En nuestros días, la idea del trabajo se desvirtuado o mejor
pervertido en dos sentidos, por defecto y por exceso, si así se puede decir. Por
defecto, porque la sociedad, a través de los medios de comunicación, inculca
una idea negativa del trabajo, entendido este como una actividad nociva,
inútil, no necesaria para alcanzar la felicidad intramundana del hombre. En otras
palabras, se inculca, a través de los medios, la idea de que el trabajo mejor
es el que no se realiza. Esto se ve, por ejemplo, en programas en donde abunda
la idea de la actividad mágica, en donde todo se realiza “mágicamente”, es
decir, sin esfuerzo. Así, vemos series animadas de dibujitos para niños, series
televisivas, películas, en donde abundan “magos buenos”, duendes, hadas –que en
realidad son todos seres malignos-, que se encargan de hacer el trabajo en
lugar de los hombres. Otro programa que induce esta idea perversa del trabajo
es, por ejemplo, “Gran Hermano”.
La otra perversión de la idea de trabajo, es la de realizar
trabajos deshonestos, perversos, malos, porque lo que importa es obtener
dinero, sin importar el medio utilizado para conseguirlo. Lo que importa es el
fin, que es el dinero, sin importar los medios, olvidando el adagio moral que
dice: “el fin no justifica los medios”. Así, hay quienes no dudan en traficar
substancias prohibidas, o realizar abortos, o realizar actividades delictivas,
con tal de que eso proporcione dinero.
Se pervierte así el sentido del trabajo, o bien se lo desprecia,
como algo inútil, que no sirve para la vida diaria.
A estas perversiones, le podemos agregar una más, en clave
ideológica marxista o neo-marxista, que toma al trabajo como instrumento para
enfrentar de modo artificial a las clases, dividiéndolas entre patronos y
proletarios, entre ricos y pobres, entre oprimidos y opresores. Esta visión es
perversa porque infunde el odio entre las clases y lleva al enfrentamiento y a
la división en la sociedad.
Nada de esto forma parte de la idea y concepción del trabajo
que tiene la Iglesia, que lo considera de una dignidad tan alta al trabajo
honrado, que incluso Dios mismo se aplica a sí mismo la imagen del trabajador,
en el Génesis, y Jesús también lo dice en el Evangelio: “Mi Padre trabaja y Yo
también trabajo” (Jn 5, 17). El Padre adoptivo de Jesús, siendo el Padre de
Dios Hijo y por lo tanto, teniendo a su disposición miles de ángeles para que
hagan su trabajo, no lo hizo, y trabajó por el contrario ardua y duramente para
sostener a la Sagrada Familia de Nazareth. Incluso, según una tradición, murió
en ocasión del trabajo, al enfermar de neumonía por cumplir un encargo de
carpintería.
Para la Iglesia, el trabajo, además de dignificar al hombre,
lo santifica, cuando es ofrecido a Cristo Dios en la Cruz, y así no hay trabajo
más importante que otro –siempre que sea honrado- puesto que lo que cuenta es
el amor con el que el trabajador lo ofrece a Cristo en la Cruz.
Por último, la perfección forma parte del ser del cristiano,
como dice Jesús: “Sed perfectos, como mi Padre es perfecto”, lo que significa
que el trabajo debe ser realizado con la mayor perfección posible –aunque no
salga perfecto- para así ofrecerlo a Dios, porque a Dios no se le ofrecen cosas
mal hechas.
Dios Padre, Dios Hijo, San José, son todos modelos de
trabajadores para el joven que, por medio de un trabajo honrado –el estudio con
dedicación también es una forma de trabajo- desea santificarse y agradar a Dios
con su trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario