sábado, 1 de abril de 2017

Via Crucis con las familias


ORACIÓN INICIAL
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amen.
El Vía Crucis es un ejercicio piadoso por el que nos unimos, por la fe y el amor, a Jesucristo en su camino del Calvario. Queremos comulgar con sus padecimientos para conocerlo y amarlo cada vez más en la tierra, para luego participar de su resurrección en el cielo. El único camino posible para ir al cielo, para todas las familias del mundo, es seguir a Jesús, que va con la Cruz a cuestas, camino del Calvario. Cada integrante de una familia, debe tomar la propia Cruz y seguir a Jesús, hasta llegar a la cima del Monte Gólgota. Sólo así la familia católica podrá ser renovada desde lo más profundo de su ser, con la gracia santificante de Jesús.
I ESTACIÓN: Jesús es condenado a muerte
– Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El matrimonio condenado.
Cristo es condenado a muerte; siendo Inocente, fue condenado por nosotros, los pecadores, para salvarnos del eterno mal.
Hoy la institución matrimonial también es condenada y pareciera condenada a muerte, y los que la condenan son los mismos cristianos, porque cada vez menos jóvenes se unen por el sacramento del matrimonio, prefiriendo el pecado del concubinato y del adulterio en otros casos. El matrimonio es condenado, incluso por los mismos cristianos, porque no aprecian el valor de la gracia sacramental que del matrimonio se desprende, suficiente no solo para afrontar todas las dificultades de la vida, sino para hacer de cada matrimonio y cada familia un anticipo del cielo.
Oración: Señor Jesús, que pasaste treinta años de tu vida en familia. Ayúdanos a imitar en nuestros hogares las virtudes de la familia de Nazaret y saber presentar a los hombres la auténtica imagen de la familia cristiana. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
II ESTACIÓN: Jesús con la cruz a cuestas.
-Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El matrimonio tiene que tomar la cruz de la convivencia diaria.
Cristo Jesús, después de ser brutalmente azotado y coronado de espinas, tiene que cargar con la pesada cruz, pero el peso de la cruz no está dado por el madero, sino por los pecados de los esposos que no se esfuerzan por vivir el Mandamiento de la caridad de Jesús. Cuando los esposos no se tienen paciencia, o cuando en vez de ver en el otro cónyuge a Cristo presente en él, los esposos viven en la discordia, que lleva al fin al hartazgo y a la desunión. Cada pecado de impaciencia de los cónyuges entre sí, y mucho más, los otros pecados, de incomprensión, de frialdad, de dureza de corazón, es un peso más que hace cada vez más pesada la Cruz de Jesús. La cruz de Jesús se hace más pesada cuando los esposos, en vez de tratar de vivir en el amor de Cristo, eligen el camino de la confrontación, de la falta de comprensión y de perdón, hacen la cruz de Jesús cada vez más y más pesada.
Oración: Ayúdanos, Señor, a desear y saber vivir, en nuestros matrimonios y en nuestras familias, con tu mismo amor, el mismo amor con el que Tú nos amas desde la cruz, para así aliviarte el peso que nuestros pecados agregan a tu cruz. Amén.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
III ESTACIÓN: Jesús cae por primera vez.
– Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Primera caída de los matrimonios: las sospechas, los celos.
Es tanto el peso de la cruz, que apenas dados unos pocos pasos, y agotado también por la sed, por la falta de alimentos, por los golpes recibidos y por la fiebre que sube cada vez más, Jesús cae por primera vez. Jesús cae por los pecados de los esposos que, infieles a la gracia matrimonial, y agotados los atractivos físicos y materiales de los primeros tiempos, intentan llevar la vida matrimonial y familiar con sus propias fuerzas, olvidándose de que las fuerzas para afrontar las tribulaciones y para crecer cada vez más en el amor esponsal, viene solo pura y exclusivamente, de la gracia sacramental del matrimonio, que implica la profundización de la vida de fe, la oración conjunta de los esposos y la vida sacramental. Sin el auxilio divino, el matrimonio cristiano, olvidado de la fuente de su fortaleza y amor que es Cristo, cae indefectiblemente, y así las promesas de fidelidad, de indisolubilidad, fracasan estrepitosamente.
