El Santo Padre Francisco ha pedido a los jóvenes, en la primera misa celebrada en las Jornadas Mundiales de la Juventud en Río de Janeiro, que "vivan alegres". ¿Cómo debe interpretarse este pedido del Santo Padre? En el mismo sentido que en el mandato de Jesús resucitado a sus discípulos, cuando les dice: "Alégrense". “Alégrense”
(cfr. Mt
28, 8-15). Si el mandato de Jesús, antes de Pascua de Resurrección,
era: “Amaos los unos a los otros”, ahora, el mandato, luego de
resucitado, es: “Alégrense”. No dice más palabras que una sola
palabra: “Alégrense”, y lo dice en modo imperativo: “Alégrense”.
La orden de Jesús a su Iglesia naciente es perentoria, imperativa,
no condicionada por nada: “Alégrense”. La primera palabra de
Jesús resucitado es un mandato imperativo: “Alégrense”. No
condiciona este mandato a nada; no dice: “Miren, hagan esto o hagan
lo otro, ocúpense de esto o de lo otro, y si les queda tiempo, y si
pueden, alégrense”; dice, lisa, llana y claramente: “Alégrense”.
El
motivo por el cual el cristiano debe estar alegre, en toda
circunstancia, y en todo momento de la vida –aún en los más
dolorosos, aún en el dolor y en el llanto-, es porque Cristo ha
resucitado. La certeza de que el sepulcro está vacío, y de que el
sepulcro ha quedado vacío, porque el cuerpo muerto de Jesús ya no
está más, porque su cuerpo, ahora vivo, ocupa el altar eucarístico,
es el motivo de la alegría del cristiano.
La
alegría del cristiano no viene por motivos mundanos, no viene por
circunstancias terrestres; tampoco la alegría del cristiano surge
del mismo cristiano: la alegría con la cual Cristo nos pide que nos
alegremos, es la alegría que brota del mismo Ser divino; “Dios es
Alegría infinita”, dice Santa Teresa de los Andes, y Dios no puede
ser otra cosa que alegría y gozo, porque se complace en su propia
Tri-Unidad beatísima.
Dios
es Alegría porque es la santidad en sí misma, y la fuente de toda
santidad, y la santidad es pureza, dulzura, amor, alegría, en donde
no cabe ni la tristeza, ni la melancolía, ni el llanto ni la
amargura. El cristiano se alegra con una alegría que no es suya; se
alegra con la alegría del Ser divino, que nos comunica Cristo
resucitado.
En
el evangelio, Jesús “sale al encuentro” de las santas mujeres,
que vienen de visitar el sepulcro vacío. Hoy, Jesús nos sale al
encuentro, no ya desde el sepulcro vacío, sino desde el altar,
porque Él dejó el sepulcro vacío para ocupar el altar, con su
cuerpo glorioso, vivo y resucitado, en la Eucaristía. Jesús nos
sale al encuentro de nuestras vidas en cada comunión eucarística, y
como es el mismo Jesús resucitado que sale al encuentro de las
santas mujeres, a nosotros también nos dice: “Alégrense”.
Pero
no solo Jesús nos manda alegrarnos.
La
Iglesia nos dice: “Cristo resucitado está en la Eucaristía:
alégrense”, y si no nos alegramos por nuestro encuentro con Cristo
en la Eucaristía, es porque el árbol de las preocupaciones de la
vida no nos deja ver el bosque de la alegría de Cristo resucitado.
Alegrémonos,
porque Cristo ha resucitado; alegrémonos, porque su cuerpo muerto,
que estaba tendido, frío, en el sepulcro, ya no está más muerto en
el sepulcro: ahora su cuerpo está vivo, glorioso, resucitado, lleno
de la vida y de la alegría divina, en el altar eucarístico.
Alegrémonos,
porque el Dios de la Alegría infinita viene a nuestro encuentro, en
este valle de dolor y de lágrimas, en la Eucaristía.
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