jueves, 26 de noviembre de 2015

El Niño Jesús, modelo a imitar para todo niño y joven


(Homilía para la Santa Misa de acción de gracias de un Instituto Primario y Secundario cuyo Patrono es el Divino Niño)

         Para todo niño y joven que desee ser feliz en esta vida y en la otra, hay sólo una cosa para hacer: imitar al Niño Jesús. ¿Por qué? Porque el Niño Jesús es Dios y Dios es amor, paz, alegría y felicidad en sí misma, lo cual quiere decir que quien más se acerque al Niño Jesús, más recibirá de Él lo que Él es: amor, paz, alegría, felicidad. Con Jesús sucede algo similar a lo que sucede con el sol en nuestro sistema solar: así como los planetas giran alrededor del sol, así nosotros giramos alrededor del Niño Dios, que es Sol de justicia, y así como los planetas más cercanos al sol reciben más luz y calor, así también, el alma que más se acerca al Divino Niño, recibe de Él su luz y el calor de su Amor. Pero también, así como los planetas más lejanos al sol, son los que están en la oscuridad y en el frío, así también, los niños y jóvenes que se alejan del Niño Dios, viven en las tinieblas y en el frío del corazón, que es ausencia de amor.
¿Cómo hacer para imitar al Niño Jesús y así alcanzar la felicidad en esta vida y en la otra? Lo que tenemos que hacer es saber cómo era Jesús en su vida como niño y como joven y lo primero que notamos es que Jesús vivía a la perfección los dos Mandamientos más importantes para niños y jóvenes, el Primero –“Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”- y el Cuarto –“Honrarás Padre y Madre”- y por eso es modelo perfecto en su cumplimiento. El niño y el joven que viva estos dos Mandamientos como los vivía Jesús, tiene la felicidad asegurada, en esta tierra y en la vida eterna.
         Con respecto al Primer Mandamiento, hay que decir que el Niño Jesús, que era Dios Hijo encarnado -“metido”, por así decir, en el cuerpo y el alma de un Niño humano-, amaba a su Padre Dios, que era su Padre desde la eternidad y el amor con el que lo amaba era el Amor que brotaba del Corazón Único de Dios: el Espíritu Santo. Por eso mismo, el Niño Jesús lo tenía siempre a Dios en la mente y en el corazón y en todo momento se dirigía a Él y nada hacía sin Dios Padre. Como Dios, el Niño Jesús era igual al Padre y el Padre estaba en Él y Él en el Padre y amaba al Padre con el Amor del Espíritu Santo; como Niño, es decir, como ser humano, también amaba a Dios, con el amor de su corazón humano, que estaba envuelto en las llamas del Amor Divino, el Espíritu Santo. Como Dios Hijo y como Niño Dios, el Divino Niño Jesús amaba tanto a Dios que nada pensaba, deseaba, decía ni hacía, sino era por el Amor de Dios y para su mayor gloria. En todo lo que el Niño Jesús hacía, pensaba, decía o quería, estaba siempre Dios en primer lugar: “¿Quiere Dios que piense así? ¿Quiere Dios que piense mal de esta persona? ¿Quiere Dios que hable mal de esta persona, que le haga algún mal?”. Por supuesto que Jesús no podía cometer pecados, porque Él era el mismo Dios y Dios es Tres veces Santo, es la santidad misma, pero siempre actuaba de manera de poner a Dios en primer lugar. Y con respecto a la otra parte del Primer Mandamiento, “amar al prójimo como a uno mismo”, el Niño Jesús también lo cumplía a la perfección, porque amaba a sus primos y amigos con el mismo Amor con el que amaba a su Padre Dios, es decir, los amaba con el Amor de Dios, el Espíritu Santo.
De la misma manera, los niños y jóvenes, imitando a Jesús Niño, deben poner a Dios Trino en primer lugar y saber que Dios siempre nos está mirando; aunque ningún humano nos mire, sí nos miran nuestro Ángel de la Guarda y, por supuesto, Dios mismo. Todo niño y joven, al pensar algo, al decir algo, al hacer algo, debe siempre preguntarse si eso lo haría el Niño Jesús, si eso lo diría el Niño Jesús, si eso lo pensaría el Niño Jesús. Como dijimos, Jesús jamás cometió pecado alguno, y por eso es el modelo ideal y perfectísimo para imitar si quiero vivir en el Amor de Dios. Si Jesús Niño jamás pensó nada malo, jamás dijo nada malo, jamás deseó nada malo, jamás hizo nada malo, entonces, yo tampoco debo jamás pensar mal, hablar mal, desear el mal, obrar el mal. Sólo así el Niño Jesús será mi modelo ideal para cumplir el Primer Mandamiento.
Jesús Niño también es el modelo ideal para cumplir el Cuarto Mandamiento: “Honrarás Padre y Madre”. Jesús Niño fue siempre un hijo sumamente obediente, cariñoso, respetuoso, afectuoso, con sus papás, la  Virgen y San José. Jesús amaba muchísimo tanto a su Mamá, la Virgen –de la cual nació milagrosamente, como un rayo de solo atraviesa el cristal, porque siendo Dios no podía nacer como cualquier hombre- como también amaba muchísimo a su Papá adoptivo, San José –San José era papá adoptivo de Jesús, porque su Papá verdadero era Dios Padre; así también, San José era solo esposo meramente legal de la Virgen, y esto quiere decir que el afecto y el trato entre ellos era como el de hermanos, porque la Virgen siempre fue Virgen y Jesús fue concebido por el Espíritu Santo, no por San José-, y este amor lo demostraba no solo con palabras, sino con obras, ayudando a su padre en la carpintería y aprendiendo el oficio de carpintero –en el que trabajó hasta que comenzó su vida pública- y ayudando a su Madre en las tareas domésticas, acompañándola al mercado, y todas las pequeñas cosas de las familias de todos los días. Jesús nunca les dio un mal rato a sus padres; jamás les levantó ni siquiera mínimamente la voz; jamás se enojó con ellos; jamás desobedeció; jamás hizo nada sin el conocimiento de sus padres; obedeció siempre a lo que le decían, y eso que Él era su Dios, Él era el Creador y Santificador de su Mamá y su Papá adoptivo, y sin embargo, en todo les obedecía. Y en el único momento de su vida en que pareció que hacía algo sin sus papás, fue cuando se quedó en el templo de Jerusalén durante tres días, hasta que María y José lo encontraron, pero Jesús hizo esto porque lo único que autoriza a dejar padre y madre es el llamado de Dios y eso es lo que hacía Jesús, ocuparse de las cosas de su Padre Dios.
Jesús era tan bueno con sus papás porque los amaba mucho, muchísimo: era el infinito Amor que les tenía, lo que hacía que en todo buscara siempre darles un contento y una alegría a ellos. Es decir, aunque Jesús no podía cometer ningún pecado, porque era Dios, la razón de su comportamiento perfecto para con sus papás de la tierra –la Virgen y San José- era el inmenso Amor que les tenía: todo lo que hacía Jesús, se originaba en el Amor de su Sagrado Corazón. De la misma manera, también los niños y jóvenes deben obrar así para con sus padres, o sea, movidos por el Amor: cuanto más se ame a los papás, más cuidado se tendrá en no provocarles un disgusto, obedeciendo en todo, aunque sea contrario al parecer propio –siempre que lo que se mande sea algo bueno, por supuesto-, y así se demostrará el amor a los papás, como el Niño Jesús.
El Divino Niño Jesús, entonces, no debe ser para el niño y el joven una mera devoción de la cual me acordaré una vez al año, cuando finalicen las clases; el Divino Niño Jesús no debe ser una mera imagen folclórica, retratada en un yeso o madera y a la que me acostumbro verla todos los días; no debe ser una mera imagen agradable, pero que para mí no significa nada: el Divino Niño Jesús, retratado en una imagen de yeso, es un ser vivo, porque es Dios, que conoce mis pensamientos aún antes de que los formule y es el Dios que me juzgará en el Amor al fin de mis días y como Dios, vive en el cielo, en la cruz y en la Eucaristía, y quiere también vivir en mi corazón; por eso es que el Divino Niño tiene que vivir en mi corazón y para eso tengo que dejarlo entrar en mí, para que mi corazón lata con el ritmo y la fuerza del Amor de Dios. Cuanto más amemos al Divino Niño Jesús y cuanto más tratemos de ser como Él, más felices seremos, en esta vida y en la eternidad.

