lunes, 9 de mayo de 2011

La gracia de Cristo atrae al joven hacia una vida feliz


La Gracia de Cristo

atrae al joven

hacia una vida feliz.


El hierro es un material noble, pero pesado, inmóvil. No puede ser levantado con facilidad, y es inmóvil porque no tiene vida, es inerte, si se acercan o si se alejan objetos de él, el hierro permanece inmóvil. Sólo si se le imprime un movimiento desde afuera, por ejemplo, levantándolo y arrojándolo, parece cobrar movimiento, pero sólo momentáneo.

Pero las propiedades del hierro cambian cuando se magnetiza: parece un cuerpo de naturaleza distinta: pierde su pesadez y su inmovilidad, se reviste de una nueva forma de atracción, y es atraído por los polos de la tierra[1].

Ante la proximidad de un imán, el hierro, que no era atraído, ahora es atraído, y lo que antes era pesado e inmóvil, ahora parece cobrar vida y movimiento y volverse más ligero y ágil, y de tal manera, que parece un metal distinto a lo que era.

Este cambio que se da en el hierro, antes y después de ser magnetizado, es un ejemplo de lo que sucede en el alma por la acción de la gracia de Dios.

La gracia es como que “magnetizara” con su contacto, al alma y a sus facultades, la inteligencia y la voluntad, haciéndola capaz de ser atraída por cosas que antes no la atraían, como la cruz y la Eucaristía. Es por la gracia que el alma adquiere nueva vida y nuevo movimiento en sus facultades, que sus facultades se hacen capaces de ver, de conocer y de amar lo que antes no veían ni conocían ni amaban: Cristo en la cruz y en la Eucaristía.

Por la gracia el alma se ve atraída por Jesucristo de una manera desconocida hacia un mundo que ni siquiera sabía que existía. El mismo Dios hace de polo de nuestra vida, hacia el cual y en torno del cual el alma empieza a moverse, así como el hierro magnetizado se mueve hacia y en torno del imán[2].

Participar en la vida divina, en la vida de Jesucristo, Hombre-Dios, consiste en imitar con nuestros actos internos y externos su vida divina, consiste en dejarnos atraer hacia Él que reina en la cruz y en la Eucaristía, y en unirnos a Él por el conocimiento, por el amor y la confianza, así como el hierro magnetizado se deja atraer y unir por el imán.

Sólo unidos a Cristo por la gracia, seremos capaces de vivir una vida feliz, en el tiempo y en la eternidad.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Las maravillas de la gracia divina, Ediciones Desclée de Bower, Buenos Aires 1959, 229.

[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 227.

1 comentario:

  1. Muy real! Ese es mi testimonio de vida, hace 17 años quedo transformada (atraida) mi alma por la Eucaristia! A mis 34 años puedo decir que en esta vida soy feliz por su gracia, a pesar de las dificultades, El me ha bendecido y trabajo duro para que asi mismo sea en la eternidad! Hermoso articulo...Dios lo siga colmando con su gracia!

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