(Homilía en el aniversario de la muerte de un joven)
La
muerte nos sorprende, nos deja sin palabras, nos angustia, nos deja con dolor, y
mucho más, cuando se trata de la muerte de un joven, pero la fe en Cristo Jesús
nos devuelve la esperanza del reencuentro con quienes nos hemos separado,
porque la fe nos dice que Jesús ha muerto en la cruz y ha resucitado y porque
ha destruido a la muerte con su muerte en cruz, para darnos su vida eterna, es
posible reencontrarnos con aquellos a quienes la muerte nos ha arrebatado.
Por eso, para el cristiano, la muerte nunca tiene la última
palabra, sino la cruz de Jesús, porque es Él quien la ha vencido para siempre,
para darnos su Vida eterna y para llevarnos al cielo, adonde ya no hay más
muerte, sino solo vida y Vida eterna. Porque Jesús ha muerto en cruz y ha
resucitado, es que tenemos la esperanza del reencuentro en el cielo, con
nuestros seres queridos, a quienes hoy recordamos con tristeza y con dolor. Pero,
¿cómo es el cielo, ese cielo al que esperamos ir? ¿Cómo es el cielo, el cielo cuyas
puertas Jesús nos abrió con su muerte en cruz? ¿Cómo es el cielo en el que, por
la Misericordia Divina, esperamos que estén ya nuestros seres queridos? Nos lo
dice Santa Faustina Kowalska, quien tuvo una experiencia mística, y fue
transportada al cielo, estando aún en esta vida: “27 XI [1936]. Hoy, en espíritu,
estuve en el cielo y vi estas inconcebibles bellezas y la felicidad que nos
esperan después de la muerte. Vi cómo todas las criaturas dan incesantemente
honor y gloria a Dios; vi lo grande que es la felicidad en Dios que se derrama
sobre todas las criaturas, haciéndolas felices; y todo honor y gloria que las
hizo felices vuelve a la Fuente y ellas entran en la profundidad de Dios,
contemplan la vida interior de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nunca
entenderán ni penetrarán. Esta fuente de felicidad es invariable en su esencia,
pero siempre nueva, brotando para hacer felices a todas las criaturas. Ahora
comprendo a San Pablo que dijo: Ni el ojo vio, ni oído oyó, ni entró al corazón
del hombre, lo que Dios preparó para los que le aman”[1].
Santa Faustina dice que “después de la muerte” nos esperan “inconcebibles
bellezas y felicidad” y que en el cielo hay un flujo continuo de Amor entre las
creaturas y Dios: las creaturas “dan honor y gloria a Dios” y Dios a su vez derrama
sobre ellas la “Fuente de la felicidad” que es Él mismo en su esencia,
invariable e inagotable. En esta “Fuente de felicidad”, eterna e inagotable que
es Dios, esperamos que estén nuestros seres queridos difuntos, pues esperamos
que, por su Divina Misericordia, les haya perdonado sus pecados, muchos o
pocos, que puedan haber cometido, y en esta “Fuente de felicidad”, eterna e
inagotable, esperamos reencontrarnos nosotros, en Cristo, para ya nunca más
separarnos.
¿Qué tenemos que hacer para reencontrarnos? Rechazar el
pecado, vivir en gracia y obrar la misericordia. Así, estaremos seguros del
reencuentro en Jesucristo, con nuestros seres queridos, en el Reino de los
cielos, para gozar, junto con ellos, de la "Fuente de la felicidad", que es Dios.
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