viernes, 9 de febrero de 2018

Creado por Dios para deleitarse en Él, el hombre se separa de Dios por el pecado original



La expulsión de Adán y Eva del Paraíso, Miguel Ángel Buonarotti.

         Para entender mejor lo que sucede en nuestras propias vidas, como así también la situación del hombre y de toda la historia de la humanidad –sobre todo, la abundancia de males que acompañan al hombre, como la enfermedad, el dolor, la muerte, las guerras, las violencias, las injusticias, etc.-, y también para no culpar injustamente a quien nada tiene que ver con nuestros males -que es Dios, porque lo culpamos con mucha frecuencia de lo malo que nos sucede, cuando esto es totalmente injusto para con Él-, es necesario recordar, brevemente, cómo fue la creación del hombre, por parte de Dios, y qué sucedió con el pecado original[1].
         Como sabemos, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, es decir, libre en la Verdad y en el Bien, y esto es ya una gran señal de predilección, porque es la única creatura, junto con los ángeles, creada con libertad. Pero no contento con eso, Dios concedió al hombre muchos otros dones: los dones propios de la naturaleza, como el cuerpo y el alma, ambos de diseño maravilloso y extraordinariamente complejos y armónicos. Además de esto, le concedió lo que se llama “dones preternaturales”, es decir, que están más allá de su naturaleza, y lo asemejan al ángel, en cierto sentido, y estos dones eran la inmortalidad –el hombre no habría de morir nunca, colocado en el Paraíso, en un estado de felicidad absoluta-, la impasibilidad –no tendría dolor-, todo lo cual ya eran dones grandiosos y absolutamente maravillosos. Pero como Dios es Amor infinito, quiso todavía colmar de más dones al hombre, y es así que le concedió la “gracia santificante”, que lo hacía participar de su misma vida divina. En el plan original de Dios, todos estos dones, deberían haber pasado, de Adán y Eva, hasta nosotros, y es por eso que nosotros deberíamos estar gozando de esos dones al día de hoy. Lo único que debía hacer Adán era que, puesto que lo había creado libre, tanto Adán como Eva, usaran su libertad para decirle a Dios que lo amaban. Este acto de amor debía ser libre, no forzado ni obligado, sino libre, porque los había creado a su imagen y semejanza, y la imagen y semejanza es la libertad –la libertad en la Verdad y en el Bien, no en el error, por eso Jesús dice: “La Verdad os hará libres”-, porque Dios es soberanamente Libre. Es decir, Dios creó al hombre, para que el hombre lo glorificara y en esta glorificación, encontrara su felicidad absoluta. Lo único que debían hacer Adán y Eva era obedecer, por amor, el mandato que les había dado Dios: no comer el fruto de cierto árbol.
Pero Adán y Eva, en vez de escuchar la Voz dulce y suave de Dios, que solo podía traerles Amor y Vida eterna, prefirieron escuchar la voz de la Serpiente, una voz sibilina, malvada, que solo podía traerles dolor, enfermedad y muerte, tal como sucedió.
         Adán y Eva desobedecieron a Dios, cometieron el pecado original, y como consecuencia, perdieron todos los dones que habían obtenido de Dios, fueron expulsados del Paraíso y quedaron sometidos a la muerte, al dolor, al pecado y al Demonio.
         El pecado original de Adán y Eva es la razón por la cual no tenemos los dones que Dios nos había concedido en el Paraíso, y también es la razón de todos los males de la humanidad, aunque en última instancia, los responsables somos los hombres, y también el Demonio. Entonces, antes de cometer la injusticia de acusar a Dios por tal o cual mal que puede suceder en nuestras vidas, acusémonos a nosotros mismos, por obrar en desobediencia a los Mandamientos de la Ley de Dios, rechacemos las insinuaciones del Demonio, y busquemos siempre de vivir en estado de gracia santificante, recurriendo con frecuencia al Sacramento de la Confesión.


[1] Cfr. Leo J. Trese, La Fe explicada, Ediciones Logos, Rosario 2013, 66-67.

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