¿Qué significa este mandamiento? En pocas palabras, este
mandamiento significa que debemos oír Misa entera el Domingo[1] –que
quiere decir “Día del Señor”- y no trabajar sin verdadera necesidad.
¿Por qué el Domingo?
Porque
el Domingo –todos los Domingos- participa –forma parte- del Domingo de
Resurrección en el que resucitó Jesús -por eso el Papa Juan Pablo II llama al Domingo: "Día símbolo de la eternidad", pero como veremos, más que ser un mero símbolo, participa de la misma eternidad de Dios-. Dicho de otro modo: cada Domingo, de
todos los días domingos de la historia, están unidos al Domingo de Resurrección
en el que resucitó Jesús. Para darnos una idea, podemos formar una imagen:
imaginemos que todo el mundo está en tinieblas y que todos los días, uno tras
otro, sigue en tinieblas. Repentinamente, en un lugar del mundo, que es
Palestina, que es el sepulcro de Jesús, en un día determinado, el Día Domingo
de hace XXI siglos, se ve un gran resplandor, que iluminando el sepulcro,
ilumina luego Palestina, y desde Palestina, ilumina todo el mundo. A partir de
ese Domingo, el mundo tiene día y noche: el día es el Domingo de Resurrección y
la noche, el resto de los días. Es por esto que el día más grandioso y
maravilloso de todos los días del año, aunque nos parezca mentira, no es
Navidad, sino el domingo de la Resurrección del Señor. Y a partir del Domingo, que
es la Pascua de Jesús, todos los Domingos, no solo son una conmemoración de
este gran día de Pascua, del día del “paso” de la muerte a la vida, sino que todos
los domingos están iluminados –como vimos en el ejemplo de recién-,
misteriosamente, por la luz del Domingo de Resurrección. Todo día domingo es
una participación al Domingo de Pascua, por eso, todo Domingo, es un día de
fiesta, pero no de fiesta mundana, sino de fiesta religiosa, católica, porque celebramos
el triunfo del Dios de la Luz, Jesucristo –el Santo Padre Juan Pablo II dice que
es el día de “Cristo Luz”[2]-,
que con su sacrificio en cruz del Viernes Santo, luego de reposar en el Sepulcro
por tres días, pasado el Sábado Santo, en la madrugada del Domingo de Pascua,
¡resucitó!, es decir, volvió a la vida, porque insufló, sopló la vida y la
gloria de su Ser trinitario divino sobre su Cuerpo muerto, que descansaba en el
sepulcro, y este soplo de vida, de luz y de gloria divina, que brotaba de Él
mismo –por eso Él dice en el Apocalipsis: “Yo tengo las llaves de la vida y de
la muerte; estaba muerto pero ahora vivo para siempre” (…)-, surgiendo desde su
Sagrado Corazón, se expandió por todo su Cuerpo Sacratísimo, llenándolo de luz,
de vida y de gloria divina, transformándolo, de un Cuerpo muerto, frío y sin
vida, en un Cuerpo glorioso, resucitado, lleno de la vida, de la gloria, de la
luz divina, y así salió del sepulcro, dejándolo deshabitado y dejando la Sábana
Santa como testimonio sagrado de su triunfo victorioso y definitivo sobre la
muerte, sobre el pecado y sobre el infierno. Es esto lo que celebramos el día
Domingo, el Día del Señor: su triunfo sobre la muerte, sobre el pecado y sobre
el infierno; celebramos que Cristo Dios se elevó triunfante del sepulcro, para
dejarlo desocupado, pero al mismo tiempo, celebramos que Cristo Dios, si
desocupó la fría piedra del sepulcro, porque su Cuerpo muerto ya no está más
ahí, ahora en cambio, ocupa la piedra del altar eucarístico, con su Cuerpo
resucitado, vivo, glorioso, lleno de la luz, de la gloria y de la vida divina, porque
Jesús, el mismo Jesús que resucitó con su Cuerpo glorioso el Domingo el Día de
Pascua, el Día de la Resurrección, dejando vacío el sepulcro, es el mismo Jesús
que en la Santa Misa, ocupa el altar eucarístico luego de la transubstanciación
-es decir, luego de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo, Sangre, Alma
y Divinidad-, con su Cuerpo glorioso, vivo, resucitado, lleno de la vida divina
de su Ser trinitario, en la Eucaristía.
