jueves, 27 de abril de 2017

El deseo innato de felicidad solo se satisface en Cristo Dios


         Un filósofo de la Antigüedad, llamado Aristóteles, afirmaba que todos los hombres nacemos con un deseo innato de felicidad, es decir, que todos los hombres, independientemente de la raza, el sexo, la posición social, todos, absolutamente todos, deseamos ser felices, y esto desde el momento mismo de ser concebidos. Es como un marca, invisible e indeleble, que está en nuestras almas y corazones, y nos acompaña desde la concepción hasta la muerte.
         Y esto, es verdad, porque verdaderamente es así, todos deseamos ser felices. El problema, dice otro gran filósofo, Padre de la Iglesia, San Agustín, es que buscamos la felicidad allí donde no podemos encontrarla nunca, porque en las cosas en las que la buscamos, no hay nada que pueda colmar el deseo de felicidad de nuestra alma.
         Por lo general, dice este gran santo, buscamos la felicidad en cosas materiales y terrenas: dinero, poder, placer, y eso porque tenemos un concepto equivocado de la felicidad. Creemos, y también el mundo nos hace creer eso, que la felicidad está en atiborrarnos de cosas materiales; creemos que la felicidad está en poseer dinero, poder, fama mundana; creemos que la felicidad está en la satisfacción de las pasiones y de los sentidos, y que cuanto más satisfacción se dé a estas pasiones y sentidos, más felicidad tendremos. Sin embargo, eso es un concepto erróneo de la felicidad, porque la felicidad, la verdadera, la duradera, no es material, ni está en las cosas materiales, ni se satisface con las cosas pasiones. La verdadera felicidad es espiritual y sólo se satisface con un bien espiritual: tratar de satisfacer nuestro deseo innato de felicidad, con cosas materiales, o con la satisfacción de las pasiones, es tan inútil como pretender llenar un abismo sin fondo, con un balde de arena.

         Nunca lograremos ser felices, si pensamos que la felicidad consiste en la satisfacción de los sentidos y de las pasiones con los bienes materiales. Lo único que puede colmar nuestro deseo inagotable e inextinguible de felicidad es un bien de valor infinito, y ese Bien de valor infinito se llama “Dios”, Ser Perfectísimo, Espíritu Puro, Bondad Increada, Amor infinito y eterno. Y, para nosotros, los católicos, Dios no está perdido en las nubes, sino que está en un lugar determinado: está en la Iglesia, en el sagrario, en la Eucaristía. Solo la Eucaristía, que es Dios de Amor infinito, es capaz de colmar nuestra infinita sed de felicidad.

jueves, 20 de abril de 2017

Los ídolos desaparecen, pero Jesús siempre está cuando lo necesitamos


         El mundo de hoy se caracteriza por presentarnos numerosos ídolos –de cine, de rock, de música, de fútbol-, a través de los medios de comunicación: televisión, internet, cine, espectáculos de todo tipo. Estos ídolos nos parecen muy cercanos y parecen estar con nosotros, porque siempre que se nos aparecen, a través de los medios de comunicación, están llenos de movimiento, de luces, de sonidos; parecen vivos y nos dan la sensación de que están al alcance de nuestra mano. Sin embargo, esto es un espejismo, porque cuando los necesitamos, esos ídolos desaparecen, porque son nada más que como un pensamiento que se desvanece, como un recuerdo de la memoria, que en un momento está, y después ya no está más. Los ídolos del mundo desaparecen, cuando más los necesitamos.
         Por el contrario, hay Alguien que, a diferencia de los ídolos, pareciera no estar, o estar dormido, porque no lo vemos, ni lo sentimos, pero siempre que lo necesitamos, está, y ese Alguien, que siempre está cuando lo necesitamos, es Jesús. Jesús no es un invento de la imaginación, no es un ser irreal, de fantasía; no es un personaje de alguna serie de televisión; no es una estrella de cine, ni de fútbol. Jesús es Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios; es el Hombre-Dios, que viene a nosotros como un Niño, para que no tengamos temor en acercarnos a Él; es Dios, que viene a nosotros como un hombre crucificado, para que no tengamos miedo en acercarnos a Él; es Dios, que se queda entre nosotros oculto, escondido, detrás de lo que parece ser un poco de pan, pero ya no es más pan, porque es Él, Cristo Jesús, en la Eucaristía. Jesús viene como Niño, como hombre crucificado, como Pan Vivo, para que no solo no tengamos miedo en acercarnos a Él, sino para que recibamos su Amor y para que le demos nuestro amor, poco o mucho, pero que le demos nuestro amor.

         Viene como un Niño recién nacido, para que le demos nuestro amor, así como se da cariño, afecto y amor paterno a un niño recién nacido; viene como un hombre crucificado, para que le tengamos compasión y nos acerquemos a Él y le demos nuestro Amor y recibamos el Amor de su Corazón traspasado por la lanza; se queda entre nosotros como si fuera pan, aunque no es un pan sin vida, como el pan de la mesa, sino que es el Pan Vivo bajado del cielo, que quiere entrar en nuestros corazones para darnos su Amor. Jesús no es como los ídolos del mundo, que desaparecen; Jesús está siempre cuando lo necesitamos y podemos y debemos acudir a Él, en todas las circunstancias de la vida, en las más alegres, para darle gracias; en las más tristes, para pedirle consuelo. Acudamos a Jesús, que está en la Cruz y en Persona en la Eucaristía, y nos daremos cuenta de que Él está vivo y resucitado y que nos ama y nos consuela y siempre, pero siempre, nos escucha y nos auxilia.

Es más importante aprender la Ciencia de la Cruz que la ciencia humana


         Estudiar y aprender lo que nos enseñan la escuela y el colegio, constituyen una de las actividades más importantes que puede realizar un niño y un joven y la razón es que estas actividades perfeccionan a la persona humana, al proporcionarles algo –el conocimiento- que antes no tenían. Este conocimiento aprendido les será luego muy útil en la vida, en su juventud y en su adultez, pues le permitirá no solo realizarse como persona, al ser capaz de interactuar en la familia y en la sociedad con mayor perfección, con mayor conocimiento, sino que también le proporcionará un camino para, ya sea seguir estudiando, o bien para encontrar un buen trabajo, con el cual poder, en el futuro, contraer matrimonio y formar una familia. En otros casos, el aprendizaje y el estudio son la base para posteriores estudios que pueden llegar a beneficiar a toda la sociedad, como sucede con los grandes descubrimientos, como por ejemplo, la penicilina, la estructura atómica, etc.
         Sin embargo, a pesar de todas estas ventajas de aprender la ciencia humana, hay una ciencia que es infinitamente superior y brinda un beneficio también infinitamente superior a la persona que se dedica a esta ciencia la cual, por otra parte, no es incompatible con el estudio de la ciencia humana. ¿Cuál es esta otra ciencia? La Ciencia de la Cruz, y la Maestra es la Virgen, y la Escuela es la Escuela del Espíritu Santo; el Libro en el que se estudia esta ciencia de la cruz, es Nuestro Señor Jesucristo crucificado. Las lecciones se aprenden, por un lado, contemplando a Jesús en la cruz, con sus clavos, su corona de espinas, su Costado traspasado, la Sangre y el Agua de su Corazón traspasado, sus heridas, su dolor y su Amor; esta ciencia se aprende además prestando mucha atención a las lecciones que nos imparte la Maestra, que es la Virgen, porque Ella más que nadie conoce todos los secretos celestiales que encierra su Hijo Jesús crucificado. Por último, se estudia en la Escuela del Espíritu Santo, que es también un Divino Maestro, que nos enseña esta ciencia, junto con la Virgen, sin palabras, en silencio, y en lo más profundo del corazón.