Oración: Oh Jesús, Esposo de la Iglesia Esposa, infunde la gracia de tu matrimonio esponsal con la Iglesia, para que los esposos cristianos encuentren en Ti, y solo en Ti, las fuerzas necesarias para mantener vivos el amor y las promesas esponsales, hasta el fin de sus días.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
IV ESTACIÓN: Jesús se encuentra con su Madre.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El dolor de la madre ante los hijos.
Agotado por el peso de la cruz, por la falta de alimentos, por la sed, la fiebre y los golpes, Jesús se encuentra con su Madre, la Virgen María, y este encuentro breve, en el que se entrecruzan miradas cargadas de amor y dolor, Jesús encuentra las fuerzas para seguir hasta la cima del Monte Calvario.
Muchas madres se duelen cuando pierden a sus hijos, ya sea porque estos emprenden caminos alejados de Dios, o cuando sus hijos sufren por diversas dolencias. Cuando esto sucede, se deben arbitrar los medios humanos, pero el ejemplo de las madres fue, es y será siempre, María Santísima, en su encuentro con su Hijo Jesús: fue la Virgen la que, con su mirada de amor, y con su amor que unía su Inmaculado Corazón al Sagrado Corazón de Jesús, la que le dio fuerzas a su Hijo, que estaba caído por el peso de la cruz. Toda madre que tenga su corazón estrujado de dolor por su hijo en problemas, del orden que sea, debe contemplar a María Santísima en la Cuarta Estación y hacer lo que Ella hizo con Jesús: transmitirle el amor de su Inmaculado Corazón.
Oración: Nuestra Señora de los Dolores, tú que confortaste a tu Hijo Jesús cuando cayó por Cuarta Vez en el Camino del Calvario, haz que las madres que sufren por sus hijos, te contemplen y te imiten para que, tomando fuerzas de tu ejemplo, acompañen a sus respectivos hijos por el camino del Calvario, puerta de la Resurrección.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
V ESTACIÓN: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Los esposos tienen que ser mutuamente cireneos.
Viendo los soldados que Jesús está a punto de desfallecer, y movidos por el deseo de que sufra más llegando a la cima del Calvario, llaman al Cireneo, para que le ayude a llevar la cruz y no muera en el camino.
Cada matrimonio, cada familia, tiene una cruz, que nunca es más grande que la que puede llevar. Los integrantes de la familia deben ser otros tantos Cireneos, que se ayuden mutuamente a llevar sus cruces, no a hacerlas más pesadas. Así como el Cireneo ayudó a Jesús a llevar la cruz, aliviándolo en su camino al Calvario, así los esposos deben ser Cireneos entre sí y con sus hijos y los hijos a su vez, con los esposos. Hacemos más pesadas las cruces de nuestros cónyuges y nuestros hijos cuando nuestro propio egoísmo y orgullo está por encima de las palabras y mandatos de Jesús.
Oración: ¡Oh Jesús, que fuiste ayudado por el Cireneo, haz que los esposos y las familias cristianas, obedeciendo a tu mandato de amor, se comporten como otros tantos Cireneos, unos con otros, de modo que todos puedan experimentar el alivio de un prójimo bondadoso, que les ayude a llevar sus respectivas cruces!
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
VI ESTACIÓN: La Verónica enjuga el rostro de Jesús.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Los cónyuges deben ofrecer a Cristo sus corazones.
Debido a las múltiples caídas sufridas en el Camino de la Cruz, el Rostro Santísimo de Cristo está cubierto de polvo, tierra, barro y sangre; su cabello está hecho todo un mazacote, mezcla de sangre, sudoración y tierra. En su Rostro se mezclan sus lágrimas, con los salivazos recibidos por la plebe, y por los hematomas y la hinchazón, producto de los golpes, está irreconocible. En un gesto de piedad y compasión, la Verónica enjuga el Rostro de Jesús, quedando impresa su Santa Faz en el lienzo sagrado. Los cónyuges deben ser, para con Cristo, otras tantas verónicas, que ofrezcan no lienzos, sino sus corazones, para que Cristo imprima en ellos su Rostro Sagrado. Así, con la Santa Faz de Jesús impresa en los corazones de cada cónyuge, Jesucristo les dará ánimos y fuerzas celestiales para continuar por el camino de la mutua santificación, el camino del Calvario.
Oración: Señor Jesús, a quien Verónica limpió tu Santa Faz con un lienzo, haz que los corazones de los esposos sean otros tantos lienzos en donde Tú imprimas tu Sagrado Rostro, para que contemplándote a ti, cada uno en el otro, obtengan de tu Santa Faz la gracia necesaria para la santificación en la vida matrimonial.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
VII ESTACIÓN: Jesús cae por segunda vez.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Segunda caída de los esposos: el problema de los hijos.
Aunque ayudado por el Cireneo, las fuerzas de Jesús, extenuadas, provocan su segunda caída. En cada caída de Jesús, el Hijo de Dios, están representadas nuestras caídas en el pecado, y por lo tanto, están representadas las caídas de los hijos en el pecado, lo cual sucede cuando, desoyendo las advertencias paternas, deciden alejarse de toda norma y control, dando rienda suelta a su rebeldía sin sentido, que sólo los conduce a un dolor cada vez más profundo. Pero debido a que Jesús es modelo para todo hijo, luego de caer, Jesús se levanta, con el recuerdo del amor del Inmaculado Corazón de María y también con el recuerdo del Amor de su Padre Dios. Así, todo hijo de un matrimonio terreno, que ha caído en el pecado, además de recibir el amor de sus padres terrenos, debe imitar a Jesús y levantarse, con la ayuda de la gracia, recordando el amor de la Madre del cielo y del mismo Jesús. No hay pecado, por grande que sea, que no pueda ser lavado con la Sangre de Jesús, y no hay caída, por dura que sea, en la que un hijo no pueda ser socorrido por la Virgen. En Jesús y en María está la ayuda para los hijos que han caído en el abismo del pecado.
Oración: ¡Oh Jesús, que agotado por el peso de nuestros pecados, caíste en tierra por segunda vez, haz que los hijos caídos en el pecado, se levanten con el amor de sus padres y el auxilio de tu gracia!
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
VIII ESTACIÓN: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El llanto por los hijos.
En el camino del Calvario, Jesús encuentra a las piadosas mujeres de Jerusalén, que lloran por Él, al verlo reducido a un estado de sufrimiento inhumano. Sin embargo, Jesús les dice “No lloréis por mí, llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos”. Lo mismo le dice a los padres: “No lloréis por mí, llorado por vosotros y por vuestros hijos”, porque quien se aparta de la cruz, sean padres o hijos, solo encuentran en el camino de la vida dolor, lágrimas y amarguras. Sólo Jesús es capaz de transformar esas lágrimas y ese dolor en gozo y alegría. Los padres deben llorar por ellos y por sus hijos cuando, a pesar de obtener éxitos terrenos, honores mundanos, y reconocimiento del mundo, se encuentren alejados de Jesús y su Cruz. Los padres no pueden estar tranquilos si ven que sus hijos, aun triunfando en el mundo, están alejados de la salvación que es Cristo Jesús, y es ahí cuando deben llorar, hasta tanto no regresen al camino de la cruz.
Oración: ¡Oh Jesús, que dijiste a las mujeres de Jerusalén que lloraran por ellas y por sus hijos, haz que todas las familias encuentren su consuelo sola y únicamente en tu Santa Cruz!
IX ESTACIÓN: Jesús cae por tercera vez.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Tercera caída en el matrimonio: la enfermedad.
Antes de llegar a la cumbre del Monte Calvario, Jesús cae por tercera vez. Sus fuerzas estaban ya al límite y es por eso que cae pesadamente con la cruz. Pero al igual que sucedió con sus antiguas caídas, es el recuerdo del amor de su Madre, la Virgen, y de su Padre, Dios eterno, el que las das fuerzas que necesita para volver a levantarse y dirigirse, decididamente, al Calvario.
En los matrimonios, puede suceder que uno o los dos cónyuges caiga abatido por la enfermedad, que puede ser de distinta gravedad, incluso mortal. En esos dramáticos momentos, también puede parecer que todo está perdido, pero es el momento justo para recordar que lo que los unió en el santo sacramento del matrimonio fue el amor de Jesús y que ambos, apoyados en ese amor, se prometieron mutua fidelidad y asistencia durante toda la vida, incluidos el dolor y la enfermedad. Entonces, al igual que Jesús, cuando un cónyuge o ambos enferman, deben recurrir al fundamento de su matrimonio, que es el amor de Jesús, para obtener de allí las fuerzas de amor necesarias para el socorro mutuo. La desesperación, el desencuentro, el abandono del cónyuge enfermo, son conductas indignas de los esposos cristianos, y constituyen una gravísima traición al amor de Jesús, que es el que los unió en santo matrimonio.
Oración: Señor Jesús, que caíste en tierra por tercera vez bajo el peso de la cruz, concede tu gracia a los esposos que sufren enfermedad, para que encuentren, en tu amor esponsal, el amor y la fuerza necesarios para santificarse en el dolor y en el amor.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
X ESTACIÓN: Jesús es despojado de sus vestiduras.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Los padres tienen que despojarse de toda vanidad mundana.
Al llegar a la cima del Monte Calvario, Jesús es despojado de sus vestiduras. Puesto que estas se encontraban adheridas a sus heridas debido a la sangre que se había secado, uniendo sus vestiduras con su piel, al despojarlo de sus vestiduras con violencia, se renueva el dolor de Jesús, porque con las vestiduras se le arranca la poca piel que le quedaba y le hace brotar un río interminable de sangre. Jesús se deja despojar de las vestiduras, para que no nos dejemos llevar por los falsos atractivos del mundo. Los esposos, imitando a Jesús, deben dejar de lado toda mundanidad y toda vanidad, para educar a a sus hijos en la austeridad y sobriedad de vida cristiana, enseñando a sus hijos a despreciar los bienes terrenos, para desear sólo pura y exclusivamente, los bienes del cielo, la eterna bienaventuranza en la contemplación de la Trinidad.
Oración: ¡Oh Jesús, que sufriste un cruel dolor al ser despojado de tus vestiduras, dándonos así ejemplo de sobriedad y austeridad cristianas, haz que los esposos cristianos sean modelos, para sus hijos, de una vida centrada en el deseo de ganar sólo los bienes del cielo, prometidos para quienes te aman!
XI ESTACIÓN: Jesús es crucificado.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
La cruz, modelo y fuente del amor esponsal.
Jesús es crucificado. Gruesos y filosos clavos de hierro clavan sus manos y sus pies al madero. El dolor es lacerante, y a la par que abren sus carnes y fijan al Hombre-Dios al leño, los clavos hacen brotar su Sangre Preciosísima, la misma Sangre que será recogida por los ángeles en cálices de oro, para luego ser ofrecida por la Iglesia en la Santa Misa, a las almas sedientas del Amor de Dios. Jesús, el Esposo de la Iglesia, da la suprema muestra de amor, ofrendando su vida en la cruz por su Iglesia Esposa. A su vez, la Iglesia Esposa, adora y ama al Cordero, que por Ella da su vida en la cruz.
Así, Jesús se convierte en modelo para los esposos terrenos, cuyo amor por sus esposas debe ser un amor que imite al amor de Jesucristo, un amor que los lleve a dar sus vidas, hasta la muerte de cruz, por sus esposas y sus hijos. A su vez, la Iglesia Esposa, en su actitud de fiel sumisión en el amor, es ejemplo para las esposas cristianas, que deben amar a sus esposos con el mismo amor con el que la Iglesia ama a Jesús. La Santa Cruz se convierte así en el modelo y la fuente del amor esponsal: así como no se puede pensar a Cristo Esposo sin la Iglesia Esposa, y así como no se puede pensar a una Iglesia sin Eucaristía, así tampoco se puede pensar en esposos cristianos cuyo amor esponsal no tenga por modelo y no beba de la fuente del Amor, Cristo crucificado. ¡Oh Jesús, que diste tu vida por amor a tu Iglesia, siendo amado hasta el fin por tu fiel Esposa, haz que los esposos cristianos tomen de la cruz, el modelo y la fuente del amor que como esposos se deben!
