Por lo general, entre los estudiantes, la palabra “estudio”
tiene una carga negativa, porque se la asocia a algo arduo, duro, sacrificado,
aburrido. Sin embargo, cuando se analiza el proceso del conocimiento –que comienza
en la realidad sensible y se eleva a lo insensible para producir algo
inmaterial, el pensamiento-, el “estudio” adquiere una dimensión totalmente
distinta.
En el proceso de adquisición de conocimientos, la persona
que estudia, el estudiante, se perfecciona desde el momento en que adquiere
algo que antes no tenía y es, propiamente, el conocimiento. Partiendo de la
realidad sensible particular, el intelecto del hombre percibe la imagen que le
proporcionan los sentidos externos y el sentido interno –el sentido común-,
para elaborar “algo”, que no es particular sino universal y que no es material
sino inmaterial, el concepto o pensamiento. Es decir, el estudio es un acto
productivo, desde el momento en que produce conceptos, que son entes
inteligibles, que le permiten al hombre conocer la realidad y apropiarse de
ella. Conocer es, en cierto sentido, apoderarse de la realidad, es hacer propia
la realidad: esa realidad que está ahí afuera de mi espíritu y es material y
particular, por el proceso del pensamiento, la adquiero para mí, porque elaboro
un universal abstracto, que es el pensamiento y que me pertenece. Por esta
razón los autores como Aristóteles afirman que el estudio, en el que se aplica
el proceso de conocer, perfecciona a la persona, porque la hace más perfecta que
antes de conocer: ahora posee algo –inmaterial, insensible, intelectual-, que
antes no lo poseía y es el pensamiento. Estudiar, entonces, se vuelve una tarea
fascinante, porque a la par que me perfecciona, me permite “apoderarme” de la realidad,
haciendo que esa realidad sea mía en mis conceptos. El estudio, entonces, me
perfecciona, al tiempo que me enriquece, porque me hace poseedor, en los
conceptos, de la realidad que me rodea.
Cuando la persona descubre lo fascinante que es aprender,
por el hecho de que perfecciona a la persona en su ser y así la hace ser mejor
persona y porque la hace dueña de la realidad, la palabra “estudio” no solo se
despoja de su carga negativa dada arbitrariamente, sino que adquiere todo el
sentido positivo de su realidad: el estudiar se vuelve entonces una verdadera
aventura, una aventura en la que el alma se realiza al perfeccionarse y hacerse
poseedora de la realidad. A estas características se les agrega otro aspecto que
hace al estudio aun más fascinante, que es algo mucho más grande que
simplemente “no ser aburrido” o “ser divertido”: el que estudia se hace dueño
de la Verdad Absoluta, de la cual depende toda verdad participada.
Lo mejor que le puede pasar a un estudiante es que aprenda a
aprender, porque así le descubrirá el sabor exquisito del estudio, que conduce
a la fascinación de la Verdad Absoluta, de la cual dependen todas las verdades
participadas y descubiertas en la aventura de estudiar.
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