¿Cómo hacer una oración que agrade a Dios?
Algo
que se debe tener en cuenta a la hora de hacer oración, es la concentración[1] en
la misma, puesto que debemos ser conscientes de que rezamos a Dios, es decir, a
un ser vivo, y no a un ser inerte. Todavía más, recordemos que el Dios de los
católicos, es Dios Uno y Trino, es decir, es Trinidad de Personas: Dios Padre,
Dios Hijo, y Dios Espíritu Santo. Por lo tanto, la oración es comunión de vida
y amor con Dios, Trinidad de Personas, y Dios es “Dios de vivos y no de muertos”;
entonces, cuando oramos, Él, en su Triunidad de Personas divinas, está
sumamente atento a lo que decimos y a cómo lo decimos. Para darnos una idea,
cuando oramos, sucede exactamente lo mismo a como sucede cuando hablamos con
las personas humanas en la tierra: así como no es lo mismo hablar con una
persona de forma distraída, sin prestarle atención a lo que le decimos, lo cual
demuestra falta de respeto para con esa persona, así tampoco da lo mismo rezar
de forma distraída a Dios Uno y Trino, sin prestar atención a la oración que
estamos haciendo. Al revés, también es lo mismo: así como cuando hablamos con
una persona y demostramos respeto y atención hablando con ella, así también,
cuando oramos con atención y devoción, demostramos respeto a Dios, y nuestra
oración está mejor hecha.
Un buen consejo para orar nos lo proporciona San Agustín:
nos dice que, al orar, para no distraernos, podemos usar la siguiente técnica: podemos
concentrarnos en quien ora –es decir, en nosotros, que somos pecadores-, o podemos
concentrarnos en lo que decimos al orar –las palabras de las oraciones-, o podemos
concentrarnos en las personas a las cuales dirigimos las oraciones –Dios Padre,
Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, la Virgen, los ángeles, los santos-. Esta es
una buena regla para orar sin distracciones.
Otra forma de orar es haciendo lo que San Ignacio de Loyola
llama: “composición de lugar”, usando la “imaginación”. ¿Cómo se hace? Por
ejemplo, se lee un pasaje del Evangelio y luego, dice San Ignacio, uno se
introduce con la “imaginación contemplativa”, como si fuera “un esclavito
indigno”, buscando de aplicar los sentidos, siendo un espectador pasivo de la
escena, escuchando lo que dicen Nuestro Señor, la Virgen, los discípulos de
Jesús, etc. También se pueden aplicar los otros sentidos, con sumo respeto y
consideración. Con esta técnica, se pueden usar no solo pasajes del Evangelio,
sino vidas de santos, y otros libros usados para la formación espiritual del
cristiano.
Otro aspecto que hay que tener en cuenta en la oración, es
que, ante Dios, lo que cuenta no es la cantidad, sino la calidad de la oración.
Es lo que Jesús nos quiere decir, cuando dice en el Evangelio que no debemos
orar solo “moviendo los labios, como los paganos”, que creen que por mucho
orar, serán escuchados. Lo que cuenta, ante Dios, no es la oración superficial
y dicha en cantidad, sino la oración que brota desde lo más profundo del
corazón, la oración dicha en el silencio del corazón y con amor; puede
expresarse o no con los labios, pero lo que cuenta es que esté precedida por el
amor del corazón. Por eso puede decirse que la oración, para que sea verdadera,
tiene que tener estas dos partes: la interior, que es el amor del corazón, y la
exterior, que es el sonido con el que se la escucha audible y exteriormente. Si
la oración no tiene el componente del amor, dirigido a Dios Uno y Trino, es una
oración vacía, hueca, que resuena exteriormente, “como un címbalo”, pero que no
llega a Dios; esa sí es como la oración de los paganos; puede ser una oración
abundante en cantidad, pero al no contar con el “propulsor” o el “motor
interior” o “combustible interno” que es el amor, no puede remontar vuelo y
apenas sale de los labios, cae a tierra y no se remonta a los cielos, y nunca
llega a Dios, aun cuando esa oración esté formada por las más hermosas
palabras.
Por el contrario, cuando la oración brota desde lo más profundo
del corazón, esa oración llega hasta el altar del cielo, hasta el trono del
Cordero en los cielos, porque el Amor es el motor de esa oración y es un motor
potentísimo, que la impulsa y le da una fuerza potentísima, tan potente, que la
hace llegar hasta el Corazón mismo de Dios.
Ahora bien, si esto es así, aquí se nos presenta un
problema: ¿cómo hacer para que esa oración se encienda en el amor, si la
mayoría de las veces nuestro corazón está como apagado y falto de amor para con
Dios? ¿Cómo hacer para que la oración posea el propulsor del Amor y así pueda
llegar hasta el trono del Cordero en los cielos, si la mayoría de las veces,
nuestro corazón está ocupado por el amor a las creaturas y con ese amor la
oración no puede llegar hasta Dios? Para que nuestra oración cuente con el amor
necesario que le sirva de “combustible propulsor” que lo haga llegar hasta el
cielo, es necesario que, antes de hacer oración, nos serenemos unos minutos,
nos relajemos, aquietemos nuestros pensamientos, nos concentremos en la
actividad que estamos por hacer, y nos
encomendemos a nuestro Ángel de la guarda y principalmente a la Virgen, nuestra
Madre del cielo, para que Ella, que es Madre y Maestra de oración, guíe nuestra
oración ; de esa manera, nuestra oración estará encendida por la gracia, y la
gracia será la que le dará el amor necesario para que se eleve a la Trinidad,
hasta el trono de la majestad del Cordero en los cielos, porque con la gracia,
nos será dado el Amor de Dios, que nos hará amar al Dios Trinitario, el amorosísimo Dios al cual
dirigimos nuestro ser cuando oramos.
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