ORACIÓN INICIAL
En el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo.
R.
Amen.
Por medio del Vía Crucis unimos nuestras almas, por la fe y el amor, a Jesucristo en su camino
del Calvario, único camino al cielo. Como jóvenes, queremos unirnos a su Pasión redentora, cargando nuestra cruz de cada día y siguiéndolo por el Camino Real de la Cruz para que, participando de su Pasión redentora en esta vida, lo lo glorifiquemos y adoremos para siempre, en la eternidad.
I
ESTACIÓN: Jesús es condenado a muerte
– Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Cristo,
el Cordero de Dios, que es la Inocencia y la Pureza en sí misma, es condenado a
muerte luego de un juicio injusto. Él, siendo Inocente, recibe la condena de
muerte que merecíamos nosotros, para salvarnos de la eterna condenación.
En
nuestros días se repite la muerte inocente de Jesús: miles de niños son
sacrificados cruelmente en el holocausto silencioso del aborto. Al igual que los
niños mártires mandados a matar por
Herodes, hoy también mueren, en el seno mismo de sus madres, los niños
sacrificados por el aborto. En Islandia, la tasa de nacimientos de Niños Down
es igual a cero, porque el ciento por ciento de los niños con esa condición,
mueren abortados. Sólo en la unión con la muerte de Cristo Inocente, encuentra
sentido la muerte absurda de niños sin culpa: al ser unidos a Cristo en su
cruz, los niños inocentes abortados y también los que mueren en las guerras
injustas, convierten sus muertes en muertes que, en Cristo, son causa de
salvación para muchos pecadores.
Padre nuestro. – Señor, pequé. –
Tened piedad y misericordia de mí.
II
ESTACIÓN: Jesús con la cruz a cuestas.
-Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Luego
de sufrir una cruel flagelación que arranca la piel de su espalda, de su torso,
de sus brazos y piernas, y luego de ser coronado de espinas, Cristo Jesús carga
sobre sus hombros una pesada cruz, el madero en el que el Cordero será
sacrificado. El peso de la cruz no está dado por el leño, sino por los pecados
de todos los hombres, por mis pecados, que serán lavados por la Sangre del
Cordero. Son mis pecados –la envidia, la maledicencia, el orgullo, la
desobediencia, la concupiscencia de la carne-, los pecados que hacen pesada la
cruz de Jesús. Que yo me decida, de una vez por todas, a dejar la vida de
pecado, para comenzar a vivir la vida de la gracia, y así aliviar el peso de la
cruz de Jesús.
Padre nuestro. – Señor, pequé. –
Tened piedad y misericordia de mí.
III
ESTACIÓN: Jesús cae por primera vez.
– Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
A
poco de haber comenzado el Via Crucis, Jesús cae por primera vez. Agotado por
la falta de sueño, por el cansancio, por el hambre y la sed, sus rodillas
temblorosas no lo sostienen más en pie, y cae pesadamente en el suelo. Pero lo
que hace caer a Jesús no es, en primer lugar, su cuerpo debilitado: mientras
lleva la Cruz, piensa en mí y dice, en secreto, mi nombre. Mientras lleva la
cruz, su Corazón late de amor por mí, y es por eso que le duelen mis
ingratitudes hacia Él; le duelen mis indiferencias hacia su sacrificio; le
duele que yo desprecie su gracia y prefiera el pecado; le duele que, en vez de
cargar la cruz y seguirlo a Él por el camino del Calvario, dirija yo mis pasos,
mis jóvenes pasos, en dirección contraria al camino de la cruz, y es ese dolor,
que le oprime el corazón, el que lo debilita, al punto de hacerlo caer. María,
Madre mía, ayúdame a caminar por detrás de Jesús, cargando la cruz de cada día.
Padre nuestro. – Señor, pequé. –
Tened piedad y misericordia de mí.
IV
ESTACIÓN: Jesús se encuentra con su Madre.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
En
un recodo del Via Crucis, y ante la distracción momentánea de los soldados que
forcejean con la multitud, la Virgen logra acercarse a su Hijo. El encuentro de
María Virgen con Jesús significa para Él, que está agobiado por el peso de la
cruz, por el agotamiento, la fiebre y la sed, un momento de descanso y solaz. Aunque
dura breves segundos, el encuentro con su Madre y el recibir de sus ojos
maternos todo el amor que late en su Inmaculado Corazón, le significa a Jesús
el tomar nuevas fuerzas, para continuar camino del Calvario. Muchos jóvenes
sufren por la incomprensión, la ausencia o el abandono de sus padres, pero a
ninguno de estos jóvenes le falta la protección maternal de María Santísima. Basta
solo invocarla, en los momentos más duros de la vida, para que la Virgen se
haga presente y, con su amor maternal, nos ayude a llevar nuestra cruz con
nuevas fuerzas, tal como lo hizo con Jesús.
Padre nuestro. – Señor, pequé. –
Tened piedad y misericordia de mí.
V
ESTACIÓN: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El
agotamiento de Jesús es tal, que los soldados temen que muera antes de llegar a
la cima del Monte Calvario. Entonces, movidos por el deseo de ver morir a Jesús
y no por compasión, obligan a Simón de Cirene a ayudarlo a cargar la cruz.
Muchos
jóvenes llevan una cruz pesada, y aunque Dios no da nunca una cruz más pesada
que la que el alma puede soportar, llegados a un cierto punto, les parece que
la cruz es imposible de soportar. Esto sucede cuando el joven no advierte que nuestro
Cireneo, voluntario y no obligado, que nos ayuda a llevar la cruz al punto de
casi no sentir el peso, es el propio Jesús. Cuando en nuestra vida sintamos que
el peso de la cruz es excesivo, acudamos a Jesús, nuestro Cireneo del camino,
que llevará la cruz por nosotros, haciendo desaparecer su peso.
Padre nuestro. – Señor, pequé. –
Tened piedad y misericordia de mí.
VI
ESTACIÓN: La Verónica enjuga el rostro de Jesús.
Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al
mundo.
El
Rostro Santísimo de Jesús está cubierto de sangre, su misma Sangre
Preciosísima, brotada de su Cabeza al ser coronado de espinas. Pero la sangre se
debe también a los golpes de puño que ha recibido en la cara, incluido el
violento cachetazo propinado por el servidor de Caifás. Además, el Rostro
Preciosísimo de Jesús está cubierto de tierra, ya que golpeó repetidas veces su
rostro al caer bajo el peso de la cruz, pero esa tierra se transforma en barro
al mezclarse con el sudor y con sus abundantes lágrimas, cubriendo su rostro
con una negra máscara mezcla de sangre, sudor, lágrimas y tierra. Por la misma
razón sus cabellos, tantas veces besados por su Madre, la Virgen, cuando Niño,
están ahora convertidos, en un mazacote sucio y pegajoso que oculta en parte su
rostro. El Rostro Santísimo de Jesús, cuya belleza deleita a los ángeles en el
cielo, está irreconocible ahora a causa del edema y la hinchazón de sus
pómulos, de su ojo cerrado por una trompada, de sus labios hinchados por los
golpes y sangrantes por la sequedad debido a la deshidratación. Al verlo, todos
apartan horrorizados la mirada, como quien da vuelta la cara para no ver el
rostro desfigurado de un hombre. Una mujer piadosa, la Verónica, se compadece
del estado de Jesús y, antes de que los soldados se lo impidan, logra limpiar
el Rostro de Jesús, quedando impresa en el lienzo la Santa Faz de Jesús.
El
Rostro hermosísimo de Jesús está desfigurado, a causa de los pecados de vanidad
de la juventud; el Rostro de Jesús está cubierto de sangre, debido a los
jóvenes que usan la belleza de su juventud para cometer pecados. Dice la
Escritura que “todo es vanidad de vanidades y pura vanidad”. Que la Sangre del
Rostro de Jesús lave mis pecados de orgullo, soberbia y vanidad, y que la Santa
Faz se imprima sobre mi corazón, a fin de que pueda gozarme en su
contemplación, por el tiempo y la eternidad.
Padre nuestro. – Señor, pequé. –
Tened piedad y misericordia de mí.
VII
ESTACIÓN: Jesús cae por segunda vez.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús
vuelve a caer y esta vez, sus rodillas golpean duramente el suelo, provocándole
un dolor agudísimo.
Jesús
cae de rodillas por todos los jóvenes que, negándose a arrodillarse ante Él en
la Cruz y en la Eucaristía, para adorarlo y declararle su amor, se arrodillan
en cambio ante los modernos ídolos de nuestro mundo post-moderno: el hedonismo,
el materialismo, el relativismo. Muchos jóvenes se arrodillan ante los ídolos
neo-paganos del mundo de hoy: el fútbol, la diversión extrema e irracional, el
dinero, el poder, la fama mundana, la satisfacción de las pasiones. Virgen
María, que sea yo capaz de doblar mis rodillas ante Jesús crucificado y ante
Jesús en la Eucaristía, y que sea capaz de apartarme de los ídolos y sus falsos
atractivos, de una vez y para siempre.
Padre nuestro. – Señor, pequé. –
Tened piedad y misericordia de mí.
