sábado, 8 de abril de 2017

Via Crucis para Jóvenes



ORACIÓN INICIAL

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amen.
Por medio del Vía Crucis unimos nuestras almas, por la fe y el amor, a Jesucristo en su camino del Calvario, único camino al cielo. Como jóvenes, queremos unirnos a su Pasión redentora, cargando nuestra cruz de cada día y siguiéndolo por el Camino Real de la Cruz para que, participando de su Pasión redentora en esta vida, lo lo glorifiquemos y adoremos para siempre, en la eternidad.

I ESTACIÓN: Jesús es condenado a muerte
– Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Cristo, el Cordero de Dios, que es la Inocencia y la Pureza en sí misma, es condenado a muerte luego de un juicio injusto. Él, siendo Inocente, recibe la condena de muerte que merecíamos nosotros, para salvarnos de la eterna condenación.
En nuestros días se repite la muerte inocente de Jesús: miles de niños son sacrificados cruelmente en el holocausto silencioso del aborto. Al igual que los niños mártires mandados a matar  por Herodes, hoy también mueren, en el seno mismo de sus madres, los niños sacrificados por el aborto. En Islandia, la tasa de nacimientos de Niños Down es igual a cero, porque el ciento por ciento de los niños con esa condición, mueren abortados. Sólo en la unión con la muerte de Cristo Inocente, encuentra sentido la muerte absurda de niños sin culpa: al ser unidos a Cristo en su cruz, los niños inocentes abortados y también los que mueren en las guerras injustas, convierten sus muertes en muertes que, en Cristo, son causa de salvación para muchos pecadores.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
II ESTACIÓN: Jesús con la cruz a cuestas.
-Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Luego de sufrir una cruel flagelación que arranca la piel de su espalda, de su torso, de sus brazos y piernas, y luego de ser coronado de espinas, Cristo Jesús carga sobre sus hombros una pesada cruz, el madero en el que el Cordero será sacrificado. El peso de la cruz no está dado por el leño, sino por los pecados de todos los hombres, por mis pecados, que serán lavados por la Sangre del Cordero. Son mis pecados –la envidia, la maledicencia, el orgullo, la desobediencia, la concupiscencia de la carne-, los pecados que hacen pesada la cruz de Jesús. Que yo me decida, de una vez por todas, a dejar la vida de pecado, para comenzar a vivir la vida de la gracia, y así aliviar el peso de la cruz de Jesús.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
III ESTACIÓN: Jesús cae por primera vez.
– Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
A poco de haber comenzado el Via Crucis, Jesús cae por primera vez. Agotado por la falta de sueño, por el cansancio, por el hambre y la sed, sus rodillas temblorosas no lo sostienen más en pie, y cae pesadamente en el suelo. Pero lo que hace caer a Jesús no es, en primer lugar, su cuerpo debilitado: mientras lleva la Cruz, piensa en mí y dice, en secreto, mi nombre. Mientras lleva la cruz, su Corazón late de amor por mí, y es por eso que le duelen mis ingratitudes hacia Él; le duelen mis indiferencias hacia su sacrificio; le duele que yo desprecie su gracia y prefiera el pecado; le duele que, en vez de cargar la cruz y seguirlo a Él por el camino del Calvario, dirija yo mis pasos, mis jóvenes pasos, en dirección contraria al camino de la cruz, y es ese dolor, que le oprime el corazón, el que lo debilita, al punto de hacerlo caer. María, Madre mía, ayúdame a caminar por detrás de Jesús, cargando la cruz de cada día.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
IV ESTACIÓN: Jesús se encuentra con su Madre.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
En un recodo del Via Crucis, y ante la distracción momentánea de los soldados que forcejean con la multitud, la Virgen logra acercarse a su Hijo. El encuentro de María Virgen con Jesús significa para Él, que está agobiado por el peso de la cruz, por el agotamiento, la fiebre y la sed, un momento de descanso y solaz. Aunque dura breves segundos, el encuentro con su Madre y el recibir de sus ojos maternos todo el amor que late en su Inmaculado Corazón, le significa a Jesús el tomar nuevas fuerzas, para continuar camino del Calvario. Muchos jóvenes sufren por la incomprensión, la ausencia o el abandono de sus padres, pero a ninguno de estos jóvenes le falta la protección maternal de María Santísima. Basta solo invocarla, en los momentos más duros de la vida, para que la Virgen se haga presente y, con su amor maternal, nos ayude a llevar nuestra cruz con nuevas fuerzas, tal como lo hizo con Jesús.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
V ESTACIÓN: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El agotamiento de Jesús es tal, que los soldados temen que muera antes de llegar a la cima del Monte Calvario. Entonces, movidos por el deseo de ver morir a Jesús y no por compasión, obligan a Simón de Cirene a ayudarlo a cargar la cruz.