Y
esto lo hace Jesús, porque quiere venir a inhabitar en nuestros corazones; de
ahí la importancia de no faltar a la Santa Misa del Domingo, porque de lo contrario,
frustramos los planes del Amor de Dios para con nosotros.
Esto
explica la gran importancia del Día Domingo, y el hecho de porqué, si en el
Antiguo Testamento, el día de fiesta era el sábado, desde la Resurrección de
Jesús, en el Nuevo Testamento, ya no tiene más sentido que sea el sábado,
porque la Resurrección de Jesús ocurrió en el día Domingo.
Es
tan importante el precepto dominical, que la Iglesia nos enseña que “Están
obligados a oír Misa entera los días de precepto todos los bautizados que han
cumplido los siete años y tienen uso de razón”, y que “Los que deliberadamente
faltan a esta obligación cometen un pecado grave”[3]. La
razón por la cual se comete un pecado mortal, al faltar por pereza a la Santa
Misa del Domingo, es que la persona que lo hace, desprecia el don de Dios
Padre, que es su Hijo Jesús en la Eucaristía y desprecia también el don de
Jesús en la Eucaristía, que es el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. Dios
Padre organiza el Banquete de los cielos, la Santa Misa, para todos y cada uno
de nosotros, y nos sirve un manjar exquisito, que no se encuentra en ningún
lugar de la tierra: Pan Vivo bajado del cielo, cocido en el horno ardiente del
Amor de Dios; la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu
Santo, y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, obtenido en la Vendimia de la
Pasión, la Sangre del Hijo de Dios, y faltar a este Banquete celestial, por
pereza o por asistir a espectáculos mundanos –fútbol, música, cines, etc.-,
constituye una gravísima ofensa no solo a Dios Padre, sino a toda la Santísima
Trinidad.
Dicho
esto, veamos algunas cosas prácticas con respecto al
precepto dominical: no se cumple con el precepto asistiendo el sábado, pudiendo
ir el Domingo, o viendo la misa por televisión[4] –excepto
quien, por su edad o por algún impedimento, no pudiera asistir el Domingo-;
tampoco cumple el precepto quien asiste pero se distrae voluntariamente, de
modo prolongado y duradero en el tiempo; se puede oír misa el sábado a la
tarde, y lo mismo en vísperas de las demás fiestas de precepto, pero si es que
no se puede asistir el Domingo, puesto que el precepto, propiamente, es el
Domingo. Además de la presencia física, se debe estar con el corazón y la
mente, es decir, no se debe estar distraídos intencionalmente. La misa del
Domingo no se “reemplaza” con ninguna misa semanal. Quedan excusados de ir a
Misa los que tienen algún impedimento[5] : por
ejemplo, una enfermedad que no permita salir de casa, un viaje que no te dé
tiempo de oírla, el vivir lejos de la iglesia más cercana, una ocupación que no
puede abandonarse, por ejemplo: los que cuidan enfermos y no tienen quien los
sustituya. Lo mejor es oírla desde que sale el sacerdote hasta que se retira.
Al que llega después de haber empezado el Ofertorio, esa Misa no le vale[6].
Hay que abstenerse de trabajos pesados o lucrativos, que impliquen
una ganancia excesiva de dinero, o que impidan dar culto a Dios, a no ser que
sean necesarios para el Servicio Público, o no se puedan aplazar por
circunstancias imprevistas o por ser urgentes. Sí está permitido, en cambio,
trabajar en obras de caridad y apostolado[7]. Es
decir, para santificar las fiestas es necesario lo primero: cumplir con el
precepto de oír Misa y de no trabajar sin necesidad.
Para
saber cuándo tenemos un motivo razonable que nos excuse de ir a Misa lo mejor
es consultar con un sacerdote, pero si no tenemos un sacerdote a mano, y tenemos
que solucionar la duda, podemos pensar lo siguiente: ¿qué pasaría si, en las
mismas circunstancias, tuviéramos la oportunidad de cobrar un millón de
dólares? Bueno, la Misa vale infinitamente más que un millón de dólares.
