Muerte de Francesca de Rímini y de Paolo Malatesta,
Alexandre Cabanel, 1871
¿Amas de verdad a tu novio/a?
Es decir, ¿amas, a quien puede
ser tu futuro cónyuge, con el amor puro y casto de Jesucristo? ¿O en vez de
amor, lo que experimentas es una mera atracción afectiva, sensitiva y carnal?
Es importante saberlo, porque entre los dos extremos –amor de Cristo o pasión
carnal- existe una gran diferencia, una diferencia insalvable.
¿Cómo
saber si amas de veras a tu novio/a?
Para
saberlo, hagamos esta pequeña “prueba”, ubicándonos mentalmente en la siguiente
historia: imagina que vas en un auto –o en un ómnibus, o en una aerosilla, para
el caso da lo mismo- a una montaña muy alta, junto con tu novio/a. Una vez
llegados a la cima, ambos bajan del vehículo en el que llegaron y se acercan al
precipicio. Miras para abajo, y te das cuenta de que si alguien se cae por este
precipicio, no tiene posibilidad alguna de sobrevivir, porque hay una caída
libre de trescientos o cuatrocientos metros. Si alguien cae, su muerte es más
que segura. Y ahora viene la pregunta: tú, que tienes relaciones sexuales
pre-matrimoniales, y que llamas a esta persona novio/a, ¿le darías un empujón
para que se caiga por el precipicio y se mate? Con toda seguridad, tu respuesta
es un rotundo “No”. Amas demasiado –o eso crees- a esta persona, como para
hacerle este daño. No querrías separarte nunca de él/ella, y por eso no lo
empujarías al abismo. Estas y otras respuestas como estas, saldrían
espontáneamente de tu corazón.
Pero,
¿es verdad que no empujarías a quien es tu novio/a al abismo?
Tal
vez podría ser verdad, pero si tienes relaciones sexuales pre-matrimoniales, le
provocas a tu novio/a un daño inimaginablemente más grande que empujarlo por el
precipicio. Si tienes relaciones sexuales pre-matrimoniales, le provocas un
daño tan pero tan grande, que no te alcanza la imaginación –ni en esta vida ni
en la otra- para cuantificar la magnitud del daño que le provocas.
¿Por
qué?
Porque
con la relación sexual pre-matrimonial, le haces cometer un pecado mortal, y el
pecado mortal, como bien lo sabemos, se paga en la otra vida con el infierno.
En otras palabras: no empujarías a tu novio/a a un abismo terrestre, pero con
las relaciones pre-matrimoniales sí le abres las puertas del infierno y lo
empujas al abismo del infierno, porque le haces cometer un pecado mortal.
Podrías
decirme: “Pero nosotros nos amamos, y por eso tenemos relaciones”.
Si
das esta respuesta, deberías reflexionar en la definición del amor: “Amar es
desear el bien del otro”.
Al
tener relaciones pre-matrimoniales: ¿de veras deseas el bien de quien será tu
futuro/a esposo/a? Si las relaciones pre-matrimoniales estuvieran basadas en un
amor verdadero, deberían conducir al amor verdadero, según el principio de San
Ignacio de Loyola, que dice que “un acto es bueno y por lo tanto viene del buen
espíritu-Dios o nuestro ángel de la guarda- si el principio, el medio y el fin
son malos”. Si las relaciones pre-matrimoniales estuvieran permeadas por el
Amor de Dios, su fin sería conducir a los novios al Amor de Dios. Pero resulta
que no es así, porque como vimos, las relaciones pre-matrimoniales constituyen
un pecado mortal y el pecado mortal, como también vimos recién, se paga en la
otra vida, para quien muere con él en el alma, con la separación eterna de la
Presencia de Dios y el consecuente castigo corporal y espiritual para siempre, lo
cual se llama “infierno”. En otras palabras, las relaciones sexuales antes del
casamiento, no conducen al cielo, sino al infierno, en donde no existe más amor
de ninguna clase, sino odio eterno y sin pausa alguna. Si los “novios” mueren –por
el motivo que sea- luego de las relaciones pre-matrimoniales, son llevados al
Juicio de Dios, en donde cada uno recibe su Juicio particular y el justo
destino final que supone el haber muerto con pecado mortal en el alma.
Y
aquí está la respuesta a la pregunta de si de veras amas a tu novio/a cuando
tienes relaciones pre-matrimoniales. La respuesta está dada por el hecho de que
en el infierno no existe más el amor y los condenados se odian mutuamente. Como
dijimos, si ambos murieran –por el motivo que fuera- minutos u horas después de
una relación pre-matrimonial, morirían en estado de pecado mortal; ambos irían
ante la Presencia de Dios para recibir el juicio particular, y ambos pedirían,
delante de Dios y su Justicia, ser separados de su Presencia para siempre. Es
decir, ambos pedirían, sin que Dios diga una palabra, ser precipitados para
siempre en el infierno. Y en el infierno, puesto que no hay más amor, ambos se
odiarían para siempre, destrozándose mutuamente, una y otra vez, culpándose el
uno al otro de la situación de dolor eterno en el que se encuentran. ¿Te parece
que esto es “amor”? ¿Te parece que se justifica una eternidad de dolores, por
un instante fugacísimo de pasión carnal ilícita? ¿Puedes ver la consecuencia de
la relación pre-matrimonial? ¿Te parece que puede alguien decir que ama a una
persona, cuando en la realidad le está provocando el mayor y más terrible daño
que puede sufrir alguien en esta vida, como lo es la pérdida de la vida de la
gracia por cometer un pecado mortal? Esto no se llama “amor”, porque no es “desear
el bien del otro”, sino que es “satisfacer egoístamente las propias pasiones,
sin interesarse por la vida eterna y la salvación de quien probablemente será
mi cónyuge”.
Esto
no es “amor”, al menos, no es el amor de Cristo, y los novios por lo tanto, no
pueden llamarse “novios en Cristo”, sino que deben buscar algún otro nombre que
pueda describir esta situación.
Finalmente,
para ayudarte en tu reflexión y para estimular en ti el deseo del Verdadero Amor
de novios, el Amor puro y casto de Jesucristo, te dejo el Quinto Canto del
Infierno del Dante, en donde describe la situación de dos amantes, que han
encontrado la muerte en estado de pecado mortal –el pecado de la lujuria- y,
habiendo recibido el Justo Juicio de Dios, han sido condenados.
Te
expongo el análisis que hace el sitio Wikipedia[1],
incluso con la aclaración del autor del análisis, de que Dante Alighieri ha sido bastante
indulgente con los amantes condenados, porque los presenta con aspectos que de
ninguna manera se encuentran en el infierno, como la piedad y la bondad.
He
aquí el pasaje del Dante, tal como se encuentra en Wikipedia, que si bien se
refiere a dos amantes, se puede perfectamente aplicar al caso de los novios que
no guardan la castidad y no se aman según el Amor de Jesucristo, esto es, los
que tienen relaciones sexuales pre-matrimoniales:
El
título original en italiano es: “Canto quinto, nel quale mostra del secondo
cerchio de l'inferno, e tratta de la pena del vizio de la lussuria ne la
persona di più famosi gentili uomini”. Su traducción al español: “Canto quinto,
en el cual muestra el segundo círculo del infierno, y trata de la pena del
vicio de la lujuria en la persona de los más famosos gentilhombres”.
Análisis
del canto
El
canto se presenta unitario y compacto en el desarrollo del propio argumento:
describe el segundo círculo infernal, el de los lujuriosos, desde el momento en
que Dante y Virgilio bajan, a su despedida del mundo de las almas.
Dante
y Virgilio llegan al segundo círculo, más estrecho (después de todo, el
Infierno es como un embudo con círculos concéntricos, pero mucho más doloroso,
tanto que los condenados están empujados a lamentarse). Aquí está Minos
gruñendo de rabia: él es el juez infernal (de Homero en adelante) que juzga a
los condenados que se le paran delante, enroscándose a sí mismo la cola
alrededor del cuerpo tantas veces sean los círculos que los condenados deberán
bajar para recibir el castigo. Cuando los condenados se la paran delante
confiesan todos sus penas y Minos decide, como gran conocedor de pecados.
