¿Qué tiene que ver todo esto junto?
Para saberlo, hagamos la siguiente reflexión: como todos
sabemos, el centro de nuestra galaxia es el sol y a su alrededor, giran los
planetas. También sabemos que, como es obvio, los planetas más alejados del
sol, son los que menos reciben aquello que el sol comunica: luz, calor y vida. Es
decir, los planetas más alejados, a medida que más se alejan del sol, se
vuelven más oscuros, fríos y con ausencia de total de cualquier clase de vida
en sus superficies, es decir, son planetas muertos, en el sentido de que no hay
vida en ellos de ninguna especie. Cuanto más lejos del sol, más oscuridad, más
frío, más muerte. Por el contrario, cuando los planetas más se acercan al sol,
como por ejemplo nuestro planeta tierra, más reciben de éste lo que éste puede
comunicar, y es así que nuestro planeta tierra se ve beneficiado con la luz del
sol, con su calor y con la vida que se despierta en la naturaleza ante su
benéfico influjo.
¿Y qué tiene que ver esto con Jesucristo y con nosotros? Que,
en el plano espiritual y sobrenatural, Jesús Eucaristía es el “Sol de justicia”,
mientras que nosotros somos los planetas. Pero hay una diferencia entre los
planetas del sistema solar y nosotros: mientas los planetas orbitan alrededor
del sol y no pueden moverse de esa órbita –es decir, no depende de los planetas
en sí mismos ser oscuros, fríos y muertos-, debido a que estos no poseen vida y
libertad, nosotros, en cambio, sí poseemos vida y libertad y de tal manera
somos libres, que es la libertad la que configura nuestra imagen con Dios, Ser
eminentemente libre. Esto quiere decir que, a diferencia de los planetas, cuya
cercanía o no del sol no depende ellos, como decíamos, con nosotros, en cambio,
la situación es distinta, porque somos nosotros, los que decidimos, con nuestra
libertad, el responder o no a la gracia que nos invita a acercarnos cada vez
más al Sol de justicia, Jesús Eucaristía.
¿Qué clase de planetas queremos ser? ¿De esos planetas
oscuros, fríos, muertos? ¿O, por el contrario, queremos ser de esos planetas
que, por estar cerca del sol, son luminosos, tienen el calor del sol y por lo
tanto tienen vida? Por supuesto que queremos ser estos planetas últimos, es
decir, queremos que en nuestros corazones resplandezca la luz de la gloria de
Jesucristo, que esté encendida la Llama del Divino Amor que nos comunica Jesús
Eucaristía y que nuestros corazones vivan con la vida misma de Dios Trino,
donada en germen en cada comunión. Pero para esto último, necesitamos
acercarnos al Sacramento de la Eucaristía, previo paso por el Sacramento de la
Confesión.
De nuestra libertad depende ser planetas oscuros, fríos y
muertos, o almas que viven iluminadas con la luz de Dios, encendidas en el
Fuego del Divino Amor y que viven con la vida misma de Dios. Sólo tenemos que
responder a la gracia del Señor Jesús.
Otro
ejemplo con el que podemos graficar la relación de Jesús con nosotros, es el de la vela encendida que atrae a los insectos por su luz: la luz
es Cristo y los insectos somos nosotros; la diferencia es que, mientras los
insectos terminan muriendo al acercarse demasiado a la luz, quien se acerca a
la Luz Eterna que es Jesús Eucaristía, no solo no muere, sino que recibe la
Vida eterna de su Sagrado Corazón Eucarístico.
¿Qué esperamos para ir a adorar a Jesús en la Eucaristía? ¿Qué esperamos para unirnos a Él en la Comunión Eucarística, y así recibir de Él, lo que quiere darnos, su Vida, su Amor, su Luz, su Paz, su Alegría divina?
¿Qué esperamos para ir a adorar a Jesús en la Eucaristía? ¿Qué esperamos para unirnos a Él en la Comunión Eucarística, y así recibir de Él, lo que quiere darnos, su Vida, su Amor, su Luz, su Paz, su Alegría divina?
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