VIII
ESTACIÓN: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús
encuentra a las piadosas mujeres de Jerusalén, quienes al verlo en tan
lastimosa condición, rompen en llanto por su destino. Pero Jesús les dice que
no deben llorar por Él, sino por ellas y sus hijos, porque al morir Él, la
tierra quedará a oscuras y sin vida, al ser quitado de en medio el Dios de la
Luz y de la Vida. Si Jesús es Dios y Dios es Luz, Vida y Amor, quien no conoce
a Jesús en su Presencia Eucarística, permanece en la oscuridad y en la muerte
espiritual, y el verdadero Amor no habita en Él. Esta es la razón por la que
Jesús les dice que lloren por ellas y sus hijos.
Jesús
sufre por los jóvenes sin Dios, porque no hay mayor desgracia en esta vida, que
vivir la vida sin conocer al Amor de los amores, Cristo Jesús en la Eucaristía.
Virgen María, haz que conozcamos a tu Hijo Jesús en la Eucaristía, para que
conociéndolo lo amemos y amándolo salvemos nuestras almas.
IX
ESTACIÓN: Jesús cae por tercera vez.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Un
poco antes de la cima del Calvario, Jesús, agotado por el peso de la cruz y por
su propia debilidad, cae por tierra por tercera vez. Sin embargo, alentado por
el amor de su Madre, la Virgen, y por el Amor de su Padre, el Espíritu Santo,
se levantará nuevamente y demostrando una fuerza sobrehumana, llegará hasta el
lugar de la crucifixión, antesala del cielo.
Muchos
jóvenes caen en la vida por diversas circunstancias y adversidades, pero Jesús
es nuestro modelo para imitar: así como Él se levantó de sus caídas fortalecido
por el amor de la Virgen y de Dios Padre, así el joven, en las dificultades de
la vida, debe recurrir a la Santa Madre Iglesia para que esta le transmita, por
los sacramentos, el Amor de Dios Padre, perdonando sus pecados en el Sacramento
de la Confesión y alimentando sus almas con el manjar venido del cielo, el Pan
de Vida eterna, la Eucaristía.
Padre nuestro. – Señor, pequé. –
Tened piedad y misericordia de mí.
X
ESTACIÓN: Jesús es despojado de sus vestiduras.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Una
vez en la cima del Monte Calvario, y para disponerlo para la inminente
crucifixión, los soldados arrancan la túnica de Jesús, que estaba ya adherida a
la piel llagada al haberse secado la piel, con una fuerza tal, que junto con la
túnica, le arrancan trozos de piel y de costras, provocándole un dolor que tan
atroz que a Jesús le parece que va a morir, al tiempo que hace que brote de sus
heridas abiertas nuevamente, torrentes inagotables de su Preciosísima Sangre.
Jesús queda desnudo, cubierto por su propia Sangre, y su Madre, quitándose su
velo, cubre su Humanidad.
Jesús
permite el dolor del despojo de sus vestiduras y la vergüenza de comparecer
desnudo ante todos, para reparar por los jóvenes que hacen de la inmodestia, la
impudicia, y la impureza, un modo de vivir. Jesús sufre el dolor y la vergüenza
de su Cuerpo llagado y descubierto, para lavar con su Sangre los pecados de los
jóvenes que ofenden la majestad de Dios al profanar sus cuerpos, que por el
bautismo habían sido convertidos en templos del Espíritu Santo, con la impureza
y con la ingesta de toda clase de substancias tóxicas. Madre de Dios y Madre
mía, que yo comprenda que mi cuerpo es sagrado, porque es templo del Espíritu
Santo, y que mi corazón es como un altar, en donde sólo debe ser adorado y
amado Jesús Eucaristía. Ayúdame, Madre mía, a desterrar de mi vida todo lo que
atente contra la santidad de mi cuerpo, templo del Espíritu de Dios y morada de
la Trinidad.
Padre nuestro. – Señor, pequé. –
Tened piedad y misericordia de mí.
XI
ESTACIÓN: Jesús es crucificado.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Los
gruesos clavos de hierro perforan sus manos y sus pies, provocando una
abundante efusión de Sangre, a la par que un dolor que hace estremecer a Jesús
de pies a cabeza.
En
Jesús crucificado están crucificados todos los niños y jóvenes inocentes que, a
lo largo de la historia, serán condenados a muerte, ya sea en el seno de sus
madres, por el aborto, o bien por causa del Nombre de Jesús, o bien sufrirán la
muerte por enfermedades o por diversos motivos. La crucifixión de Jesús, el
Cordero Inocente crucificado e inmolado, da sentido salvífico al dolor de los
inocentes: en Él, el dolor y la muerte de niños y jóvenes, considerada como
absurda por quienes no creen en Jesús, cobran un sentido sobrenatural,
celestial y salvífico, porque unidas sus muertes a la muerte de Jesús, se
convierten en fuente de santificación para sí mismos y para innumerables almas
de pecadores que, de otra manera, no tendrían forma de convertirse y encontrar
la salvación.
