(Homilía para la Santa Misa de acción de gracias de un Instituto Primario y Secundario cuyo Patrono es el Divino Niño)
Para todo niño y joven que desee ser feliz en esta vida y en
la otra, hay sólo una cosa para hacer: imitar al Niño Jesús. ¿Por qué? Porque el
Niño Jesús es Dios y Dios es amor, paz, alegría y felicidad en sí misma, lo
cual quiere decir que quien más se acerque al Niño Jesús, más recibirá de Él lo
que Él es: amor, paz, alegría, felicidad. Con Jesús sucede algo similar a lo que sucede con el sol en nuestro sistema solar: así como los planetas giran alrededor del sol, así nosotros giramos alrededor del Niño Dios, que es Sol de justicia, y así como los planetas más cercanos al sol reciben más luz y calor, así también, el alma que más se acerca al Divino Niño, recibe de Él su luz y el calor de su Amor. Pero también, así como los planetas más lejanos al sol, son los que están en la oscuridad y en el frío, así también, los niños y jóvenes que se alejan del Niño Dios, viven en las tinieblas y en el frío del corazón, que es ausencia de amor.
¿Cómo
hacer para imitar al Niño Jesús y así alcanzar la felicidad en esta vida y en
la otra? Lo que tenemos que hacer es saber cómo era Jesús en su vida como niño
y como joven y lo primero que notamos es que Jesús vivía a la perfección los dos
Mandamientos más importantes para niños y jóvenes, el Primero –“Amar a Dios por
sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”- y el Cuarto –“Honrarás
Padre y Madre”- y por eso es modelo perfecto en su cumplimiento. El niño y el
joven que viva estos dos Mandamientos como los vivía Jesús, tiene la felicidad
asegurada, en esta tierra y en la vida eterna.
Con respecto al Primer Mandamiento, hay que decir que el Niño
Jesús, que era Dios Hijo encarnado -“metido”, por así decir, en el cuerpo y el
alma de un Niño humano-, amaba a su Padre Dios, que era su Padre desde la
eternidad y el amor con el que lo amaba era el Amor que brotaba del Corazón
Único de Dios: el Espíritu Santo. Por eso mismo, el Niño Jesús lo tenía siempre a Dios en la mente y en el corazón y en todo
momento se dirigía a Él y nada hacía sin Dios Padre. Como Dios, el Niño Jesús era
igual al Padre y el Padre estaba en Él y Él en el Padre y amaba al Padre con el
Amor del Espíritu Santo; como Niño, es decir, como ser humano, también amaba a
Dios, con el amor de su corazón humano, que estaba envuelto en las llamas del
Amor Divino, el Espíritu Santo. Como Dios Hijo y como Niño Dios, el Divino Niño
Jesús amaba tanto a Dios que nada pensaba, deseaba, decía ni hacía, sino era por
el Amor de Dios y para su mayor gloria. En todo lo que el Niño Jesús hacía,
pensaba, decía o quería, estaba siempre Dios en primer lugar: “¿Quiere Dios que
piense así? ¿Quiere Dios que piense mal de esta persona? ¿Quiere Dios que hable
mal de esta persona, que le haga algún mal?”. Por supuesto que Jesús no podía
cometer pecados, porque Él era el mismo Dios y Dios es Tres veces Santo, es la
santidad misma, pero siempre actuaba de manera de poner a Dios en primer lugar.
Y con respecto a la otra parte del Primer Mandamiento, “amar al prójimo como a
uno mismo”, el Niño Jesús también lo cumplía a la perfección, porque amaba a
sus primos y amigos con el mismo Amor con el que amaba a su Padre Dios, es
decir, los amaba con el Amor de Dios, el Espíritu Santo.
De
la misma manera, los niños y jóvenes, imitando a Jesús Niño, deben poner a Dios
Trino en primer lugar y saber que Dios siempre nos está mirando; aunque ningún
humano nos mire, sí nos miran nuestro Ángel de la Guarda y, por supuesto, Dios
mismo. Todo niño y joven, al pensar algo, al decir algo, al hacer algo, debe
siempre preguntarse si eso lo haría el Niño Jesús, si eso lo diría el Niño
Jesús, si eso lo pensaría el Niño Jesús. Como dijimos, Jesús jamás cometió
pecado alguno, y por eso es el modelo ideal y perfectísimo para imitar si
quiero vivir en el Amor de Dios. Si Jesús Niño jamás pensó nada malo, jamás
dijo nada malo, jamás deseó nada malo, jamás hizo nada malo, entonces, yo
tampoco debo jamás pensar mal, hablar mal, desear el mal, obrar el mal. Sólo así
el Niño Jesús será mi modelo ideal para cumplir el Primer Mandamiento.
Jesús
Niño también es el modelo ideal para cumplir el Cuarto Mandamiento: “Honrarás
Padre y Madre”. Jesús Niño fue siempre un hijo sumamente obediente, cariñoso,
respetuoso, afectuoso, con sus papás, la
Virgen y San José. Jesús amaba muchísimo tanto a su Mamá, la Virgen –de
la cual nació milagrosamente, como un rayo de solo atraviesa el cristal, porque
siendo Dios no podía nacer como cualquier hombre- como también amaba muchísimo a
su Papá adoptivo, San José –San José era papá adoptivo de Jesús, porque su Papá
verdadero era Dios Padre; así también, San José era solo esposo meramente legal
de la Virgen, y esto quiere decir que el afecto y el trato entre ellos era como
el de hermanos, porque la Virgen siempre fue Virgen y Jesús fue concebido por
el Espíritu Santo, no por San José-, y este amor lo demostraba no solo con
palabras, sino con obras, ayudando a su padre en la carpintería y aprendiendo
el oficio de carpintero –en el que trabajó hasta que comenzó su vida pública- y
ayudando a su Madre en las tareas domésticas, acompañándola al mercado, y todas
las pequeñas cosas de las familias de todos los días. Jesús nunca les dio un mal
rato a sus padres; jamás les levantó ni siquiera mínimamente la voz; jamás se enojó
con ellos; jamás desobedeció; jamás hizo nada sin el conocimiento de sus
padres; obedeció siempre a lo que le decían, y eso que Él era su Dios, Él era
el Creador y Santificador de su Mamá y su Papá adoptivo, y sin embargo, en todo
les obedecía. Y en el único momento de su vida en que pareció que hacía algo
sin sus papás, fue cuando se quedó en el templo de Jerusalén durante tres días,
hasta que María y José lo encontraron, pero Jesús hizo esto porque lo único que
autoriza a dejar padre y madre es el llamado de Dios y eso es lo que hacía
Jesús, ocuparse de las cosas de su Padre Dios.
Jesús
era tan bueno con sus papás porque los amaba mucho, muchísimo: era el infinito
Amor que les tenía, lo que hacía que en todo buscara siempre darles un contento
y una alegría a ellos. Es decir, aunque Jesús no podía cometer ningún pecado,
porque era Dios, la razón de su comportamiento perfecto para con sus papás de
la tierra –la Virgen y San José- era el inmenso Amor que les tenía: todo lo que
hacía Jesús, se originaba en el Amor de su Sagrado Corazón. De la misma manera,
también los niños y jóvenes deben obrar así para con sus padres, o sea, movidos
por el Amor: cuanto más se ame a los papás, más cuidado se tendrá en no
provocarles un disgusto, obedeciendo en todo, aunque sea contrario al parecer propio
–siempre que lo que se mande sea algo bueno, por supuesto-, y así se demostrará
el amor a los papás, como el Niño Jesús.
El
Divino Niño Jesús, entonces, no debe ser para el niño y el joven una mera
devoción de la cual me acordaré una vez al año, cuando finalicen las clases; el
Divino Niño Jesús no debe ser una mera imagen folclórica, retratada en un yeso
o madera y a la que me acostumbro verla todos los días; no debe ser una mera imagen agradable, pero que para mí no significa
nada: el Divino Niño Jesús, retratado en una imagen de yeso, es un ser vivo,
porque es Dios, que conoce mis pensamientos aún antes de que los formule y es
el Dios que me juzgará en el Amor al fin de mis días y como Dios, vive en el
cielo, en la cruz y en la Eucaristía, y quiere también vivir en mi corazón; por
eso es que el Divino Niño tiene que vivir en mi corazón y para eso tengo que dejarlo entrar en mí, para que mi corazón lata con el ritmo y la fuerza del Amor de Dios.
Cuanto más amemos al Divino Niño Jesús y cuanto más tratemos de ser como Él,
más felices seremos, en esta vida y en la eternidad.
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