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viernes, 13 de diciembre de 2013

9 Pasos para salir de la atracción a personas del mismo sexo


Pasos para salir de la atracción a personas del mismo sexo
1.     Castidad
¿Qué es la castidad? Muchas veces se asocia castidad a represión sexual. A su vez, el mundo moderno toma a la sexualidad como algo que puede ser usado para el placer, de manera tal que se debe buscar el placer sexual del modo que sea. En la base de esta visión equivocada, está el modo de enfocar o de ver la vida: para quien sostiene que la castidad es “represión sexual” y que la sexualidad es sinónimo de “placer”, la vida se limita a esta vida terrena, con lo cual lo único que importa es “disfrutar” de la vida, del modo más egoístamente posible, sin tener en cuenta ni al prójimo ni al verdadero amor. Para el mundo moderno, el “motor” de la vida es la búsqueda egoísta del sexo placentero, y el prójimo está puesto ahí para que satisfaga este bajísimo objetivo. Sin embargo, todo es un grave error, puesto que ni la castidad es represión sexual, ni la sexualidad está para el placer, ni tampoco la vida es mera búsqueda de satisfacciones del instinto.
         ¿Qué es entonces la castidad? Podríamos intentar definir a la castidad diciendo que es una “fuerza espiritual interior” por medio de la cual podemos dominar y regular el deseo sexual según los dictámenes de la razón, de manera que la persona pueda, libre de pulsiones desordenadas, dirigirse de modo autónomo a un objetivo trascendente que la haga feliz. El objeto de la castidad es el placer sexual, con lo cual notamos ya, desde un inicio, que la castidad no es sinónimo de represión sexual, sino que busca “dominar y regular” el deseo sexual, según lo dicte la razón. Vemos también que la sexualidad está subordinada a la razón, y que el “instrumento” del cual se vale la razón, es la castidad. De modo que podríamos hacer el siguiente esquema:
RAZÓN
¯
CASTIDAD
¯
(SEXUALIDAD DOMINADA)
         Si la razón domina a la sexualidad, según sus dictámenes, ¿en qué se basa la razón del hombre para dictaminar a la castidad cuál es el uso que debe hacer de la sexualidad? Lo que sucede es que la razón “ve” algo en el horizonte, y eso que ve, es una “escala de valores”, sin la cual no es posible la vida del hombre en la tierra.
         Para un cristiano, es decir, para quien conoce y ama a Cristo, lo que se encuentra en primerísimo lugar en esta escala de valores, es Dios Uno y Trino, que es como un sol que ilumina, con sus rayos de bondad y santidad, el mundo en el que vive el hombre y, por supuesto, su razón.
         Es Dios Uno y Trino quien, a través de su gracia, concedida por los méritos de la Pasión de Jesucristo, hace ver al hombre las razones por las cuales debe vivir la castidad: porque está destinado al Reino de los cielos, y a este Reino no se puede entrar con una sexualidad no dominada, es decir, no casta.
         Entonces, nuestro esquema podría quedar así:
DIOS UNO Y TRINO
¯
GRACIA SACRAMENTAL
¯
RAZÓN
¯
CASTIDAD
¯
(SEXUALIDAD DOMINADA E INTEGRADA
EN LA PERSONA Y SU PROYECTO DE VIDA)
¯
PERSONA FELIZ
Podemos también considerar a la castidad desde el punto de vista de Dios: si bien la castidad es una virtud, como lo dijimos, esa virtud se origina en lo alto, en Dios; es una expresión, a través del cuerpo y de la existencia del hombre, de un aspecto de la perfección infinita del Ser divino trintario. Dios Trino es Perfectísimo y fuente de toda perfección; como tal, es Espíritu Puro, purísimo, y cuando “entra” o toma posesión de un alma por la gracia, el modo que tiene el hombre de expresar, con su naturaleza humana, al modo humano, la perfección de la pureza del Ser divino, es por medio de la castidad. La castidad es pureza del hombre que por participación, imita y refleja la Pureza del Ser divino. Cuanto más viva la castidad una persona humana –como por ejemplo, los santos, y en grado eximio la Virgen María-, tanto más refleja esa persona la Presencia de Dios Trino en ella, puesto que la castidad es un modo humano de expresar la pureza del Ser divino.
También lo contrario es verdad: si una persona no vive la castidad, se aleja de Dios Trino y se acerca al ángel caído, quien por medio de la impureza corporal –y también espiritual- expresa su odio angélico contra Dios, al pervertir al hombre, creado “a su imagen y semejanza”.
Pero hay otro motivo para el cristiano, por el cual vivir la castidad, y está relacionado con el destino de feliz eternidad al que nos llama Cristo, y es el hecho de que su cuerpo, por obra y gracia del sacramento del Bautismo, ha sido convertido en templo del Espíritu Santo, como dice San Pablo: “El cuerpo es templo del Espíritu Santo” (cfr. 1 Cor 6, 19). Esto quiere decir que el alma y el cuerpo deben ser cuidados con el esmero con el que se cuida un templo material. ¿Cómo debe ser un templo material? Un templo debe brillar por su limpieza y orden; en el altar eucarístico y en el sagrario debe haber siempre flores frescas y perfumadas, que aromen con exquisitas fragancias el ambiente, además de estar siempre iluminado, indicando la Presencia real de Jesús en la Eucaristía; debe estar siempre bien iluminado, como símbolo de pertenencia al Dios Luz eterna, Jesucristo, y en sus naves laterales y paredes, deben estar las sagradas imágenes de la Virgen, de los ángeles del cielo y de los santos; también, deben escucharse en el templo sólo himnos y cantos de alabanza a Dios Trino, y de amor fraterno para con el prójimo. De la misma manera, en el templo que es el cuerpo, debe brillar siempre la luz de la fe de la Iglesia en Cristo Eucaristía; el corazón debe ser un altar y sagrario vivientes, que custodien con amor y adoren sin cesar, día y noche, a Jesús Sacramentado; en este templo que es el cuerpo, las únicas imágenes que deben estar, las imágenes que ingresan voluntariamente con la mirada, son imágenes castas y puras, y de ninguna manera pueden entrar en este templo imágenes impuras, so pena de profanar y entristecer al Dueño de este templo, el Espíritu Santo; en el templo que es el cuerpo, debe estar siempre perfumado con el “suave aroma de Cristo”, y los perfumes de su gracia y de sus virtudes deben ser la fragancia exquisita que embelese a los ángeles del cielo y al mismo Espíritu Santo; la luz que ilumina este templo, es la luz de la gracia; las flores que adornan el altar y el sagrario, en donde se custodia con amor y adoración a Jesús Sacramentado, son las oraciones y el Rosario que se eleva, día a día, en honor a la Madre de Dios, María Santísima. Para lograr un templo así, es necesaria la castidad.
2.     Rezo del Santo Rosario
¿Por qué el rezo del Santo Rosario? Porque la Virgen, cuando dio el Rosario a la Iglesia, prometió que toda gracia que se pidiera a través de él, sería concedida. Llevándonos de esta grandiosa promesa de María, debemos atrevernos a pedir lo que parece imposible, porque “nada es imposible para Dios”, y Dios ha elegido a una persona, nuestra Madre del Cielo, para que nos alcance todas las gracias que necesitamos para nuestra salvación ¡aun lo que parece imposible! A través del Rosario podemos pedir, por ejemplo, la virtud de la castidad, con la seguridad de que María nos la concederá, tarde o temprano, pero nos la concederá, porque no puede desdecirse de sus palabras: ¡lo que se pide en el Rosario se consigue! Pero incluso podemos ir más allá, y pedirle a la Virgen prodigios más grandes. Después de todo, es Jesús mismo quien nos invita a pedir: “Pedid y recibiréis”. Entonces podemos, en vez de solamente pedir la virtud de la castidad, al rezar el Rosario, podemos pedir la castidad de Jesús, con la seguridad de que la Virgen Santísima nos lo concederá. Si rezamos el Rosario pidiendo esta gracia, la obtendremos con toda seguridad, porque el Corazón Inmaculado de María Santísima no deja de desatender ningún pedido de sus hijos. Pero si pedimos la castidad en el Rosario, todavía nos quedamos cortos, porque con el Rosario podemos pedir –y conseguir algo mucho, pero mucho más grande que la virtud de la castidad, o la castidad de Jesús: podemos pedir ¡ser castos y puros como el mismo Jesús en Persona!
Esto es así, porque por medio del rezo del Santo Rosario la Virgen nos inculca, silenciosamente, y sin que nos demos cuenta, no sólo las virtudes que pedimos, sino las virtudes de su Hijo –entre ellas, su misma castidad y pureza- y, más que eso todavía, moldea nuestro corazón para hacer de él una copia viviente del Corazón de Jesús. Lo que nos concede la Virgen por el rezo del Rosario es lo que nos hace ser como Jesús porque nos lleva a “Amar lo que Jesús ama en la Cruz, no amar lo que Jesús no ama en la Cruz”.
Por el Rosario contemplamos, junto a María y con María, los misterios del Hombre-Dios Jesucristo. A través del Rosario desfilan, ante los ojos del alma, toda la vida de Jesús, “luz del mundo” (Jn 8, 12), siendo así el iluminada con la misma de Dios. Quien reza el Rosario contempla, con María, la vida de Jesucristo, y es iluminado por la luz de Jesucristo. El Rosario es un camino de luz divina que nos conduce a la luz de Dios, Jesucristo.
         Rezar el Rosario entonces no es una mera devoción ni sólo un instrumento devoto para pedir por lo que necesitamos: es además que esto, y mucho más que esto, un camino de luz celestial para contemplar, junto a María, el misterio pascual de muerte y resurrección del Cordero de Dios, misterio por el cual somos transformados en Jesús, en el mismo Jesús al cual contemplamos y al cual le rezamos.
         Rezar el Rosario es imprimir en el alma los misterios de Jesucristo y a Jesucristo mismo en Persona.
         A quien reza el Rosario la Virgen le imprime silenciosa e imperceptiblemente, sin que el alma se dé cuenta, la imagen de su Hijo Jesús, imagen en la cual Jesús comunica al alma su vida, su amor y sus virtudes. Así, el que reza el Rosario se vuelve capaz de reflejar, con su existencia y con sus obras, a Jesús, porque es la Virgen misma quien derrama en nuestros corazones las gracias y la vida divina de su Hijo, la vida divina que nos hace ser como Él, que nos configura a Él, haciéndonos cada vez más Él. Es esto lo que nos dice el Santo Padre Juan Pablo II: “La Virgen María se aparece en Fátima para pedirnos que recemos el Rosario. El Rosario es un compendio del Evangelio, es un resumen de los misterios de la vida de Cristo. Por eso, el Rosario, es contemplar el rostro de Cristo, con María y en María. El Rosario es aprender de Cristo, es unirse espiritualmente a Cristo, por medio del Corazón de la Madre. Rezando y contemplando los misterios de la Pasión, contemplamos a Cristo que derrama su Sangre por amor a Dios y a la humanidad”. Y, agregamos nosotros, es ser configurados, por María, a Jesús, recibiendo de Él sus dones y virtudes, con los cuales nos vamos pareciendo cada vez más a Cristo.
         Con respecto al Rosario, y al tema que nos ocupa, no está de más recordar las promesas de la Virgen para quien rece el Rosario, entre ellas, la de conceder “toda gracia que se pida por medio del Rosario”. En nuestro caso, queremos pedir la virtud de la castidad, no la nuestra, sino la castidad y pureza misma de Cristo; si rezamos el Rosario –todos los días- estaremos ciento por ciento seguros que María Santísima nos alcanzará esa gracia.
Las promesas y bendiciones de la Virgen para quienes recen el Rosario son:
1. Los que fielmente me sirven mediante el rezo del Santo Rosario, recibirán insignes gracias.
2. Yo prometo mi protección especial, y las más notables gracias a todos los que recitasen el Santo Rosario.
3. El Rosario será la defensa más poderosa contra las fuerzas del infierno. Se destruirá el vicio; se disminuirá el pecado y se vencerá a todas las herejías.
4. Por el rezo del Santo Rosario, florecerán las virtudes y también las buenas obras. Las almas obtendrán la misericordia de Dios en abundancia. Se apartarán los corazones del amor al mundo y sus vanidades y serán elevados a desear los bienes eternos. Ojalá que las almas hiciesen el propósito de santificarse por este medio.
5. El alma que se recomienda a Mí por el rezo del Santo Rosario, no perecerá jamás.
6. El que recitase el Rosario devotamente, aplicándose a meditar los Sagrados Misterios, no será vencido por la mala fortuna. En Su justo juicio, Dios no lo castigará. No sufrirá la muerte improvisa. Y si es justo, permanecerá en la gracia de Dios, y será digno de alcanzar la vida eterna.
7. El que conserva una verdadera devoción al Rosario, no morirá sin los sacramentos de la Iglesia.
8. Los que fielmente rezan el Santo Rosario, tendrán en la vida y en la muerte, la Luz de Dios y la plenitud de Su gracia. En la hora de la muerte, participarán de los méritos de los Santos del Paraíso.
9. Yo libraré del Purgatorio a los que han acostumbrado el rezo del Santo Rosario.
10. Los devotos del Santo Rosario, merecerán un grado elevado de gloria en el Cielo.
11. Se obtendrá todo lo que se me pidiere mediante la recitación del Santo Rosario.
12. Todos los que propagan el Santo Rosario recibirán Mi auxilio en sus necesidades.
13. Para los devotos del Santo Rosario, he obtenido de mi Divino Hijo, la intercesión de toda la Corte Celestial durante la vida y en la hora de la muerte.
14. Todos los que rezan el Santo Rosario son hijos Míos, y hermanos de Mi único Hijo, Jesucristo.
15. La devoción al Santo Rosario es gran señal de predestinación.
Bendiciones del Rosario
1. Los pecadores obtienen el perdón.
2. Las almas sedientas se sacian.
3. Los que están atados ven sus lazos desechos.
4. Los que lloran hallan alegría.
5. Los que son tentados hallan tranquilidad.
6. Los pobres son socorridos.
7. Los religiosos son reformados.
8. Los ignorantes son instruidos.
9. Los vivos triunfan sobre la vanidad.
10. Los muertos alcanzan la misericordia por vía de sufragios.
Los beneficios del Rosario
1. Nos otorga gradualmente un conocimiento completo de Jesucristo.
2. Purifica nuestras almas, lavando nuestras culpas.
3. Nos da la victoria sobre nuestros enemigos.
4. Nos facilita practicar la virtud.
5. Nos enciende el amor a Nuestro Señor.
6. Nos enriquece con gracias y méritos.
7. Nos provee con lo necesario para pagar nuestras deudas a Dios y a nuestros familiares cercanos, y finalmente, se obtiene toda clase de gracia de nuestro Dios todopoderoso.
3.     Adoración Eucarística

En el Evangelio, Jesús nos recuerda que sin su ayuda nada podemos hacer: “Sin Mí nada podéis hacer”. Por lo tanto, no solo no podemos adquirir ninguna virtud, sino que no podemos desear ni hacer nada bueno. Si queremos conseguir la virtud de la castidad, debemos entonces unirnos a Jesús por la fe, por el amor y por la oración. Ya vimos cómo el Rosario es un camino de unión con Él, a través de María. La Adoración Eucarística es también un modo de unión con Cristo Jesús, a través de un tipo de oración muy especial, una oración que se hace delante de la Eucaristía en la que se contempla el misterio más asombroso de todos los asombrosos misterios de Dios: la Presencia de Cristo glorioso y resucitado, oculto en algo que parece ser pan, pero que ya no es más pan. Por medio de la Adoración Eucarística, cumplimos lo que Jesús nos dice en el Evangelio: “Venid a Mí los que estéis afligidos y agobiados, que Yo os aliviaré”. Jesús se ha quedado en el Santísimo Sacramento del altar para que acudamos a Él en toda necesidad, en todo agobio, en toda dificultad. No hay oración que sea hecha delante de la Eucaristía, que no sea escuchada por Jesús. Leyendo el Evangelio, sobre todo en los relatos de la Última Cena, tal vez alguno podría envidiar a Juan, “el apóstol amado”, porque Juan recuesta su cabeza en el pecho de Jesús, y escucha los latidos del Sagrado Corazón. Este solo consuelo basta para que todas las tribulaciones desaparezcan, así como el humo se disipa con el viento. Con la Adoración Eucarística, podemos repetir, espiritualmente, cuantas veces así lo deseemos, la maravillosa experiencia de Juan, recibiendo de Jesús todo su Amor, que es más que suficiente no solo para superar todo tipo de adversidad, sino para adquirir todo tipo de virtud y de fuerzas sobrenaturales que nos permitan vivir serenos, alegres y confiados, seguros de que habremos de superar holgadamente las pruebas de esta vida terrena, para llegar confiados a la vida eterna. Por último, la Eucaristía es el cumplimiento de la promesa de Jesús, luego de resucitar y antes de ascender a los cielos: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Si Jesús Eucaristía está con nosotros, ¿quién contra nosotros? (cfr. Rom 8, 31).