martes, 17 de noviembre de 2015

La Virgen, Maestra del cielo, nos enseña la sabiduría del Libro de la Cruz


(Homilía para la Santa Misa de acción de gracias del último año de una escuela primaria)

         Estudiar y aprender lo que nos enseñan en la escuela, es algo sumamente necesario y bueno: además de que estudiar nos hace crecer porque nos perfecciona -antes de estudiar no sabíamos y luego, sí-, si no estudiamos, no podemos aprender y si no aprendemos, nos privamos tanto de saber cosas útiles para la vida, como así también perdemos la oportunidad de conseguir, el día de mañana, un buen trabajo, necesario para que cuando nos casemos, seamos capaces de mantener a la familia.
         Estudiar lo que nos enseñan en la escuela es bueno porque nos hace crecer como personas, al darnos una perfección que antes no teníamos, que es el saber. Para poder estudiar y aprender, tenemos que leer muchos libros y estar atentos a las enseñanzas de nuestros maestros y profesores: cuanta más atención y dedicación pongamos a sus lecciones, más conocimiento vamos a adquirir.
         Ahora bien, si estudiar las lecciones de los libros de la escuela que nos enseñan nuestros maestros y profesores es bueno, porque adquirimos sabiduría, hay otras lecciones que debemos aprender, leyendo un libro especial –el libro más hermoso del mundo-, que nos enseña una Maestra muy particular; una Maestra que nos enseña una Sabiduría que no se aprende en ninguna escuela del mundo: la Maestra es la Virgen, el Libro es la Cruz de Jesús, la Sabiduría que nos enseña las lecciones del Libro de la Cruz es Jesús, Sabiduría de Dios. Toda la Sabiduría que aprendemos de este Libro Sagrado y que nos enseña la Maestra del cielo que es la Virgen, nos sirven para que podamos ganarnos el cielo, para que podamos salvarnos. Por eso Santa Teresa de Ávila dice: “Al final, el que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada”. ¿Y cómo nos salvamos? Estudiando las lecciones del Libro de la Cruz, aprendiendo las enseñanzas de la Maestra del cielo, la Virgen: así adquirimos la Ciencia divina necesaria para salvar nuestra alma y la de nuestros seres queridos.
         En el Libro de la Cruz, Jesús nos enseña todos los Mandamientos, todas las virtudes, todas las bienaventuranzas, es decir, todo lo que tenemos que ser y todo lo que tenemos que hacer para ganar el cielo. El que no quiere estudiar del Libro de la Cruz, no va a aprobar el Examen Final, el examen del Amor, la prueba en la caridad que nos tomará Dios Padre para saber si podemos entrar en el cielo.

         “Al final, el que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada”. Para salvarnos, no alcanzan los conocimientos de la escuela: hay que estudiar el Libro de la Cruz, contemplando a Jesús crucificado y hay que prestar mucha atención a las lecciones que nos brinda la Maestra del cielo, la Virgen. Si estudiamos las lecciones del Libro de la Cruz y si somos atentos y dóciles a las enseñanzas de la Maestra del cielo, entonces sí vamos a poder aprobar el Examen Final –en ese Examen aprueba el que más Amor tiene, y tiene más Amor el que más estudia el Libro de la Cruz- y así vamos a poder ingresar en el Reino de Dios.