Suele suceder que se asocia Pentecostés con expresiones que
no se condicen con el misterio que este significa. Por ejemplo, se piensa que
Pentecostés es sinónimo de efusión sentimentalista, de alegría un tanto
forzada, o el poseer don de lenguas, o algún otro “carisma” que, se supone, es
suscitado por el Espíritu Santo. Se asocia a Pentecostés con un sentimiento de
alegría, y si esa alegría externa, superficial, no está, entonces no está el
Espíritu Santo, o también se lo asocia, como vemos, con carismas diversos.
Sin embargo, nada de esto tiene que ver, realmente, con
Pentecostés, ya que el Espíritu Santo obrará a un nivel mucho más profundo que
la sensibilidad, obrará sobre la inteligencia y sobre los corazones. Para saber
propiamente de qué se trata Pentecostés, es necesario recordar las palabras de
Jesús acerca de la misión del Espíritu Santo que Él efundirá, junto al Padre,
luego de atravesar su misterio pascual de muerte y resurrección y ascender
glorioso a los cielos. Desde allí, junto al Padre, soplará el Espíritu Santo
sobre los Apóstoles, es decir, sobre la Iglesia naciente, y el Espíritu Santo
ejercerá sobre los miembros de la Iglesia una función mnemotécnica, de
recuerdo, de memoria: “Cuando venga el Paráclito, les enseñará y les recordará
todo lo que les he dicho” (cfr. Jn
14, 26). También actuará sobre la inteligencia, enseñando la Verdad sobre
Jesús: “Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los
caminos de la verdad” (Jn 16, 13); “El
Paráclito les dirá dónde está el pecado, la justicia y el juicio” (Jn 16, 5-11). Es decir, los discípulos
se entristecen al saber que Jesús ha de partir “a la Casa del Padre”, pero Él
les dice que “les conviene” que lo haga para que Él envíe el Espíritu Santo y
cuando lo envíe junto al Padre –Él es el Hombre-Dios y Él, en cuanto Hombre y
en cuanto Dios espira, junto al Padre, el Espíritu Santo-, el Espíritu Santo
acusará al mundo acerca del pecado, la justicia y el juicio. Lo acusará del pecado,
porque le hará ver que todo lo malo contrasta con la Bondad del Mesías y así les
hará ver a los judíos que fueron incrédulos y cometieron pecado de
incredulidad, convirtiéndose luego, en Pentecostés, tres mil judíos (Hch 2, 37-41); el Espíritu dará
testimonio de justicia, porque iluminará las almas y les hará ver que Jesús no solo
no era un delincuente, como fue injustamente acusado y tratado, sino el Cordero
Inmaculado, sin mancha; por último, en cuanto al juicio, el Espíritu Santo hará
ver que, en la lucha entre Cristo y el Demonio, ha vencido Cristo Jesús de una
vez y para siempre en la cruz, aun cuando a los ojos humanos y sin fe, la cruz
aparezca como símbolo de derrota, y la prueba de que la cruz es triunfo divino,
es la destrucción de la idolatría y la expulsión de los demonios de los
poseídos[2] (Hch 8, 7; 16, 18, 19, 12), allí donde se implanta la cruz. “El
Paráclito les dirá dónde está el pecado, la justicia y el juicio”. El Espíritu
Santo es el Espíritu de la Verdad; en Él no solo no hay engaño, sino que Él es
la Verdad divina y es a Él a quien hay que implorar que nos ilumine, para
caminar siempre guiados bajo la luz trinitaria de Dios, porque si no nos
ilumina el Espíritu Santo, indefectiblemente, antes o después, somos envueltos
por las tinieblas de nuestra razón y por las tinieblas del infierno, y ambas
tinieblas nos envuelven en el pecado, en la injusticia, y en el juicio inicuo.
El Espíritu Santo, en Pentecostés, “dará testimonio de
Jesús”: “Cuando venga el Paráclito, el Espíritu que Yo les enviaré desde el
Padre, dará testimonio de Mí” (Jn 15
26- 16, 6. 4). Luego de morir en la cruz y resucitar, Jesús ascenderá al cielo
y desde allí enviará, junto al Padre, al Paráclito, al Espíritu Santo, el
Espíritu de la Verdad, que “dará testimonio de Jesús”. Esto será de vital importancia
para la Iglesia de Jesucristo, sobre todo hacia el final de los tiempos, cuando
surja el Anticristo, porque el Anticristo se presentará con toda clase de
engaños y de falsos milagros, que confundirán incluso a los elegidos. El
Anticristo engañará de tal forma a los hombres, que todos creerán que es
Cristo, y cuando se manifieste, modificará la ley de Cristo y los Mandamientos
acomodándolos a las necesidades y conveniencias de los hombres y lo hará de tal
manera, que todos estarán convencidos que es el mismo Cristo en Persona quien
lo está haciendo. Es por esto que la función del Espíritu Santo, enviado por
Cristo y el Padre, el Espíritu de la Verdad, será la de iluminar las
conciencias del pequeño rebaño remanente, el cual de esta forma será preservado
del engañado y será advertido acerca del Falso Profeta, del Anticristo y de la
Bestia, quienes tomarán posesión de la Iglesia de Cristo. Solo quienes estén en
gracia, estarán inhabitados por el Espíritu Santo y solo quienes estén
inhabitados por el Espíritu Santo, serán capaces de advertir el engaño, pero
así mismo, serán, como dice Jesús, “echados de las sinagogas”, es decir, de las
Iglesias, e incluso, serán perseguidos a muerte, y los que les den muerte,
creerán dar “culto a Dios” con sus muertes, porque pensarán que están dando
muerte a apóstatas, cuando en realidad, estarán dando muerte a mártires, a los
verdaderos seguidores y adoradores del Cordero de Dios. “Cuando venga el
Paráclito, el Espíritu que Yo les enviaré desde el Padre, dará testimonio de
Mí”. El mundo contemporáneo vive en las tinieblas, unas tinieblas que amenazan
a la Iglesia y que por alguna grieta ha entrado en la Iglesia, según la
denuncia del futuro beato Pablo VI: “A través de una grieta, ha entrado el humo
de Satanás en el templo de Dios”. A estas densas y siniestras tinieblas
vivientes del Infierno, que impiden la visión de Dios a las almas, solo las
pueden vencer la Luz Increada del Espíritu Santo, el Paráclito, enviado por el
Padre y el Hijo.
Por
último, actuará también sobre los corazones, encendiéndolos en el Amor de Dios,
como a los discípulos de Emaús: “¿No ardían nuestros corazones cuando nos
explicaba las Escrituras?”. Se trata entonces Pentecostés de una acción del
Espíritu Santo que obra en lo más profundo del ser y sobre las facultades
operativas del hombre, la inteligencia y la voluntad, y también sobre la
memoria.
Ahora bien, no obra según la naturaleza humana, sino según
la naturaleza divina, porque el Espíritu Santo es la Tercera Persona de la
Trinidad. Esto quiere decir que el Espíritu Santo obrará al modo de Dios, al
modo de la naturaleza divina, y no según la naturaleza humana. Es importante
tener en cuenta esta distinción, porque sólo así se puede entender cómo y qué
obrará el Espíritu Santo. Lo que hará el Espíritu Santo es comunicar la gracia
santificante, que permite que el ser humano participe de la naturaleza divina,
lo cual significa que el alma se vuelve capaz de conocer –dentro del conocer
está el recordar-, de amar y también de obrar según Dios se conoce y se ama a
sí mismo, y de obrar según Dios obra, y esto es lo que sucede con los santos.
El conocimiento que dará el Espíritu Santo es celestial,
sobrenatural, y permitirá ver a Jesús, no según los límites estrechos de
nuestra razón, sino según Dios mismo lo conoce, y permitirá amar a Jesús, no
según los estrechos límites de nuestro amor, sino como Dios mismo lo ama. Y en
esto están comprendidas las funciones de memoria y de Verdad: recordará los
milagros de Jesús, por ejemplo, y dirá la verdad acerca de ellos: que
manifiestan a Jesús como Dios Hijo, y no como un simple hombre. El Espíritu Santo
permitirá reconocer a Jesús como el Hombre-Dios, como el Cordero de Dios, que
está en la Eucaristía, y que viene al alma para donarse a sí mismo con su
substancia y su Ser divino trinitario, y no como un mero pan bendecido. En
síntesis, el Espíritu Santo hará conocer a Jesucristo en su misterio
sobrenatural absoluto, esto es, como Dios Hijo encarnado en el seno de María
Virgen, por obra del Amor de Dios y no por obra humana, y que luego de cumplir
su misterio pascual de muerte y resurrección y ascender a los cielos, permanece
y permanecerá, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía, hasta
el fin de los tiempos, para cumplir su promesa de estar con nosotros “todos los
días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,
20). Este conocimiento y este amor de Jesucristo no serán, como hemos dicho,
según nuestro modo de conocer y amar, sino que serán un conocimiento y un amor
completamente nuevos y desconocidos, porque serán el conocimiento y el Amor de
Dios Uno y Trino, conocimiento y amor, por otra parte, imposibles totalmente de
ser adquiridos y vividos, sino son infundidos por el Espíritu Santo, porque
pertenecen al Espíritu de Dios y no al espíritu humano.