sábado, 31 de diciembre de 2022

Todo triunfo, si bueno y verdadero, es participación al Triunfo de la Cruz de Jesucristo

 



Todo triunfo, si bueno y verdadero, es participación al Triunfo de la Cruz de Jesucristo

Hace unos años, cuando la Selección Argentina de fútbol perdió la final contra Alemania, reflexionamos acerca de cómo la derrota, en Cristo, adquiere otra dimensión, puesto que, en la Cruz de Cristo, por el poder divino de Cristo, lo que parece humanamente derrota, es triunfo. En efecto, Cristo Dios, si se lo ve humanamente, fue derrotado por sus enemigos en la Cruz; pero visto desde la perspectiva de la Santísima Trinidad, lo que parece una derrota en el Calvario, es el máximo triunfo de Dios Trino sobre los enemigos de Dios y de la humanidad: la muerte, el pecado y el demonio. Y así decíamos que a la derrota -en este caso, futbolística-, había que vivirla, como cristianos, al pie de la Cruz, en donde la derrota se convierte en triunfo.

De la misma manera, también el triunfo -en este caso, también futbolístico-, debe vivirse, como cristianos, al pie de la Cruz, porque es verdad que todo triunfo -aunque sea en algo pasajero y superficial como es un deporte, el fútbol-, si bueno y verdadero -que en este caso lo es-, es una participación al Triunfo de Cristo en la Cruz. Es por eso que es a Cristo a Quien debemos darle gracias por el triunfo de nuestra Selección, a Él y solo a Él y también a la Virgen de Luján, cuyo Manto sagrado es -providencialmente- nuestra Bandera Nacional, porque Ella es la Patrona, la Dueña y la Señora de nuestra Patria (y también debemos darle gracias al Ángel Custodio de Argentina, a quien, en los penales, al menos yo personalmente le recé por nuestra Selección).

En definitiva, tanto en la derrota, como en el triunfo, debemos siempre unirnos al Madero Santo de la Cruz; tanto en la derrota, como en el triunfo, debemos abrazar la Santa Cruz de Jesús, porque si es derrota, se convierte en triunfo y si es triunfo, bueno y verdadero, es participación del Triunfo del Calvario. En nuestra historia como nación, fuimos derrotados en la Batalla de Malvinas y también en la batalla cultural, desde el momento en que la ultraizquierda atea y materialista parece haberlo conquistado absolutamente todo, pero si nos unimos a la Cruz de Cristo, si nos abrazamos a la Cruz de Cristo, pidiendo a la Virgen que nos cubra con su Manto celeste y blanco y si le pedimos al Ángel Custodio de Argentina que nos libren de nuestros enemigos, entonces, aun en la derrota, ya comenzamos a vislumbrar el triunfo del mañana, del Nuevo Amanecer del Sol de justicia, Cristo Jesús, anunciado por la Estrella de la mañana, la Virgen Santísima. En la Cruz de Cristo venceremos a los enemigos de Dios, de la Patria y de la Familia, pero solo en la Cruz de Cristo, porque solo allí vencemos, tanto en lo pasajero y superficial, como puede ser un triunfo deportivo, como en lo más profundo y serio, como la Batalla material -Malvinas- y espiritual, moral y cultural -la lucha contra el materialismo ateo de la ultraizquierda marxista y comunista. Solo en la Cruz de Cristo todo triunfo, si bueno y verdadero, adquiere una nueva dimensión, que sin Cristo no la tiene, aun cuando este triunfo sea en algo pasajero como un deporte, el fútbol. Y así como Cristo nos concedió el triunfo -a través de la Selección-, así nos concederá el triunfo sobre los enemigos de Dios y de la Patria, esto es, el demonio, el pecado y la muerte. Y llevados de la mano, como un niño pequeño es llevado por su madre, cantaremos para siempre, en la eternidad del Reino de Dios, el Triunfo de los triunfos, la Victoria de Cristo Dios en la Cruz.


viernes, 30 de septiembre de 2022

Ni salud, ni enfermedad: sólo la voluntad de Dios

 


         Con mucha frecuencia los católicos, en la Santa Misa, piden por la sanación o curación de alguna enfermedad, ya sea propia o de algún ser querido. Esto está bien y, en cierto sentido, es natural el desear tener buena salud. Sin embargo, los católicos podemos y debemos hacer algo distinto que el simplemente tener buena salud. Lo que podemos y debemos hacer es ofrecer el estado de enfermedad que nos aqueja -o cualquier otra situación que nos provoque tribulación-, por manos de la Virgen, a Jesús crucificado, pero no para que Él haga “desaparecer” aquello que nos mortifica, sino para que su Sangre Preciosísima, cayendo sobre nosotros, nos santifique en el estado de salud o de enfermedad en el que nos encontramos y así sea Él quien disponga nuestro estado, según sea su santa voluntad.

         Es esto lo que dice San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, cuando afirma que “no hay que pedir ni salud, ni enfermedad”, sino que se cumpla la Divina Voluntad sobre nosotros, voluntad que por ser de la Santísima Trinidad, es Tres veces Santa.

         De esta manera, obtendremos algo infinitamente mejor que la curación de nuestra enfermedad o tribulación que estemos padeciendo y es la de cumplir la santa voluntad de Dios en nuestras vidas, que puede querer que nos santifiquemos, o en la salud, o en la enfermedad.

lunes, 12 de septiembre de 2022

Oración a Jesucristo, Divino Maestro, por parte de un docente católico

 



 

Señor Jesucristo, Divino Maestro,/

Tú que eres/

La Sabiduría de Dios Encarnada;/

Tú que en la Santa Cruz nos enseñas/

El Camino que conduce al cielo,/

El Camino que es tu Sagrado Corazón;/

Tú que en la Santa Cruz nos enseñas/

Todas las virtudes que necesitamos/

Para alcanzar la vida eterna en tu Reino,/

El Reino de los cielos./

Te rogamos que nosotros/

Como maestros y profesores,/

Sepamos imitarte a Ti,/

Divino Maestro y Sabiduría Eterna del Padre,/

Para que seamos capaces/

de transmitir a nuestros alumnos/

Algo infinitamente más grande/

que cualquier enseñanza humana/

Y que es el deseo de unirnos a Ti/

En el tiempo y en la eternidad./

Que la Virgen María,/

Maestra y Madre de la Sabiduría,/

Nos enseñe la Sabiduría de la Cruz,/

Para vivir unidos a Ti,/

Jesús, Divino Maestro.