         ¿Y por qué decimos que esta ciencia da más beneficios que la ciencia humana? Porque la ciencia de la Cruz nos enseña cómo ganarnos, no la vida humana, sino la vida eterna, en el Reino de los cielos. Si queremos vivir en paz en esta vida, en medio de las tribulaciones, y si queremos ser felices en la eternidad, no descuidemos la Ciencia de la Cruz, y no pensemos que esta ciencia es menor que la ciencia humana, sino todo lo contrario. No nos dejemos engañar por el espíritu del mundo, que nos dice que la ciencia humana es lo único que importa. Sin dejar de estudiar la ciencia humana, que es importante, estudiemos y aprendamos la Ciencia de la Cruz, que es mucho más importante, porque nos ayuda a salvar el alma.

miércoles, 12 de abril de 2017

Qué es el Via Crucis


         “Via Crucis” significa: “Camino de la Cruz”, y es un ejercicio piadoso mediante el cual los cristianos recordamos la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Pero no solo recordamos, sino que, por el misterio del Espíritu Santo, que nos une a Él por la fe y el amor, en cierta manera, nos unimos a su Pasión, aunque estemos a siglos de distancia y a miles de kilómetros de donde se realizó, y además, participamos de esta Pasión del Señor.
         El sentido del Via Crucis no es, por lo tanto, un mero recuerdo piadoso, sino una verdadera unión, en el Amor de Dios, con Jesús, el Hombre-Dios, que por nuestra salvación, aceptó ser condenado injustamente a muerte, voluntariamente cargó la cruz, en la que llevaba nuestros pecados, para luego subir a ella y así lavar, con su Sangre que empapó la Cruz, nuestros pecados.
         El Via Crucis es así mucho más que un ejercicio piadoso, es acompañar a nuestro Redentor, por el Camino Real de la Cruz, cargando nuestra propia cruz, yendo tras sus pasos, como Él nos pide en el Evangelio: “El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue su cruz y me siga”, lo cual quiere decir que en nuestra cruz, cargamos a nuestro hombre viejo, con todos sus pecados, con sus malas inclinaciones, con su concupiscencia, y vamos detrás de Jesús, para también nosotros subir con Él a la cruz en el Calvario y así dar muerte al hombre viejo, para nacer a la vida nueva de los hijos de Dios, la vida de la gracia.
         No es entonces un simple ejercicio piadoso, sino la participación, por el Amor de Dios y por la fe, del nacimiento del hombre nuevo, que nace al morir el hombre viejo en la cima del Monte Calvario, junto a Jesús.

         Realizar el Via Crucis significa entonces, morir al hombre viejo y sus pasiones, y esto se tiene que traducir en la vida cotidiana, en la vida de todos los días, en donde nuestros prójimos tienen que comprobar esto, por ellos mismos, no por discursos y sermones, sino por las buenas obras, las obras de misericordia, las obras de los hijos de la luz.

sábado, 8 de abril de 2017

Via Crucis para Jóvenes



ORACIÓN INICIAL

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amen.
Por medio del Vía Crucis unimos nuestras almas, por la fe y el amor, a Jesucristo en su camino del Calvario, único camino al cielo. Como jóvenes, queremos unirnos a su Pasión redentora, cargando nuestra cruz de cada día y siguiéndolo por el Camino Real de la Cruz para que, participando de su Pasión redentora en esta vida, lo lo glorifiquemos y adoremos para siempre, en la eternidad.

