martes, 22 de marzo de 2022

El Hombre-Dios Jesucristo, modelo y fuente de vida para el docente católico

 



El docente católico, como todo docente, posee una vocación especial, que es el llamado o vocación a realizar un apostolado como es el de enseñar a las nuevas generaciones a encontrar la Verdad y vivir según esa Verdad. Puesto que se trata de un docente católico –lo cual quiere decir que su fe católica debe impregnar su docencia, aunque no sea docente de religión-, posee rasgos que lo caracterizan[1]. Para determinar cuáles son esos rasgos, consideremos brevemente las enseñanzas de Jesús, explicitadas en el Magisterio de la Iglesia Católica.

1. Afirmaciones del Magisterio:

De las numerosas enseñanzas de la Iglesia sobre el tema de la educación, podemos destacar algunas que nos permitirán esbozar el perfil del docente católico.

Un primer documento a analizar se denomina “Gravissimun Educationis”, del Concilio Vaticano II:

En su n. 5 dice así: “Entre todos los medios de educación, el de mayor importancia es la escuela, que, en virtud de su misión, a la vez que cultiva con asiduo cuidado las facultades intelectuales, desarrolla la capacidad del recto juicio, introduce en el patrimonio de la cultura conquistado por las generaciones pasadas, promueve el sentido de los valores, prepara a la vida profesional, fomenta el trato amistoso entre los alumnos de diversa índole y condición, contribuyendo a la mutua comprensión; además, constituye como un centro de cuya laboriosidad y de cuyos beneficios deben participar a un tiempo las familias, los maestros, las diversas asociaciones que promueven la vida cultural, cívica y religiosa, la sociedad civil y toda la comunidad humana”. Como podemos ver, para la Iglesia Católica la escuela desempeña un papel fundamental en la educación de niños y jóvenes –la llama “instrumento de educación de mayor importancia”-, sobre todo en su rol de afianzar y fortalecer el intelecto –razón,inteligencia, memoria- y la voluntad –promueve el conocimiento y la vivencia de valores morales y espirituales específicos de la fe católica-, además de promocionar la fraternidad humana –al enseñarle que todo ser humano, por el solo hecho de ser un ser humano, es su prójimo, al cual le debe el respeto que su condición humana exige, independientemente de su sexo, raza, religión, etc.-. De este aporte de la escuela católica a la educación de los hijos, se benefician tanto la familia, como la sociedad y la nación. Cuando la escuela cede, retrocede o abdica en su tarea de formación de valores espirituales católicos y de virtudes naturales y sobrenaturales, prevalecen en el niño las oscuras fuerzas del mundo que solo provocan frutos de desolación y muerte, como lo podemos ver en experiencias educativas totalitarias, como el comunismo y el nazismo. En estas ideologías, la carencia absoluta de valores humanos y cristianos lleva inevitablemente a una educación deshumanizada que hace ver al prójimo no como un hermano, con el cual compartimos la humanidad, sino como una “cosa” u “objeto” que puede ser manipulado según las directivas ideológicas del partido en el poder.

Ahora bien, el docente católico debe tener en cuenta que la escuela no puede cumplir ninguno de estos objetivos, si el docente no tiene en cuenta al Hombre-Dios Jesucristo como modelo de vida divina y Fuente Increada de toda gracia.

Continúa el documento del Concilio: “Hermosa es, por tanto, y de suma importancia la vocación de todos los que, ayudando a los padres en el cumplimiento de su deber y en nombre de la comunidad humana, desempeñan la función de educar en las escuelas. Esta vocación requiere dotes especiales de alma y de corazón, una preparación cuidadosísima y una facilidad constante para renovarse y adaptarse”. La vocación docente es “hermosa y de suma importancia”, según la Iglesia y para desarrollar esta vocación, hacen falta “dotes especiales de alma y corazón”, además de una cuidadosa preparación y una facilidad para renovarse y adaptarse”. En este último párrafo hay que precisar que la “renovación y adaptación” se refiere, siempre, únicamente a la metodología pedagógica con la cual el docente debe enseñar, pero NUNCA la renovación y adaptación se debe dar en los principios básicos de la razón humana y de la fe católica.