miércoles, 4 de mayo de 2022

Por el trabajo el hombre se santifica imitando al Hombre-Dios Jesucristo

 



         El trabajo dignifica al hombre por varios motivos: por un lado, lo hace triunfar sobre uno de los pecados más graves, que es el de la pereza: por medio del trabajo, el hombre vence a la pereza, al tiempo que adquiere la virtud de la laboriosidad; por otra parte, por el trabajo, el hombre imita a Dios de quien la Escritura dice que “trabajó” en la Creación, “descansando” al séptimo día: si bien es cierto que Dios no “trabaja” en el mismo sentido que el hombre, sin embargo la Escritura utiliza este antropomorfismo, para que seamos capaces de darnos una idea de lo que significa, tanto la Creación, como el trabajo y la recompensa, digamos así, del trabajo, que es el descanso. Entonces, por el trabajo, el hombre se perfecciona, al adquirir la virtud de la laboriosidad y al vencer al pecado de la pereza, como así también se dignifica al imitar a Dios, quien, usando un antropomorfismo, “trabaja” en la obra de la Creación. Además, por el trabajo, el hombre se vuelve grato a Dios, porque así está cumpliendo un mandato divino: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. El trabajo es un mandato de Dios y quien no trabaja –no por enfermedad u otro motivo grave, obviamente- por pereza, desobedece a Dios y comete un grave pecado.

         Por todos estos motivos, el trabajo dignifica al hombre, siempre y cuando ese trabajo sea honesto, por supuesto.

         Pero hay otro motivo por el cual el hombre, al trabajar, se dignifica y, más que dignificarse, se santifica y es porque por el trabajo, imita al Hombre-Dios Jesucristo. En efecto, Nuestro Señor Jesucristo, siendo Dios, podría no haber trabajado ni un segundo de su vida, ya que tenía a su servicio innumerables legiones de ángeles, que le podrían haber facilitado su vida terrena en el sentido de que no habría tenido que hacer ni el más mínimo esfuerzo, ya que todo lo podrían haber hecho los ángeles. Además, Jesús es Dios, por lo que todo el universo visible y el invisible le pertenecen, al ser obras de sus manos y por lo tanto era inmensamente rico y aun así, eligió trabajar y trabajar no en un palacio, como un administrativo de los bienes de su Padre, cómodamente sentado en un despacho, sino que eligió trabajar en un oficio que implica esfuerzo y sacrificio, tanto mental como físico, como es el trabajo del carpintero, oficio que le fue enseñado por su Padre adoptivo, San José. Es decir, Jesús, siendo Dios, tenía a su servicio innumerables legiones de ángeles que podrían haberlo servido en su vida terrena; siendo Dios, era el Dueño de todo el universo y no tenía necesidad de trabajar y sin embargo, a pesar de esto, eligió trabajar, para darnos ejemplo de cómo dignificarnos y cómo ganar el pan de cada día.

         El trabajo del Hombre-Dios Jesucristo eleva al trabajo a algo más grande que simplemente adquirir una virtud y combatir un pecado, el de la pereza, y es el de santificar al hombre que trabaja, porque el hombre que trabaja, se santifica al imitar y participar del trabajo del Hombre-Dios Jesucristo, al ofrecer su trabajo –tiene que ser un trabajo hecho con la mayor perfección posible-, se ofrece a sí mismo a Cristo crucificado, participando en el trabajo de la Redención de los hombres, llevada a cabo por Nuestro Señor en la Cruz. Por todos estos motivos, el trabajo es una fuente de bendición para el hombre.

sábado, 9 de abril de 2022

La Semana de la Pasión del Señor

 



         El Domingo de Ramos Jesús entra triunfante en Jerusalén; representa el ingreso de Jesús en el alma por la gracia santificante; la Ciudad Santa somos los cristianos en estado de gracia, que reconocemos a Jesús como a Nuestro Rey, Nuestro Señor y Nuestro Redentor y le agradecemos por todos sus dones.

         El Jueves Santo Jesús instituye dos grandes sacramentos: la Sagrada Eucaristía, su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, por medio de la cual cumplirá su palabra de “estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo”; por la Eucaristía, Cristo Dios baja del cielo para estar con nosotros. El otro Sacramento es el del Orden, el Sacerdocio Ministerial, por el cual se confecciona la Eucaristía: por el sacerdocio Cristo Dios viene a nuestro mundo. Entonces, sin Eucaristía, no hay Dios en la tierra y sin el Sacerdocio ministerial, no hay Eucaristía.

         El Viernes Santo Jesús es sentenciado a muerte y expulsado de la Ciudad Santa para ser crucificado: representa al alma que, por el pecado mortal, expulsa a Jesús de su corazón y se queda sin Jesús, envuelta en las tinieblas del mal, del pecado y del demonio. El Viernes Santo es día de duelo espiritual para la Iglesia Católica porque muere en la Cruz su Fundador y sin Cristo, la Iglesia no tiene razón de ser.

         El Sábado Santo la Iglesia espera, serenamente, junto a la Virgen, la Resurrección del Señor. Con lágrimas en los ojos por la muerte de Jesús, pero con Amor en el corazón esperando su resurrección.

         La Semana Santa no es, de ninguna manera, una especie de pequeñas vacaciones: es el tiempo para unirnos a la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, por la fe, el amor y los sacramentos; es el tiempo de morir al hombre viejo, para nacer al hombre nuevo, el hombre que vive de la gracia de Dios.

         El Sábado de gloria la Iglesia enciende el Cirio Pascual, símbolo de Jesús glorioso y resucitado, Luz Eterna que ilumina al mundo envuelto en las tinieblas del pecado, de la muerte y del demonio. Sólo la luz de Cristo Resucitado puede vencer a estas tinieblas espirituales y sin Cristo, somos dominados por la oscuridad espiritual.

         El Domingo de Resurrección la Iglesia celebra el triunfo de Jesús sobre la muerte, el pecado y el demonio, con su gloriosa resurrección. Cristo resucita glorioso y deja de estar tendido en el sepulcro, con su cuerpo muerto y frío, para comenzar a estar de pie, glorioso y resucitado, en el sagrario, en el Sacramento de la Eucaristía. La Eucaristía es el mismo Cristo, glorioso y resucitado, que resucitó del sepulcro del Domingo de Resurrección, que subió a los cielos, pero que está igualmente, con su Cuerpo glorioso y resucitado, en la Eucaristía, hasta el fin de los tiempos. Adorar la Eucaristía es adorar a Cristo Dios, glorioso y resucitado. El católico debe anunciar al mundo esta doble noticia alegre: Cristo ha resucitado y está glorioso en la Eucaristía.

martes, 29 de marzo de 2022

Jesús nos conduce al Reino de la luz, por la Cruz

 



         En la vida hay muchos caminos para seguir y muchos dependen de lo que nosotros elegimos. Algunos eligen ser futbolistas, otros eligen ser maestros, otros eligen ser zapateros, otros militares y así podríamos seguir todo el día.

         Todos estos caminos son buenos y tienen algo en común: todos son caminos de la tierra, que comienzan en la tierra y terminan en la tierra. Para esos caminos, además, tenemos a los papás, a los maestros y a los amigos, que nos enseñan adónde ir.

         Pero hay Alguien que nos enseña un camino distinto, es un Maestro del cielo, que nos lleva a un lugar que no es la tierra pero tampoco el universo que conocemos. Ese Alguien es Jesús, que nos lleva al Reino de la luz, un lugar en donde no hay llanto, ni dolor, ni tristeza, ni enfermedad, ni aflicción; es un lugar en el que todo es felicidad, alegría y gozo para siempre, porque es el lugar donde están la Trinidad y el Cordero de Dios, la Jerusalén celestial.

         El que nos enseña el camino para la eterna luz es Jesús: Él es el Divino Maestro que nos enseña el camino para el cielo; Él es el camino que lleva al cielo, el único camino posible.

         Si queremos ir al cielo, tenemos que seguir a Jesús, que nos enseña el camino y el camino que nos enseña Jesús es el Camino de la Cruz, el Via Crucis, un camino áspero y difícil, porque es en subida y hay que llevar la cruz de cada día y hay que cumplir los Mandamientos, pero el Camino de la Cruz es seguro porque finaliza en el Reino de Dios, que es el Reino de la Eterna Luz. El mundo ofrece otros caminos, que no son el Camino de la Cruz; además, son más fáciles de recorrer, porque no es necesario llevar la Cruz, ni tampoco es necesario cumplir los Mandamientos de Dios, pero estos caminos finalizan en el Abismo Oscuro en donde habita el que fue expulsado del Cielo, el Príncipe de las tinieblas, el Padre de la mentira. Sólo el Camino de la Cruz nos lleva a la Eterna Luz, la luz que nunca se apaga, la luz que da la Vida y el Amor de Dios al alma.

         Si en esta vida vivimos unidos a Jesús en la Cruz, en la otra vida viviremos con Jesús en la Eterna Luz. Que en nuestras mentes y corazones estén siempre presentes estas palabras: "Por la Cruz de Jesús, llegaremos a la Vida eterna".

Jesús es nuestro Amigo Fiel, el Amigo que nunca falla

 



A todas las personas del mundo les gusta tener amigos y eso es normal, porque los seres humanos fuimos creados por Dios para ser amistosos, para dar y recibir el amor de amistad. De entre todas las cosas lindas de la vida, encontrar y tener un buen amigo es tal vez lo más lindo. Encontrar y tener un buen amigo vale más que un tesoro, vale más que un cofre lleno de monedas de oro y así lo dice la Biblia: “El que encuentra un amigo, encuentra un tesoro” (Ecl 6, 17). Un buen amigo estará siempre con nosotros, en las buenas y en las malas; en las buenas, se alegrará cuando nos pasen cosas buenas y alegres; en las malas, nos consolará con sus consejos y con su presencia, cuando nos pasen cosas no tan buenas o tristes.

Ahora bien, encontrar un buen amigo es difícil, como lo dice la Biblia, porque un amigo es como un tesoro y un tesoro es muy difícil de encontrar. Otra cosa que hay que tener en cuenta es que hay amigos y amigos, hay amigos que no son buenos y amigos que son buenos y como dice San Juan Bosco, hay que elegir siempre a los buenos amigos, porque los buenos amigos nos llevan por buenos caminos, mientras que los malos amigos nos llevan por malos caminos. Entonces, si ya es difícil encontrar un amigo, más difícil es todavía encontrar un buen amigo.

Pero todo esto lo tenemos nosotros los católicos, antes que siquiera empecemos a pensar: tenemos Alguien que es más que un buen amigo y Alguien que vale más que todos los tesoros del mundo: ese Amigo es Jesús.

No somos nosotros quienes queremos ser amigos de Jesús, sino que Jesús es quien quiere ser nuestro amigo, porque Él nos ofrece su amistad, antes de que nosotros ni siquiera empecemos a pensar en Él. En la Última Cena, Jesús nos brinda su amistad, ya que nos dice: “Ya no os llamo siervos, sino amigos”. Jesús vale más que todos los tesoros del mundo, porque Él es Dios y es el Amigo Fiel que nunca falla. Nuestro Amigo que es Jesús, está en su Casa del cielo, que es el Reino de Dios, pero también está en su Casa en la tierra, que es el sagrario. Él se queda en la Eucaristía para que nosotros lo vayamos a visitar; así como vamos a la casa de un buen amigo, para compartir un buen rato con él, conversando con él, así tenemos que corresponder a la amistad de Jesús, acudiendo a visitarlo a su Casa de la tierra, el sagrario. No debemos dejar de lado la invitación de Jesús de ser nuestro Amigo más querido y debemos corresponder a su invitación.