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
XII ESTACIÓN: Jesús muere en la cruz.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
La viudez: la muerte de uno de los esposos.
Clavado en la cruz, luego de tres horas de dolorosísima agonía, Jesús entrega su espíritu al Padre, no sin antes habernos dejado muestras asombrosamente increíbles de su amor por nosotros: nos dio a su Madre como Madre nuestra y dejó su Presencia misteriosa en la Eucaristía, para estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”.
Tarde o temprano, uno de los esposos muere antes que el otro. En el caso de los esposos cristianos, la muerte adquiere una dimensión distinta en Cristo, porque Él ha vencido a la muerte en la cruz y nos ha dado la vida eterna. La muerte de un cónyuge, por lo tanto, no debe nunca significar ni desesperación ni tristeza sin consuelo, porque en Cristo tenemos la posibilidad, porque Él nos ha abierto las puertas del cielo con su sacrificio en cruz, de reencontrarnos con nuestros seres queridos, y por lo tanto, los cónyuges que se amaron en Cristo en la tierra, podrán seguir amándose, con el amor santo y puro de Cristo, en el cielo. La muerte de un cónyuge no es, por lo tanto, un punto final, sino el inicio de la esperanza del reencuentro en Cristo, en el Reino de los cielos. Y esta esperanza es la que hace la vida del cónyuge que ha quedado solo en esta tierra, mucho más llevadera, porque espera con ansias el momento en que Cristo, por la misericordia de Dios, lo hará reencontrar con su cónyuge amado, en el Reino de los cielos.
Oración: ¡Oh Jesús sufriste la muerte en cruz y dejaste a tu Madre triste y sola; te pedimos por todos los viudos y viudas que perdieron al compañero de sus vidas, para que encuentren en Ti la fuerza del Amor Divino necesario para vivir serenos y alegres hasta el momento del reencuentro en el cielo, por tu Misericordia!
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
XIII ESTACIÓN: Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Cuando los hijos se mueren.
No hay dolor más grande que el dolor de la Madre de Dios, que recibe al Hijo de su Amor entre sus brazos, al ser bajado de la cruz el Cuerpo sin vida de Jesús. Para la Virgen, significa morir en vida, porque la vida de su alma purísima era su Hijo Jesús y sin Jesús, a la Virgen le parece que, aun estando viva, ya no vive, sino que está muerta. El dolor le atraviesa su Inmaculado Corazón, dando cumplimiento cabal a la profecía del anciano Simeón: “Una espada de dolor te atravesará el corazón”. Una escena similar se repite, toda vez que una madre o un padre pierden a un hijo por la muerte. Pero aquí también, aun cuando el dolor es desgarrador, no hay lugar para la desesperación, porque Nuestra Señora de los Dolores es el modelo que todo padre que ha perdido a su Hijo, debe contemplar e imitar. La Virgen nunca se rebeló contra Dios, por la muerte de su Hijo; por el contrario, la aceptó con amor, con fe y con resignación, dando gracias incluso al Padre, porque su Hijo moría por la salvación del mundo. Todo padre debe aceptar, en medio del dolor más desgarrador, con serenidad y fe cristiana, la muerte de un hijo, contemplando e imitando a la Madre de Dios y ofreciéndole a Ella y a Jesús su dolor, para que ese dolor sea acorde a la voluntad de Dios, es decir, se transforme en salvífico. No cabe otra cosa, que la contemplación e imitación de Nuestra Señora de los Dolores, cuando a los padres se les muere un hijo.
Oración: ¡Nuestra Señora de los Dolores, que aceptaste con fe y con amor la voluntad del Padre, que quería que tu Hijo muriera para la salvación del mundo, dale a los padres que perdieron a sus hijos, la gracia de ofrecer este dolor desgarrador a los pies de la cruz de Jesús, para que su dolor sea un dolor que santifique sus almas y las de muchos hermanos!
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
XIV ESTACIÓN: Jesús es puesto en el sepulcro.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
La muerte del que queda.