Otro documento magisterial referente a la educación proviene de la Sagrada Congregación para la Educación Católica, de 1977; se llama “La escuela católica” y dice así en su número 30: “Constituye una responsabilidad estricta de la escuela, en cuanto institución educativa, poner de relieve la dimensión ética y religiosa de la cultura, precisamente con el fin de activar el dinamismo espiritual del sujeto y ayudarle a alcanzar la libertad ética que presupone y perfecciona a la psicológica. Pero no se da libertad ética sino en la confrontación con los valores absolutos de los cuales depende el sentido y el valor de la vida del hombre. Se dice esto, porque, aun en el ámbito de la educación, se manifiesta la tendencia a asumir la actualidad como parámetro de los valores, corriendo así el peligro de responder a aspiraciones transitorias y superficiales y perder de vista las exigencias más profundas del mundo contemporáneo”. La escuela católica debe enseñar “la dimensión ética y religiosa de la cultura”, para que el educando alcance la perfección psicológica y la libertad ética”. Como podemos ver, la ética, que se deriva de la moral y ésta a su vez de la espiritualidad católica y la espiritualidad católica se funda no sobre una formulación de contenidos teológicos abstractos, sino en el misterio del Hombre-Dios Jesucristo, Segunda Persona de la Trinidad, forma parte esencial de la educación católica. Una vez más, si el docente católico hace silencio frente a la cultura dominante de nuestro tiempo, a la que Juan Pablo II llamó “cultura de la muerte”, el educando queda literalmente desarmado –moral y espiritualmente- frente a las ideologías gnósticas, ateas, neo-paganas o panteístas, que terminan por imponerse en la mente, en el corazón y en el obrar del educando. Un ejemplo concreto puede ayudarnos a comprender lo que decimos: si no se enseña que todo ser humano tiene un derecho básico, fuente de todos los derechos, como es el derecho a la vida, se termina aceptando conductas inhumanas como el aborto, la FIV, el alquiler de vientres, la eutanasia. Ahora bien, toda la moral y la ética católica se derivan de las enseñanzas del Hombre-Dios Jesucristo, desarrolladas y profundizadas –en el mismo sentido y en la misma dirección- por el Magisterio de la Iglesia. La oposición al aborto, no es una cuestión de fe, pero el docente católico no puede nunca estar a favor del mismo, porque el aborto contradice los principios de la razón y de la ciencia médica y biológica.

El mismo documento, en su número 78, dice así: “Los maestros, con la acción y el testimonio, están entre los protagonistas más importantes que han de mantener el carácter específico de la Escuela Católica. Es indispensable, pues, garantizar y promover su “puesta al día” con una adecuada acción pastoral. La cual tendrá por objetivo, bien sea la animación general que subraya el testimonio cristiano de los maestros, o bien la preocupación por los problemas particulares relativos a su apostolado específico una visión cristiana del mundo y de la cultura, y una pedagogía adaptada a los principios evangélicos”. Hay varios puntos a destacar: los maestros, los docentes católicos, “han de mantener el carácter específico de la Escuela Católica”, deben “actualizarse para su apostolado” y su apostolado tendrá por objetivo dar testimonio cristiano como maestros y aportar la visión propia de su campo –la docencia- para la solución cristiana de los problemas que traen aparejados el mundo y la cultura; por último, deben adaptar la pedagogía a los principios evangélicos –y no al revés, los principios evangélicos a la pedagogía-. Entonces, testimonio de vida cristiana, actualización profesional bajo la guía de la Revelación de Jesucristo, aporte del campo específico docente a los problemas que se presentan cotidianamente en todos los ámbitos.

En el Documento “El laico católico, testigo de la fe en la escuela”, de la Sagrada Congregación para la Educación Católica, del año 1982, se dice así en el número 16: “Efectivamente no se habla aquí del profesor como de un profesional que se limita a comunicar de forma sistemática en la escuela una serie de conocimientos, sino del educador, del formador de hombres. Su tarea rebasa ampliamente la del simple docente, pero no la excluye. Por esto requiere, como ella y más que ella, una adecuada preparación profesional. Ésta es el cimiento humano indispensable sin el cual sería ilusorio intentar cualquier labor educativa”. Según este documento, el docente católico no es un mero transmisor de conocimientos, sino un “formador de hombres”, de seres humanos, de personas humanas. Ahora bien, la plenitud del ser humano, de la persona humana, se encuentra en Cristo y en la unión orgánica por la gracia con Cristo Dios; de ahí la necesidad de que el educador católico se capacite, con la mayor perfección posible, en su formación profesional.

Y luego continúa: “Pero además la profesionalidad de todo educador tiene una característica específica que adquiere su significación más profunda en el caso del educador católico: la comunicación de la verdad. En efecto para el educador católico cualquier verdad será siempre una participación de la Verdad, y la comunicación de la verdad como realización de su vida profesional se convierte en un rasgo fundamental de su participación peculiar en el oficio profético de Cristo, que prolonga con su magisterio”. Esto es importantísimo: el educador católico debe comunicar la Verdad y para eso hay que tener en cuenta lo siguiente: la Verdad es Absoluta, es una sola, porque no hay verdad relativa y esa Verdad es una Persona, la Persona Segunda de la Trinidad, Cristo Jesús, que es la Sabiduría Eterna del Padre, encarnada y es de esta Verdad que es Cristo Jesús, de donde se deriva toda verdad participada.

En el número 17, dice así este documento: “La formación integral del hombre como finalidad de la educación, incluye el desarrollo de todas las facultades humanas del educando, su preparación para la vida profesional, la formación de su sentido ético y social, su apertura a la trascendencia y su educación religiosa. Toda escuela, y todo educador en ella, debe procurar “formar personalidades fuertes y responsables, capaces de hacer opciones libres y justas”, preparando así a los jóvenes “para abrirse progresivamente a la realidad y formarse una determinada concepción de la vida”. El docente católico tiene el deber de ayudar al educando a “ver la realidad”, lo cual quiere decir aprender a discernir entre el bien y el mal, entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte; debe ayudarlo a “formarse una determinada concepción de vida”, concepción de vida que no puede ser otra que la que le ofrece la cosmovisión católica, en la que es esencial la comprensión de esta vida como pasajera y efímera y como antesala de la vida eterna. El docente no puede nunca presentar al educando una cosmovisión horizontal, inmanente, relativista, materialista, hedonista, porque esa cosmovisión contradice frontalmente a la cosmovisión católica, según la cual esta vida es “lucha” –“lucha es la vida del hombre sobre la tierra”, dice la Escritura- y “prueba” para ganar la vida eterna en la felicidad de la Trinidad y no en el dolor de la eterna condenación.

Una vez que hemos reflexionado acerca de lo que el Magisterio de la Iglesia nos dice acerca de la escuela católica y del educador católico, podemos determinar someramente cuáles deben ser los rasgos distintivos del perfil del educador católico.

2. Rasgos del perfil del educador católico:

Antes de comenzar con el perfil propio del educador católico, existe una condición sine qua non un docente no puede llamarse “católico” en el pleno sentido de la palabra y es la práctica de su religión. En otras palabras, no puede decirse “docente católico” –no puede ni siquiera calificar para llamarse “docente católico”- alguien que no crea en las verdades del Credo, o que no crea en el poder santificador del Sacramento de la Penitencia, o que no crea en la Presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, o que no viva o al menos trate de vivir, según los Mandamientos de Dios, que comprenden los Mandamientos dados a Moisés y explicitados y ampliados por Dios Hijo en Persona en el Evangelio, como por ejemplo, amar al enemigo, perdonar setenta veces siete, cargar la cruz de cada día y seguirlo, etc.

Una vez hecha esta consideración, podemos esbozar brevemente las características del perfil del educador católico. El docente católico debe ser:

a) Amante de la Verdad y transmisor de la Verdad: para esto se necesita una postura ética cimentada sólidamente en la Palabra de Dios escrita –la Sagrada Escritura- y la Palabra de Dios encarnada –Jesús Eucaristía-. Al hablar de la Verdad, nos referimos a la Verdad con mayúscula, para indicar que hablamos de Jesús mismo, quien se reveló a Sí mismo como la Verdad Única de Dios Trino: “Yo Soy la Verdad” (Jn 14,6). Esto excluye cualquier sistema pedagógico que no tenga a Cristo Dios como fundamento, como por ejemplo, el sistema pedagógico de las Escuelas Waldorf[2], fundamentados en el ocultismo y gnosticismo esotérico de los “padres” de la religión del Anticristo, la Nueva Era, las teósofas Annie Besant y Madame Blavatsky y el ocultista neo-pagano Rudolf Steiner[3]. Todo este sistema pedagógico se basa en la falsedad y el error y por lo tanto es incompatible para el docente católico.

b) Interesado y comprometido en la preparación constante: la actualización a todo nivel, en modo integral, como parte del proceso vital. No podemos pensar en un docente que no sigue estudiando y buscando nuevos caminos para profundizar sobre sus tareas: esto es fundamental en nuestros días, en los que antropología inmanentista se ha impuesto en la batalla cultural y ha provocado una verdadera inversión o subversión de los valores cristianos.