Otra
cosa más que hay que tener muy en cuenta en el día Domingo, es que se debe evitar
toda diversión que suponga una ofensa de Dios. Al respecto, existe el caso
verídico, de la doble posesión de unos hermanos adolescentes, ocurrida en
Alemania, en el siglo XVIII. Luego de cinco años de posesión, la familia
decidió acudir a sacerdotes católicos, que iniciaron el exorcismo que
finalmente terminó con la expulsión de los demonios de los cuerpos de los
adolescentes. Pero unos meses antes de la expulsión, sucedió lo siguiente: se
corrió el rumor de que uno de los hermanos habría de ser liberado el siguiente
domingo por la tarde. La expectativa por la liberación generó tanta ansiedad y
curiosidad en los pueblos vecinos, que una multitud enorme se agolpó delante de
la casa de la familia de los niños, ya desde el día sábado por la tarde, antes
del supuesto día de la liberación. Cuando llegó el domingo, sin embargo, nada
sucedió, ya que la liberación de los posesos se produjo, pero no ese domingo. Lo
que sí sucedió ese domingo de la supuesta liberación fue que el demonio,
soltando una gran carcajada a través del poseso, confesó ser el autor del rumor
de la falsa liberación, afirmando también que el motivo de su alegría era el
haber obtenido el objetivo de su rumor, y era el haber hecho caer en pecado
mortal a toda esa multitud, que por una vana curiosidad, había dejado de
cumplir con el precepto dominical, para asistir a una supuesta liberación
demoníaca[8]. Viendo
lo que sucede en nuestros días, nos podemos preguntar: ¿los espectáculos
deportivos del día domingo, principalmente el fútbol, no cumplen acaso la misma
función, la de hacer perder el precepto dominical, a cientos de miles de
bautizados? ¿No está acaso el demonio más que satisfecho con tantos partidos de
fútbol jugados y transmitidos en directo, los días domingo?
Es
por esto que no deja de ser verdad que, quien no cumple los Mandamientos de la
Ley de Dios, indefectiblemente cumple los mandamientos de Satanás, como también
es cierto que muchas “diversiones”, que aparentan ser “sanas”, son, en el
fondo, distracciones pecaminosas, porque alejan de Dios. La palabra “Domingo”
significa “Día del Señor”, pero muchos, con sus pecados, lo convierten en día
de Satanás[9],
por todo esto que hemos dicho.
¿Qué
se puede hacer el Domingo, luego de la Santa Misa? Se puede pasar el tiempo con
la familia, o con distracciones sanas y honestas, saliendo de excursión,
practicando deportes, leyendo libros de formación católica, etc.; pero en
ningún caso, profanando el Domingo con diversiones pecaminosas[10].
De ninguna manera está asociada la sana diversión con la ofensa a Dios; todo lo
contrario: solo la sana diversión es grata a Dios, la diversión pecaminosa, por
definición, ofende la majestad divina. Otra cosa que se puede hacer el Domingo,
para honrar el Día del Señor, es realizar las obras de misericordia, como las
visitas a enfermos, a necesitados, y las obras de apostolado parroquiales[11], además
de leer un buen libro[12].
Todo
esto implica el Tercer Mandamiento: “Santificarás las fiestas”, pero lo más grandioso
de todo el Domingo, lo que da toda la alegría del Domingo –y dura para toda la
semana- es el participar de su Pasión y Muerte por el misterio de la liturgia
eucarística, y el unirse a Él y recibir de Él todo el Amor de su Sagrado
Corazón Eucarístico, en la Sagrada Comunión. El verdadero sentido del Tercer
Mandamiento se lo aprende en el encuentro personal con Jesús resucitado en la
Eucaristía.
[1]
Y los días de precepto son: todos los domingos del año; Santa María Madre de
Dios (1 de enero); Reyes (6 de enero); San José (19 de marzo); Asunción de
María Santísima (15 de agosto); Todos los Santos (1 de noviembre); Inmaculada Concepción
(8 de diciembre); Navidad (25 de diciembre).
[2] Cfr. Dies Domini, Capítulo II.
[3] Nuevo Catecismo de la Iglesia
Católica nº 2181.
[4] Dies Domini, n. 99.
[5] Nuevo Catecismo de la Iglesia
Católica, nº 2185.
[6] Jesús Martínez García, Hablemos de la Fe, IV, 6. Ed. Rialp,
Madrid 1992.
[7] http://www.es.catholic.net/escritoresactuales/251/466/articulo.php?id=7106
[8] Cfr. Malachi Martin, El
Rehén del Diablo. Casos de posesión y exorcismo de personas aún vivas,
Editorial Diana, México 1976.
[9] http://www.es.catholic.net/escritoresactuales/251/466/articulo.php?id=7106
[10] Nuevo Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 2194.
[11] Nuevo Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 2186.
[12] Concilio Vaticano II: Inter mirifica: Decreto sobre los medios
de comunicación social, n. 14.
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