En
una encuesta realizada recientemente entre los jóvenes que asisten a
las JMJ de Río de Janeiro (cfr. edición digital de La Nación,
http://www.lanacion.com.ar/1603882-la-sexualidad-y-una-iglesia-mas-cercana-los-cambios-que-mas-esperan-los-),
se les preguntó a un grupo de participantes qué era lo que
esperaban del Papa Francisco. Algunas de las respuestas sorprendieron
-ingratamente-, debido a que la gran mayoría de los jóvenes
entrevistados eran -según los encuestadores- católicos y de gran
formación religiosa. Las ingratas y sorprendentes respuestas acerca
de cuáles eran los cambios que los jóvenes esperaban del Papa
fueron, según esta encuesta de la consultora Ibope realizada a unos
4004 jóvenes, las siguientes: “La mayoría apoyó el uso de la
píldora del día después y las relaciones pre-matrimoniales (80%),
la anticoncepción, el fin del celibato para curas y monjas (74%) y
la posibilidad de que las mujeres celebren misa (61%). Sobre el
casamiento entre personas del mismo sexo, las opiniones están más
divididas: el 51% cree que debería aceptarse”.
Debido
a que, en la misma encuesta, los jóvenes también se quejaron -sin
razón, porque la queja no estaba fundada- de que “la Iglesia no
explicaba las razones del “no” a estos cambios” pretendidos por
la mayoría de los encuestados, damos las siguientes razones por las
cuales las relaciones prematrimoniales, la “píldora del día
después”, la anticoncepción y el homomonio son contrarios al Amor
Divino y a la felicidad del ser humano.
El
80% de los encuestados apoyó el uso de la “píldora del día
después”. ¿Por qué la Iglesia no la aprueba, y jamás la
aprobará?
Porque
la píldora del día después es abortiva porque su acción central
es impedir la anidación del ovocito fecundado y como el ovocito
fecundado no es una célula compleja sino un cuerpo humano en su
estado de cigoto, animado por un alma inmortal, y como la eliminación
consciente y voluntaria de este ser humano, llamada aborto, es un
crimen, la Iglesia jamás aprobará el uso de la píldora del día
después. El aborto es el asesinato de un ser humano, de una imagen
viviente del Dios Viviente, y este aborto es provocado por medio de
la píldora los del día después, y por este motivo, el uso de esta
píldora contradice al Amor divino, que en cuanto Amor es vida y no
muerte, y es contrario a la felicidad del ser humano, porque el ser
humano fue creado para el Amor y la vida y no para la muerte.
El 80% de los encuestados apoyó las relaciones pre-matrimoniales.
¿Por qué la Iglesia no las aprueba, y jamás las aprobará?
Porque
las relaciones pre-matrimoniales significan ausencia del Amor de
Cristo entre los novios y presencia de pasión carnal. Los verdaderos
“novios católicos” son aquellos que se aman con el Amor de
Cristo, el cual es un amor puro y casto. La pureza y la castidad son
signos de que los novios se aman en Cristo, con su Amor, que es un
amor verdadero, porque “amar” significa “desear el bien del
otro”, y el mayor bien que se pueden desear quienes se aman en
Cristo, como verdaderos novios, es que aquel a quien se ama,
permanezca, conserve y acreciente el estado de gracia santificante, y
este estado se logra, en el noviazgo católico, con la castidad y la
pureza. Por el contrario, el mayor mal y el más grande daño que se
puede hacer a una persona en este mundo -mayor todavía que el
quitarle la vida física- es el privarlo de la gracia santificante,
es decir, el ser causa para que cometa un pecado mortal, porque para
esta persona significa que se le abren las puertas del infierno y se
le da un empujón para que caiga en él. Si alguien ama de veras a
otra persona, nunca permitirá ni será causa de que caiga en pecado
mortal, y esto sucede cuando los que se llaman “novios” tienen
relaciones pre-matrimoniales, porque así pierden el estado de gracia
santificante.
Por
definición, entonces, “amar con amor de novios”, implica sí a
la pureza o castidad, ya que se cumple con la esencia del amor, que
es desear el bien del otro, y el mayor bien es el de la gracia
santificante. La negación de la pureza y de la castidad, implica la
negación del Amor de Cristo, con lo cual los novios no deben
llamarse novios porque no lo son, debiendo buscar cualquier otro
nombre para la relación. En la relación pre-matrimonial se da un
tipo de “amor” que es impuro, y se acerca muchísimo a la pasión
carnal, la cual es negación del Amor puro y espiritual de Cristo.
Esta es la razón por la cual las relaciones pre-matrimoniales no son
permitidas por la Iglesia, que ama a sus hijos con el Amor de Cristo
y por lo tanto desea el máximo bien para ellos, el estado de gracia
santificante. Si alguna vez la Iglesia aceptara las relaciones
pre-matrimoniales, se comportaría como una madre desnaturalizada que
no ama con amor verdadero a sus hijos.
Una gran mayoría de los encuestados apoyó la anticoncepción.
¿Por qué la Iglesia no la aprueba, y jamás la aprobará?
Porque
la anticoncepción implica una visión hedonista del cuerpo y de la
sexualidad humana, y Dios no creó el cuerpo y la sexualidad humana
para el placer, sino para el Amor. Esto quiere decir que para que el
amor humano entre el varón y la mujer sea pleno, debe estar
integrado en y ser partícipe del Amor divino. Ahora bien, esta
integración y participación en el Amor divino se da cuando la
sexualidad humana cumple el fin para la cual la creó la Divina
Bondad y la Divina Sabiduría: ser elemento de unión en el amor
entre los esposos y obtener, como fruto del amor expresado en esta
unión, el hijo.
Una
gran mayoría de los encuestados apoyó el homomonio. ¿Por qué la
Iglesia no lo aprueba, y jamás lo aprobará?
Porque
Dios es Amor y Sabiduría infinita, y en Él no hay sombra alguna de
maldad; todo lo que Él hace, lo hace con Amor y Sabiduría, las
cuales se expresan en la creación del hombre en dos sexos
complementarios: Dios creó al hombre varón y mujer, para que en la
unión de ambos sexos encontraran la felicidad y alcanzaran la plena
realización de sus personas uniéndose en matrimonio heterosexual.
La expresión máxima de este amor heterosexual es el hijo, que
aparece como fruto del amor esponsal entre el varón y la mujer,
convirtiendo al mismo tiempo al matrimonio en familia compuesta por
el varón, la mujer y el (los) hijo (hijos). Solo en esta unión de
sexos complementarios, solo en este matrimonio heterosexual, solo en
esta familia así formada, se expresan en su plenitud el Amor y la
Sabiduría divina, y el hombre -varón y mujer- alcanzan su plena
felicidad. Además, la unión entre el varón y la mujer se convierte
en signo visible, ante el mundo, del “gran misterio” de Cristo
Esposo y la Iglesia Esposa.
La
Divina Bondad creó la sexualidad humana en dualidad complementaria
para que en esta dualidad varón-mujer el hombre encontrara su
felicidad, que consiste en amar al otro -el “otro” es el varón
para la mujer y la mujer para el varón-, amor que alcanza su
plenitud en su fruto mejor, el hijo. La sexualidad humana es buena y
santa solo cuando se inserta plenamente en el designio del Amor
divino, que quiso que por medio de ella el hombre se uniera con su
ser complementario y en esta unión alcanzara la felicidad. Nada de
esto se da en la el homomonio.
Una
gran mayoría de los encuestados apoyó el fin del celibato y la
ordenación sacerdotal de mujeres. ¿Por qué la Iglesia no los
aprueba, y jamás los aprobará?
El
celibato en los consagrados no significa represión de la sexualidad,
sino integración de la misma en un proyecto de vida que trasciende
absolutamente la naturaleza humana. Por medio del celibato, el
consagrado -sacerdote, religioso, religiosa- renuncia al amor
esponsal humano, legítimo y santo cuando está santificado por el
sacramento del matrimonio-, para abrazar un Amor supra-humano,
sobrenatural, celestial, con todo su ser, sin reservarse nada, porque
ese Amor lo amó primero: es el Amor de Dios, es Dios, que es Amor.
Suprimir el celibato sería, por lo tanto, negar a Dios Trino el
derecho que tiene sobre sus creaturas, a algunas de las cuales Él
elige para amarlas con exclusividad, sin que compartan otros amores
humanos, por legítimos que estos sean. Suprimir el celibato sería
también suprimir el derecho del consagrado de responder con la
donación total de su ser, de su existencia y de su corazón, a Dios
Trino, que lo eligió para amarlo con exclusividad.
Con
respecto a la ordenación sacerdotal de mujeres, ni la Iglesia, ni el
Papa, ni todos los obispos del mundo, aunque se unieran y decretaran
que las mujeres pueden ser ordenadas “sacerdotisas”, lograrían
hacerla efectiva, porque sencillamente no tienen potestad para
hacerlo, y no tienen potestad para hacerlo porque el sacerdocio
ministerial lo “inventó” Dios Trino y lo ejerció en la tierra
la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios Hijo, que
encarnándose en el seno virginal de María Santísima por obra del
Espíritu Santo y no por concurso alguno de varón, asumió una
naturaleza humana de sexo masculino, manifestándose de esta manera
el Dios invisible a través de la naturaleza corpórea humana,
visible, de un varón, Jesús de Nazareth. Es decir, fue Dios Trino
quien quiso que el sacerdocio ministerial fuera ejercido en su
Iglesia por varones, es decir, por hombres, seres humanos, de sexo
masculino, y este es el motivo por el cual ni el Papa, ni la Iglesia,
ni los obispos, ni los cardenales, ni todos los laicos del mundo,
tienen poder alguno para implementar el sacerdocio femenino.
Valgan
estas reflexiones como una modestísima contribución a las JMJ de
Río de Janeiro.
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