Minos
viendo a Dante interrumpe su trabajo y le advierte de ver como entra en el
Infierno y quien lo guía, que no lo engañe la amplitud de la puerta infernal
(queriendo decir que es fácil entrar pero no salir). Entonces Virgilio toma la
palabra, como ya había hecho con Carón, y lo incita a que no obstaculice un
viaje querido por el Cielo, usando las mismas idénticas palabras: Quiérese así
allá donde se puede / lo que se quiere, y no más inquieras.
Minos,
si bien tiene formas grotescas de un monstruo tiene en sus palabras una actitud
noble, desaparece de la escena sin ninguna indicación del poeta. Minos está
considerado un puro servidor de la voluntad divina.
Pasado
Minos, Dante se encuentra por primera vez en contacto con verdaderos condenados
castigados en sus círculos:
Ahora
comienzan las dolientes notas
a
dejárseme oír: he llegado ahora
a
donde tantos lamentos me hieren.
vv.
25-27
Dante y Virgilio encuentran a Paolo y Francesca
(Giuseppe Frascheri, 1846)
En
este oscuro lugar, donde abundan los llantos, se siente rugir el viento como
cuando en el mar comienza una tormenta por fuerza de los vientos contrarios que
chocan. Pero esta tempestad no se aplaca nunca y golpea a los espíritus con su
violencia, en particular cuando ellos pasan delante a su propia ruina aumentan
los gritos, el llanto y los lamentos y las blasfemias. Qué es esta ruina no
está claro, si la grieta de la cual sale la tormenta o uno de esos corrimientos
de tierra producidos por el terremoto después de la muerte de Cristo (cfr. Inf.
XII, 32 y Inf. XXIII, 137), o quizás el lugar donde los condenados descienden
por primera vez después de la condena de Minos.
Dante
entiende de inmediato quienes son los condenados castigados: los pecadores
carnales / que la razón al deseo sometieron, es decir los lujuriosos que hicieron
prevalecer el instinto sobre la razón.
Siguen
dos similitudes ligadas al mundo de los pájaros: los espíritus (que son
llevados por el viento de aquí, de allá, de abajo a arriba y ninguna esperanza
los conforta) parecen una bandada desordenada pero compacta de pájaros cuando
hace frío (durante la migración invernal); o como las grullas que vuelan en
fila. Llama la atención a Dante un grupo de condenados de los cuales pide
explicación a Virgilio.
Él
lo acontenta e inicia el elenco de las almas de aquellos que tienen la
particularidad de haber muerto por amor (lujurioso):
Semíramis,
que hizo una ley que permitía a todos la lascivia en su país para no ser
reprobada por su conducta libertina; es también indicada como esposa y sucesora
de Nino, que reinó en la tierra que hoy gobierna el Sultán, es decir Babilonia,
aunque en los tiempo de Dante el sultán reinaba sobre Babilonia de Egipto.
Dido,
personaje virgiliano, que el maestro tiene la delicadeza de no citar por nombre
pero que la indica como aquella que rompió el juramento sobre las cenizas de
Siqueo y se mató por amor a Eneas.
Cleopatra
lujuriosa.
Helena
de Troya, por la cual nació tanto mal.
Aquiles,
el gran Aquiles, que combatió por amor (en las redacciones medievales se
narraba que se había enamorado locamente de Políxena, hija de Príamo, y por
este amor fue llevado engañado y asesinado, ver también Las metamorfosis de
Ovidio).
Después
de haber escuchado estas y a muchas otras almas antiguas de heroínas y
caballeros, Dante, al oír nombres así famosos, está al borde de la misericordia
y casi desvanece.
La
atención de Dante se centra sobre dos almas que al contrario de las otras
vuelan unidas una a la otra y parecen ligeras al viento. Dante pide a Virgilio
hablar con ellas, que acepta pedirles que se detengan cuando el viento las
acerque a ellos.
Dante
entonces se dirige a ellas: “¡Oh dolorosas almas / venid a hablarnos, si no hay
otro que lo impida!”. Entonces las almas se separan del grupo de los muertos
por amor como los pájaros que se levantan juntos para ir al nido.
Las
almas entonces se alejan del cielo infernal gracias al pedido piadoso del
Poeta. Habla la mujer:
¡Oh
animal gracioso y benigno,
que
visitando vas por el aire negro enrojecido
a
nosotros que de sangre al mundo teñimos:
Si
fuese amigo el Rey del universo,
a
El rogaríamos que la paz te diera,
por
la piedad que tienes de nuestro mal perverso.
