El apóstol San Pablo compara a esta vida, en la que debemos
alcanzar la meta de la vida eterna, con una competición: “Los atletas se privan
de todo; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una
que no se marchita” (1 Co 9, 25). Al correr una maratón, o al practicar
cualquier deporte, el buen deportista debe “privarse de todo” lo malo, es
decir, de todo lo que atente contra su salud; en caso contrario, no podrá
alcanzar la meta, puesto que su físico no resistirá la dureza de la prueba. El atleta,
el que corre una maratón, se entrena duramente y se priva de lo que es
perjudicial, porque desea alcanzar el premio, “la corona”, como dice San Pablo.
Pero esta corona, puesto que es terrena, es perecedera; en el lenguaje de San
Pablo, es “una corona que se marchita”.
Ahora
bien, nosotros, como cristianos, estamos también llamados a alcanzar una meta y
ganar una corona, pero una corona que “no se marchita”, porque es una corona de
luz, es la corona de gloria que le espera a todo aquel que sigue a Cristo por
el camino de la Cruz. En este sentido, todos los cristianos estamos llamados a
convertirnos en un buen atleta de Cristo, es decir, en un testigo fiel y
valiente de su Evangelio. Pero para lograrlo, también debemos “privarnos de
todo” lo malo, es decir, el pecado, las pasiones, los vicios, que son las cosas
que nos impiden alcanzar la meta. Y al igual que un buen atleta se alimenta solamente
con alimentos buenos, también el cristiano, atleta de Cristo, debe alimentarse
con el Alimento por excelencia del alma, que es la Eucaristía, el Cuerpo, la
Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo; es necesario que se
alimente de la oración perseverante, de la fe piadosa, y que practique
ejercicios del alma, sobre todo las virtudes de la caridad, la mansedumbre y la
humildad, que son las que asemejan al alma a Jesucristo.
Jesús
es el verdadero atleta de Dios es el hombre “más fuerte” (cfr. Mc 1, 7), que
por nosotros afrontó y venció al “adversario”, a nuestro enemigo mortal, que
busca nuestra eterna perdición, Satanás, y lo venció con su omnipotencia
divina, que se desprende de la Santa Cruz, en donde reina el Rey de reyes y
Señor de señores, Jesús.
Como
buenos atletas de Dios, debemos correr, entonces, una maratón, o hacer
deportes, pensando sin embargo que nuestra verdadera meta es el Reino de los
cielos y la corona de gloria que buscamos no es la temporal, que “se marchita”,
sino la eterna, la que “no se marchita”, la corona de luz y gloria que otorga
Jesús a quienes en esta vida participan de su Pasión, de su Cruz y de su Corona
de espinas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario