Mostrando entradas con la etiqueta tinieblas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta tinieblas. Mostrar todas las entradas

viernes, 2 de enero de 2015

Joven: la Confesión Sacramental es un encuentro con el Amor Misericordioso de Dios (2)


         ¿Por qué confesarnos?
       El pecado es tinieblas, y la confesión nos hace participar de la luz de Dios. La siguiente reflexión puede ayudarnos a comprender la necesidad de la Confesión Sacramental.
       Nuestro Señor Jesucristo se presenta ante los fariseos como la luz del mundo: “Yo soy la luz del mundo y el que me sigue no andará en tinieblas” (Jn 8, 12). Nuestro Señor no se refiere a la luz natural, no está diciendo que Él es la luz del sol, ni la luz del fuego, ni la luz artificial. Él está diciendo y refiriéndose a otra luz, una luz que no es ninguna de las que conocemos, una luz desconocida, invisible, la luz de Dios. Por eso en el Credo decimos: “Dios de Dios, Luz de Luz”, porque Él es la luz de Dios que proviene de Dios; es Dios, cuya naturaleza es ser luz, la naturaleza de Dios es luminosa, es luz sobrenatural, divina, celestial, no natural. También en los salmos se describe a Dios como luz, al decir de Él que es el Sol de justicia, y si Cristo es Dios, es entonces Él el Sol de justicia.
         Si la Sagrada Escritura presenta por un lado a Jesucristo como luz y luz divina, por el otro, presenta al pecado como tinieblas, asociadas al demonio, príncipe de las tinieblas: “...cuando Judas comió el bocado, el diablo entró en él. Afuera era de noche” (Jn 13, 27). El evangelio dice: “afuera era de noche”. La noche, las tinieblas del espíritu, se asocian al pecado –la traición de Judas- y a la acción de Satanás: el diablo entró en él. Satanás entra en el corazón de Judas, que ha cometido el pecado de traición, vendiendo a nuestro Señor por dinero, y en ese momento, las tinieblas lo envuelven: “Afuera era de noche”. No quiere decir necesariamente que quien comete un pecado está bajo el influjo del demonio, pero sí es significativo que el pecado sea descripto como la tiniebla del espíritu. Es la descripción del alma en pecado: está envuelta en las tinieblas, porque Cristo, Dios-Luz, Sol de justicia, no está en ella, y así se vuelve injusta.
El pecado es una acción mala que oscurece al alma, ocultándola de la vista de Dios; por el pecado el alma se vuelve oscura y se encierra en una tiniebla densa, de la cual no puede salir por sí misma.
         Cuando el alma comete un pecado, el alma queda inclinada hacia las cosas bajas, hacia lo terreno, hacia lo carnal, hacia lo que no agrada a Dios, y eso es vivir en tinieblas. “Andar en tinieblas” es no tener a Cristo en el alma, y si Cristo, que es la Luz y el Sol de justicia, no ilumina al alma, el alma queda oscurecida y atrapada en las tinieblas en donde ella misma se metió.
Por eso Jesús dice: “Yo soy luz, y el que me sigue no andará en tinieblas”, porque quien lo sigue, es iluminado por esta luz divina, que es Jesucristo, y en él no hay tinieblas. Quiere decir que quien no tiene a Jesucristo, anda en tinieblas, no en las tinieblas de la noche terrena, sino en las tinieblas del espíritu, que es una tiniebla más cerrada y oscura que la noche más cerrada y oscura que podamos conocer.
Sólo Cristo, que nos comunica su luz, la luz de la gracia, que nos viene por la confesión, puede iluminar a un alma en tinieblas. Por la confesión entra en el alma la luz de Cristo, que es llamado en los salmos Sol de justicia, y se vuelve justa como Cristo, porque Jesucristo.

Por la confesión el alma recibe la luz de Dios, una luz que no sólo le ilumina la inteligencia y la voluntad, permitiendo discernir lo que es bueno de lo que es malo, sino que por la gracia de la confesión el alma se vuelve no solo brillante como el sol, sino que posee a ese Sol mismo de justicia, Jesucristo. Por la gracia de la confesión, Jesucristo empieza a habitar en el alma, y el alma en Jesucristo. 

viernes, 18 de octubre de 2013

Jesucristo, Luz de la juventud


         Dentro de la liturgia de la Iglesia, hay un rito que se denomina “lucernario” o “rito de la luz”, cuyo sentido es el de expresar, por medio de la liturgia, el misterio de la Pascua de Jesucristo. En este rito, se presentan la luz y la oscuridad, como símbolos de realidades espirituales sobrenaturales: Cristo representa la luz de Dios y las tinieblas representan al pecado y al demonio.
         Cristo es representado por la luz del cirio pascual porque Él es Dios y Dios, en sí mismo, es luz, porque su naturaleza divina es luminosa. “Dios es luz y en Él no hay tinieblas”, dice el Evangelio. En cuanto Dios, Cristo es por lo tanto luz, pero no la luz que conocemos, la luz creatural, sea la artificial o la del sol: Cristo es luz divina, celestial, indefectible, eterna, desconocida sea para el hombre como para el ángel, a menos que Él se dé a conocer; es una luz que, a diferencia de la luz creada o la luz artificial, posee vida en sí misma, la vida divina y la comunica a quien ilumina. A diferencia de la luz creatural, que es inerte y solo en sentido traslaticio “da vida” –por ejemplo, decimos que la luz del sol “da vida” a la naturaleza-, esta luz que es Cristo comunica la vida divina al alma a la que ilumina, convirtiéndola en una imagen resplandeciente de sí misma, divinizando al hombre.
         Cristo es Luz que es vida y vida divina, y también es Luz que es Amor, porque “Dios es Amor” y esta es la razón por la cual al alma iluminada por Cristo le es comunicada por participación la vida divina y el Amor eterno e infinito del Sagrado Corazón de Jesús.
Cristo es Luz porque es Dios, y así lo cree la Fe de la Iglesia: “Dios de Dios, Luz de Luz”, y en cuanto luz divina, Cristo ilumina con el resplandor de su Ser trinitario a los ángeles y santos en el cielo, tal como lo dice el Apocalipsis: “El Cordero es la lámpara de la Jerusalén celestial”. En el cielo, los ángeles y los santos no se iluminan con luz creada alguna; no se alumbran ni con la luz del sol, ni con la luz eléctrica, sino con el resplandor intensísimo, que brilla con un esplendor más intenso que mil millones de soles juntos –pero que a pesar de eso no ciega los ojos-, la luz del Ser trinitario del Cordero que surge de su Corazón como de su Fuente inagotable.
Y a nosotros, en la Iglesia, Jesús nos ilumina con la luz de la gracia, de la Fe y de la Verdad.
Cristo Resucitado es la luz del mundo, y quien es alumbrado por Él, no sólo no vive en las tinieblas del error, de la ignorancia y del pecado, sino que vive con la vida nueva de la gracia, la vida de los hijos adoptivos de Dios. Cristo es Luz y Luz divina, eterna, y por eso vence a las tinieblas, no las tinieblas de la Creación, las tinieblas de la noche, que sobrevienen luego de pasado el día, porque Él las creó y por esto son buenas, sino las tinieblas siniestras y perversas del Averno, las tinieblas que fueron creadas en los corazones de los ángeles caídos, los ángeles que por sí mismos decidieron ser aquello que Dios nunca quiso ni creó: tinieblas, perversión, error, pecado, malicia, odio a Dios. Cristo Luz del mundo, Luz eterna e indefectible, Luz que es Vida eterna y Amor infinito, venció para siempre a las tinieblas del Infierno en la Cruz y renueva su Victoria cada vez en la Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz.
Las tinieblas de la ceremonia del Lucernario son entonces símbolo de las tinieblas del Averno, los perversos ángeles caídos, que por propia y pervertida voluntad decidieron verse privados para siempre de Luz Divina de Dios, Uno y Trino. Pero estas tinieblas son también símbolo de Dios Uno y Trino, no en sí mismo, que es Luz indefectible, como hemos dicho, sino para el hombre, porque en el misterio de su Triunidad es inaccesible e inalcanzable para toda creatura, sea humana o angélica. Dios Uno y Trino es tinieblas para nosotros y para los ángeles, porque nuestra mente creatural es del todo incapaz de comprender, abarcar, comprender, el misterio de la Trinidad de Personas en un solo Dios verdadero.
Cristo Luz vence a las tinieblas, en la Cruz y en la Eucaristía, y quien se acerque a adorarlo, en la Cruz y en la Eucaristía, recibirá de Él su Luz indefectible, su Vida divina, su Amor eterno. En un mundo que “yace en tinieblas y en sombras de muerte” (Lc 1, 68-79), y en donde los jóvenes son acechados continuamente por las tinieblas vivas, los ángeles caídos, Cristo Luz del mundo es la única esperanza de salvación para la juventud.