I ESTACIÓN: Jesús es condenado a muerte
– Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Cristo, el Cordero de Dios, que es la Inocencia y la Pureza en sí misma, es condenado a muerte luego de un juicio injusto. Él, siendo Inocente, recibe la condena de muerte que merecíamos nosotros, para salvarnos de la eterna condenación.
En nuestros días se repite la muerte inocente de Jesús: miles de niños son sacrificados cruelmente en el holocausto silencioso del aborto. Al igual que los niños mártires mandados a matar  por Herodes, hoy también mueren, en el seno mismo de sus madres, los niños sacrificados por el aborto. En Islandia, la tasa de nacimientos de Niños Down es igual a cero, porque el ciento por ciento de los niños con esa condición, mueren abortados. Sólo en la unión con la muerte de Cristo Inocente, encuentra sentido la muerte absurda de niños sin culpa: al ser unidos a Cristo en su cruz, los niños inocentes abortados y también los que mueren en las guerras injustas, convierten sus muertes en muertes que, en Cristo, son causa de salvación para muchos pecadores.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
II ESTACIÓN: Jesús con la cruz a cuestas.
-Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Luego de sufrir una cruel flagelación que arranca la piel de su espalda, de su torso, de sus brazos y piernas, y luego de ser coronado de espinas, Cristo Jesús carga sobre sus hombros una pesada cruz, el madero en el que el Cordero será sacrificado. El peso de la cruz no está dado por el leño, sino por los pecados de todos los hombres, por mis pecados, que serán lavados por la Sangre del Cordero. Son mis pecados –la envidia, la maledicencia, el orgullo, la desobediencia, la concupiscencia de la carne-, los pecados que hacen pesada la cruz de Jesús. Que yo me decida, de una vez por todas, a dejar la vida de pecado, para comenzar a vivir la vida de la gracia, y así aliviar el peso de la cruz de Jesús.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
III ESTACIÓN: Jesús cae por primera vez.
– Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
A poco de haber comenzado el Via Crucis, Jesús cae por primera vez. Agotado por la falta de sueño, por el cansancio, por el hambre y la sed, sus rodillas temblorosas no lo sostienen más en pie, y cae pesadamente en el suelo. Pero lo que hace caer a Jesús no es, en primer lugar, su cuerpo debilitado: mientras lleva la Cruz, piensa en mí y dice, en secreto, mi nombre. Mientras lleva la cruz, su Corazón late de amor por mí, y es por eso que le duelen mis ingratitudes hacia Él; le duelen mis indiferencias hacia su sacrificio; le duele que yo desprecie su gracia y prefiera el pecado; le duele que, en vez de cargar la cruz y seguirlo a Él por el camino del Calvario, dirija yo mis pasos, mis jóvenes pasos, en dirección contraria al camino de la cruz, y es ese dolor, que le oprime el corazón, el que lo debilita, al punto de hacerlo caer. María, Madre mía, ayúdame a caminar por detrás de Jesús, cargando la cruz de cada día.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
IV ESTACIÓN: Jesús se encuentra con su Madre.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
En un recodo del Via Crucis, y ante la distracción momentánea de los soldados que forcejean con la multitud, la Virgen logra acercarse a su Hijo. El encuentro de María Virgen con Jesús significa para Él, que está agobiado por el peso de la cruz, por el agotamiento, la fiebre y la sed, un momento de descanso y solaz. Aunque dura breves segundos, el encuentro con su Madre y el recibir de sus ojos maternos todo el amor que late en su Inmaculado Corazón, le significa a Jesús el tomar nuevas fuerzas, para continuar camino del Calvario. Muchos jóvenes sufren por la incomprensión, la ausencia o el abandono de sus padres, pero a ninguno de estos jóvenes le falta la protección maternal de María Santísima. Basta solo invocarla, en los momentos más duros de la vida, para que la Virgen se haga presente y, con su amor maternal, nos ayude a llevar nuestra cruz con nuevas fuerzas, tal como lo hizo con Jesús.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
V ESTACIÓN: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El agotamiento de Jesús es tal, que los soldados temen que muera antes de llegar a la cima del Monte Calvario. Entonces, movidos por el deseo de ver morir a Jesús y no por compasión, obligan a Simón de Cirene a ayudarlo a cargar la cruz.
Muchos jóvenes llevan una cruz pesada, y aunque Dios no da nunca una cruz más pesada que la que el alma puede soportar, llegados a un cierto punto, les parece que la cruz es imposible de soportar. Esto sucede cuando el joven no advierte que nuestro Cireneo, voluntario y no obligado, que nos ayuda a llevar la cruz al punto de casi no sentir el peso, es el propio Jesús. Cuando en nuestra vida sintamos que el peso de la cruz es excesivo, acudamos a Jesús, nuestro Cireneo del camino, que llevará la cruz por nosotros, haciendo desaparecer su peso.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
VI ESTACIÓN: La Verónica enjuga el rostro de Jesús.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El Rostro Santísimo de Jesús está cubierto de sangre, su misma Sangre Preciosísima, brotada de su Cabeza al ser coronado de espinas. Pero la sangre se debe también a los golpes de puño que ha recibido en la cara, incluido el violento cachetazo propinado por el servidor de Caifás. Además, el Rostro Preciosísimo de Jesús está cubierto de tierra, ya que golpeó repetidas veces su rostro al caer bajo el peso de la cruz, pero esa tierra se transforma en barro al mezclarse con el sudor y con sus abundantes lágrimas, cubriendo su rostro con una negra máscara mezcla de sangre, sudor, lágrimas y tierra. Por la misma razón sus cabellos, tantas veces besados por su Madre, la Virgen, cuando Niño, están ahora convertidos, en un mazacote sucio y pegajoso que oculta en parte su rostro. El Rostro Santísimo de Jesús, cuya belleza deleita a los ángeles en el cielo, está irreconocible ahora a causa del edema y la hinchazón de sus pómulos, de su ojo cerrado por una trompada, de sus labios hinchados por los golpes y sangrantes por la sequedad debido a la deshidratación. Al verlo, todos apartan horrorizados la mirada, como quien da vuelta la cara para no ver el rostro desfigurado de un hombre. Una mujer piadosa, la Verónica, se compadece del estado de Jesús y, antes de que los soldados se lo impidan, logra limpiar el Rostro de Jesús, quedando impresa en el lienzo la Santa Faz de Jesús.
El Rostro hermosísimo de Jesús está desfigurado, a causa de los pecados de vanidad de la juventud; el Rostro de Jesús está cubierto de sangre, debido a los jóvenes que usan la belleza de su juventud para cometer pecados. Dice la Escritura que “todo es vanidad de vanidades y pura vanidad”. Que la Sangre del Rostro de Jesús lave mis pecados de orgullo, soberbia y vanidad, y que la Santa Faz se imprima sobre mi corazón, a fin de que pueda gozarme en su contemplación, por el tiempo y la eternidad.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
VII ESTACIÓN: Jesús cae por segunda vez.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús vuelve a caer y esta vez, sus rodillas golpean duramente el suelo, provocándole un dolor agudísimo.
Jesús cae de rodillas por todos los jóvenes que, negándose a arrodillarse ante Él en la Cruz y en la Eucaristía, para adorarlo y declararle su amor, se arrodillan en cambio ante los modernos ídolos de nuestro mundo post-moderno: el hedonismo, el materialismo, el relativismo. Muchos jóvenes se arrodillan ante los ídolos neo-paganos del mundo de hoy: el fútbol, la diversión extrema e irracional, el dinero, el poder, la fama mundana, la satisfacción de las pasiones. Virgen María, que sea yo capaz de doblar mis rodillas ante Jesús crucificado y ante Jesús en la Eucaristía, y que sea capaz de apartarme de los ídolos y sus falsos atractivos, de una vez y para siempre.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
VIII ESTACIÓN: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús encuentra a las piadosas mujeres de Jerusalén, quienes al verlo en tan lastimosa condición, rompen en llanto por su destino. Pero Jesús les dice que no deben llorar por Él, sino por ellas y sus hijos, porque al morir Él, la tierra quedará a oscuras y sin vida, al ser quitado de en medio el Dios de la Luz y de la Vida. Si Jesús es Dios y Dios es Luz, Vida y Amor, quien no conoce a Jesús en su Presencia Eucarística, permanece en la oscuridad y en la muerte espiritual, y el verdadero Amor no habita en Él. Esta es la razón por la que Jesús les dice que lloren por ellas y sus hijos.
Jesús sufre por los jóvenes sin Dios, porque no hay mayor desgracia en esta vida, que vivir la vida sin conocer al Amor de los amores, Cristo Jesús en la Eucaristía. Virgen María, haz que conozcamos a tu Hijo Jesús en la Eucaristía, para que conociéndolo lo amemos y amándolo salvemos nuestras almas.
IX ESTACIÓN: Jesús cae por tercera vez.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Un poco antes de la cima del Calvario, Jesús, agotado por el peso de la cruz y por su propia debilidad, cae por tierra por tercera vez. Sin embargo, alentado por el amor de su Madre, la Virgen, y por el Amor de su Padre, el Espíritu Santo, se levantará nuevamente y demostrando una fuerza sobrehumana, llegará hasta el lugar de la crucifixión, antesala del cielo.
Muchos jóvenes caen en la vida por diversas circunstancias y adversidades, pero Jesús es nuestro modelo para imitar: así como Él se levantó de sus caídas fortalecido por el amor de la Virgen y de Dios Padre, así el joven, en las dificultades de la vida, debe recurrir a la Santa Madre Iglesia para que esta le transmita, por los sacramentos, el Amor de Dios Padre, perdonando sus pecados en el Sacramento de la Confesión y alimentando sus almas con el manjar venido del cielo, el Pan de Vida eterna, la Eucaristía.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
X ESTACIÓN: Jesús es despojado de sus vestiduras.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Una vez en la cima del Monte Calvario, y para disponerlo para la inminente crucifixión, los soldados arrancan la túnica de Jesús, que estaba ya adherida a la piel llagada al haberse secado la piel, con una fuerza tal, que junto con la túnica, le arrancan trozos de piel y de costras, provocándole un dolor que tan atroz que a Jesús le parece que va a morir, al tiempo que hace que brote de sus heridas abiertas nuevamente, torrentes inagotables de su Preciosísima Sangre. Jesús queda desnudo, cubierto por su propia Sangre, y su Madre, quitándose su velo, cubre su Humanidad.
Jesús permite el dolor del despojo de sus vestiduras y la vergüenza de comparecer desnudo ante todos, para reparar por los jóvenes que hacen de la inmodestia, la impudicia, y la impureza, un modo de vivir. Jesús sufre el dolor y la vergüenza de su Cuerpo llagado y descubierto, para lavar con su Sangre los pecados de los jóvenes que ofenden la majestad de Dios al profanar sus cuerpos, que por el bautismo habían sido convertidos en templos del Espíritu Santo, con la impureza y con la ingesta de toda clase de substancias tóxicas. Madre de Dios y Madre mía, que yo comprenda que mi cuerpo es sagrado, porque es templo del Espíritu Santo, y que mi corazón es como un altar, en donde sólo debe ser adorado y amado Jesús Eucaristía. Ayúdame, Madre mía, a desterrar de mi vida todo lo que atente contra la santidad de mi cuerpo, templo del Espíritu de Dios y morada de la Trinidad.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
XI ESTACIÓN: Jesús es crucificado.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Los gruesos clavos de hierro perforan sus manos y sus pies, provocando una abundante efusión de Sangre, a la par que un dolor que hace estremecer a Jesús de pies a cabeza.

En Jesús crucificado están crucificados todos los niños y jóvenes inocentes que, a lo largo de la historia, serán condenados a muerte, ya sea en el seno de sus madres, por el aborto, o bien por causa del Nombre de Jesús, o bien sufrirán la muerte por enfermedades o por diversos motivos. La crucifixión de Jesús, el Cordero Inocente crucificado e inmolado, da sentido salvífico al dolor de los inocentes: en Él, el dolor y la muerte de niños y jóvenes, considerada como absurda por quienes no creen en Jesús, cobran un sentido sobrenatural, celestial y salvífico, porque unidas sus muertes a la muerte de Jesús, se convierten en fuente de santificación para sí mismos y para innumerables almas de pecadores que, de otra manera, no tendrían forma de convertirse y encontrar la salvación.
XII ESTACIÓN: Jesús muere en la cruz.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Luego de tres horas de estar crucificado y de padecer una agonía dolorosísima, Jesús cumple su Pascua, su “paso”, de este mundo al otro, entregando su espíritu al Padre.
La muerte de Jesús, además de matar a nuestra muerte y abrirnos las puertas del cielo, repara por la muerte espiritual de muchos jóvenes que eligen vivir en el pecado, cometiendo pecado mortal tras pecado mortal. Madre de Dios, ayúdame para que no solo evite todo pecado, principalmente el pecado mortal, sino para que viva en la gracia de tu Hijo Jesús, que me concede la vida de los hijos de Dios.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
XIII ESTACIÓN: Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús ha muerto en la cruz; el Hombre-Dios, que es la Vida Increada en sí misma, ha muerto, dando hasta la última gota de Sangre por nuestra salvación. Los discípulos de Jesús bajan su Cuerpo ya sin vida y lo depositan, suavemente, entre los brazos de la Madre, que ha enmudecido por el dolor y de cuyos ojos brotan abundantes y amargas lágrimas, porque ha muerto el Hijo de su amor. El Hombre-Dios vino al mundo entre los brazos de su Madre, y cumple su Pascua, pasa de este mundo al otro, también en brazos de su Madre. Así como la Virgen lo abrazó con amor inefable cuando era Niño, ahora que su Niño, el Hombre-Dios, ha muerto, también lo abraza, con amor inefable y con un dolor que le atraviesa su Inmaculado Corazón, con una fuerza tal, que le quitaría la vida, si Dios no la sostuviera con su Amor.
Confiemos nuestra vida a la Virgen, y también nuestra muerte, consagrándonos a su Inmaculado Corazón, para que amparados por su manto y protegidos por su amor maternal, vivamos esta vida terrena en la gracia y el Amor de Dios, para vivir luego en la gloria del Reino de los cielos.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
XIV ESTACIÓN: Jesús es puesto en el sepulcro.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Colocan el Cuerpo muerto de Jesús en la fría losa del sepulcro. La Virgen es la última en retirarse de la tumba, luego de lo cual, la cierran, haciendo correr una roca de gran tamaño sobre la puerta. Al quedarse sin la luz del sol, la tumba se cubre de tinieblas y su temperatura baja rápidamente, al extremo casi de la congelación. El sepulcro, frío y oscuro, es figura del alma del joven sin Jesús Eucaristía: frío, sin amor; oscuro, sin la luz de la gracia. El Domingo de Resurrección, el sepulcro se iluminará con un esplendor mayor al de miles de soles juntos y la frialdad dará paso al calor del Amor de Dios, cuando el Cuerpo glorioso de Jesús, lleno de la gloria y de la vida divina, resucite para no morir más.
El corazón del joven –como el corazón de todo ser humano-, cuando no lo tiene a Jesús Eucaristía, es oscuro, porque no tiene la gracia de Dios, y es frío, porque no tiene el Amor de Dios. Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que yo ame a Jesús Eucaristía para que Él ilumine, con su luz divina, mis tinieblas, y para que me conceda el calor del Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, delicia de toda alma.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
XV ESTACIÓN: La Resurrección de Jesús.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El Domingo de Resurrección, Jesús vuelve de la muerte, lleno de la vida, de la glori, de la luz y del Amor de Dios. Cada día Domingo, de todos los días Domingos de la tierra, hasta el fin del mundo, es iluminado por los resplandores de este Domingo Santo y es por eso que el Domingo es el Día del Señor, que debe ser dedicado a Él y solo a Él.
Jesús resucita y de su Cuerpo glorioso, emite la luz de la gloria divina, y esa misma luz de la divina gloria, es la que nos comunica en cada Eucaristía. Asistir a la Misa dominical y recibir la Eucaristía en estado de gracia, es para el alma del joven la más hermosa experiencia de amor que pueda jamás vivir en esta vida, porque significa recibir, del Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús, su vida, su gloria, su luz, su alegría divina y su Amor eterno. Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca deje de recibir el Cuerpo glorioso de tu Hijo, Jesús Eucaristía.


