miércoles, 28 de marzo de 2018

Jesús muere en la cruz y resucita para darme una nueva vida



         Si hiciéramos una encuesta entre jóvenes católicos acerca de quién es Jesús, obtendríamos diferentes respuestas: por ejemplo, muchos jóvenes contestarían que Jesús es alguien que hizo algo bueno en el pasado pero que no tiene mayor trascendencia en el presente. Otros opinarían que era una persona buena, con grandes ideales y que despertó en muchos la capacidad de realizar sus propios sueños e ideales. Otros contestarían que hay dos Jesús: el verdadero, el que era el hijo de un carpintero, que fundó una religión nueva, pero que finalmente terminó muerto en la cruz, y el legendario, el inventado por sus amigos y seguidores, que lo idealizaron tanto en su figura, que inventaron hechos maravillosos como los milagros o incluso la resurrección, pero en realidad, ese Jesús nunca existió. Mucho peor, otros dirían que Jesús era un revolucionario, porque se preocupaba mucho por los pobres, lo cual es ofender a Jesús porque los revolucionarios han sido todos personas violentas y maliciosas y Jesús no era así. Todas estas respuestas acerca de Jesús son falsas y se caracterizan por coincidir en que Jesús, sea quien sea que haya sido, para la inmensa mayoría de los jóvenes de hoy, del siglo XXI, Jesús no tiene una mayor incidencia en sus vidas, porque la inmensa mayoría de los jóvenes vive, en su realidad concreta, como si Jesús nunca hubiera existido. Muy pocos jóvenes, ante la pregunta de “¿Cuáles son los mandamientos específicos de Jesús?”, responderían que son “amar al enemigo”, “perdonar setenta veces siete”, “cargar la cruz de cada día”, “negarnos a nosotros mismos”, “seguirlo a Él por el camino del Calvario”, además de los Diez Mandamientos, porque los Diez Mandamientos son mandamientos dados por Dios y Jesús Dios. Y todavía menos serían los jóvenes que responderían afirmativamente ante la pregunta de si es necesario cumplir los Mandamientos de Dios para ser felices –entre ellos, la castidad- y esto porque, para muchos jóvenes católicos de hoy, la existencia de Jesús es indiferente lo cual se demuestra por el hecho de que, una vez terminada la instrucción religiosa, abandonan la iglesia, sin llegar nunca a practicar la religión. Para muchos jóvenes la existencia de Jesús es indiferente, porque piensan que no tiene nada que ver con sus vidas concretas, reales.
         La realidad acerca de Jesús es muy distinta: Jesús no solo es real y está vivo, sino que es Dios en Persona –es la Segunda Persona de la Trinidad- y su vida tiene una relación directa con la vida personal de cada joven, lo crea o no lo crea ese joven. Todavía más, la vida del joven se desarrollará en su plenitud o se frustrará, según sea la relación que mantenga con Jesús. Si el joven ignora a Jesús, la vida del joven fracasará, aun cuando parezca triunfar desde el punto de vista mundano. Por el contrario, si conoce y sigue a Jesús y se preocupa por vivir en su vida los Mandamientos de Jesús, su vida y su existencia terrenas serán tan maravillosas, que aun cuando en el mundo pase desapercibido, en el sentido de no tener “fama” mundana provocarán la admiración de generaciones enteras. En otras palabras, encontrar a Jesús, conocerlo, amarlo, seguirlo, hace que la vida de un joven sea plena –en todo el sentido de la palabra, es decir, hace que la vida sea una vida verdaderamente feliz, aunque no con la felicidad como la entiende el mundo-; cuando un joven conoce y ama a Jesús y sigue sus mandatos, la vida de ese joven luego es conocida y admirada no solo por el estrecho círculo de familiares, amigos y conocidos, sino por cientos de miles de personas, porque su recuerdo perdurará de generaciones en generaciones y esto es lo que sucede con los santos. Cientos de miles