La ceremonia del "desentierro del Demonio" no es una mera tradición secular, sino
una verdadera ceremonia satánica por la cual se invoca la presencia personal del Ángel caído.
Cuando afirmamos que un
joven católico no debe asistir ni participar del Carnaval, sabemos que podemos
ser acusados, por muchos, de “retrógrados”, “anticuados”, “moralistas”, etc., aunque eso no hace a la esencia de la discusión: el argumento "ad hominem" carece de peso porque no se centra en el eje del tema en cuestión, sino en la persona de quien lo propone. Expondremos brevemente algunas de las razones que desaconsejan, de modo
absoluto, la participación en el Carnaval por parte de un joven católico.
Para apreciar mejor lo que estamos diciendo -la negativa a toda participación en el Carnaval por parte del católico-, es conveniente tener en
cuenta qué es lo que le sucedió al hombre luego del pecado original y por lo
tanto, qué es lo que Jesucristo aporta en relación a este estado de la
humanidad. Como nos enseña la Fe católica, el hombre –la naturaleza humana-
quedó contaminado con la mancha del pecado original a partir de Adán y Eva,
mancha espiritual que se comunica y transmite en el acto de la generación. Como
consecuencia de este pecado, el hombre perdió todos los dones sobrenaturales
con los cuales Dios lo había creado –inmortalidad, impasibilidad, integridad-, además
de quedar esclavizado, a partir de entonces, por la enfermedad, el dolor, la muerte,
el pecado y el Demonio. Jesucristo, con su sacrificio en cruz, vino para
redimirnos, esto es, para quitarnos esta mancha del pecado original, pero
también para derrotar a nuestros enemigos –el pecado, el Demonio, la muerte- y
para concedernos la vida nueva de los hijos de Dios, la vida de la gracia, un
anticipo en la tierra de la vida de la gloria y de la eterna bienaventuranza
que, por la misericordia de Dios, esperamos vivir en el Reino de los cielos. Es
decir, a partir de Jesucristo y su gracia, obtenida para nosotros al precio
altísimo de su Sangre derramada en la cruz, la humanidad recibe un nuevo
destino, que no es ya el de la eterna condenación, sino el de la eterna
salvación. Pero para poder comenzar a vivir este nuevo destino de salvación, es
necesaria la conversión del corazón, conversión que implica, por su propia
definición, el apartamiento de todo aquello que pertenece a lo que ha sido
derrotado y vencido por Jesucristo en la cruz, esto es, el hombre viejo y sus
pasiones sin control, el Demonio, el pecado, la muerte.
"La lucha entre el Carnaval y la Cuaresma",
de Pieter Bruegel el Viejo.
(Der kampf zwischen Karneval und Fasten)
Pues bien, el Carnaval representa, precisamente, a todo lo
que el cristiano debe renunciar, si desea entrar en el Reino de los cielos,
comenzando desde ahora a participar de la vida nueva de la gracia: el Carnaval
representa al hombre viejo y sus pasiones, al Demonio, al pecado, a la muerte,
ante todo, espiritual.
El
Carnaval representa la exaltación del hombre viejo y sus pasiones; es la
exaltación de lo perecedero, de la falsa atracción, de la engañosa belleza
física que, sin la gracia y el Amor de Dios, está destinada a perecer
irremediablemente en la corrupción de la carne, por la muerte temporal; es la
exaltación de lo opuesto a la Pureza del Ser divino trinitario, y es por eso
que el Rey del Carnaval es el Demonio, el Rey Momo.
En
el Carnaval se exalta aquello que convierte al hombre en enemigo de Dios, el
pecado (cfr. Rom 6, 6), a la vez que
se rechaza lo único que puede quitar esta enemistad y devolver al hombre la
amistad con Dios, la gracia.
Grotescas imágenes representando al Demonio en la celebración del Carnaval en República Dominicana.