Hay algo muy importante que tenemos que saber y es que un amigo terreno, aunque sea muy bueno, en algún momento puede fallarnos, porque puede suceder que no esté cerca cuando lo necesitamos, porque ha viajado, o por algún otro motivo. Pero Jesús es el Amigo Fiel, el Amigo que nunca falla, el Amigo que está siempre esperándonos para darnos el Amor de su Sagrado Corazón. Lo único que debemos hacer es ir a visitarlo en su Casa de la tierra, que es el sagrario y ahí lo encontraremos, en el silencio de la oración.

Por esta razón, porque Jesús es el Amigo Fiel que nunca falla y que siempre está en su Casa, el sagrario, nunca, pero nunca, debemos sentirnos solos; nunca debemos creer que nadie nos escucha, o que nadie nos quiere, o que a nadie le importa lo que nos pasa: Jesús nos ama y desea que vayamos a visitarlo en el sagrario, para contarle nuestras penas y nuestras alegrías. Nunca debemos sentirnos solos o desprotegidos, porque Jesús Eucaristía es nuestro Amigo Fiel que nunca falla, que nunca nos abandona, que siempre nos da, cada vez que vamos a visitarlo al sagrario y cada vez que comulgamos, el Amor de su Sagrado Corazón.

martes, 22 de marzo de 2022

Cristo Dios, Maestro Divino

 



         El cristiano –el católico- no puede no tener a Cristo como al Único modelo de vida. Si esto es válido para el cristiano, lo es, con mucha mayor razón, para el docente, puesto que uno de los nombres de Cristo es el de “Maestro” y también “Doctor”, es decir, “el que enseña”. Cristo es el Maestro y el Doctor –docente- por excelencia, por antonomasia[1]. La razón es que Él es la Sabiduría Increada del Padre; Él es la Palabra eternamente pronunciada por el Padre, en el que el Padre expresa, desde toda la eternidad, toda su sabiduría y puesto que es Dios, en la sabiduría del Padre, Cristo Jesús, está contenida toda la Sabiduría Divina, toda la Sabiduría de Dios Uno y Trino.

         En el período de su vida pública –entre los treinta y treinta y tres años-, la enseñanza –la actividad propia del docente- es un aspecto esencial de su actividad: enseña en las sinagogas (Mt 4, 23; Jn 6, 39), en el Templo (Mt 21, 23), con ocasión de las fiestas (Jn 8, 20) y hasta diariamente (Mt 26, 55). Las formas de enseñanza se corresponden con las que emplean los doctores de Israel, quienes a su vez (Mt 22, 16) lo interrogan –es decir, los mismos doctores reciben enseñanza de parte de Jesús-; por esta razón, recibe de parte de ellos el título de “rabbí”, que significa “maestro” y Él lo acepta (Jn 13, 13), aunque a los escribas les reprocha ir a la busca de ese título, como si no hubiera para los hombres un solo maestro, que es Dios (Mt 23, 7). En el caso de Jesús, no es que Él busca ese título, ni tampoco nadie se lo concede: Él lo posee por su misma naturaleza divina, porque como decíamos al inicio, Él es la Sabiduría Divina, Increada y Encarnada y por lo tanto, es el Maestro por antonomasia, por excelencia. Un ejemplo nos puede ayudar a comprender la Sabiduría de Jesús: ¿alguien puede enseñarle a Jesús la estructura molecular o la estructura atómica de cualquier elemento, desde el momento en que Él es el Creador de la materia? Sería absurdo decir que Jesús no conocía las estructuras visibles al microscopio electrónico, porque en época no existía ese nivel de ciencia, pero si Jesús es Dios y en cuanto tal es el Creador de la materia, ¿cómo no va a saber lo que Él creó? Y así con cualquier aspecto del universo creado, visible e invisible.

         Ahora bien, Jesús aparece como doctor, como docente, pero se distingue claramente de los doctores de la ley, de los doctores de su tiempo. A veces habla y obra como “profeta”; otras se presenta como intérprete autorizado de la ley, a la que lleva a la perfección. En este sentido enseña con una “autoridad singular” (Mt 13, 54). Además, su doctrina ofrece un carácter de “novedad” que sorprende a los oyentes (Mt 1, 27), ya se trate de un anuncio del reino o de las reglas de vida que da: rechaza el fariseísmo, que se centra en reglas meramente humanas, falsificando la verdadera religión cuya esencia es la misericordia y el amor a Dios, suplantándola por el lavado de manos y la dureza y frialdad de corazón (Mt 15, 1-9); a cambio, Jesús revela los misterios sobrenaturales absolutos de Dios –Dios es Uno y Trino y se ha encarnado en la Persona Segunda de la Trinidad, que es Él y prolonga su Encarnación en la Eucaristía- para que los hombres conozcan la Verdad sobre Dios Trinidad y la necesidad imperiosa de aceptar la salvación que Él les ofrece por su sacrificio en cruz.    El docente católico debe quitarse de encima el complejo de inferioridad que el mundo ha adosado al catolicismo y, contemplando a Cristo Dios como a su Maestro, proclamar la Verdad de Dios –en la materia que sea- a sus formandos.

        



[1] Cfr. X. León-Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica, Biblioteca Herder, Barcelona 1993, voz “Enseñar”.

El Hombre-Dios Jesucristo, modelo y fuente de vida para el docente católico

 



El docente católico, como todo docente, posee una vocación especial, que es el llamado o vocación a realizar un apostolado como es el de enseñar a las nuevas generaciones a encontrar la Verdad y vivir según esa Verdad. Puesto que se trata de un docente católico –lo cual quiere decir que su fe católica debe impregnar su docencia, aunque no sea docente de religión-, posee rasgos que lo caracterizan[1]. Para determinar cuáles son esos rasgos, consideremos brevemente las enseñanzas de Jesús, explicitadas en el Magisterio de la Iglesia Católica.

