La Acción de gracias, que es un gesto que parte de un
corazón noble, es fundamentalmente una reacción religiosa de la creatura hacia
Dios, porque reconoce, con alegría y asombro, la grandeza y la generosidad divina;
el hombre descubre que Dios es el Creador, tanto del universo visible como del
invisible, y que todo lo ha dispuesto para nuestro bien y por eso brota en el
corazón el reconocimiento agradecido por la Bondad divina. En la Acción de
gracias a Dios, está contenido el reconocimiento, tanto de la majestad y de la
omnipotencia divinas, como de su bondad sin límites, pues todo lo ha creado
para el hombre. La Acción de gracias, jubilosa y gozosa por la Bondad divina,
es lo que caracteriza al cristiano; lo contrario, el no dar gracias a Dios por
su inmensa bondad, es el pecado de los paganos, que no reconocen en Dios ni su
grandeza, ni su gloria, y así lo dice San Pablo, al afirmar que los paganos “no
dan a Dios ni gloria ni acción de gracias” (Rm
12, 1). El cristiano, por el contrario, cuando contempla el mundo, se maravilla
y se alegra porque ve, en lo creado, la Sabiduría divina, el Amor Eterno y la
Omnipotencia de Dios Uno y Trino, que ha puesto a su creatura que más ama, el
hombre, como centro y como rey de la Creación, y es para él, para el hombre,
que ha creado absolutamente todo el mundo material que vemos, como así también
el mundo angélico, al que no vemos. La tierra, con sus frutos, ha sido creada
para el hombre, para que el hombre se sirva de sus frutos y, con un corazón
lleno de alegría, dé gracias continuamente a Dios por su inmensa bondad. Pero no
sólo el mundo visible está a disposición del hombre: los ángeles, además de
adorar a Dios, están al servicio de los hombres, porque cada hombre tiene su
Ángel de la Guarda, así como también las naciones tienen su Ángel de la Guarda,
y esto es también motivo para dar gracias a Dios, por su inmensa bondad y por
su majestad divina.
Dar gracias a Dios es muestra de un corazón religioso y
noble, que reconoce que Dios ha creado la tierra, los animales, las montañas,
los frutos de la tierra, para que el hombre se aproveche de ellos, no de modo
egoísta, sino solidario, porque tiene el deber de amar a su hermano, sobre todo
el más necesitado, y la forma de hacerlo es compartiendo, con su prójimo, lo
que Dios ha creado y donado.
Por último, si debemos dar gracias a Dios por el mundo
creado, que es un don de su Amor, muchísimo más debemos darle gracias por el
envío de su Hijo Unigénito, Jesucristo, para que entregue su Cuerpo y su Sangre
en la Cruz, para nuestra salvación, porque se trata de un don del Amor de Dios
que supera toda capacidad de comprensión. Y la Acción de gracias por
excelencia, es la Santa Misa, porque allí está contenido el único don que es
digno de la majestad y bondad de Dios, la Eucaristía, que es el Cuerpo, la
Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario