¿Cuántos tipos de oración hay?
Una forma de oración elemental es la oración llamada “vocal”,
en la que se unen la mente, el corazón y los órganos vocales para la alabanza,
la gratitud -el dolor-, la petición que le son debidas[1]. La
oración vocal no necesariamente debe ser audible; podemos orar en silencio, y
así lo hacemos frecuentemente, moviendo sólo los labios “de la mente”, o “los
labios del alma”, pero, si para rezar usamos palabras, aunque las digamos
silenciosamente, esa oración es oración vocal.
Lo que debemos tener en cuenta cuando hablamos de oración,
es que, debido a que no somos ángeles, sino seres humanos, y que por lo tanto,
estamos compuestos de cuerpo y alma, unidos substancialmente –quiere decir que
no somos ni cuerpos separados ni espíritus separados, sino cuerpo y alma unidos
indisolublemente-, nuestro cuerpo expresa la interioridad del alma, y esto se
refleja en la oración. Por ejemplo: si en mi interior hago un acto de amor
profundo y de adoración profunda a Jesucristo en cuanto Hombre-Dios, Presente
con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía, puedo –y debo-
acompañar, con mi cuerpo, externamente, ese acto interior de amor y de
adoración que hice con mi alma, y la forma de hacerlo con mi cuerpo, es por
medio de la genuflexión, es decir, de la posición de rodillas. En otras
palabras, la adoración interior que yo hago con mi alma, fruto del amor
interior de un acto de mi corazón, a Jesucristo, en cuanto Segunda Persona
encarnada, que está Presente, con su Cuerpo glorioso y resucitado en la
Eucaristía, puedo y debo acompañarlo, con un gesto externo de genuflexión, es
decir, de doblar mis rodillas, ante su Presencia Eucarística, cuando me
encuentre ante el Sagrario o al momento de recibir la Sagrada Comunión, en la
Santa Misa, debido a que yo soy un hombre, es decir, estoy compuesto por alma y
por cuerpo, y la forma de expresar mi amor y mi adoración a Jesucristo en la
Eucaristía, es doble: en el alma, por el acto interior de amor y de adoración;
en el cuerpo, por el acto exterior de genuflexión. Lo mismo se diga, por
ejemplo, en la ceremonia de Adoración de la Santa Cruz, en el Viernes Santo, o
cada vez que se pasa delante del Sagrario, o cuando se está delante del
Santísimo Sacramento del Altar en la Adoración Eucarística, etc.
Otros gestos corporales, que acompañan a los actos internos
de amor y de adoración –o veneración, si se trata de la Virgen, o los santos-,
son la inclinación de la cabeza al pronunciar el nombre de Dios, de la Virgen,
de los santos, etc.
La oración puede ser individual, o también grupal, y esto es
muy común o natural, desde el momento en que Dios nos creó como seres
naturalmente sociables, para que vivamos unidos como hermanos, en caridad
fraterna. Precisamente, en donde se vive a la perfección esta hermandad es en
la Iglesia, que es llamada también “Cuerpo Místico de Cristo”, puesto que los
bautizados formamos un cuerpo cuya Cabeza es Cristo y cuya Alma es el Espíritu
Santo. Cuando oramos como Cuerpo Místico de Cristo, es decir, como Iglesia, esa
oración tiene mucha más fuerza que cuando hacemos oración de forma individual. Además,
la oración grupal, tiene una promesa especial de parte de Jesús, que no la
tiene la oración individual, y que es su Presencia Personal: “Donde están dos o
tres congregados en mi Nombre, ahí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Esto hace tan especiales las
oraciones en familia o las oraciones grupales de cualquier tipo, puesto que
Jesús está Presente en medio de ellos, y si está Jesús, está también la Virgen,
y también están los ángeles de Dios.
Además de la oración vocal, está la oración “mental”, en la
cual no intervienen los órganos de la palabra ni las palabras. En esta oración
dejamos que Dios nos hable, en vez de ser nosotros los que hablemos[2]. Dentro
de este tipo de oración está la “meditación”, en la que pensamos una verdad de
fe, una parte de la vida de Jesús, o de los santos. Y lo hacemos para aumentar
la fe, la esperanza y el amor, partiendo de la lectura del Evangelio, o del “Via
Crucis”, o de la Pasión, o de la vida de los santos. Lo ideal, es hacer todos
los días unos quince minutos de meditación, delante del sagrario, en lo
posible, o en un lugar apartado.
Otra forma de oración, más elevado, es la “contemplación”. En
esta forma de oración, cesa toda actividad mental de parte nuestra: no hay ni
actividad de la imaginación, ni actividad mental, ni pronunciación de palabra
alguna, aun cuando esa palabra sea solo mental; dejamos la mente en silencio
absoluto, mirando solo al sagrario, y pidiendo a Dios que sea Él quien nos
hable al corazón.
Lo
mejor de todo, y lo más seguro, para no caer en engaños y auto-engaños, es
encomendar la oración, antes de hacer cualquier tipo de oración, pero sobre todo
esta oración de contemplación, a la Virgen, para que sea Ella quien lleve
nuestra oración, desde su Inmaculado Corazón, hasta el Sagrado Corazón de
Jesús. Encomendándole nuestra oración a la Virgen, estaremos siempre seguros de
que nuestra oración será siempre escuchada por Dios.
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