Muchos jóvenes llevan una cruz pesada, y aunque Dios no da nunca una cruz más pesada que la que el alma puede soportar, llegados a un cierto punto, les parece que la cruz es imposible de soportar. Esto sucede cuando el joven no advierte que nuestro Cireneo, voluntario y no obligado, que nos ayuda a llevar la cruz al punto de casi no sentir el peso, es el propio Jesús. Cuando en nuestra vida sintamos que el peso de la cruz es excesivo, acudamos a Jesús, nuestro Cireneo del camino, que llevará la cruz por nosotros, haciendo desaparecer su peso.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
VI ESTACIÓN: La Verónica enjuga el rostro de Jesús.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El Rostro Santísimo de Jesús está cubierto de sangre, su misma Sangre Preciosísima, brotada de su Cabeza al ser coronado de espinas. Pero la sangre se debe también a los golpes de puño que ha recibido en la cara, incluido el violento cachetazo propinado por el servidor de Caifás. Además, el Rostro Preciosísimo de Jesús está cubierto de tierra, ya que golpeó repetidas veces su rostro al caer bajo el peso de la cruz, pero esa tierra se transforma en barro al mezclarse con el sudor y con sus abundantes lágrimas, cubriendo su rostro con una negra máscara mezcla de sangre, sudor, lágrimas y tierra. Por la misma razón sus cabellos, tantas veces besados por su Madre, la Virgen, cuando Niño, están ahora convertidos, en un mazacote sucio y pegajoso que oculta en parte su rostro. El Rostro Santísimo de Jesús, cuya belleza deleita a los ángeles en el cielo, está irreconocible ahora a causa del edema y la hinchazón de sus pómulos, de su ojo cerrado por una trompada, de sus labios hinchados por los golpes y sangrantes por la sequedad debido a la deshidratación. Al verlo, todos apartan horrorizados la mirada, como quien da vuelta la cara para no ver el rostro desfigurado de un hombre. Una mujer piadosa, la Verónica, se compadece del estado de Jesús y, antes de que los soldados se lo impidan, logra limpiar el Rostro de Jesús, quedando impresa en el lienzo la Santa Faz de Jesús.
El Rostro hermosísimo de Jesús está desfigurado, a causa de los pecados de vanidad de la juventud; el Rostro de Jesús está cubierto de sangre, debido a los jóvenes que usan la belleza de su juventud para cometer pecados. Dice la Escritura que “todo es vanidad de vanidades y pura vanidad”. Que la Sangre del Rostro de Jesús lave mis pecados de orgullo, soberbia y vanidad, y que la Santa Faz se imprima sobre mi corazón, a fin de que pueda gozarme en su contemplación, por el tiempo y la eternidad.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
VII ESTACIÓN: Jesús cae por segunda vez.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús vuelve a caer y esta vez, sus rodillas golpean duramente el suelo, provocándole un dolor agudísimo.
Jesús cae de rodillas por todos los jóvenes que, negándose a arrodillarse ante Él en la Cruz y en la Eucaristía, para adorarlo y declararle su amor, se arrodillan en cambio ante los modernos ídolos de nuestro mundo post-moderno: el hedonismo, el materialismo, el relativismo. Muchos jóvenes se arrodillan ante los ídolos neo-paganos del mundo de hoy: el fútbol, la diversión extrema e irracional, el dinero, el poder, la fama mundana, la satisfacción de las pasiones. Virgen María, que sea yo capaz de doblar mis rodillas ante Jesús crucificado y ante Jesús en la Eucaristía, y que sea capaz de apartarme de los ídolos y sus falsos atractivos, de una vez y para siempre.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
VIII ESTACIÓN: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús encuentra a las piadosas mujeres de Jerusalén, quienes al verlo en tan lastimosa condición, rompen en llanto por su destino. Pero Jesús les dice que no deben llorar por Él, sino por ellas y sus hijos, porque al morir Él, la tierra quedará a oscuras y sin vida, al ser quitado de en medio el Dios de la Luz y de la Vida. Si Jesús es Dios y Dios es Luz, Vida y Amor, quien no conoce a Jesús en su Presencia Eucarística, permanece en la oscuridad y en la muerte espiritual, y el verdadero Amor no habita en Él. Esta es la razón por la que Jesús les dice que lloren por ellas y sus hijos.