Di
lo que oír y de lo que hablar te place
nosotros
oiremos y hablaremos contigo,
mientras
se calla el viento, como lo hace.
La
tierra, en la que fui nacida, está
en
la marina orilla a donde el Po desciende
para
gozar de paz con sus afluentes.
Amor,
que de un corazón gentil presto se adueña,
prendó
a aquél por el hermoso cuerpo
que
quitado me fue, y de forma que aún me ofende.
vv.
88-120
Y
sigue:
Amor,
que no perdona amar a amado alguno,
me
prendó del placer de este tan fuertemente
que,
como ves, aún no me abandona.
vv.
103-105
Es
decir, el amor no exonera ninguna persona amada de a su vez amar. Dante evoca explícitamente
la teología cristiana según la cual todo el amor que uno dona a los demás
retorna a uno, si bien no de la misma forma y en el mismo momento. En fin
Francesca representa a una heroína romántica, en ellas tenemos la contradicción
entre idealidad (producto del razonamiento humano que terca y neciamente no se
deja guiar por la Fe revelada) y realidad (la realidad es la que nos revela
Jesucristo: quien libremente muere en pecado mortal, recibe el justo castigo que
su perversión le obtuvo y la perversión aquí es el amor lujurioso y
extramatrimonial de los dos amantes): ella realiza su sueño, pero recibe el
máximo castigo.
Estas
son las palabras que ellos dijeron (si bien solo habla Francesca). Dante
inclina la cabeza pensando, hasta que Virgilio le pregunta en qué está
pensando.
Dante
no da una respuesta completa sino que parece decir en voz alta lo que piensa:
“Cuando
respondí, comencé: ¡Ay infelices!
¡Cuán
dulces ideas, cuántos deseos
nos
los trajo al doloroso paso!
Luego
para hablarles me volví a ellos
diciendo:
Francisca, tus martirios
me
hacen llorar, triste y piadoso.
En
tiempo de los dulces suspiros,
Dime,
pues, ¿cómo el amor os permitió
conocer
deseos tan peligrosos?
vv.
112-120
Y
ella responde:
Y
ella a mí: No hay mayor dolor,
que,
en la miseria recordar
el
feliz tiempo, y eso tú, Doctor, lo sabes.
Pero
si conocer la primera raíz
de
nuestro amor deseas tanto,
haré
como el que llora y habla.
Por
entretenernos leíamos un día
de
Lancelote, cómo el amor lo oprimiera;
estábamos
solos, y sin sospecha alguna.
Muchas
veces los ojos túvonos suspensos
la
lectura, y descolorido el rostro:
mas
sólo un punto nos dejó vencidos.
Cuando
leímos que la deseada risa
besada
fue por tal amante,
este
que nunca de mí se había apartado
temblando
entero me besó en la boca:
el
libro fue y su autor, para nos Galeoto,
y
desde entonces no más ya no leímos.
vv.
121-138
Mientras
un espíritu decía esto, el otro lloraba, Dante sintió que moría y cayó a
tierra.
Mientras
el espíritu estas cosas decía
el
otro lloraba tanto que de piedad
yo
vine a menos como si muriera;
y
caí como un cuerpo muerto cae.
vv.
139-142
Estas
dos son las almas de Paolo Malatesta y de Francesca de Rímini que fueron
atrapados por la pasión y fueron sorprendidos y asesinados por Gianciotto
Malatesta, hermano y marido respectivamente.
Francesca,
conmovida por la piedad mostrada de Dante le cuenta de aquella pasión tan
fuerte que los unió tanto en la vida como en la muerte y del momento en que los
dos se dieron cuenta del recíproco amor, mientras Paolo solloza. Dante, vencido
por la emoción, pierde los sentidos y cae a tierra.