4.     Confesión frecuente

La Confesión Sacramental no es una consulta a un asesor religioso, por medio del cual podemos recibir un buen consejo de moral; no es un momento para “descargar el sentimiento de culpa” por algo que hicimos mal; tampoco es equivalente a un “asesoramiento psicológico-religioso”: por la Confesión Sacramental Cristo en Persona, a través del sacerdote ministerial, perdona los pecados y concede al alma la gracia santificante. Y es esta gracia santificante la que hace participar al alma de la vida del Hombre-Dios, y participar de su vida, quiere decir participar de todo lo que esa vida del Hombre-Dios contiene: fortaleza, serenidad, paz, alegría. De esta manera, en la confesión sacramental, no solo recibimos el perdón de los pecados, sino que participamos de la vida de Jesús, lo cual quiere decir que somos revestidos con la fuerza misma de Jesús. Entonces, recibimos la fuerza para resistir la tentación y nos hacemos capaces de resistirla ¡como Jesús mismo resistió la tentación en el desierto! Por la confesión sacramental, se nos perdonan los pecados y participamos de la vida de Jesús, vida que contiene en sí misma la máxima pureza y castidad, por ser la vida del Hombre-Dios, lo cual quiere decir que ¡poseemos, por participación, la gracia de alcanzar la misma pureza y castidad de Jesús! ¿No es esto algo maravilloso? Si reconociendo el mal que hemos hecho, declarándonos culpables en el Tribunal de la Misericordia, recibiendo la absolución del sacerdote ministerial que actúa in Persona Christi, nos hacemos partícipes de las virtudes de Cristo, entre ellas su pureza y castidad, ¿qué esperamos para confesarnos? ¿Qué esperamos para hacer de la Confesión Sacramental, junto a la Adoración Eucarística y el rezo del Santo Rosario, el objeto y el fin de toda mi vida espiritual? La Confesión Sacramental es una gran forjadora de santos, y está a nuestra disposición. ¡Aprovechémosla!

5.     Dirección espiritual (constante)
“Quien se hace guía de sí mismo confía su camino a un ciego”. Este aserto, que es válido para la vida en general, lo es tanto más, para la vida espiritual. Para no extraviar el Camino que nos conduce al cielo, Cristo Jesús, es necesaria la dirección espiritual y, por supuesto, la docilidad ante las indicaciones del Director Espiritual. La lucha por la conquista de la castidad implica una gran tarea espiritual, para cuyo éxito debe el alma contar con una dirección espiritual que le indique la dirección correcta.

6.     Vida de comunidad (grupos parroquiales)

El ser humano es un ser sociable por naturaleza y cuanto más ejercita su sociabilidad, más oportunidad tiene de trascender fuera de sí mismo, lo cual le ayuda a obtener su plenitud personal. En este sentido, los grupos parroquiales constituyen un valioso auxilio para quien desea vivir una virtud, en este caso, la castidad, porque la interacción con grupos humanos refuerza el sentido de trascendencia y disminuye el peligro del encierro en sí mismo, algo propio de la sexualidad “libre”.


7.     Servir (obras de misericordia corporales y espirituales).
Además de ser un requisito indispensable para entrar en el cielo -puesto que Jesús nos juzgará en el amor demostrado al prójimo más necesitado, y si no tenemos estas obras, no podremos entrar en la Jerusalén celestial-, las obras de misericordia nos hacen ver a nuestro prójimo como los ve Dios, como los ve el mismo Jesús desde la Cruz. De esta manera, dejamos de ver al prójimo con nuestros propios ojos, que son los ojos de la pasión. El prójimo es alguien muy complejo, que posee muchas otras facetas –es creación de Dios, es hijo de Dios, tiene un proyecto de vida, tiene que salvarse, etc.-, más allá de lo que yo puedo ver. El prójimo no es un “objeto” puesto a mi disposición para que yo lo use como un material descartable, y en este sentido, las obras de misericordia me ayudan a verlo como lo ve el mismo Dios y, por lo tanto, me ayudan a respetarlo en su integridad espiritual y física.

8.     Misión
La misión consiste en anunciar a los demás el Amor salvífico y redentor de Dios encarnado en Cristo Jesús. Siendo una obra de caridad, impulsada por el Espíritu Santo, la misión ayuda a vivir la castidad –y la castidad ayuda a misionar con eficacia- porque la castidad, como toda virtud, está enraizada en el Amor de Dios, que es la Caridad, y de ella surge como de su raíz y fuente.

9.     Castidad
         La castidad, lejos de consistir en la represión de la sexualidad, consiste en vivir plenamente la misma, puesto que implica el dominio y control de la misma como modo de integrarla a la persona. Por la castidad, las pulsiones sexuales se integran a la persona y le permiten que esta pueda a su vez orientarse hacia un objetivo trascendente de vida, sea la vida matrimonial o la vida consagrada. La castidad, al poner en orden las fuerzas de la sexualidad, permite que la persona dirija todos sus esfuerzos a la consecución de bienes y objetivos trascendentes, que se encuentran más allá de ella misma y, puesto que en estos bienes y objetivos trascendentes –Verdad, Bien, Belleza- radica su felicidad, se sigue que el dominio de la sexualidad por medio de la castidad constituye el paso inicial, necesario para la felicidad total de la persona.
         Por el contrario, ante la ausencia de castidad, la persona no puede dirigirse hacia esos bienes trascendentales, que es en donde radica su felicidad, porque debe luchar contra las fuerzas desordenadas de su sexualidad, que consumen todos sus esfuerzos. Lejos de poder trascender en busca de la felicidad, como sucede en quien vive la castidad, la persona dominada por sus pulsiones sexuales, está esclavizada por las mismas, lo cual produce un encierro en sí mismo, encierro que causa suma infelicidad, porque el hombre ha sido hecho para la trascendencia y no para la inmanencia.
         El mundo contemporáneo, caracterizado por un burdo materialismo basado en el ateísmo y en el relativismo moral, exalta el desenfreno de la sexualidad, al tiempo que hace ver a su control, dominio e integración en el proyecto de vida de la persona, la castidad, como algo negativo que pertenece al pasado, que debe ser desterrado de la conducta humana desde el momento en que bloquea la libre sexualidad. Es por esto que la castidad aparece como un dis-valor, como un elemento negativo que daña al hombre y cuya posesión implicaría violentar al ser humano, en el sentido de privarlo de su “derecho”, la libre –libertina- expresión de su sexualidad sin controles, sin límites, sin fronteras.
Sin embargo, como hemos visto, lejos de ser así, la castidad, al permitir que el hombre integre la sexualidad y la afectividad en su persona y en su proyecto de vida, le abre un horizonte y una perspectiva nuevos, que sin la castidad no los poseía, el horizonte y la perspectiva de la plena realización de sí mismo, lo cual ya, antes aun de ser llevado a cabo, es en sí mismo causa de paz, de alegría y de felicidad.
La castidad, a la que podemos definir como la integración de la sexualidad en la persona humana, es buena en sí misma y para la persona que la adquiere significa un bien de inapreciable valor, puesto que le facilita la plena realización en cuanto persona, es decir, en cuanto ser racional y libre que se encamina de modo autónomo hacia el Bien, la Verdad y la Belleza.

La disyuntiva entonces no es en los falsos términos planteados por la mentalidad materialista y relativista dominante, es decir, sexualidad libre o represión sexual-castidad, sino en términos de libertad-esclavitud: mientras la sexualidad libre esclaviza al hombre porque lo somete al dominio de sus instintos sexuales, la castidad, por el contrario, lo hace verdaderamente libre, en cuanto que la ordenación de la sexualidad a su fin específico –generación de hijos en el ámbito del matrimonio- le abre la posibilidad de la plena realización de sí como persona humana, es decir, como ser libre, racional, capaz de amar al infinito y capaz de conquistar al Ser por esencia, raíz y fuente de su felicidad total. Y ese Ser por esencia, que es la raíz y la fuente de la felicidad total de la persona, es Dios. La castidad abre el camino para llegar a Dios y en esto radica su más grande e inapreciable valor.