En
el origen de la Solemnidad de Corpus Christi, se encuentra un milagro
eucarístico, llamado “Milagro de Bolsena”, sucedido a un sacerdote que tenía
dudas sobre la Presencia real de Jesús en la Eucaristía.
Antes de reflexionar sobre el milagro, debemos recordar que
la Iglesia enseña, desde los tiempos apostólicos, que la Última Cena, que fue
la Primera Misa, Jesús convirtió el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre,
por las palabras de la consagración. Estas palabras –Esto es mi Cuerpo, esta es
mi Sangre- producen un cambio substancial en las ofrendas eucarísticas, de modo
que toda la substancia del pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y toda la
substancia del vino se convierte en la Sangre de Cristo.
Si bien este milagro sucede de modo invisible e insensible –no
lo podemos captar por los sentidos corporales-, no significa que no suceda o
que no sea real. Por el contrario, el cambio es tan real, que se produce una
conversión de la substancias del pan y del vino, en el Cuerpo y la Sangre de
Jesús, respectivamente, llamándose a esta conversión de las substancias, “transubstanciación”.
Esto es lo que la Iglesia enseña, desde los tiempos
apostólicos, sobre la Eucaristía, y lo enseña a los niños, en el Catecismo de
Primera Comunión.
Lo que sucede es que, antes, durante y después de la
transubstanciación, todo parece igual, ya que a la razón y a los sentidos,
parece que nada cambia y que el pan sigue siendo pan y el vino sigue siendo
vino. Por eso muchos católicos cometen el gravísimo error, precisamente, de no
creer en lo que la Iglesia enseña y, como a los sentidos del cuerpo todo sigue
igual en apariencia –antes, durante y después de la consagración-, entonces
piensan como evangelistas, siendo católicos: en la Eucaristía no está el Cuerpo
de Jesús, sino que es un pedacito de pan bendecido y nada más.
Esta duda de fe es la que tenía un sacerdote, Pedro de
Praga, cuando al celebrar la Santa Misa, en el año 1264, fue testigo del más
grandioso milagro eucarístico que jamás haya sucedido en la Iglesia. Luego de
pronunciar las palabras de la consagración –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi
Sangre”-, y cuando aún sostenía la Eucaristía entre sus dedos pulgar e índice
de ambas manos, la parte de la Eucaristía que estaba en contacto con sus dedos,
continuó teniendo apariencia de pan, mientras que resto de la Eucaristía, se
convirtió en músculo cardíaco vivo y, por lo tanto, sangrante. Era tanta la sangre,
que además de empapar sus manos, cayó en el corporal, manchándolo, y cayó
también en el piso de mármol, impregnándolo. A partir de entonces, el Papa
Urbano IV ordenó que en toda la Iglesia se celebrara la Solemnidad de Corpus
Christi, en recuerdo de este fabuloso milagro eucarístico.
El milagro confirmó, visiblemente, sensiblemente, lo que la
Iglesia enseña acerca de la Misa: que por las palabras de la consagración y en
virtud del poder divino de Jesús Sacerdote Sumo y Eterno que obra el milagro
llamado “transubstanciación”, la substancia del pan se convierte en su Cuerpo,
de modo que ya no hay más pan, sino su Cuerpo, y el vino se convierte en su
Sangre Preciosísima, de modo que en el cáliz ya no hay más vino, sino la Sangre
de su Sagrado Corazón.
Lo que sucede invisiblemente e insensiblemente en cada Santa
Misa, sucedió de modo visible y sensible en el milagro eucarístico de Bolsena,
y esto sucedió no solo para que la fe del sacerdote Pedro de Praga se
fortaleciera, sino también para que nuestra fe en la Eucaristía se fortalezca. Es
por esto que no es necesario que Dios repita el milagro de Bolsena, porque el
milagro sucede, invisiblemente, sin poder ser captado por los sentidos, en cada
Santa Misa.
Lamentablemente, muchos católicos, al pensar que todo sigue
igual, antes, durante y después de la consagración, no creen en la Presencia
real, verdadera y substancial de Jesús en la Eucaristía, perdiéndose así un
tesoro espiritual de valor incalculable, abandonando la Misa por pasatiempos
humanos.
Al recordar el milagro eucarístico de Bolsena, pidamos a
Nuestra Señora de la Eucaristía fortalecer nuestra fe en la Presencia real,
verdadera y substancial de Jesús en la Eucaristía, para recibir al Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús, comulgando en gracia y luego de una buena
confesión, con todo el amor del que seamos capaces, puesto que si Jesús obra el
milagro de convertir el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre, es únicamente
para darnos todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario