El mundo de hoy se caracteriza por presentarnos numerosos
ídolos –de cine, de rock, de música, de fútbol-, a través de los medios de
comunicación: televisión, internet, cine, espectáculos de todo tipo. Estos ídolos
nos parecen muy cercanos y parecen estar con nosotros, porque siempre que se
nos aparecen, a través de los medios de comunicación, están llenos de movimiento,
de luces, de sonidos; parecen vivos y nos dan la sensación de que están al
alcance de nuestra mano. Sin embargo, esto es un espejismo, porque cuando los
necesitamos, esos ídolos desaparecen, porque son nada más que como un
pensamiento que se desvanece, como un recuerdo de la memoria, que en un momento
está, y después ya no está más. Los ídolos del mundo desaparecen, cuando más
los necesitamos.
Por el contrario, hay Alguien que, a diferencia de los
ídolos, pareciera no estar, o estar dormido, porque no lo vemos, ni lo
sentimos, pero siempre que lo necesitamos, está, y ese Alguien, que siempre
está cuando lo necesitamos, es Jesús. Jesús no es un invento de la imaginación,
no es un ser irreal, de fantasía; no es un personaje de alguna serie de
televisión; no es una estrella de cine, ni de fútbol. Jesús es Dios hecho
hombre sin dejar de ser Dios; es el Hombre-Dios, que viene a nosotros como un
Niño, para que no tengamos temor en acercarnos a Él; es Dios, que viene a
nosotros como un hombre crucificado, para que no tengamos miedo en acercarnos a
Él; es Dios, que se queda entre nosotros oculto, escondido, detrás de lo que
parece ser un poco de pan, pero ya no es más pan, porque es Él, Cristo Jesús,
en la Eucaristía. Jesús viene como Niño, como hombre crucificado, como Pan
Vivo, para que no solo no tengamos miedo en acercarnos a Él, sino para que
recibamos su Amor y para que le demos nuestro amor, poco o mucho, pero que le
demos nuestro amor.
Viene como un Niño recién nacido, para que le demos nuestro amor,
así como se da cariño, afecto y amor paterno a un niño recién nacido; viene
como un hombre crucificado, para que le tengamos compasión y nos acerquemos a
Él y le demos nuestro Amor y recibamos el Amor de su Corazón traspasado por la
lanza; se queda entre nosotros como si fuera pan, aunque no es un pan sin vida,
como el pan de la mesa, sino que es el Pan Vivo bajado del cielo, que quiere
entrar en nuestros corazones para darnos su Amor. Jesús no es como los ídolos
del mundo, que desaparecen; Jesús está siempre cuando lo necesitamos y podemos
y debemos acudir a Él, en todas las circunstancias de la vida, en las más
alegres, para darle gracias; en las más tristes, para pedirle consuelo. Acudamos
a Jesús, que está en la Cruz y en Persona en la Eucaristía, y nos daremos
cuenta de que Él está vivo y resucitado y que nos ama y nos consuela y siempre,
pero siempre, nos escucha y nos auxilia.
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