El Cuarto Mandamiento de la Ley de Dios dice: “Honrarás
Madre y Padre”. ¿Qué significa este mandamiento? ¿Cómo se lo puede cumplir? Honrar
a los padres significa obedecerlos en todo lo bueno que ellos manden y
demostrarles frecuentemente cariño, demostrarles respeto y aprecio, ayudarlos
material, moral y espiritualmente, y si ya han fallecido, rezar por ellos[1].
Pecan contra este mandamiento los hijos que desobedecen
gravemente a los padres, los que los desprecian y no les demuestran amor, los
que los tratan con palabras irrespetuosas, los que los hacen sufrir, los que
los insultan, los que no les prestan ningún tipo de ayuda, cuando están
necesitados, los que se avergüenzan de ellos, los que los dejan abandonados,
etc.
Este mandamiento incluye honrar a los que tienen más edad que
nosotros, a los que ocupan algún puesto de autoridad, y a los que son
superiores en dignidad por su santidad, buena conducta o sabiduría, como el
Papa, los obispos, los sacerdotes, etc.
Los niños y los jóvenes deben obedecer las prescripciones
razonables de sus educadores y de todos aquellos a quienes sus padres los han
confiado, pero si están persuadidos en su conciencia de que una orden es
moralmente mala, no deben seguirla[2].
Lo mismo vale para los ciudadanos: no tienen obligación de
aceptar lo que mandan las autoridades civiles, cuando éstas implementan leyes
contrarias a la ley moral o a las enseñanzas del Evangelio, como por ejemplo,
las leyes del aborto y de la eutanasia, o una guerra de agresión e injusta
contra un país inocente e indefenso.
El
Cuarto Mandamiento es un mandamiento tan importante, que Dios quiere que después
de Él, sean nuestros padres a quienes demos la honra y la gloria, y para eso se
encarga de hacernos recordar a lo largo de toda la Escritura. Por ejemplo, en
Éxodo 20, 12, dice: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días sean
prolongados en la tierra que el Señor tu Dios te da”; en el libro del
Deuteronomio, dice: “Honra a tu padre y a tu madre, como el Señor, tu Dios, te
ha mandado, para que tus días sean prolongados y te vaya bien en la tierra que
el Señor, tu Dios, te da” (5, 16). Es decir, Dios condiciona la bendición en la
tierra, al trato benevolente y a la honra que demos a nuestros padres.
Este mandamiento ordena honrar –y como la honra se basa en
el amor, manda amar- a los padres, en toda ocasión y momento, por el solo hecho
de ser padres, más allá de si los padres se equivocan o no, porque el
mandamiento dice: “Honra a tu madre y a tu padre”; no dice: “Honra a tu madre y
a tu padre solo si fueron buenos contigo”;
dice: “Honra a tu madre y a tu padre” sin poner condicionamientos, es decir, en
todo momento y lugar. Esto es así, porque los padres son, junto con Dios, los
cooperadores materiales en el don de la vida: Dios crea el alma, mientras que
los padres aportan las células primordiales, que constituyen el cuerpo del
embrión –los gametos masculino, espermatozoide, y femenino, ovocito-, y por
este solo hecho, merecen el mayor de los respetos, la más grande honra, y el
mayor amor del que seamos capaces de brindarles. Ahora bien, esto se traduce en
actos concretos, y no en meras palabras, y esto quiere decir, que se deben
traducir en ayudas de todo tipo y orden: ayudas materiales, ayudas económicas,
ayudas morales, ayudas espirituales, y por supuesto, sin descuidar el deber de
estado, porque si alguien es, al mismo tiempo que hijo, padre de familia, debe
cumplir también a la perfección su deber de padre de familia, sin descuidar su
deber de hijo. ¿Difícil? Sí, es difícil cumplir la Ley de Dios, pero la Ley de
Dios se basa en el amor, y amar, ¿es difícil? Todo es fácil para quien ama.
Si
alguien quiere saber cómo se debe honrar a los padres, sólo tiene que
contemplar a Jesucristo, el Hijo de Dios, quien siendo Dios Hijo, la Segunda
Persona de la Santísima Trinidad, honró a su Padre Eterno, obedeciendo por Amor
al pedido que Él le hacía, de encarnarse para ofrendar su Cuerpo y su Sangre en
el santo sacrificio de la cruz, para salvarnos a todos los hombres de la “condenación
eterna”[3], y
una vez encarnado, se hizo niño pequeño, sin dejar de ser Dios, y vivió sujeto
a sus padres terrenos, la Virgen María y San José, su padre adoptivo en la
tierra, obedeciéndolos en todo, respetándolos, honrándolos, ayudándolos en sus
quehaceres, y no solo no ocasionándoles jamás ningún malestar, sino siendo para
ellos, en todo momento, su Fuente de amor, de alegría y de paz, y si en algún
momento se separó de ellos, como en el episodio en el que Jesús, a los doce
años de edad, estuvo tres días en el templo, sin que María y José lo supieran,
fue porque debía dedicarse “a los asuntos de su Padre del cielo”, es decir, por
algo superior a sus deberes para con los padres terrenos, que es seguir la
Voluntad de Dios Padre. Jesús es modelo perfectísimo de amor y de honra a los
padres, porque vivió a la perfección el Cuarto Mandamiento y selló con la
Sangre de la cruz el amor a su Padre Dios y los padres terrenos, su Madre, la
Virgen, y a su padre adoptivo terreno, San José.
El
Cuarto Mandamiento de la Ley de Dios dice: “Honrarás Madre y Padre”. El joven
que quiera saber cómo se debe cumplir, sólo debe contemplar a Jesús,
obedeciendo a su Padre Dios, que le pide que se encarne para luego subir a la
cruz y morir en sacrificio para salvar a la humanidad; el joven que quiera
saber cómo se debe cumplir el Cuarto Mandamiento, sólo debe contemplar a
Jesucristo crucificado, que entrega su vida en la cruz, derramando su Sangre hasta
la última gota, para redimir a la humanidad, y los primerísimos frutos de esa
humanidad redimida y santificada por su gracia son su Madre, la Virgen María, y
su padre adoptivo terreno, San José. El joven que quiera saber cómo se debe
cumplir el Cuarto Mandamiento, que contemple al Hijo de Dios, Jesucristo,
entregando su vida por amor a su Padre Dios y por amor a sus padres terrenos,
la Virgen María y San José, en la cruz.