1. Afirmaciones del Magisterio:

De las numerosas enseñanzas de la Iglesia sobre el tema de la educación, podemos destacar algunas que nos permitirán esbozar el perfil del docente católico.

Un primer documento a analizar se denomina “Gravissimun Educationis”, del Concilio Vaticano II:

En su n. 5 dice así: “Entre todos los medios de educación, el de mayor importancia es la escuela, que, en virtud de su misión, a la vez que cultiva con asiduo cuidado las facultades intelectuales, desarrolla la capacidad del recto juicio, introduce en el patrimonio de la cultura conquistado por las generaciones pasadas, promueve el sentido de los valores, prepara a la vida profesional, fomenta el trato amistoso entre los alumnos de diversa índole y condición, contribuyendo a la mutua comprensión; además, constituye como un centro de cuya laboriosidad y de cuyos beneficios deben participar a un tiempo las familias, los maestros, las diversas asociaciones que promueven la vida cultural, cívica y religiosa, la sociedad civil y toda la comunidad humana”. Como podemos ver, para la Iglesia Católica la escuela desempeña un papel fundamental en la educación de niños y jóvenes –la llama “instrumento de educación de mayor importancia”-, sobre todo en su rol de afianzar y fortalecer el intelecto –razón,inteligencia, memoria- y la voluntad –promueve el conocimiento y la vivencia de valores morales y espirituales específicos de la fe católica-, además de promocionar la fraternidad humana –al enseñarle que todo ser humano, por el solo hecho de ser un ser humano, es su prójimo, al cual le debe el respeto que su condición humana exige, independientemente de su sexo, raza, religión, etc.-. De este aporte de la escuela católica a la educación de los hijos, se benefician tanto la familia, como la sociedad y la nación. Cuando la escuela cede, retrocede o abdica en su tarea de formación de valores espirituales católicos y de virtudes naturales y sobrenaturales, prevalecen en el niño las oscuras fuerzas del mundo que solo provocan frutos de desolación y muerte, como lo podemos ver en experiencias educativas totalitarias, como el comunismo y el nazismo. En estas ideologías, la carencia absoluta de valores humanos y cristianos lleva inevitablemente a una educación deshumanizada que hace ver al prójimo no como un hermano, con el cual compartimos la humanidad, sino como una “cosa” u “objeto” que puede ser manipulado según las directivas ideológicas del partido en el poder.

Ahora bien, el docente católico debe tener en cuenta que la escuela no puede cumplir ninguno de estos objetivos, si el docente no tiene en cuenta al Hombre-Dios Jesucristo como modelo de vida divina y Fuente Increada de toda gracia.

Continúa el documento del Concilio: “Hermosa es, por tanto, y de suma importancia la vocación de todos los que, ayudando a los padres en el cumplimiento de su deber y en nombre de la comunidad humana, desempeñan la función de educar en las escuelas. Esta vocación requiere dotes especiales de alma y de corazón, una preparación cuidadosísima y una facilidad constante para renovarse y adaptarse”. La vocación docente es “hermosa y de suma importancia”, según la Iglesia y para desarrollar esta vocación, hacen falta “dotes especiales de alma y corazón”, además de una cuidadosa preparación y una facilidad para renovarse y adaptarse”. En este último párrafo hay que precisar que la “renovación y adaptación” se refiere, siempre, únicamente a la metodología pedagógica con la cual el docente debe enseñar, pero NUNCA la renovación y adaptación se debe dar en los principios básicos de la razón humana y de la fe católica.

Otro documento magisterial referente a la educación proviene de la Sagrada Congregación para la Educación Católica, de 1977; se llama “La escuela católica” y dice así en su número 30: “Constituye una responsabilidad estricta de la escuela, en cuanto institución educativa, poner de relieve la dimensión ética y religiosa de la cultura, precisamente con el fin de activar el dinamismo espiritual del sujeto y ayudarle a alcanzar la libertad ética que presupone y perfecciona a la psicológica. Pero no se da libertad ética sino en la confrontación con los valores absolutos de los cuales depende el sentido y el valor de la vida del hombre. Se dice esto, porque, aun en el ámbito de la educación, se manifiesta la tendencia a asumir la actualidad como parámetro de los valores, corriendo así el peligro de responder a aspiraciones transitorias y superficiales y perder de vista las exigencias más profundas del mundo contemporáneo”. La escuela católica debe enseñar “la dimensión ética y religiosa de la cultura”, para que el educando alcance la perfección psicológica y la libertad ética”. Como podemos ver, la ética, que se deriva de la moral y ésta a su vez de la espiritualidad católica y la espiritualidad católica se funda no sobre una formulación de contenidos teológicos abstractos, sino en el misterio del Hombre-Dios Jesucristo, Segunda Persona de la Trinidad, forma parte esencial de la educación católica. Una vez más, si el docente católico hace silencio frente a la cultura dominante de nuestro tiempo, a la que Juan Pablo II llamó “cultura de la muerte”, el educando queda literalmente desarmado –moral y espiritualmente- frente a las ideologías gnósticas, ateas, neo-paganas o panteístas, que terminan por imponerse en la mente, en el corazón y en el obrar del educando. Un ejemplo concreto puede ayudarnos a comprender lo que decimos: si no se enseña que todo ser humano tiene un derecho básico, fuente de todos los derechos, como es el derecho a la vida, se termina aceptando conductas inhumanas como el aborto, la FIV, el alquiler de vientres, la eutanasia. Ahora bien, toda la moral y la ética católica se derivan de las enseñanzas del Hombre-Dios Jesucristo, desarrolladas y profundizadas –en el mismo sentido y en la misma dirección- por el Magisterio de la Iglesia. La oposición al aborto, no es una cuestión de fe, pero el docente católico no puede nunca estar a favor del mismo, porque el aborto contradice los principios de la razón y de la ciencia médica y biológica.

