexualidad a su fin específico –generación de hijos en el ámbito del matrimonio- le abre la posibilidad de la plena realización de sí como persona humana, es decir, como ser libre, racional, capaz de amar al infinito y capaz de conquistar al Ser por esencia, raíz y fuente de su felicidad total. Y ese Ser por esencia, que es la raíz y la fuente de la felicidad total de la persona, es Dios. La castidad abre el camino para llegar a Dios y en esto radica su más grande e inapreciable valor.