XII
ESTACIÓN: Jesús muere en la cruz.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Luego
de tres horas de estar crucificado y de padecer una agonía dolorosísima, Jesús
cumple su Pascua, su “paso”, de este mundo al otro, entregando su espíritu al
Padre.
La
muerte de Jesús, además de matar a nuestra muerte y abrirnos las puertas del
cielo, repara por la muerte espiritual de muchos jóvenes que eligen vivir en el
pecado, cometiendo pecado mortal tras pecado mortal. Madre de Dios, ayúdame
para que no solo evite todo pecado, principalmente el pecado mortal, sino para
que viva en la gracia de tu Hijo Jesús, que me concede la vida de los hijos de
Dios.
Padre nuestro. – Señor, pequé. –
Tened piedad y misericordia de mí.
XIII
ESTACIÓN: Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús
ha muerto en la cruz; el Hombre-Dios, que es la Vida Increada en sí misma, ha
muerto, dando hasta la última gota de Sangre por nuestra salvación. Los discípulos
de Jesús bajan su Cuerpo ya sin vida y lo depositan, suavemente, entre los
brazos de la Madre, que ha enmudecido por el dolor y de cuyos ojos brotan
abundantes y amargas lágrimas, porque ha muerto el Hijo de su amor. El Hombre-Dios
vino al mundo entre los brazos de su Madre, y cumple su Pascua, pasa de este
mundo al otro, también en brazos de su Madre. Así como la Virgen lo abrazó con
amor inefable cuando era Niño, ahora que su Niño, el Hombre-Dios, ha muerto,
también lo abraza, con amor inefable y con un dolor que le atraviesa su
Inmaculado Corazón, con una fuerza tal, que le quitaría la vida, si Dios no la
sostuviera con su Amor.
Confiemos
nuestra vida a la Virgen, y también nuestra muerte, consagrándonos a su
Inmaculado Corazón, para que amparados por su manto y protegidos por su amor
maternal, vivamos esta vida terrena en la gracia y el Amor de Dios, para vivir
luego en la gloria del Reino de los cielos.
Padre nuestro. – Señor, pequé. –
Tened piedad y misericordia de mí.
XIV
ESTACIÓN: Jesús es puesto en el sepulcro.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Colocan
el Cuerpo muerto de Jesús en la fría losa del sepulcro. La Virgen es la última
en retirarse de la tumba, luego de lo cual, la cierran, haciendo correr una
roca de gran tamaño sobre la puerta. Al quedarse sin la luz del sol, la tumba se
cubre de tinieblas y su temperatura baja rápidamente, al extremo casi de la
congelación. El sepulcro, frío y oscuro, es figura del alma del joven sin Jesús
Eucaristía: frío, sin amor; oscuro, sin la luz de la gracia. El Domingo de
Resurrección, el sepulcro se iluminará con un esplendor mayor al de miles de
soles juntos y la frialdad dará paso al calor del Amor de Dios, cuando el
Cuerpo glorioso de Jesús, lleno de la gloria y de la vida divina, resucite para
no morir más.
El
corazón del joven –como el corazón de todo ser humano-, cuando no lo tiene a Jesús
Eucaristía, es oscuro, porque no tiene la gracia de Dios, y es frío, porque no
tiene el Amor de Dios. Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que yo ame a Jesús
Eucaristía para que Él ilumine, con su luz divina, mis tinieblas, y para que me
conceda el calor del Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, delicia de toda
alma.
Padre nuestro. – Señor, pequé. –
Tened piedad y misericordia de mí.
XV
ESTACIÓN: La Resurrección de Jesús.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
– Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El
Domingo de Resurrección, Jesús vuelve de la muerte, lleno de la vida, de la
glori, de la luz y del Amor de Dios. Cada día Domingo, de todos los días
Domingos de la tierra, hasta el fin del mundo, es iluminado por los
resplandores de este Domingo Santo y es por eso que el Domingo es el Día del
Señor, que debe ser dedicado a Él y solo a Él.
Jesús
resucita y de su Cuerpo glorioso, emite la luz de la gloria divina, y esa misma
luz de la divina gloria, es la que nos comunica en cada Eucaristía. Asistir a
la Misa dominical y recibir la Eucaristía en estado de gracia, es para el alma
del joven la más hermosa experiencia de amor que pueda jamás vivir en esta
vida, porque significa recibir, del Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús, su
vida, su gloria, su luz, su alegría divina y su Amor eterno. Nuestra Señora de
la Eucaristía, que nunca deje de recibir el Cuerpo glorioso de tu Hijo, Jesús
Eucaristía.
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