c) Sabe responder a los retos de nuestro tiempo: es una consecuencia de lo anterior, de la preparación constante. Es muy necesario en nuestros días, caracterizados por el pensamiento débil, fluctuante, desapegado y enfrentado a la Verdad, veleta de los vientos de novedad, que lleva a que el sentimiento o la imaginación –autopercepción- prevalezca por encima de la objetividad que brinda la ciencia médica y la biología. De ninguna manera puede un docente católico “adaptarse” al pensamiento débil, porque eso sería una traición a su fe católica y a su ser docente.

d) Posee capacidad para adaptar una pedagogía según los principios del Evangelio: Jesús en el Evangelio enseña con autoridad, no con autoritarismo, sino con autoridad, con la autoridad que le confiere ser Él la Sabiduría Increada del Padre y Encarnada en el seno virgen de María. El docente católico debe cristianizar una cultura que se ha paganizado, que ha retrocedido dos mil años y ha adoptado la oscuridad propia del paganismo pre-cristiano y esta oscuridad se hace palpable en la construcción de una anti-cultura, la “cultura de la muerte”, que en su afán por oponerse a Cristo, se opone en última instancia al hombre mismo, provocando literalmente su destrucción (leyes que promueven el aborto, la eutanasia, la FIV, el alquiler de úteros, etc.).

e) El docente no debe nunca adoctrinar a sus formandos y mucho menos cuando se trata de ideologías anti-cristianas, como el materialismo, el hedonismo, el comunismo. Por el contrario, debe ser formador de personas libres y pensantes, pero para lograr esto, debe considerar las palabras de Jesús: “La Verdad os hará libres”, lo cual quiere decir que si el docente católico no contempla la Verdad Encarnada, Jesucristo, del cual se deriva toda verdad participada, no posee esta característica del docente católico. El ser una “persona libre y pensante”, no significa hacer lo que se quiere, sino obrar según la Verdad y esa Verdad Encarnada es el Hombre-Dios Jesucristo.

Por último, el docente católico debe poseer una firmeza inquebrantable en dos aspectos: en lo que respecta a la razón humana –según la cual el blanco no puede ser blanco y negro al mismo tiempo- y en lo que respecta a su fe católica: precisamente, la falta de práctica firme y constante de la propia fe católica, ha llevado a las ideologías mundanas –materialistas, hedonistas, narcisistas- a tomar la delantera y a ocupar la práctica totalidad de la enseñanza. El docente católico debe rechazar todo compromiso con el mundo y debe ser consciente que su claudicación en la fe o su silencio, facilitan en extremo el avance sobre la pisquis y el espíritu de los alumnos, de las ideologías mundanas que, además de ser anti-cristianas, son también anti-humanas.

Conclusión:

El docente católico tiene una misión sumamente importante, como lo es la de la enseñanza, porque lo que él enseñe, eso aprenderá su alumno y esa enseñanza puede impactar de forma positiva o negativa, de acuerdo a cómo sea esa enseñanza.

En la tarea que debe desempeñar, el docente católico tiene que tomar como referencia de su enseñanza al Hombre-Dios Jesucristo, puesto que Él es la Palabra del Padre engendrada en la eternidad y encarnada en el tiempo en Belén y renovando incruenta y sacramentalmente su Encarnación en cada Eucaristía.

La referencia a Jesucristo es obligada, por así decirlo, para el docente católico, pues siempre se toman como fuente de la enseñanza a quien es maestro, por así decirlo, en su campo. Cuando se necesita dar una clase o cuando se quiere hacer un trabajo científico, se acude a quienes son expertos en la materia, han publicado trabajos, han hecho investigaciones, etc. No se puede enseñar una verdad si la fuente citada no tiene autoridad en la materia que se quiere enseñar.

Ahora bien, en el caso del Hombre-Dios, siendo Él  la Sabiduría Increada y Encarnada en la humanidad de Jesús de Nazareth, no hay inteligencia creada, ni humana ni angélica, que pueda superarlo. De hecho, Él es la Verdad Increada y de Él brota toda verdad participada; de Él deriva toda verdad y en Él no hay error, ni mentira, ni confusión.

Dicho esto, contemplemos –en la Cruz y en la Eucaristía- entonces a la Persona divina de Jesús de Nazareth, para poder así determinar de qué manera Jesucristo es el modelo de vida para el docente católico.

