Decidme olivos santos
Decidme olivos santos,
Qué habéis visto y oído;
Decidme, olivos benditos,
olivos santos;
alumbrados por la luz de plata,
en la noche sagrada,
vosotros, ¿qué habéis visto y oído?
Vimos al Hombre-Dios,
Y oímos su lamento,
su llanto y su dolor.
Vimos sus lágrimas de sangre,
Su terror y su pavor.
Vimos sus lágrimas,
Y la opresión de su corazón,
Inundado de dolor
Por el hombre pecador.
Vimos su Sangre correr
Por su Cuerpo Santo
Y en tierra caer.
Lo vimos,
de pena y de dolor,
agonizar;
fuimos testigos de su dolor,
provocado por quienes,
al rechazar su amor,
nunca se habrían de salvar.
Vimos al Hombre-Dios,
Y cuando lo vimos,
Lloraba amargas lágrimas de dolor;
Se estremecía su Corazón
Por la tristeza y el pavor
De ver de los hombres la maldad.
Lloraba y se apenaba por ti,
Y eran tus maldades
Las que oprimían su Corazón.
Nosotros, testigos del misterio,
vimos al Hombre-Dios,
Que por ti lloraba y se apenaba,
Con tristeza de muerte
Y con lágrimas de sangre.
Decidme, olivos santos,
Vosotros, que al Hombre-Dios
Tuvisteis la dicha de ver;
¿sabéis por ventura dónde,
Dónde el Señor de la gloria está?
¿Sabéis vosotros, olivos sagrados,
Testigos santos de
Por dónde se fue, que aquí ya no está?
Si no sabes por dónde se fue,
Observa este camino,
Regado con sus lágrimas y con su sangre,
Aquí comienza y en el Calvario termina.
Le vimos partir
De este Huerto de dolor,
Camino de la cruz,
A donar, por ti, su amor.
Observa este camino,
Que del Huerto llega al Calvario:
Señalado está con
Observa este Camino Real,
Que comienza en el Huerto y termina en la cruz;
Observa este camino,
Regado con su sangre,
Y sabrás por dónde se fue.
Olivos santos,
Testigos sagrados
del misterio insondable,
que me habéis confiado
qué habéis visto y oído:
del Hombre-Dios por mí;
os confieso a vosotros,
olivos santos,
que quiero este Camino seguir,
para sus mismas penas sufrir,
y su mismo dolor compartir;
¡Quiero, a su misma cruz, subir!
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