viernes, 4 de febrero de 2011

La muestra suprema del Amor de Dios es la donación de su Sagrado Corazón en la Eucaristía


Las apariciones de Jesús a Santa Margarita María de Alacquoque tienen un solo significado, directo, unívoco, explícito, que no da lugar a interpretaciones humanistas o psicologistas: el Sagrado Corazón es Dios Hijo encarnado, humanado, que viene, desde su eternidad, al encuentro del hombre, que camina en el tiempo, para comunicarle de su amor, un amor que es humano y divino a la vez, sin mezcla ni confusión, como divino y humano, sin mezcla de confusión, es Jesús de Nazareth, en quien late el Sagrado Corazón.

Dios Hijo, Dios encarnado, viene al encuentro del hombre, a ofrecerle su propio corazón, un verdadero corazón humano, hecho de carne, de músculos, que late al ritmo del latido del Corazón único de Dios Trino, al cual está unido hipostáticamente, personalmente, por la encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad.

El fuego que envuelve al Sagrado Corazón es simbólico del Fuego de Amor divino en el que este Corazón Santo arde por la eternidad, el Espíritu Santo, y es este Espíritu Santo, contenido en el Corazón de Jesús, el que es donado como prenda del amor eterno que Dios Trinidad tiene por cada criatura humana. Jesús aparece con su Corazón latiendo con la fuerza del Amor divino, envuelto en las llamas del horno ardiente del amor de Dios, se lo ofrece a Santa Margarita, y le dice que lo reciba, y que lo coloque en su propio pecho, al tiempo que Santa Margarita le ofrece el suyo a cambio.

¿De qué otra manera puede un Dios, que es Amor infinito, demostrar su amor por los hombres? Pareciera que no hay otra manera posible, y sin embargo, la hay, inventada por el mismo Dios, que no cesa en su empeño de acercarse a los hombres para donarse a sí mismo, y esta otra manera es la Eucaristía: es en la Eucaristía en donde el Sagrado Corazón late en la realidad, no en la forma de una aparición, que por más hermosa y santa que sea, no es más que una aparición. En la Eucaristía el Sagrado Corazón late verdaderamente, realmente, con toda su realidad de ser el corazón humano de Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios, que murió y resucitó en la cruz, y que en está en la Eucaristía en su realidad de resucitado y glorificado.

Si en las apariciones del Sagrado Corazón es Jesús quien, con su Corazón en la mano, ofrece éste a Santa Margarita, en el misterio de la Santa Misa, es la Iglesia la que ofrece el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, por mano del sacerdote.

Santa Margarita vio en forma sensible a Jesús, como el Sagrado Corazón, y Jesús se lo ofreció, pero era una visión; en la Santa Misa, el fiel católico no ve sensiblemente a Jesús, pero sí lo ve con los ojos de la fe, y es la Iglesia, por medio del sacerdote ministerial, quien “materializa”, por así decir, al Sagrado Corazón en la Eucaristía, y lo ofrece al fiel, no en visión, sino en realidad.

¿Cómo sería el estado del alma de Santa Margarita en el momento de la visión del Sagrado Corazón? Con toda seguridad, toda ella estaría extasiada en el amor de Dios, sin caber de sí de la alegría; luego, para demostrar con hechos que la visión fue realidad, se desharía en obras de amor y de misericordia, de caridad y de compasión para con su prójimo. Mal demostraría la santa que se le apareció Jesús, si hubiera continuado como si nada, es decir, con la crítica al prójimo, con el enojo, con el rencor, con el carácter agrio y áspero.

Y nosotros, que recibimos no una visión de Jesús y de su Corazón, sino al Sagrado Corazón en vivo, en la realidad, parecemos, la mayoría de las veces, olvidar lo que recibimos, apenas se disuelve la Hostia en la boca.

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