El mismo documento, en su número 78, dice así: “Los maestros, con la acción y el testimonio, están entre los protagonistas más importantes que han de mantener el carácter específico de la Escuela Católica. Es indispensable, pues, garantizar y promover su “puesta al día” con una adecuada acción pastoral. La cual tendrá por objetivo, bien sea la animación general que subraya el testimonio cristiano de los maestros, o bien la preocupación por los problemas particulares relativos a su apostolado específico una visión cristiana del mundo y de la cultura, y una pedagogía adaptada a los principios evangélicos”. Hay varios puntos a destacar: los maestros, los docentes católicos, “han de mantener el carácter específico de la Escuela Católica”, deben “actualizarse para su apostolado” y su apostolado tendrá por objetivo dar testimonio cristiano como maestros y aportar la visión propia de su campo –la docencia- para la solución cristiana de los problemas que traen aparejados el mundo y la cultura; por último, deben adaptar la pedagogía a los principios evangélicos –y no al revés, los principios evangélicos a la pedagogía-. Entonces, testimonio de vida cristiana, actualización profesional bajo la guía de la Revelación de Jesucristo, aporte del campo específico docente a los problemas que se presentan cotidianamente en todos los ámbitos.

En el Documento “El laico católico, testigo de la fe en la escuela”, de la Sagrada Congregación para la Educación Católica, del año 1982, se dice así en el número 16: “Efectivamente no se habla aquí del profesor como de un profesional que se limita a comunicar de forma sistemática en la escuela una serie de conocimientos, sino del educador, del formador de hombres. Su tarea rebasa ampliamente la del simple docente, pero no la excluye. Por esto requiere, como ella y más que ella, una adecuada preparación profesional. Ésta es el cimiento humano indispensable sin el cual sería ilusorio intentar cualquier labor educativa”. Según este documento, el docente católico no es un mero transmisor de conocimientos, sino un “formador de hombres”, de seres humanos, de personas humanas. Ahora bien, la plenitud del ser humano, de la persona humana, se encuentra en Cristo y en la unión orgánica por la gracia con Cristo Dios; de ahí la necesidad de que el educador católico se capacite, con la mayor perfección posible, en su formación profesional.

Y luego continúa: “Pero además la profesionalidad de todo educador tiene una característica específica que adquiere su significación más profunda en el caso del educador católico: la comunicación de la verdad. En efecto para el educador católico cualquier verdad será siempre una participación de la Verdad, y la comunicación de la verdad como realización de su vida profesional se convierte en un rasgo fundamental de su participación peculiar en el oficio profético de Cristo, que prolonga con su magisterio”. Esto es importantísimo: el educador católico debe comunicar la Verdad y para eso hay que tener en cuenta lo siguiente: la Verdad es Absoluta, es una sola, porque no hay verdad relativa y esa Verdad es una Persona, la Persona Segunda de la Trinidad, Cristo Jesús, que es la Sabiduría Eterna del Padre, encarnada y es de esta Verdad que es Cristo Jesús, de donde se deriva toda verdad participada.

En el número 17, dice así este documento: “La formación integral del hombre como finalidad de la educación, incluye el desarrollo de todas las facultades humanas del educando, su preparación para la vida profesional, la formación de su sentido ético y social, su apertura a la trascendencia y su educación religiosa. Toda escuela, y todo educador en ella, debe procurar “formar personalidades fuertes y responsables, capaces de hacer opciones libres y justas”, preparando así a los jóvenes “para abrirse progresivamente a la realidad y formarse una determinada concepción de la vida”. El docente católico tiene el deber de ayudar al educando a “ver la realidad”, lo cual quiere decir aprender a discernir entre el bien y el mal, entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte; debe ayudarlo a “formarse una determinada concepción de vida”, concepción de vida que no puede ser otra que la que le ofrece la cosmovisión católica, en la que es esencial la comprensión de esta vida como pasajera y efímera y como antesala de la vida eterna. El docente no puede nunca presentar al educando una cosmovisión horizontal, inmanente, relativista, materialista, hedonista, porque esa cosmovisión contradice frontalmente a la cosmovisión católica, según la cual esta vida es “lucha” –“lucha es la vida del hombre sobre la tierra”, dice la Escritura- y “prueba” para ganar la vida eterna en la felicidad de la Trinidad y no en el dolor de la eterna condenación.

Una vez que hemos reflexionado acerca de lo que el Magisterio de la Iglesia nos dice acerca de la escuela católica y del educador católico, podemos determinar someramente cuáles deben ser los rasgos distintivos del perfil del educador católico.

2. Rasgos del perfil del educador católico:

Antes de comenzar con el perfil propio del educador católico, existe una condición sine qua non un docente no puede llamarse “católico” en el pleno sentido de la palabra y es la práctica de su religión. En otras palabras, no puede decirse “docente católico” –no puede ni siquiera calificar para llamarse “docente católico”- alguien que no crea en las verdades del Credo, o que no crea en el poder santificador del Sacramento de la Penitencia, o que no crea en la Presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, o que no viva o al menos trate de vivir, según los Mandamientos de Dios, que comprenden los Mandamientos dados a Moisés y explicitados y ampliados por Dios Hijo en Persona en el Evangelio, como por ejemplo, amar al enemigo, perdonar setenta veces siete, cargar la cruz de cada día y seguirlo, etc.

