Nuestro siglo XXI se caracteriza, entre otras cosas, por el
gran avance tecnológico, técnico y científico en todas las áreas de
investigación de la ciencia humana. Este gran avance, propio de nuestros días, hace
que un hombre cualquiera del siglo XXI, posea comodidades imposibles siquiera de
imaginar para los más poderosos reyes de la Antigüedad. Algunos de estos
avances son, por ejemplo, el progreso de la medicina, con la notable mejora en
la calidad de vida y el aumento promedio de vida, que de cuarenta-cincuenta años
ha pasado a ser de setenta a ochenta años; la telefonía celular; la computación;
internet; televisión satelital, etc. Todo esto sin contar, por ejemplo, con los
vuelos intercontinentales, la creación de vehículos automovilísticos de última
generación, equipados con la más avanzada tecnología, diseñados por computadora
con la mayor elegancia y con todas las ventajas aerodinámicas, los trenes, los
barcos, y todos los grandes inventos que día a día aparecen y mejoran la
calidad de vida. Por todo esto podemos decir que nosotros, los hombres del
siglo XXI, poseemos elementos materiales y avances tecnológicos y científicos jamás
alcanzados en la historia de la humanidad, lo cual es un aspecto sumamente
positivo de nuestro siglo XXI.
Sin
embargo, el mundo en el que vivimos, también tiene aspectos negativos y oscuros
que ensombrecen estos aspectos positivos. Ante todo, nuestro siglo XXI se
caracteriza por ser materialista, hedonista, relativista, ateo, ocultista e
idolátrico.
Nuestro
mundo es materialista, porque en nuestros días el amor al dinero ha reemplazado
al amor a Dios, siendo el hombre capaz de cometer los peores crímenes, con tal
de conseguir dinero y por eso es que no es en vano que Jesús advierte que “no
se puede seguir a Dios y al dinero”.
Nuestro
mundo es hedonista, porque el placer sensual y erótico y la satisfacción carnal
de las pasiones, ha reemplazado al verdadero amor, que es espiritual, esponsal,
filial, y que nada tiene que ver con la genitalidad; nuestro mundo ha
falsificado la palabra “amor”, haciendo pasar por amor lo que es satisfacción
baja y animal de las pasiones carnales.
Nuestro
mundo es relativista, porque ha vuelto las espaldas a la Verdad Absoluta, la Sabiduría
de Dios, Cristo Jesús, para prestar oídos a toda clase de falsas religiones y
sectas, que se inventan un dios a su medida, a la medida de su corazón egoísta
y contaminado por el pecado, y es así como, al perder la esperanza en la vida
eterna, se busca satisfacer, perversamente y al máximo posible, los sentidos
del cuerpo, precisamente porque no se cree en una vida eterna, en el Juicio
Particular y en el Juicio Final, en el que Dios, Justo Juez, dará a cada uno el
cielo o el infierno, según lo que cada uno haya ganado con sus obras libres.
Nuestro
mundo es ateo, porque no cree más en Dios y en su Cristo, el Mesías el Dios de
la Eucaristía, Cristo Jesús, y lo ha reemplazado por un falso dios, la propia
conciencia y la propia voluntad humana, y es así como los católicos, que
deberían dar al mundo el testimonio de que Cristo es Dios y que está vivo y
glorioso, resucitado, en la Eucaristía, se comportan como ateos, como quienes
no creen en Dios y no esperan en la vida eterna. Porque el joven católico no
cree en el Dios de la Eucaristía, Jesucristo, no da importancia al silencio de
la oración, necesaria para escuchar la voz de Jesús.
Nuestro
mundo es ocultista, porque habiéndose separado de la luz del mundo, Cristo
Eucaristía, se ha vuelto a las sombras del esoterismo, del ocultismo, de la
magia, el satanismo, cumpliendo lo anunciado por el Evangelio de Juan: los
hombres rechazaron la luz, que es Cristo Eucaristía, y prefirieron las
tinieblas, que son el ocultismo, la superstición y la magia.
Por
último, nuestro mundo es idolátrico, porque a semejanza del Pueblo Elegido, que
se postró ante el becerro de oro, un ídolo construido por sus propias manos, así
el católico de hoy, no se postra en adoración ante el Cordero de Dios, sino
ante los ídolos del mundo, del fútbol, del espectáculo, de la música, del cine,
y es así que, al mismo tiempo que las iglesias se vacían, se llenan los
estadios y los paseos de compras, y al silencio interior, necesario para
escuchar la voz de Dios, se lo reemplaza en cambio por el estruendo y el ruido,
vacíos de calma, paz y verdadera alegría.
Al
joven de hoy, se le presentan, por lo tanto, dos opciones: o seguir a
Jesucristo, cargando la cruz, por el camino del Calvario, que es el que lleva a
la vida eterna, y en este seguimiento tiene que renunciar a sus pasiones y a lo
que estimula sus pasiones, como las substancias tóxicas, el alcohol y la anti-música
disfrazada de música popular, o el
seguir a los ídolos del mundo, que le darán satisfacción sensorial temporal,
pero llenarán sus corazones de vacío existencial y los sumergirán en profundas
tinieblas espirituales.
En cada joven está la decisión, puesto que somos
libres, y nadie, ni siquiera Dios, puede tomar una decisión en nuestro nombre. Tomemos
la decisión de seguir a Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida, el Dios
Eternamente joven, el Único que puede darnos la verdadera paz en esta vida y la
alegría sin fin en la vida eterna.
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