Que Jesucristo sea modelo de vida para un docente, no es algo extemporáneo o impertinente: uno de los nombres de Jesucristo es el de “Maestro” y es así como lo llaman en el Evangelio, no sólo sus Apóstoles y discípulos, sino también los que pertenecían al Pueblo Elegido y además los paganos que a Él se le acercaban. Cuando Jesús hablaba, lo hacía con la sabiduría y la autoridad sobrenatural que le corresponde por su condición de Hijo de Dios. Así lo dice la Escritura: “Todos estaban asombrados de las palabras de sabiduría que salían de su boca”; “Jamás nadie ha hablado así”.

Al contemplar a Jesús como Maestro Divino, debemos considerar cuáles son sus principales características como Maestro: enseña la Palabra de Dios y enseña la Verdad. En estas dos casos, Jesús es modelo de vida para el docente católico, porque aunque el docente no enseñe la materia específica de Religión, en cualquier área que enseñe, sin embargo, siempre la Iglesia Católica tendrá una expresión autorizada de la materia de la que se trate, a través del Magisterio de la Iglesia. En el otro aspecto en el que Jesús es modelo, es en cuanto a su docencia, que se basa siempre la Verdad, puesto que Él es la Verdad Increada del Padre y en cuanto tal, no hay error, ni mentira, ni confusión en su enseñanza. Siendo Jesús la Palabra de Dios y la Verdad Increada, el docente católico no puede entonces enseñar la palabra del hombre sin Dios, porque no puede enseñar el error, como tampoco puede enseñar la falsedad o la mentira. Si el docente se aparta de la Verdad Revelada en Jesucristo; si se aparta del Magisterio bimilenario de la Iglesia, entonces está enseñando el error y por lo tanto está enseñando algo que no lo asemeja a Jesucristo ni ha sido enseñado por Él.

En este sentido, Jesucristo es modelo de vida para el docente católico, porque Jesús es Maestro Divino -en la Sagrada Escritura, tanto judíos como paganos se refieren a Jesús como "Maestro", un "Maestro" que "enseña con autoridad y con una sabiduría sobrehumana, sobreangélica, porque Jesús es la Sabiduría Increada del Padre-, que nos enseña a enseñar, siempre la Verdad de Dios, en cualquier ámbito de la vida del hombre, incluidos todos aquellos aspectos que no competen a la esfera propiamente religiosa.

Pero Jesús no solo es el modelo de vida: también es Fuente de Vida, pero no de vida humana, creada, sino de Vida divina, que es Eterna, porque Él es Dios Hijo, engendrado por el Padre desde la Eternidad; al ser Dios, Jesús posee el Ser divino trinitario –del cual participan las otras Personas de la Trinidad, el Padre y el Espíritu Santo- y esta Vida divina trinitaria se comunica al docente sobre todo en la recepción de los Sacramentos, el Sacramento de la Penitencia y el de la Eucaristía.



[2] “La pedagogía Waldorf se basa en postulados fantasiosos, irracionales y caprichosos sin ninguna base fuera del delirante mundo del ocultismo de Rudolf Steiner”; cfr. https://www.infocatolica.com/blog/infories.php/1310241100-las-escuelas-waldorf-una-peda ; cfr. https://observatorioantisectas.blogspot.com/2022/03/las-escuelas-waldorf-una-pedagogia.html

[3] Un ejemplo concreto de cómo se paganizan los rituales cristianos, practicados en las Escuelas Waldorf, es el siguiente, relatado por el profesor de pedagogía Mark Peters: “A principios del mes de diciembre celebran la inminente llegada de la Navidad con la “Fiesta de la espiral de luz”, un ritual pagano en el que se forma una espiral con ramas de pino en el suelo con una vela en el centro; los niños tienen que recorrer la espiral y encender sus propias velas, que llevan sobre una manzana, con la vela central para después colocarla sobre las ramas; al final se forma una espiral de luz que simboliza la luz interior que se mantiene durante los meses de oscuridad”; cfr. https://tecnicopreocupado.com/2018/04/02/la-pedagogia-waldorf-creada-por-steiner-la-new-age-y-el-luciferanismo/ En este ejemplo vemos cómo se introduce un elemento gnóstico y esotérico –la luz interior-, con el pretexto de una festividad cristiana como la Navidad; de esta manera, en un solo movimiento, se desplaza el sentido cristocéntrico de la Navidad, a la vez que se la suplanta por una creencia gnóstica y esotérica.

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