de jóvenes santos que han conocido y amado a Jesús, han encontrado la plenitud y el sentido en esta vida terrena y luego la felicidad en la vida eterna y por eso su fama perdura aunque pasen cientos de generaciones. Pero el joven que no conozca a Jesús, ni se interese por seguir sus mandamientos y se aparte de Él, aun cuando triunfe en este mundo y alcance los más resonantes éxitos mundanos –fama, dinero, poder-, será un joven cuyo recuerdo no perdurará más allá de su existencia terrena y su vida terrena no será plena ni verdaderamente feliz y tampoco tendrá paz y alegría en su corazón, aunque tenga a su alcance todo lo materialmente disponible en la actualidad.
         ¿Cuál es la razón por la cual la vida de un joven cambia radicalmente, si conoce y sigue a Jesús como si no lo hace? La razón es que Jesús es Dios; es Dios Hijo hecho hombre, sin dejar de ser Dios y al ser Dios, es la Vida, la Alegría, la Paz en sí mismas y da de sí mismo a quien se le acerca, así como el sol ilumina a los planetas que se le acercan. Y porque es Dios, Jesús tiene en sus manos la vida del joven, de todo joven, de cada joven. Él ama tanto a los jóvenes –y a todos los hombres, independientemente de su edad-, que murió en la cruz y resucitó para que el joven tuviera acceso a una nueva vida, una vida que es el anticipo de la eternidad y es la vida de la gracia, y esa vida es verdaderamente lo que hace que el joven sea feliz y tenga alegría y paz en su corazón.
         ¿Dónde se obtiene esta vida nueva que nos da Jesús? De la Sangre y Agua que brotaron de su Costado traspasado –que para nosotros, los católicos, se hace realidad por los sacramentos-: cuando el centurión romano traspasó el Costado de Jesús y de su Corazón brotó Sangre y Agua, con la Sangre y el Agua se derramó el Amor de Dios contenido en su Corazón, el Espíritu Santo, que es Quien nos da la vida nueva de Dios y en Dios. Es por eso que el joven que se arrodilla ante Jesús crucificado y permite que su Sangre caiga sobre Él, recibe con esta Sangre al Espíritu de Dios y el Espíritu de Dios lo hace vivir una vida nueva, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios. Pero como para nosotros, los católicos, el Amor de Dios se nos comunica por los sacramentos, es por eso que el joven que frecuenta los sacramentos, sobre todo la Confesión y la Eucaristía, es verdaderamente pleno y feliz.
         La Semana Santa es el tiempo propicio para no solo preguntarnos quién es Jesús, sino para acercarnos a Él, para que Él, que es Dios Hijo, nos dé su gracia, para que así comencemos a vivir una vida nueva, una vida verdaderamente nueva, la vida de los hijos de Dios. Para esto murió Jesús en la cruz: para liberarme de lo que me avejenta, que es el pecado, y para donarme lo que verdaderamente me hace joven, que no es la edad biológica, sino el Espíritu de Dios. Jesús muere en la cruz y resucita para darme una nueva vida, la vida de la luz, la vida de hijos de Dios.
         El joven que conoce y ama a Jesús, vive esta vida en su plenitud; el joven que se desinteresa por Jesús y no quiere saber nada de Él, se pierde lo mejor de esta vida. Aprovechemos el tiempo de Semana Santa para conocer lo mejor de esta vida: Cristo Jesús. ¿Dónde está Cristo Jesús, para ir a conocerlo? Como dijimos, para nosotros, los católicos, Cristo Jesús está Presente en la Cruz y en la Eucaristía. No dejemos pasar la oportunidad de conocer y amar a Aquel que puede transformar mi vida en una vida de plenitud y de gracia, Cristo Jesús. No nos quedemos con las manos vacías: aprovechemos este tiempo de Semana Santa para acercarnos y conocer a lo más hermoso que tiene la vida: Jesús, el Hijo de Dios, que me espera con los brazos abiertos en la cruz para darme todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.


martes, 27 de marzo de 2018

Via Crucis para los jóvenes



Oraciones iniciales.

Por la señal, de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Acto de contrición.

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme justamente con las penas del infierno por mis pecados cometidos libremente, si no obtengo con tu ayuda una perfecta contrición. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme, y cumplir la penitencia que me fuere impuesta, para que así pueda algún día llegar a disfrutar de vuestra compañía, del Padre y del Espíritu Santo, en las moradas eternas que Tú me tienes preparado para mí, pobre pecador. Amén.


1ª Estación: Jesús es sentenciado a muerte.


(De rodillas) V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Meditación: Luego de sufrir un juicio injusto, Jesús es condenado a muerte. La causa de su condena es la verdad de su afirmación de que Él es el Hijo de Dios, que ha venido a este mundo para salvarnos. Cada vez que elegimos el pecado volvemos a condenar a muerte a Jesús. Cada vez que negamos a Jesús como a nuestro Salvador y Redentor, renovamos la sentencia de muerte de Jesús. ¡Oh Jesús, perdóname por todas las veces que he negado que Tú eres mi Dios, mi Rey y mi Salvador y en vez de cumplir tus Mandamientos, he preferido hacer mi voluntad!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.


2ª Estación: Jesús carga con la cruz a cuestas.


(De rodillas) V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación: Cargan sobre los hombros de Jesús un pesado leño. Pero no es el madero lo que hace pesada la cruz: son mis pecados. En el madero de la cruz que lleva Jesús sobre sus hombros, van mis pecados. Todos. Desde los veniales hasta los mortales. Él recibirá en mi lugar el castigo que yo me merezco por esos pecados. Cuando el madero de la cruz quede impregnado de su Sangre Preciosísima, mis pecados quedarán borrados para siempre. ¡Oh Jesús, que yo me decida a no pecar más, para no hacer más pesada tu cruz!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.


3ª Estación: Jesús cae por primera vez bajo el peso de la cruz.


(De rodillas) V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación: ¡Qué fuerza tiene el pecado, que hace tambalear y caer a Dios! Son mis pecados, aquellos pecados en los que caigo una y otra vez, los que hacen caer a Jesús. En su caída, Jesús se lastima sus manos, sus rodillas, sus piernas. Sus heridas se abren y dejan salir abundante sangre. ¡Oh Jesús, graba en mi mente y en mi corazón tu caída bajo la cruz, para que yo me decida a no volver a caer en el pecado por falta de lucha espiritual!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.


4ª Estación: Jesús se encuentra con su Madre, la Virgen.


(De rodillas) V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación: En su camino hacia el Calvario, colmado de dolores y penas por causa mía, Jesús recibe un alivio: se encuentra con su Madre, la Virgen. Si bien los soldados impiden que la Madre y el Hijo se fundan en un abrazo, la mirada materna y amorosa de María es más que suficiente para darle fuerzas a su Hijo, a fin de que Jesús pueda llegar hasta el Calvario y así poder dar su vida por mi salvación. ¡Oh María Santísima, Madre de Dios y Madre mía, acompáñame tú en el camino del Calvario y cuando yo desfallezca, mírame con tus ojos de amorosa Madre y, al igual que a Jesús, dame las fuerzas para llevar mi cruz!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.


5ª Estación: el Cireneo es obligado a llevar la cruz.


(De rodillas) V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación: viendo los soldados que Jesús iba a morir antes de llegar a la cima del Monte Calvario y movidos por el deseo de que sea crucificado y no por verdadera compasión, obligan a Simón de Cirene a ayudarle a Jesús a llevar su cruz. Muchas veces llevo la cruz como Simón de Cirene: obligado, sin un sentido sobrenatural. ¡Oh Jesús, ayúdame a llevar la cruz como Tú la llevas, con amor y no por obligación y para eso dame del amor con el que Tú abrazas la cruz!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.


6ª Estación: la Verónica enjuga el Rostro de Jesús.


(De rodillas) V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación: la Verónica, compadeciéndose del dolor de Jesús, se arrodilla para enjugar su Santo Rostro y así aliviar en algo las penas de su Corazón. En recompensa a su gesto de misericordia, Jesús deja estampada milagrosamente su Santa Faz en el lienzo de la Verónica. ¡Oh Jesús, yo no tengo un lienzo para que imprimas tu Rostro en él, pero te ofrezco mi corazón, mi pobre corazón, para que dejes impreso en Él, grabado a fuego con el Amor de Dios, tu Santa Faz!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.


7ª Estación: Jesús cae por segunda vez.


(De rodillas) V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación: a mitad de camino hacia el Calvario, Jesús cae por segunda vez. No es el peso del madero lo que lo hace vacilar y caer. Su Cuerpo es fuerte y puede resistir el peso del leño. Es su Alma Santísima la que, abrumada por la malicia de mis pecados, desfallece de angustia y dolor. ¡Oh Jesús, por tu segunda caída, ayúdame para que no vuelva más a caer en mis pecados!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.


8ª Estación: Jesús consuela a las hijas de Jerusalén.


(De rodillas) V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación: las mujeres piadosas de Jerusalén se conmueven al ver a Jesús en tan lastimoso estado: golpeado, herido, fatigado, cubierto de salivazos, bañado en su propia sangre, y lloran por Él. Pero Jesús les dice que no lloren por Él, sino ellas y por toda la humanidad, porque en la condición en la que Él se encuentra es como el pecado deja al alma. ¡Oh Jesús, dame la gracia de poder llorar mis pecados, para no provocarte ya más heridas en tu Cuerpo sacratísimo!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.


9ª Estación: Jesús cae por tercera vez.


(De rodillas) V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación: agobiado por el peso de tantos pecados, el Hombre-Dios Jesucristo cae por tercera vez. No solo lleva mis pecados personales –todos mis pecados, desde el primero hasta el último-, sino que lleva todos los pecados de todos los hombres, desde Adán y Eva hasta el último hombre nacido en el Día del Juicio Final. ¡Oh Jesús, tu Sangre Preciosísima quita los pecados del mundo para que la humanidad pueda nacer de nuevo, sin malicia –sin relaciones pre-matrimoniales, sin aborto, sin pornografía, sin drogas, sin violencia hacia los padres y los hermanos, sin envidias, sin avaricia- y en estado de gracia!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.


10ª Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.


(De rodillas) V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación: al llegar a la cima del Monte Calvario, los soldados arrancan las vestiduras de Jesús y de forma tan violenta, que todas sus heridas vuelven a abrirse, dejando brotar abundantemente su Sangre Preciosísima. Jesús se despoja de las vestiduras y queda vestido con un manto rojo, el manto de su propia Sangre, la Sangre con la cual lavará nuestros pecados. Jesús se deja despojar de sus vestiduras, para reparar por todos aquellos que, despojados del pudor y de la santa pureza, se dejan arrastrar por las pasiones más bajas. ¡Oh Jesús, por el manto de Sangre con el que te cubriste en el Calvario, dame la gracia de desear vivir siempre en la santa pureza de cuerpo y alma!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.


11ª Estación: Jesús es clavado en la cruz.


(De rodillas) V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación: Jesús permite que sus manos y sus pies sean atravesados por gruesos clavos de hierros, los cuales le provocan profundos dolores y hacen brotar abundante sangre. Jesús deja traspasar sus manos por los clavos de hierro, para que mis manos nunca se eleven contra mi hermano, sino que se tiendan hacia él en gesto de ayuda y misericordia, y para que se eleven al cielo en gesto de agradecimiento a Dios por el sacrificio en cruz de Jesús. Jesús deja traspasar sus pies, para que mis pasos se aparten del pecado y se dirijan en pos de Jesús, cargando la cruz, camino al Calvario. ¡Oh Jesús, que mis manos solo obren la misericordia y que mis pasos se encaminen detrás de tu cruz!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.´


12ª Estación: Jesús muere en la cruz.


(De rodillas) V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación: luego de tres horas de larga y dolorosa agonía suspendido en el madero de la cruz, Jesús muere a las tres de la tarde. Con su muerte, ha vencido a los tres grandes enemigos de mi alma: el Pecado, la Muerte y el Demonio. Pero además, con la Sangre de su Corazón, que brotó luego de ser traspasado en la cruz, me concedió la vida nueva, la vida de la gracia, la vida que me hace vivir como verdadero hijo de Dios y no como hijo de las tinieblas. ¡Oh Jesús, crucifícame contigo, para morir al hombre viejo y nacer al hombre nuevo, el hombre que vive la vida de la gracia, la vida de Dios!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.


