Cuando se produce la muerte de una persona, el hecho mismo
de la muerte nos conduce a reflexionar sobre aquello que hay “más allá” de la
muerte, es decir, la “otra vida” que nos espera una vez traspasados los
umbrales de la muerte. Esta reflexión se impone con toda muerte, pero sobre
todo cuando esa muerte es la de una persona joven, porque el joven –en teoría-,
como suele decirse, “tiene toda la vida por delante”, y con la muerte ese
destino se ve truncado. Pero la reflexión sobre el más allá se imponte más
todavía, cuando esa muerte, además de ser joven, es una muerte inesperada,
súbita, que sucede cuando nadie la esperaba.
¿Qué sucede con la muerte? Es decir, ¿qué sucede “más allá”
de la muerte? Las respuestas que demos son muy importantes, toda vez que, en la
actualidad, la secta de la Nueva Era o New
Age ha distorsionado, deformado, ocultado, pervertido, aquello que espera
al hombre luego de la muerte terrena. Es por esto que, ante todo, debemos
reflexionar acerca de lo que no existe más allá de la muerte: no existe la
reencarnación –una teoría falsa según la cual el alma “migra” de cuerpo en
cuerpo hasta lograr un estado de perfección-; no existe el “pasaje automático”
al cielo –muchos creen que luego de la muerte, inmediatamente, sean cuales sean
los méritos o deméritos de quien muere, Dios “perdona todo” y se accede al
cielo-; no existe la “disolución en la nada”, como el Nirvana, tal como lo
sostienen las religiones orientales; no existe un “infierno vacío”, por el
contrario, la Virgen en Fátima nos avisa que son muchísimos los que caen en él,
y uno de los pecados que más almas hace caer en el infierno, es el pecado de la
carne, la lujuria, la pornografía-; no existe el paso a “otra galaxia”, como
sostienen falsamente las sectas ufológicas. Y así podríamos seguir,
indefinidamente, porque la Nueva Era ha deformado enormemente la realidad de la
muerte y del más allá, en su intento de apartar a los hombres de la verdad, y
la única verdad es que luego de la muerte esperan solamente dos destinos
posibles: o el Cielo –previo paso por el Purgatorio para purificar el alma de
quien lo necesite- o el Infierno, y ambos destinos son irreversibles, eternos,
para siempre.
Nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que
inmediatamente luego de producida la muerte, el alma, separada del cuerpo –en esto
consiste la muerte terrena- se presenta ante Dios, para recibir su Juicio
Particular. Esto explica que, paradójicamente, la muerte sea el momento más
importante de la vida de una persona, porque se decide su destino eterno: o
Cielo y alegría para siempre, o Infierno y dolor para siempre. Una vez que el
alma se encuentra ante Dios, puede ver y comprobar, sin ningún tipo de error ni
duda, que Dios es Amor, un Amor infinito, Purísimo, Eterno, Inmaculado, y que
pueden estar con Él solo quienes tengan ese mismo Amor en sus corazones, y esto
significa el “morir en gracia”.
Quien
haya muerto con este Amor purísimo en el corazón, irá directamente a la
Presencia de Dios, para comenzar a gozar y a alegrarse de su visión por la
eternidad, y esto es lo que llamamos “Cielo”.
Quien
haya muerto con un amor imperfecto, deberá ser purificado por el Fuego del Amor
de Dios, para poder ingresar al Cielo con un Amor perfecto, y esto es lo que
llamamos “Purgatorio”, en donde los sufrimientos son terribles, iguales al
infierno, pero con la esperanza cierta de que algún día se saldrá de allí.
Quien
haya muerto sin Amor de Dios en el corazón, es decir, quien haya muerto con
odio –porque si no está el Amor de Dios, está el odio contra Dios-, él solo
pedirá el ser apartado de Dios para siempre, porque en ese momento se dará
cuenta que no puede estar ante la Presencia de Dios Amor quien no tiene Amor en
el corazón; él solo pedirá ser separado para siempre del Amor, y esto es lo que
llamamos “Infierno”, en donde el condenado tendrá lo que siempre quiso: pecado
y odio, odio y pecado, y ausencia de Dios, y esto para siempre, para siempre,
sin finalizar nunca jamás.
¿Qué
es lo que provoca ausencia del Amor de Dios? El pecado, porque el pecado es
negación del Amor de Dios; es expulsar del corazón a Dios, que es Amor, para
dar cabida a las pasiones desenfrenadas. ¿Qué tipos de pecados desplazan al
Amor de Dios y hacen que si el alma muere en ese estado, pida ser apartada de
Dios para siempre y condenada en el infierno? La lujuria –pornografía-; la ira –la
discordia, la enemistad, la venganza, el rencor-; la avaricia; la gula; la
pereza –tanto la corporal, que impide cumplir con el deber de estado, como la
espiritual o acedia, que provoca hastío o tedio por las cosas de Dios-; la
envidia, que hace entristecerse por los bienes ajenos; la soberbia, que es el
deseo desordenado de honor y gloria mundanos.
Muchos en la actualidad prefieren ir al estadio de fútbol los
Domingos, en vez de ir a Misa, sin darse cuenta que, en el día de su muerte,
cuando los demonios los acechen para tentarlos con la desesperación, no estarán
allí los futbolistas a quienes idolatraron en vida, clamarán por Dios, pero para muchos será muy
tarde; muchos prefieren los bailes desenfrenados, el alcohol, el sexo
pre-matrimonial, las drogas, la música inmoral que incita a todo tipo de
pecado, como la cumbia, el rock, el rap y muchos otros géneros musicales más,
profanando de esta manera el cuerpo que, como dice San Pablo, “es templo del
Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19), sin
darse cuenta que de esta manera convierten a sus cuerpos, de templo del
Espíritu Santo, en guaridas de demonios, y así permanecerán para siempre si
mueren con sus cuerpos profanados; muchos prefieren el adulterio, el
concubinato, la infidelidad, antes que la castidad conyugal y la fidelidad, sin
darse cuenta de que si mueren en ese estado, tendrán por horrible compañía al
demonio y a los condenados; muchos prefieren abandonar a sus padres en la
vejez, en vez de cuidarlos y atenderlos como manda el Cuarto Mandamiento, y
todos estos no se dan cuenta que están cumpliendo los mandamientos de Satanás y
no los Mandamientos de Dios, y que al final de la vida, en el día de su muerte,
Dios les dará lo que ellos pidieron toda su vida, el pecado, y los dejará
librados a aquel a quien obedecieron toda su vida, el demonio, y los dejará
irse libremente al Infierno, allí donde siempre añoraron ir con su vida de
pereza, de ira, de lujuria, de gula, de soberbia, de envidia, de avaricia.
Cuando
se buscan imágenes de San Miguel Arcángel, además de aquellas en las que el
Santo Arcángel está levantando su espada contra el demonio, hay otras en las
que se lo ve pesando las almas en el Día del Juicio Final: a las que encuentra
vacías de amor y buenas obras, las entrega al demonio, después de escuchar la
sentencia del Terrible Juez: “Apártate de Mí, maldito, al fuego eterno, porque
tuve hambre y sed y estuve enfermo y preso y no me socorriste”; a las que
encuentra llenas de amor y buenas obras, las entrega a Dios, luego de escuchar
las palabras del Justo Juez: “Ven a Mí, bendito, a gozar del Reino de mi Padre,
porque tuve hambre y sed y estuve enfermo y preso, y me socorriste” (cfr. Mt 25, 41ss).
Para
que seamos conducidos a Dios en el día de nuestra muerte, en el día de nuestro
Juicio Particular, para que la muerte no nos sorprenda sin obras buenas y sin
amor, obremos la misericordia, combatamos nuestras pasiones desordenadas,
hagamos oración, acudamos a la Santa Misa dominical, vivamos en gracia, y
encomendémonos a la Divina Misericordia, para que por el Amor infinito de Dios,
nos veamos libres de nuestras culpas y seamos conducidos a la eterna felicidad
en el Cielo.
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