Los
versos 100-105 (“Amor, que de un corazón gentil presto se adueña [...] Amor,
que no perdona amar ha amado alguno”) son una referencia evidente a los
principios del amor cortés (lujurioso) que Dante condena en la base a la moral
cristiana. El crítico Umberto Bosco escribe: “Ya los primeros lectores notaron
en el episodio una condena a las lecturas de las novelas corteses (lujuriosos);
pero ellos se basaban sobre el hecho específico que, según la narración de
Dante, los dos cuñados fueron inducidos al pecado por la lectura de uno de
ellos. En verdad la condena de Dante va más allá: implica la reflexión de
aquella idealización y justificación del amor (pecaminoso) que era propia de
toda la tradición literaria anterior a él, desde las novelas corteses (lujuriosas)
pasando por la literatura trovadora hasta la stilnovistica, a la cual Dante pertenecía”.
El
encuentro con Paolo y Francesca es el primero de todo el poema en el cual Dante
habla con un condenado verdadero (excluyendo los poetas del Limbo). Además por
primera vez viene recordado un personaje contemporáneo, conforme al principio
que Dante mismo recordará en el canto XXVII del Paraíso de acordarse
particularmente de las almas famosas porque son más persuasivas para el lector
de la época (hecho sin precedentes en la poesía y por mucho tiempo sin ser
seguido, como hizo notar Ugo Foscolo).
Paolo
y Francesca se encuentran en el grupo de los “muertos por amor”, y su
acercamiento está descripto con tres similitudes relacionadas con el vuelo de
los pájaros, retomadas de la Eneida.
Todo
el episodio tiene como hilo conductor la piedad: la piedad afectuosa percibida
por los dos condenados cuando son llamados (tanto que le hace decir a Francesca
un deseo paradójico de rezar por él, dicho por un alma del Infierno, lo cual
jamás puede suceder), o también la piedad que aparece en la meditación que hace
Dante después de la primera confesión de Francesca, cuando queda en silencio. Y
finalmente la cumbre cuando el poeta cae desmayado.
Por
eso Dante es muy indulgente en la representación de los dos amantes: no vienen
descriptos con severidad (a diferencia de Semíramis unos versos antes) sino que
el poeta puede perdonarlos por lo menos en la parte humana (no mete en duda la
gravedad del pecado porque sus convicciones religiosas son firmes). Francesca
aparece así como una criatura gentil y noble”[2]
(lo cual no sucede así en la realidad, porque los condenados han perdido para
siempre todo rasgo de humanidad y bondad, por lo cual es imposible que sean “gentiles
y nobles”)”.
Hasta
aquí el artículo de Wikipedia.
Volvemos
ahora a la pregunta de más arriba: ¿pueden finalizar con la eterna condena dos
almas que se aman según el Amor de Cristo?
De
ninguna manera, porque en el Infierno no está el Divino Amor en las almas. Esto
explica por qué las relaciones pre-matrimoniales no están basadas en el Verdadero
Amor, y el por qué la Iglesia no las permite. Al prohibirlas, la Iglesia no
está “imponiendo un orden moral arcaico que no se adecua a los tiempos
presentes”: al prohibirlas, la Iglesia vela por la salud espiritual y eterna de
sus hijos, los bautizados. Pero al igual que Dios, la Iglesia no obliga a nadie
a cumplir esta prohibición, puesto que el hombre siempre permanece libre,
porque el libre albedrío con el que fue creado constituye la imagen más precisa
que de Dios posee todo hombre, y es así que, pese a conocer los Mandamientos de
Dios y el mandato de la Iglesia, cada hombre permanece libre de seguirlos o no
seguirlos. Precisamente, porque ni Dios ni la Iglesia obligan a nadie, es que
nos advierte el Catecismo de la Iglesia Católica: “El infierno consiste en la
condenación eterna de quienes, por libre elección, mueren en pecado mortal” (Compendio,
212).
Si
amas a tu novio/a con el Amor puro y santo de Cristo, entonces te abstendrás de
las relaciones sexuales pre-matrimoniales, y así podrás amar continuar
amándolo/a para siempre, porque el Amor de Cristo es eterno, es decir,
trasciende esta vida y continúa por toda la eternidad, y así sabrás que amas realmente a tu novio/a; por el contrario, si no
lo amas con este Amor puro y en cambio te dejas arrastrar por la vana atracción
de la pasión carnal, entonces tendrás relaciones sexuales pre-matrimoniales, en
cuyo caso perderás para siempre aquello que creías amar, porque no se trataba del Verdadero Amor.
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