martes, 30 de agosto de 2016

La oración católica (Parte I)


         Antes de comenzar a reflexionar acerca de la oración, es necesario que nosotros, los católicos, tengamos en cuenta aquello que es el fundamento de nuestra fe: Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas; estas Tres Divinas Personas, que son un solo Dios y no tres, son iguales en majestad, gloria, honor y poder, porque las Tres poseen el mismo Acto de Ser divino y la misma Naturaleza divina; de estas Tres Divinas Personas, fue la Segunda, la Persona del Hijo, la que se encarnó en el seno de María Virgen y padeció y murió en cruz para nuestra salvación, y habiendo resucitado y ascendido al cielo, prolonga su Encarnación en la Eucaristía, para cumplir su promesa de “estar con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo” y para donársenos como Pan Vivo bajado del cielo, que alimenta al alma con la vida eterna de Dios Trinidad.
         Es esto lo que debemos tener en cuenta los católicos al hablar de “oración a Dios”, que nuestro Dios, el Dios que se auto-revela en Jesús de Nazareth, no es ni una energía cósmica, al estilo de la Nueva Era, ni un Dios solamente Uno pero no Trino –demás está decir que respetamos a quienes no profesan nuestro credo-, ni tampoco es un dios que comparte su majestad y gloria con otros dioses, etc. Es necesario hacer esta breve introducción, para que así seamos capaces de tener un punto de partida firme en lo que a oración dirigida a Dios se refiere.
          Para el desarrollo del tema nos basaremos en textos del Catecismo de la Iglesia Católica, tomados de la versión digital correspondiente al portal de la Santa Sede.
Teniendo en cuenta lo dicho anteriormente, y ya para entrar un poco más en el tema, nos preguntamos: ¿qué es la oración? Ante la pregunta, nos responden los santos: “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría”[1].
“Impulso del corazón”: la  oración nace del corazón, sede del amor en la persona, porque es diálogo de amor con Dios, que “es Amor”. No se puede orar si no hay amor a Dios, y si se ora sin amor, es oración vacía y hueca, sin su contenido esencial, que es el amor a Dios. Y al revés, cuanto más amor hay, más profunda y sincera es la oración.
“Mirada al cielo”: es un contenido esencial de la oración, porque Dios no es igual a nosotros, está en su trono de majestad en el cielo, y está en su trono de majestad en la cruz. Para orar, es necesaria la humildad, para reconocer que no somos Dios y que necesitamos de Él en todo momento, hasta para respirar. La humildad y la auto-humillación delante de Dios crucificado, Jesucristo, es indispensable para la oración, porque Dios no escucha la oración del soberbio.
“Grito de reconocimiento”: quiere decir que el alma reconoce a Dios Uno y Trino como a su Creador, Redentor y Santificador. En el inicio de la oración, se debe dar este reconocimiento a Dios Trino, de que dependemos de Él, porque Él nos creó, nos redimió en la cruz y nos santifica por la gracia que se nos dona en los sacramentos.
“Y amor”: es, como decíamos, el contenido esencial de la oración, porque si no hay amor, no hay oración. Ahora bien, en el católico, este amor no es solamente el amor natural a Dios, es el Amor que Dios comunica al alma, despertando el deseo de amar a Dios, y es este el origen de la oración cristiana: Dios llama al hombre con su Amor, y el hombre debe responderle con el amor hecho oración.
“Tanto desde dentro de la prueba como en la alegría”: la oración es diálogo de amor, tanto en el gozo, como en la tribulación.




[1] Cfr. Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscrit C, 25r: Manuscrists autohiographiques, Paris 1992, 389-390; http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p4s1_sp.html

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