Jesús
es “la luz del mundo” (cfr. Jn 8, 12), y sin Él, sólo somos tinieblas y
oscuridad y vivimos envueltos en “tinieblas y en oscuridad de muerte” (cfr. Lc 1, 68-79). La oscuridad, las
tinieblas, son una figura de cómo es el alma por sí misma, si no tiene la
gracia de Dios en el alma. En el cielo, Jesús alumbra a los ángeles y santos
con la luz de su gloria, porque Él es el Cordero, que es “la Lámpara de la
Jerusalén celestial” (cfr. Ap 21,
1-22); en la tierra, nos ilumina en la Iglesia con la luz de la Fe, de la
Verdad y de la Gracia. Esto quiere decir que si no tenemos Fe, si no seguimos
la Verdad del Credo y si no vivimos en gracia, estamos en oscuridad espiritual
y somos hijos de las tinieblas.
Jesús nos hace nacer a una nueva vida, la vida de la gracia,
por medio del Bautismo. Nos libra de la esclavitud del Demonio, nos quita el
pecado original y nos hace ser hijos adoptivos de Dios por medio del Bautismo
sacramental. Si no recibimos el Bautismo, vivimos bajo el dominio del Demonio, conservamos
el pecado original y no somos hijos de Dios. Si recibimos el Bautismo, debemos
ser fieles a la gracia recibida y comportarnos como hijos de Dios, como hijos
de la Luz, y no de las tinieblas.
Cuando nos bautizaron, fueron nuestros padres y padrinos
quienes proclamaron, en nombre nuestro, nuestro rechazo al Demonio y a sus
obras de malicia, además de profesar la fe en Jesucristo como Hombre-Dios y
como nuestro Salvador. Ahora, cuando ya somos mayores y tenemos uso de razón,
debemos, por nosotros mismos, proclamar que nada queremos tener que ver con el
Demonio y sus obras –malicia, venganza, superstición, pereza, discordia-, y que
sí queremos, con toda la fuerza de nuestro corazón, ser hijos de la Luz y
comportarnos como tales, llevando los Mandamientos de Dios en el corazón y la
mente y buscando siempre de cumplirlos, evitando el pecado, no tanto por temor
al castigo, sino por el verdadero temor de Dios, que es amar tanto a Dios en su
Bondad, que no queremos provocarle un disgusto por medio del pecado. Por medio
del Bautismo, hemos “nacido de nuevo”, por el agua y el Espíritu, a la vida de los
hijos de la luz; esforcémonos, por lo tanto, en evitar las obras de la
oscuridad y en vivir como hijos de Dios.
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