En el Carnaval reina una falsa alegría, una alegría que no
solo es pasajera, sino superficial, de origen mundano y pagano y, por lo tanto,
desaparece rápidamente, dejando al alma con el sabor amargo de la tristeza,
porque al elegir la alegría mundana y pagana, se deja de lado a la Causa de la
Alegría y la Alegría Increada en sí misma, Dios Uno y Trino. Dios es “Alegría
infinita”, dicen los santos, como Santa Teresa de los Andes, pero esta alegría
no puede coexistir ni anidar, de ninguna manera, en un corazón que se deleita
con los placeres mundanos y pecaminosos que el Carnaval ofrece desde el
principio hasta el fin. Además de ser superficial y mundana, la alegría del
Carnaval está cargada de malicia, porque se origina en el desenfreno de las
pasiones. La tristeza que produce la ausencia de Dios y su alegría, se intenta
ocultar en el Carnaval con un remedo falso de la verdadera alegría, alegría
mundana que se alimenta de la música inmoral y estridente; del consumo de
alcohol y de substancias tóxicas; de risotadas vacías de paz y alegría; de
luces multicolores, que en vano buscan ocultar la oscuridad espiritual derivada
de la ausencia de Dios.
En el Carnaval se exalta la exhibición impúdica del cuerpo,
que de esta manera, pierde su condición de “templo del Espíritu Santo” (cfr. 1 Cor 6, 19), para convertirse en “carne”
según la acepción de la Escritura (cfr. 2
Cor 10, 2), lo cual va más allá de la exhibición sensual de la
corporalidad, porque comprende un estado espiritual por el cual el hombre se
aferra a su corporalidad, manchada por el pecado, y rechaza explícitamente la
vida nueva del espíritu dada por la gracia santificante, vida que consiste en
participar de la vida de Dios Trino y de la pureza inmaculada de su Ser divino
trinitario.
La lujuria, el desenfreno, la impudicia, la fornicación,
no son accidentales al Carnaval, sino explícitamente buscados
y públicamente exaltados.
Hay dos últimas razones por las cuales
un joven no debe, bajo ningún aspecto, participar del Carnaval: la condición
del Demonio como “Rey del Carnaval”, y el ultraje al Rey de cielos y tierra,
Nuestro Señor Jesucristo.
Con respecto a la condición del Demonio como figura central
del Carnaval, es algo que puede ser constatado en todas las culturas de todos
los tiempos en los que se ha celebrado el Carnaval. El denominado “desentierro
del Demonio”, por ejemplo, no es una mera tradición cultural, sin contenido
real: se trata de una verdadera ceremonia satánica, iniciática, por la cual se
invoca al Príncipe de las tinieblas, el Ángel caído, para que esté presente en
todo el Carnaval. La presencia del Demonio es algo explícitamente deseado en el
Carnaval, y para constatarlo, no es necesario ser cristiano. En el Carnaval, el
Demonio se encuentra a sus anchas, porque es satisfecho en su soberbia, al ser
proclamado “Rey” por el hombre, pero además también porque su influencia
angélica maligna es mucho más intensa que en otras épocas del año. De hecho, no
es casualidad que el Carnaval se ubique, cronológicamente, antes de la
celebración, por parte de la Iglesia, de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
Según los propios organizadores del Carnaval, es una fiesta pagana “en honor al
Diablo”: “Esta es una fiesta con mucha lúdica, danza, disfraces, palabras,
poesía y música en honor al Diablo”[1].
Es la tristeza de la Serpiente Antigua, la tristeza que se deriva del apartamiento voluntario de la Alegría Increada, Dios Uno y Trino, la que se oculta detrás de la falsa alegría del Carnaval.
Como
consecuencia de todo esto, Aquel que es el Verdadero y Único Rey de los ángeles
y de los hombres, Jesús de Nazareth, es ultrajado públicamente, porque sus
enseñanzas –una de ellas, la pureza del cuerpo y del alma- son pisoteadas,
literalmente, por la multitud que festeja, irracional y ensordecida, a su
Enemigo, el Demonio. Se repite en el Carnaval la burla del Pueblo Elegido hacia
Nuestro Señor y el pedido de que sea crucificado, solo que en esta ocasión es
peor, porque quienes se burla de Jesús y lo condenan una y otra vez al patíbulo
de la cruz, son los cristianos, el Nuevo Pueblo Elegido, que imita
diabólicamente al Pueblo Elegido en su rechazo del Salvador. En el Carnaval se
pisotea, literalmente, la Sangre Preciosísima del Redentor, la Sangre del
Cordero, “más preciosa que el oro o la plata, Sangre con la cual fuimos
rescatados” (cfr. 1 Pe 1, 17-19).
El joven que ame a Cristo será llevado, por el Amor de Dios,
en la dirección opuesta a donde se festeje al Ángel caído y se pisotee la Sangre
del Cordero, el Carnaval.
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