13ª Estación: Jesús es colocado en brazos de su Madre.


 (De rodillas) V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación: descienden de la cruz el Cuerpo muerto de Jesús y lo colocan en brazos de su Madre, María Santísima. Es tanto el dolor de la Virgen, que de sus ojos brotan tan abundantes lágrimas, que cayendo sobre el Rostro de Jesús, tumefacto, lívido, cubierto de sangre, barro y salivazos, lavan su Rostro y lo dejan casi tan hermoso como cuando estaba vivo. Llora la Madre la muerte de su Hijo y lo ama a tanto, que desearía cambiar su vida por la muerte de Jesús, para Ella morir y Jesús vivir. La causa de la muerte de Jesús son mis pecados y por eso mismo, yo soy la causa de las lágrimas de la Virgen. ¡Nuestra Señora de los Dolores, dame el dolor de tu Inmaculado Corazón; dame las lágrimas de tu amor, para que arrepentido de mis pecados, llore contigo la muerte de tu Hijo Jesús!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.


14ª Estación: Jesús es sepultado.


(De rodillas) V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación: depositan el Cuerpo muerto de Jesús en el sepulcro nuevo de José de Arimatea, quien así demuestra su amor por su Señor. Cuando se cierra la puerta con la piedra, el sepulcro queda en silencio, frío y a oscuras, porque no entra la luz del sol. Es la figura del corazón humano sin Dios: oscuro, frío, sin alabanzas a su Señor. Pero el Domingo de Resurrección, el sepulcro resplandecerá con una luz más intensa que miles de millones de soles juntos: la luz de la gloria del Ser trinitario de Jesús, que glorificará su Cuerpo, resucitándolo para la vida eterna. Es la figura del corazón del hombre que, en gracia, recibe el Cuerpo glorioso de Jesús Eucaristía. ¡Oh Jesús, haz que mi corazón, oscuro y frío como el sepulcro del Viernes Santo, sea resplandeciente por la gracia como el sepulcro el día de la Resurrección, cuando Tú ingreses en él por la Comunión Eucarística!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.

Oración Final:

Te suplico, Señor Jesucristo, por intercesión de tu Madre la Virgen y por el rezo y meditación de tu Santo Via Crucis, que me concedas las gracias que necesito para la salvación de mi alma y la de mis seres queridos y que me acompañes de ahora en adelante en cada momento de mi vida, hasta que me llegue la hora del feliz tránsito a la vida eterna en tu compañía y la de tu Madre Santísima. Amén.

Nuestra Señora de los Dolores, tú que acompañaste a tu Hijo Jesús en el camino del Calvario, acompáñame también a mí para que, muriendo al hombre viejo, pueda nacer a la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, como anticipo de la vida eterna que por la Misericordia Divina espero gozar en la eternidad. Amén.

Sobre Semana Santa y Pascuas de Resurrección



         Con frecuencia, el cristiano cae en un error acerca de Semana Santa y Pascuas y es el de pensar que se trata de un mero ejercicio piadoso, similar a Navidad, con la única diferencia en el tiempo en el que se celebran una y otra. Se piensa, en el mejor de los casos, en Semana Santa como un ejercicio piadoso de la memoria cuyo único objetivo es el de cumplir con un rito ya establecido en un país que, al menos en su origen, fue católico. En el peor de los casos, se piensa en Semana Santa como un “período de descanso” necesario para esta época ajetreada en la que vivimos.
         Ambos enfoques son, obviamente, erróneos. Tanto el primero y mucho más el segundo, pero ambos son erróneos. En ambos casos la Semana Santa es un apéndice –piadoso en un caso, festivo en el otro- de la existencia humana.
         La Semana Santa no es un apéndice de nuestra existencia, sino la fuente misma de nuestro ser vital y esto en el sentido más literal de la palabra. Pero para poder comprender la importancia vital –vital quiere decir que, sin Semana Santa, estamos literalmente muertos- es necesario hacer una breve reflexión acerca del estado espiritual de la humanidad a partir de Adán y Eva. Nos puede ayudar en esta reflexión el no considerar a Jesucristo, es decir, hacer como si nada supiéramos de Jesucristo. Caídos en el pecado original y perdida la gracia y los dones preternaturales, toda la humanidad, desde Adán y Eva, está condenada a la pérdida del alma por la eternidad. Todos y cada uno de nosotros, estamos condenados, irreversiblemente, a la condenación, al final de nuestras vidas terrenas. Sometidos a la enfermedad, al dolor y a la muerte, la vida humana sobre la tierra está signada por el pecado, dominada por la muerte y esclavizada por el Ángel caído, el Demonio.
         Ésta es la realidad de la raza humana, a lo cual se le suma el veredicto de la Divina Justicia, que no puede dejar pasar la falta del hombre contra su divina majestad, y por lo tanto emite su veredicto de castigo sobre el pecado –la malicia del hombre-. El panorama de la humanidad, entonces, es el siguiente: oscuridad espiritual, pecado, malicia del corazón, dolor, enfermedad, muerte, condenación eterna, separación absoluta, completa y definitiva de Dios en la otra vida, blanco de la ira de la Justicia Divina.
Ahora bien, ésta es nuestra realidad existencial y ontológica como seres humanos. La solución y la salida se presentan imposibles, porque tanto el hombre como el ángel son incapaces de quitar el pecado, de derrotar a la muerte y de vencer al Demonio. Es decir, con las solas fuerzas creaturales, es imposible vencer a los tres grandes enemigos de la raza humana.
Pero he aquí que viene en nuestro auxilio no un ángel, sino el mismo Dios Trino: Dios Padre envía a su Hijo Jesucristo por medio de Dios Espíritu Santo, para no solo vencer a los tres grandes enemigos, sino para donarnos algo que antes, con Adán y Eva, no poseíamos y es el don de la gracia de la filiación divina.
Jesucristo es el Hombre-Dios, es el Verbo Eterno del Padre que pro el Santo Sacrificio de la Cruz se interpone entre nosotros y la ira de la Justicia Divina; recibe sobre su Alma y sobre su Cuerpo el castigo que nosotros merecíamos por nuestros pecados; vence al Demonio, a la Muerte y al Pecado y derrama sobre nuestras almas la Sangre de su Sagrado Corazón que, por ser la Sangre del Cordero de Dios, contiene el Espíritu Santo, el Amor de Dios, que es el que nos concede la filiación divina.
Con su Pasión y Muerte en Cruz, Jesús se interpone entre nosotros y la ira de la Justicia Divina y la convierte, la intercambia, por Misericordia Divina. Él recibe el castigo que nosotros merecíamos por nuestros pecados y a cambio nos dona la Divina Misericordia, la vida de la gracia que nos hace ser creaturas nuevas, porque nos hace nacer a la vida de los hijos adoptivos de Dios, que viven con la vida misma de Dios Uno y Trino.
Por otro lado, la celebración de la Semana Santa y de Pascuas de Resurrección no se limita a un mero recuerdo piadoso: se trata de una verdadera participación, por el misterio de la liturgia y del Espíritu Santo que guía a la Iglesia, del Cuerpo Místico de Cristo –los bautizados- a su Pasión, de manera tal que, si nosotros pudiéramos “darnos cuenta” –por así decir- de lo que sucede espiritualmente en la Iglesia en Semana Santa, veríamos cómo la Iglesia toda está presente en la Pasión del Señor. Es decir, viviendo en el siglo XXI, la Iglesia del siglo XXI está presente, por el misterio de la liturgia, en el siglo I de nuestra era, es decir, se hace contemporánea de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. El Cuerpo Místico es crucificado el Viernes Santo y recibe el Espíritu de Vida del Hombre-Dios el Domingo de Resurrección. Esto, en la realidad, y no en el mero recuerdo piadoso. Y el fruto de la Resurrección, que es la vida eterna, lo recibimos de modo anticipado en la Eucaristía. Solo si consideramos a la Semana Santa y a Pascuas de Resurrección desde este punto de vista, podremos vivirla de manera verdaderamente cristiana. De otro modo, viviremos este período como un recuerdo piadoso o, en el peor de los casos, como un tiempo de vacaciones.


sábado, 24 de marzo de 2018

Un Scout Católico debe siempre permanecer unido a Cristo



         Lo que hace que un scout sea “católico” es el bautismo sacramental y la fe en Jesucristo, que es la fe de dos mil años de la Iglesia Católica. ¿Cómo se mantiene unido un católico a Jesucristo? Por la fe, por el amor y por los sacramentos, principalmente, la Confesión sacramental y la Eucaristía.
         La fe, el amor y los sacramentos, son al alma del scout católico lo que el cordón umbilical al embrión que está en el vientre de la madre. Así como por el cordón umbilical recibe todo tipo de nutrientes –de tal manera que, si este falla, el embrión muere-, así el scout católico recibe el nutriente del alma, que es la gracia santificante, por medio de la fe, la oración y los sacramentos.
         Participar en la Santa Misa no es, por lo tanto, una cuestión de simple “costumbre”; tampoco es el cumplimiento de un rito meramente simbólico: es una cuestión verdaderamente vital, en el sentido más literal de la palabra. Es decir, si el scout católico no participa de la Santa Misa, en donde recibe la Eucaristía; si no se confiesa; si no se hace oración y, finalmente, si no ama a Jesucristo, entonces, no recibe de Él lo que Él quiere darnos: su Vida divina, contenida en su Sagrado Corazón Eucarístico. Y así, sin la vida de Jesucristo en el alma, el scout católico pierde su razón de ser católico y pasa a ser simplemente scout. Para ser “scout católico”, el scout debe permanecer unido a Cristo.

martes, 13 de marzo de 2018

La Escuela, formadora de valores junto a la familia, la Patria y la Iglesia



(Homilía en ocasión del Centésimo Aniversario de una Escuela primaria en Argentina)
         

      La Escuela es, junto a la familia, a la Iglesia Católica y a las Fuerzas Armadas, el soporte y la estructura fundamental de una Nación y de toda una Patria. La Escuela refuerza los valores y conocimientos dados en la familia a los niños y jóvenes, además de aportar unos nuevos, y también recibe de la Iglesia numerosos aportes que, transferidos desde la Iglesia a la Escuela, hacen que esta sea una institución cada vez más sólida y un seguro instrumento de progreso personal, familiar, social y nacional. Si no existiera la Escuela, las familias se verían debilitadas en su función educativa en valores; la Iglesia perdería también un gran apoyo en su misión evangelizador y la Patria, en definitiva, vería gravemente comprometido su futuro, al crecer las nuevas generaciones sin educación o con una educación precaria.
         La Escuela es entonces una institución esencial dentro de las instituciones de la Patria aunque es verdad que siempre hay que estar atentos a que en la educación que brinda la escuela no se introduzcan elementos anti-cristianos, porque eso minaría grandemente su función educadora.
         En una Nación como la Argentina, que nació por la fusión racial de conquistadores y nativos –dando lugar al “criollo”-, es fundamental que la escuela brinde no solo conocimiento veraz de su historia, sino también de sus símbolos patrios, ayudando a que en los niños se despierte el sagrado amor por la Patria, amor a la Patria que está indisolublemente ligado a la Religión Católica. En efecto, la Bandera Nacional, que es izada y arriada todos los días en las escuelas, es el manto celeste y blanco de la Inmaculada de Luján, porque el General Belgrano tomó esos colores de la Virgen de Luján, de la cual era muy devoto, tal como lo declara su hermano, el Sargento Carlos Belgrano. Nuestra Patria nació también a los pies de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo porque se firmó el Acta de Independencia a los pies del “Cristo de los Congresales”, con lo cual se pedía a Nuestro Señor que nuestra Patria quedara cimentada y edificada en su Santa Cruz y también bañada por su Sangre Preciosísima. De esto se deriva que la escuela, aun siendo pública, no puede enseñar valores contrarios a la identidad nacional, hispana y católica, de nuestra Patria. Debemos amar a la Escuela y ser agradecidos con ella, en tanto y en cuanto, con su acción educadora, las nuevas generaciones que pasan por sus aulas, recibiendo educación y valores, se conviertan en los futuros dirigentes de nuestra Patria.