Una vez hecha esta consideración, podemos esbozar brevemente las características del perfil del educador católico. El docente católico debe ser:

a) Amante de la Verdad y transmisor de la Verdad: para esto se necesita una postura ética cimentada sólidamente en la Palabra de Dios escrita –la Sagrada Escritura- y la Palabra de Dios encarnada –Jesús Eucaristía-. Al hablar de la Verdad, nos referimos a la Verdad con mayúscula, para indicar que hablamos de Jesús mismo, quien se reveló a Sí mismo como la Verdad Única de Dios Trino: “Yo Soy la Verdad” (Jn 14,6). Esto excluye cualquier sistema pedagógico que no tenga a Cristo Dios como fundamento, como por ejemplo, el sistema pedagógico de las Escuelas Waldorf[2], fundamentados en el ocultismo y gnosticismo esotérico de los “padres” de la religión del Anticristo, la Nueva Era, las teósofas Annie Besant y Madame Blavatsky y el ocultista neo-pagano Rudolf Steiner[3]. Todo este sistema pedagógico se basa en la falsedad y el error y por lo tanto es incompatible para el docente católico.

b) Interesado y comprometido en la preparación constante: la actualización a todo nivel, en modo integral, como parte del proceso vital. No podemos pensar en un docente que no sigue estudiando y buscando nuevos caminos para profundizar sobre sus tareas: esto es fundamental en nuestros días, en los que antropología inmanentista se ha impuesto en la batalla cultural y ha provocado una verdadera inversión o subversión de los valores cristianos.

c) Sabe responder a los retos de nuestro tiempo: es una consecuencia de lo anterior, de la preparación constante. Es muy necesario en nuestros días, caracterizados por el pensamiento débil, fluctuante, desapegado y enfrentado a la Verdad, veleta de los vientos de novedad, que lleva a que el sentimiento o la imaginación –autopercepción- prevalezca por encima de la objetividad que brinda la ciencia médica y la biología. De ninguna manera puede un docente católico “adaptarse” al pensamiento débil, porque eso sería una traición a su fe católica y a su ser docente.

d) Posee capacidad para adaptar una pedagogía según los principios del Evangelio: Jesús en el Evangelio enseña con autoridad, no con autoritarismo, sino con autoridad, con la autoridad que le confiere ser Él la Sabiduría Increada del Padre y Encarnada en el seno virgen de María. El docente católico debe cristianizar una cultura que se ha paganizado, que ha retrocedido dos mil años y ha adoptado la oscuridad propia del paganismo pre-cristiano y esta oscuridad se hace palpable en la construcción de una anti-cultura, la “cultura de la muerte”, que en su afán por oponerse a Cristo, se opone en última instancia al hombre mismo, provocando literalmente su destrucción (leyes que promueven el aborto, la eutanasia, la FIV, el alquiler de úteros, etc.).

e) El docente no debe nunca adoctrinar a sus formandos y mucho menos cuando se trata de ideologías anti-cristianas, como el materialismo, el hedonismo, el comunismo. Por el contrario, debe ser formador de personas libres y pensantes, pero para lograr esto, debe considerar las palabras de Jesús: “La Verdad os hará libres”, lo cual quiere decir que si el docente católico no contempla la Verdad Encarnada, Jesucristo, del cual se deriva toda verdad participada, no posee esta característica del docente católico. El ser una “persona libre y pensante”, no significa hacer lo que se quiere, sino obrar según la Verdad y esa Verdad Encarnada es el Hombre-Dios Jesucristo.

Por último, el docente católico debe poseer una firmeza inquebrantable en dos aspectos: en lo que respecta a la razón humana –según la cual el blanco no puede ser blanco y negro al mismo tiempo- y en lo que respecta a su fe católica: precisamente, la falta de práctica firme y constante de la propia fe católica, ha llevado a las ideologías mundanas –materialistas, hedonistas, narcisistas- a tomar la delantera y a ocupar la práctica totalidad de la enseñanza. El docente católico debe rechazar todo compromiso con el mundo y debe ser consciente que su claudicación en la fe o su silencio, facilitan en extremo el avance sobre la pisquis y el espíritu de los alumnos, de las ideologías mundanas que, además de ser anti-cristianas, son también anti-humanas.

Conclusión:

El docente católico tiene una misión sumamente importante, como lo es la de la enseñanza, porque lo que él enseñe, eso aprenderá su alumno y esa enseñanza puede impactar de forma positiva o negativa, de acuerdo a cómo sea esa enseñanza.

En la tarea que debe desempeñar, el docente católico tiene que tomar como referencia de su enseñanza al Hombre-Dios Jesucristo, puesto que Él es la Palabra del Padre engendrada en la eternidad y encarnada en el tiempo en Belén y renovando incruenta y sacramentalmente su Encarnación en cada Eucaristía.

La referencia a Jesucristo es obligada, por así decirlo, para el docente católico, pues siempre se toman como fuente de la enseñanza a quien es maestro, por así decirlo, en su campo. Cuando se necesita dar una clase o cuando se quiere hacer un trabajo científico, se acude a quienes son expertos en la materia, han publicado trabajos, han hecho investigaciones, etc. No se puede enseñar una verdad si la fuente citada no tiene autoridad en la materia que se quiere enseñar.

Ahora bien, en el caso del Hombre-Dios, siendo Él  la Sabiduría Increada y Encarnada en la humanidad de Jesús de Nazareth, no hay inteligencia creada, ni humana ni angélica, que pueda superarlo. De hecho, Él es la Verdad Increada y de Él brota toda verdad participada; de Él deriva toda verdad y en Él no hay error, ni mentira, ni confusión.

Dicho esto, contemplemos –en la Cruz y en la Eucaristía- entonces a la Persona divina de Jesús de Nazareth, para poder así determinar de qué manera Jesucristo es el modelo de vida para el docente católico.

Que Jesucristo sea modelo de vida para un docente, no es algo extemporáneo o impertinente: uno de los nombres de Jesucristo es el de “Maestro” y es así como lo llaman en el Evangelio, no sólo sus Apóstoles y discípulos, sino también los que pertenecían al Pueblo Elegido y además los paganos que a Él se le acercaban. Cuando Jesús hablaba, lo hacía con la sabiduría y la autoridad sobrenatural que le corresponde por su condición de Hijo de Dios. Así lo dice la Escritura: “Todos estaban asombrados de las palabras de sabiduría que salían de su boca”; “Jamás nadie ha hablado así”.

Al contemplar a Jesús como Maestro Divino, debemos considerar cuáles son sus principales características como Maestro: enseña la Palabra de Dios y enseña la Verdad. En estas dos casos, Jesús es modelo de vida para el docente católico, porque aunque el docente no enseñe la materia específica de Religión, en cualquier área que enseñe, sin embargo, siempre la Iglesia Católica tendrá una expresión autorizada de la materia de la que se trate, a través del Magisterio de la Iglesia. En el otro aspecto en el que Jesús es modelo, es en cuanto a su docencia, que se basa siempre la Verdad, puesto que Él es la Verdad Increada del Padre y en cuanto tal, no hay error, ni mentira, ni confusión en su enseñanza. Siendo Jesús la Palabra de Dios y la Verdad Increada, el docente católico no puede entonces enseñar la palabra del hombre sin Dios, porque no puede enseñar el error, como tampoco puede enseñar la falsedad o la mentira. Si el docente se aparta de la Verdad Revelada en Jesucristo; si se aparta del Magisterio bimilenario de la Iglesia, entonces está enseñando el error y por lo tanto está enseñando algo que no lo asemeja a Jesucristo ni ha sido enseñado por Él.

En este sentido, Jesucristo es modelo de vida para el docente católico, porque Jesús es Maestro Divino -en la Sagrada Escritura, tanto judíos como paganos se refieren a Jesús como "Maestro", un "Maestro" que "enseña con autoridad y con una sabiduría sobrehumana, sobreangélica, porque Jesús es la Sabiduría Increada del Padre-, que nos enseña a enseñar, siempre la Verdad de Dios, en cualquier ámbito de la vida del hombre, incluidos todos aquellos aspectos que no competen a la esfera propiamente religiosa.

Pero Jesús no solo es el modelo de vida: también es Fuente de Vida, pero no de vida humana, creada, sino de Vida divina, que es Eterna, porque Él es Dios Hijo, engendrado por el Padre desde la Eternidad; al ser Dios, Jesús posee el Ser divino trinitario –del cual participan las otras Personas de la Trinidad, el Padre y el Espíritu Santo- y esta Vida divina trinitaria se comunica al docente sobre todo en la recepción de los Sacramentos, el Sacramento de la Penitencia y el de la Eucaristía.



[2] “La pedagogía Waldorf se basa en postulados fantasiosos, irracionales y caprichosos sin ninguna base fuera del delirante mundo del ocultismo de Rudolf Steiner”; cfr. https://www.infocatolica.com/blog/infories.php/1310241100-las-escuelas-waldorf-una-peda ; cfr. https://observatorioantisectas.blogspot.com/2022/03/las-escuelas-waldorf-una-pedagogia.html

[3] Un ejemplo concreto de cómo se paganizan los rituales cristianos, practicados en las Escuelas Waldorf, es el siguiente, relatado por el profesor de pedagogía Mark Peters: “A principios del mes de diciembre celebran la inminente llegada de la Navidad con la “Fiesta de la espiral de luz”, un ritual pagano en el que se forma una espiral con ramas de pino en el suelo con una vela en el centro; los niños tienen que recorrer la espiral y encender sus propias velas, que llevan sobre una manzana, con la vela central para después colocarla sobre las ramas; al final se forma una espiral de luz que simboliza la luz interior que se mantiene durante los meses de oscuridad”; cfr. https://tecnicopreocupado.com/2018/04/02/la-pedagogia-waldorf-creada-por-steiner-la-new-age-y-el-luciferanismo/ En este ejemplo vemos cómo se introduce un elemento gnóstico y esotérico –la luz interior-, con el pretexto de una festividad cristiana como la Navidad; de esta manera, en un solo movimiento, se desplaza el sentido cristocéntrico de la Navidad, a la vez que se la suplanta por una creencia gnóstica y esotérica.

lunes, 28 de febrero de 2022

Porqué los católicos decimos “no” al Carnaval


 


         Existen varias razones por las cuales el católico dice “no” al Carnaval:

         Porque en el Carnaval se exalta al hombre viejo, al hombre caído en el pecado y dominado por la concupiscencia de la carne y de los ojos; de esa manera, se vuelve al estado anterior al Santo Sacrificio de Cristo, sacrificio por el cual nos liberó del pecado al derramar su gracia en nuestras almas, por medio de la Sangre derramada en la Cruz;

         Porque en el Carnaval se exaltan las pasiones, se glorifica a la carne, se ensalza el pecado, haciendo así vana la Redención obrada por Nuestro Señor Jesucristo en el Calvario;

         Porque en el Carnaval el personaje central homenajeado es el Demonio, el Ángel caído, Satanás, el Ángel Apóstata, que se rebeló contra el Ser Divino Trinitario y su Amor infinito y eterno, negándose a reconocerlo como lo que Es, Dios de infinita majestad y bondad y erigiéndose él, el Ángel Apóstata, como un falso dios. En todas las culturas y en todos los tiempos de la humanidad, en cualquier lugar en el que se celebre el Carnaval, el Demonio es explícita o implícitamente alabado y ensalzado, desplazando así al Único que merece ser alabado, ensalzado y adorado, Dios Uno y Trino y su Mesías, el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en Jesús de Nazareth.

         Porque en el Carnaval se hace burla explícita no solo de las virtudes humanas y cristianas –naturales y sobrenaturales-, incitando explícitamente a obrar de forma viciosa y no virtuosa, sino también de la gracia santificante, que hace partícipe al alma de la Vida divina trinitaria al unirla a la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, eligiendo de esta manera el pecado, que cierra las puertas del cielo.

         Finalmente, porque predispone al mal, al quitar el freno a la concupiscencia, con lo cual el alma se olvida o no encuentra interés en participar del inicio de la Sagrada Cuaresma, el tiempo penitencial en el que la Iglesia se une al ayuno de cuarenta días de Nuestro Señor en el desierto, como preparación para la Pasión.

En definitiva, porque se ensalza el pecado y no la gracia; porque se exalta al hombre viejo y no al hombre nuevo, renovado por la Sangre del Redentor; porque se glorifica al Demonio y se reniega del Salvador Jesucristo; porque sumerge al alma en los placeres terrenos, haciéndola olvidar de los verdaderos gozos, los gozos celestiales, que se viven sólo si se participa de la Pasión del Señor en esta vida, es que los católicos decimos “no” al Carnaval.