Jesús sufre por los jóvenes sin Dios, porque no hay mayor desgracia en esta vida, que vivir la vida sin conocer al Amor de los amores, Cristo Jesús en la Eucaristía. Virgen María, haz que conozcamos a tu Hijo Jesús en la Eucaristía, para que conociéndolo lo amemos y amándolo salvemos nuestras almas.
IX ESTACIÓN: Jesús cae por tercera vez.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Un poco antes de la cima del Calvario, Jesús, agotado por el peso de la cruz y por su propia debilidad, cae por tierra por tercera vez. Sin embargo, alentado por el amor de su Madre, la Virgen, y por el Amor de su Padre, el Espíritu Santo, se levantará nuevamente y demostrando una fuerza sobrehumana, llegará hasta el lugar de la crucifixión, antesala del cielo.
Muchos jóvenes caen en la vida por diversas circunstancias y adversidades, pero Jesús es nuestro modelo para imitar: así como Él se levantó de sus caídas fortalecido por el amor de la Virgen y de Dios Padre, así el joven, en las dificultades de la vida, debe recurrir a la Santa Madre Iglesia para que esta le transmita, por los sacramentos, el Amor de Dios Padre, perdonando sus pecados en el Sacramento de la Confesión y alimentando sus almas con el manjar venido del cielo, el Pan de Vida eterna, la Eucaristía.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
X ESTACIÓN: Jesús es despojado de sus vestiduras.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Una vez en la cima del Monte Calvario, y para disponerlo para la inminente crucifixión, los soldados arrancan la túnica de Jesús, que estaba ya adherida a la piel llagada al haberse secado la piel, con una fuerza tal, que junto con la túnica, le arrancan trozos de piel y de costras, provocándole un dolor que tan atroz que a Jesús le parece que va a morir, al tiempo que hace que brote de sus heridas abiertas nuevamente, torrentes inagotables de su Preciosísima Sangre. Jesús queda desnudo, cubierto por su propia Sangre, y su Madre, quitándose su velo, cubre su Humanidad.
Jesús permite el dolor del despojo de sus vestiduras y la vergüenza de comparecer desnudo ante todos, para reparar por los jóvenes que hacen de la inmodestia, la impudicia, y la impureza, un modo de vivir. Jesús sufre el dolor y la vergüenza de su Cuerpo llagado y descubierto, para lavar con su Sangre los pecados de los jóvenes que ofenden la majestad de Dios al profanar sus cuerpos, que por el bautismo habían sido convertidos en templos del Espíritu Santo, con la impureza y con la ingesta de toda clase de substancias tóxicas. Madre de Dios y Madre mía, que yo comprenda que mi cuerpo es sagrado, porque es templo del Espíritu Santo, y que mi corazón es como un altar, en donde sólo debe ser adorado y amado Jesús Eucaristía. Ayúdame, Madre mía, a desterrar de mi vida todo lo que atente contra la santidad de mi cuerpo, templo del Espíritu de Dios y morada de la Trinidad.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
XI ESTACIÓN: Jesús es crucificado.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Los gruesos clavos de hierro perforan sus manos y sus pies, provocando una abundante efusión de Sangre, a la par que un dolor que hace estremecer a Jesús de pies a cabeza.

En Jesús crucificado están crucificados todos los niños y jóvenes inocentes que, a lo largo de la historia, serán condenados a muerte, ya sea en el seno de sus madres, por el aborto, o bien por causa del Nombre de Jesús, o bien sufrirán la muerte por enfermedades o por diversos motivos. La crucifixión de Jesús, el Cordero Inocente crucificado e inmolado, da sentido salvífico al dolor de los inocentes: en Él, el dolor y la muerte de niños y jóvenes, considerada como absurda por quienes no creen en Jesús, cobran un sentido sobrenatural, celestial y salvífico, porque unidas sus muertes a la muerte de Jesús, se convierten en fuente de santificación para sí mismos y para innumerables almas de pecadores que, de otra manera, no tendrían forma de convertirse y encontrar la salvación.
XII ESTACIÓN: Jesús muere en la cruz.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Luego de tres horas de estar crucificado y de padecer una agonía dolorosísima, Jesús cumple su Pascua, su “paso”, de este mundo al otro, entregando su espíritu al Padre.
La muerte de Jesús, además de matar a nuestra muerte y abrirnos las puertas del cielo, repara por la muerte espiritual de muchos jóvenes que eligen vivir en el pecado, cometiendo pecado mortal tras pecado mortal. Madre de Dios, ayúdame para que no solo evite todo pecado, principalmente el pecado mortal, sino para que viva en la gracia de tu Hijo Jesús, que me concede la vida de los hijos de Dios.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
XIII ESTACIÓN: Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús ha muerto en la cruz; el Hombre-Dios, que es la Vida Increada en sí misma, ha muerto, dando hasta la última gota de Sangre por nuestra salvación. Los discípulos de Jesús bajan su Cuerpo ya sin vida y lo depositan, suavemente, entre los brazos de la Madre, que ha enmudecido por el dolor y de cuyos ojos brotan abundantes y amargas lágrimas, porque ha muerto el Hijo de su amor. El Hombre-Dios vino al mundo entre los brazos de su Madre, y cumple su Pascua, pasa de este mundo al otro, también en brazos de su Madre. Así como la Virgen lo abrazó con amor inefable cuando era Niño, ahora que su Niño, el Hombre-Dios, ha muerto, también lo abraza, con amor inefable y con un dolor que le atraviesa su Inmaculado Corazón, con una fuerza tal, que le quitaría la vida, si Dios no la sostuviera con su Amor.
Confiemos nuestra vida a la Virgen, y también nuestra muerte, consagrándonos a su Inmaculado Corazón, para que amparados por su manto y protegidos por su amor maternal, vivamos esta vida terrena en la gracia y el Amor de Dios, para vivir luego en la gloria del Reino de los cielos.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
XIV ESTACIÓN: Jesús es puesto en el sepulcro.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Colocan el Cuerpo muerto de Jesús en la fría losa del sepulcro. La Virgen es la última en retirarse de la tumba, luego de lo cual, la cierran, haciendo correr una roca de gran tamaño sobre la puerta. Al quedarse sin la luz del sol, la tumba se cubre de tinieblas y su temperatura baja rápidamente, al extremo casi de la congelación. El sepulcro, frío y oscuro, es figura del alma del joven sin Jesús Eucaristía: frío, sin amor; oscuro, sin la luz de la gracia. El Domingo de Resurrección, el sepulcro se iluminará con un esplendor mayor al de miles de soles juntos y la frialdad dará paso al calor del Amor de Dios, cuando el Cuerpo glorioso de Jesús, lleno de la gloria y de la vida divina, resucite para no morir más.
El corazón del joven –como el corazón de todo ser humano-, cuando no lo tiene a Jesús Eucaristía, es oscuro, porque no tiene la gracia de Dios, y es frío, porque no tiene el Amor de Dios. Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que yo ame a Jesús Eucaristía para que Él ilumine, con su luz divina, mis tinieblas, y para que me conceda el calor del Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, delicia de toda alma.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
XV ESTACIÓN: La Resurrección de Jesús.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El Domingo de Resurrección, Jesús vuelve de la muerte, lleno de la vida, de la glori, de la luz y del Amor de Dios. Cada día Domingo, de todos los días Domingos de la tierra, hasta el fin del mundo, es iluminado por los resplandores de este Domingo Santo y es por eso que el Domingo es el Día del Señor, que debe ser dedicado a Él y solo a Él.
Jesús resucita y de su Cuerpo glorioso, emite la luz de la gloria divina, y esa misma luz de la divina gloria, es la que nos comunica en cada Eucaristía. Asistir a la Misa dominical y recibir la Eucaristía en estado de gracia, es para el alma del joven la más hermosa experiencia de amor que pueda jamás vivir en esta vida, porque significa recibir, del Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús, su vida, su gloria, su luz, su alegría divina y su Amor eterno. Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca deje de recibir el Cuerpo glorioso de tu Hijo, Jesús Eucaristía.


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