viernes, 2 de marzo de 2018

El pecado original es ausencia de la gracia santificante



"Adán y Eva comen la fruta prohibida"
(Mantegna)

         El pecado original cometido por Adán y Eva y por el cual se perdieron todos los dones con los cuales Dios había dotado al hombre –entre ellos, la gracia santificante-, se describe como una “mancha”, al efecto de darnos una idea de qué es y en qué consiste. Así como un trozo de tela blanca queda manchado por el barro, así podemos decir que el alma queda manchada, al nacer, por el pecado original.
         Pero también se lo puede describir en términos de luz y de oscuridad, puesto que el pecado es la falta de algo, así como la oscuridad es falta de luz. La oscuridad es ausencia de luz: cuando el sol despunta por la mañana, desaparece la oscuridad de la noche[1].
         De un modo similar, cuando decimos que “nacemos en estado de pecado original”, queremos decir que, al nacer, nuestra alma está espiritualmente a oscuras, porque no tiene la luz de la gracia santificante. Pero también está muerta, sin vida, como un cuerpo cuando está sin vida, porque la gracia es participación a la vida de Dios Trinidad; entonces, el alma en pecado original no solo está a oscuras, sino que también está muerta a la vida de Dios.
         Cuando somos bautizados, la luz del Amor de Dios se vierte en el alma y el alma se llena de la luz, de la vida y del Amor de Dios –algo similar sucede cuando el alma se confiesa sacramentalmente y cuando recibe la Comunión Eucarística-, lo cual quiere decir que el alma comienza a vivir con una vida nueva, la vida de la gracia, que es la vida de Dios, porque Dios, por la gracia, comienza a vivir en el alma[2].
         El bautismo nos devuelve la gracia santificante, pero no restaura los dones preternaturales, como es el librarnos del sufrimiento y de la muerte.
         Cuando pecamos, nuestra alma se vuelve oscura, fría, y muere a la vida de Dios, aunque continúe con su vida natural y aunque continúe iluminada con la débil luz de la razón, y aunque continúe con el débil calor de su amor humano. A pesar de esto, el pecado quita la vida, la luz y el Amor de Dios del alma, los cuales se restituyen con la gracia santificante recibida en la Confesión Sacramental y se incrementan con la Comunión Eucarística en estado de gracia.
         No hagamos como Adán y Eva, que prefirieron el pecado –es decir, la oscuridad, la frialdad del corazón, la muerte del alma-, antes que la gracia –la luz, el calor del Amor de Dios y la vida de Dios-. Hemos sido rescatados al precio de la Sangre de Jesús, derramada en la Cruz, para que vivamos en la gracia, en la luz, la vida y el Amor de Dios, y no en el pecado.


[1] Cfr. Leo J. Trese, La Fe explicada, Ediciones Logos, Rosario 2013, 68-69.
[2] Cfr. ibidem.


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