Muchos pueden considerar al Rosario como una oración
repetitiva, mecánica, e incluso hasta aburrida. Esto sucede cuando no sabemos
rezar el Rosario, o cuando no meditamos acerca de qué es el Rosario y qué
sucede –de manera invisible e insensible- cuando lo rezamos.
¿Cómo rezar el Rosario?
Primero, debemos considerar que es una oración dirigida,
ante todo y principalmente, a la Virgen, a la Madre de Dios. Esta consideración
es muy importante porque la Virgen es una persona, es un ser real; aunque no la
veamos ni la sintamos, es una persona y, como toda persona, escucha y habla, y
mucho más, siendo la Madre de Dios. Tanto es así, que podemos afirmar que no
hay ni una sola oración que no sea escuchada por la Virgen.
Otra consideración a hacer, es que los misterios del Santo
Rosario comienzan siempre con un episodio de la vida de Jesús, y la razón es
que Jesús es nuestro modelo a imitar y el objetivo final de nuestra vida es
configurar nuestra alma y nuestro corazón al Sagrado Corazón de Jesús y al
Inmaculado Corazón de María. Entonces, al enunciar un misterio del Santo
Rosario, podemos aplicar un método, inventado por San Ignacio, llamada “aplicación
de sentidos”, que consiste básicamente en imaginarse la escena –supongamos, la
Anunciación-, e introducirnos nosotros en la escena, dice San Ignacio, “como un
esclavito indigno”, y permanecer allí, con amor, fe y devoción, contemplando la
escena del misterio del Rosario que acabamos de enunciar. Debemos usar, por lo
tanto, la imaginación –la usamos para muchas cosas y no siempre buenas-, y
aplicar los sentidos, como si estuviéramos verdaderamente presentes ahí, y para
hacer esto, se requiere mucha concentración.
Esto es un trabajo “desde abajo”, pero también “desde lo
alto”, suceden cosas cada vez que rezamos el Santo Rosario, y es la
intervención de la Santísima Virgen María que, silenciosa e imperceptiblemente,
modela nuestros corazones, así como un escultor modela la arcilla –podemos llamarla
“la Divina Escultora”-, y los configura a imagen y semejanza de los Sagrados
Corazones de Jesús y de María. Cuando rezamos el Rosario, además de dirigirnos
a Dios Padre en el Padrenuestro y de glorificar a la Trinidad con el Gloria, le
dedicamos un “tiempo” a la Virgen, que es lo que dura la recitación del
misterio, para que la Divina Escultora modele nuestros corazones,
infundiéndoles las virtudes de su Hijo y las de Ella, convirtiéndolos en
imágenes vivientes de los Sagrados Corazones. Para esto también se necesita
concentración y atención, porque la Virgen no puede actuar en un corazón que
está, o alborotado, o aletargado.
Como vemos, entonces, rezar el Santo Rosario no es, de
ninguna manera, una acción mecánica o repetitiva, sino que se necesita poner de
nuestra parte, para recibir la infinidad de gracias que nos vienen por rezarlo.
Por lo que hemos visto, si alguien considera que el Rosario
es repetitivo, mecánico o aburrido, es porque no meditó acerca de los misterios
que se meditan en él, los misterios de la vida de Jesús, y es porque tampoco
meditó acerca de la acción de la Virgen en el alma y el corazón de quien reza
el Santo Rosario.
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