Luego de muerto Jesús, la Virgen acompaña a la procesión fúnebre, acompañada por Nicodemo, San Juan Evangelista, y los discípulos. El Cuerpo sin vida de Jesús es colocado en un sepulcro nuevo, excavado en la roca, propiedad de Nicodemo. La última en retirarse del sepulcro es la Virgen y cuando la piedra se cierra, la tumba queda en silencio y en la más completa oscuridad. Resplandecerá con un resplandor más brillante que mil soles juntos cuando Jesús resucite, con su Cuerpo glorioso, el Domingo de Resurrección. Hasta tanto, la Virgen hace guardia junto al sepulcro, llorando en silencio y en soledad, pero meditando en las palabras de Jesús, de que habría de resucitar al tercer día, para no morir más, y eso la llena a la Virgen de una dulce paz.
De la misma manera, cuando muere un cónyuge, el que queda en esta vida no solo no se desespera, sino que, en el silencio y en la oración, medita en el tiempo futuro, en el Reino de los cielos, en donde, por la misericordia de Dios, habrá de encontrar a su cónyuge, en Cristo Jesús, para ya nunca más separarse. Para el cónyuge cristiano no existen ni la desesperanza ni la tristeza extrema, sino la serena alegría que trae al alma la espera del Nuevo Día, el Día de la eternidad, el Día que resplandece en los cielos, con la luz eterna del Cordero de Dios, Jesús Eucaristía, y es en esta esperanza en la que basa la vida terrena que le queda por transcurrir, con serena paz y alegría.
Oración: Señor Jesús, que dijiste: “Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá para siempre”, te pedimos que infundas en los corazones de los esposos la firme esperanza de la vida eterna.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
Reflexión final.

El Vía Crucis termina con la muerte y sepultura de Jesús. Pero esa muerte no fue sino el paso para la resurrección. Él dijo: “Si el grano de trigo no muere, no producirá fruto”. El grano de trigo que muere es Él, que muere en la cruz, y el fruto que da, es la resurrección. Toda familia debe seguir los pasos de Jesús camino del Calvario, es decir, el Via Crucis, para gozar luego con Él de la resurrección en el Reino de los cielos.
XV ESTACIÓN: La Resurrección de Jesús.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús vuelve de la muerte y nos comunica su gloriosa resurrección en cada Eucaristía.
Una vez puesto el Cuerpo muerto de Jesús en el sepulcro, la Virgen es la última en retirarse de la tumba. Se cierra la entrada con una pesada piedra, quedando el sepulcro a oscuras y en el más completo silencio, por lo que resta del Viernes Santo y durante todo el Sábado Santo. Pero en la madrugada del tercer día, tal como lo había prometido, Jesús resucita. Desde su Corazón, comienza a vislumbrarse una luz resplandeciente que se extiende velozmente por todo su Cuerpo y, al tiempo que se extiende, lo llena de la vida y de la gloria de Dios. El Santo Sepulcro se ilumina de pronto con una luz que resplandece con una intensidad mayor a la de miles de soles juntos. El silencio es reemplazado por el sonido de los latidos del Corazón de Jesús, que vuelve a la vida, y por los cánticos de alabanza de los ángeles de Dios. ¡Ha resucitado Jesús, nuestro Dios! ¡Ha vuelto de la muerte, para no morir más! Jesús es el Dios Viviente y la Vida Increada en sí misma, y la muerte ya no tiene poder sobre Él. Su Resurrección gloriosa es la fuente de nuestra esperanza y de serena alegría, aún en los momentos más tristes de la vida, y es la razón por la cual los cristianos no nos desesperamos ni nos dejamos abatir por la tristeza frente a la muerte y a las tribulaciones, porque es la luz de su Resurrección la que ilumina nuestros días, disipando las tinieblas de la muerte, del error y del pecado. Los cristianos nos mantenemos firmes ante toda adversidad, porque estamos seguros de que Él ha resucitado y, con su Resurrección, no solo ha vencido a la muerte, sino que nos ha abierto las puertas del Reino de los cielos, pero además, nos comunica de su misma Vida divina y de su gloriosa Resurrección, en cada comunión eucarística. Para nosotros, los cristianos, la Eucaristía Dominical significa el encuentro con Jesús glorioso y resucitado, y la fuente de toda esperanza y alegría, porque se nos comunica, en cada Eucaristía, en germen, la vida gloriosa de Jesús resucitado. 

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