¿Por qué confesarnos?
El pecado es tinieblas, y la confesión nos hace participar de la luz de Dios. La siguiente reflexión puede ayudarnos a comprender la necesidad de la Confesión Sacramental.
Nuestro
Señor Jesucristo se presenta ante los fariseos como la luz del mundo: “Yo soy la luz del mundo y el que me sigue no
andará en tinieblas” (Jn 8, 12).
Nuestro Señor no se refiere a la luz natural, no está diciendo que Él es la luz
del sol, ni la luz del fuego, ni la luz artificial. Él está diciendo y refiriéndose
a otra luz, una luz que no es ninguna de las que conocemos, una luz
desconocida, invisible, la luz de Dios. Por eso en el Credo decimos: “Dios de
Dios, Luz de Luz”, porque Él es la luz de Dios que proviene de Dios; es Dios,
cuya naturaleza es ser luz, la naturaleza de Dios es luminosa, es luz sobrenatural,
divina, celestial, no natural. También en los salmos se describe a Dios como luz,
al decir de Él que es el Sol de justicia, y si Cristo es Dios, es entonces Él
el Sol de justicia.
Si la
Sagrada Escritura presenta por un lado a Jesucristo como luz y luz divina, por
el otro, presenta al pecado como tinieblas, asociadas al demonio, príncipe de
las tinieblas: “...cuando Judas comió el bocado, el diablo entró en él. Afuera
era de noche” (Jn 13, 27). El evangelio dice: “afuera era de noche”. La noche, las tinieblas del espíritu, se asocian al pecado
–la traición de Judas- y a la acción de Satanás: el diablo entró en él. Satanás
entra en el corazón de Judas, que ha cometido el pecado de traición, vendiendo
a nuestro Señor por dinero, y en ese momento, las tinieblas lo envuelven:
“Afuera era de noche”. No quiere decir necesariamente que quien comete un
pecado está bajo el influjo del demonio, pero sí es significativo que el pecado
sea descripto como la tiniebla del espíritu. Es la descripción del alma en
pecado: está envuelta en las tinieblas, porque Cristo, Dios-Luz, Sol de
justicia, no está en ella, y así se vuelve injusta.
El pecado es una acción mala
que oscurece al alma, ocultándola de la vista de Dios; por el pecado el alma se
vuelve oscura y se encierra en una tiniebla densa, de la cual no puede salir
por sí misma.
Cuando
el alma comete un pecado, el alma queda inclinada hacia las cosas bajas, hacia
lo terreno, hacia lo carnal, hacia lo que no agrada a Dios, y eso es vivir en
tinieblas. “Andar en tinieblas” es no tener a Cristo en el alma, y si Cristo,
que es la Luz y el Sol de justicia, no ilumina al alma, el alma queda
oscurecida y atrapada en las tinieblas en donde ella misma se metió.
Por eso Jesús dice: “Yo soy
luz, y el que me sigue no andará en tinieblas”, porque quien lo sigue, es
iluminado por esta luz divina, que es Jesucristo, y en él no hay tinieblas.
Quiere decir que quien no tiene a Jesucristo, anda en tinieblas, no en las
tinieblas de la noche terrena, sino en las tinieblas del espíritu, que es una
tiniebla más cerrada y oscura que la noche más cerrada y oscura que podamos
conocer.
Sólo Cristo, que nos comunica su
luz, la luz de la gracia, que nos viene por la confesión, puede iluminar a un
alma en tinieblas. Por la confesión entra en el alma la luz de Cristo, que es
llamado en los salmos Sol de justicia, y se vuelve justa como Cristo, porque Jesucristo.
Por la confesión el alma recibe
la luz de Dios, una luz que no sólo le ilumina la inteligencia y la voluntad,
permitiendo discernir lo que es bueno de lo que es malo, sino que por la gracia
de la confesión el alma se vuelve no solo brillante como el sol, sino que posee
a ese Sol mismo de justicia, Jesucristo. Por la gracia de la confesión, Jesucristo
empieza a habitar en el alma, y el alma en Jesucristo.