viernes, 7 de abril de 2017

La Semana Santa no es un puente de mini-vacaciones, sino un tiempo de gracia para participar de la Pasión del Señor


         La sociedad materialista y secularista de hoy ha relegado a la Semana Santa a un “puente” de vacaciones entre días laborables, para descansar del agotador trabajo diario. Esto constituye un grave error, aunque tampoco podemos decir, como muchos piensan de buena fe, que se trata de un mero recuerdo de lo que sucedió hace veinte siglos en Palestina. ¿De qué se trata? Se trata, para la Iglesia, de participar, como Esposa de Cristo, de la Pasión de su Señor. Es decir, no se trata de un mero recuerdo de la memoria; no es un simple acto psicológico de evocar el recuerdo, en este caso solemne, de la muerte en Cruz del Fundador de la Iglesia, Cristo Jesús; no se trata de un ejercicio piadoso de la memoria, que busca con el recuerdo honrar a Jesús. Se trata de algo mucho más profundo, que supera nuestra capacidad de comprensión, lo cual no quiere decir “irracional”, sino “supra-racional”, por lo que, para poder vislumbrarlo en su plenitud, es necesario pedir la iluminación del Espíritu Santo.
         Para poder comprender en un sentido verdaderamente cristiano católico el sentido de la Semana Santa –y de la Cuaresma y la Pascua-, debemos recordar lo que sucedió con los Primeros Padres de la humanidad, Adán y Eva: cómo ellos, desoyendo la voz de Dios, prestaron oídos a la voz de la Serpiente Antigua, el Demonio y, cometiendo el pecado original –de soberbia-, perdieron el estado de gracia en el que habían sido creados, perdiéndolo tanto para ellos, como para nosotros. A causa de la pérdida de la gracia original y del pecado original, la humanidad quedó esclava de tres grandes enemigos: el Demonio, la Muerte y el Pecado.
         Sin embargo, desde el instante mismo de la caída, Dios promete un Salvador, Cristo Jesús, que se encarna en María por obra del Espíritu Santo y que luego ofrece su Cuerpo como Víctima inmolada en la cruz, para nuestra salvación. Sin el sacrificio de Cristo, hubiéramos quedado prisioneros, para siempre, de estos tres enemigos, y no solo en esta vida, sino sobre todo en la otra, siendo nuestro destino más probable, la eterna condenación en la compañía de los ángeles caídos.
         Por el misterio de la liturgia, la Iglesia se une, de un modo místico, espiritual, sobrenatural y misterioso –no solo no quiere decir esto que sea “irreal”, sino, por el contrario, de la manera más real posible-, al misterio pascual de Muerte y Resurrección de Cristo. Esto quiere decir que los bautizados, que somos miembros de la Iglesia, el Cuerpo Místico de Jesús, al participar de las ceremonias litúrgicas de la Semana Santa, no hacemos turismo religioso, ni recuerdo piadoso, ni ejercicio devoto de la memoria: nos unimos, como Cuerpo Místico del Salvador, a nuestra Cabeza, que es Cristo, para participar, por obra del Espíritu Santo, de su misma Semana Santa, de su Pasión, Muerte y Resurrección. Cada bautizado, en particular, y toda la Iglesia, en conjunto, como Cuerpo Místico de Jesucristo, se unen a Jesucristo, con sus vidas particulares –con sus historias particulares, con sus experiencias vitales, con sus tribulaciones, con sus gozos y alegrías, con sus penas y tristezas-, participan, de un modo especial, de la Pasión del Señor. Lejos entonces de ser un “puente” de “días libres” para “vacacionar”, como lo sostiene la mentalidad laicista, secularista y materialista de nuestros días, la Semana Santa es un período de gracia especialísimo que nos brinda Dios para que no solo meditemos en la Pasión del Señor, sino para que nos unamos y participemos, por el misterio de la liturgia, de esa Pasión, que nos liberó de nuestros tres grandes enemigos, nos abrió las puertas del cielo y nos concedió la filiación divina.
         Es por esto que afirmamos que La Semana Santa no es un puente de mini-vacaciones, sino un tiempo de gracia para participar y unirnos, con cuerpo y alma, a la Pasión del Señor, redentora y salvífica.


lunes, 3 de abril de 2017

Nuestra Señora de los Scouts



         
Historia de la imagen.

         Se trata de la representación de una visión que tuvo el Padre Reginaldo Farías en el año 1937, quien se desempeñaba, en ese entonces, como Capellán del Grupo Scout “Cadetes de San Martín” de la Provincia de Mendoza, Argentina. El cuadro original fue pintado al óleo en agosto de 1943 por la Hermana Margarita Toro Aguirre. Solía entregarse la imagen como obsequio a los jóvenes que formulaban su Promesa Scout.
         En el año 2007, el cuadro original fue entronizado en la Basílica de Nuestra Señora de Luján, junto al de la Patrona Nacional de Argentina, con ocasión del Centenario del escultismo.
         Desde el 29 de junio de 2009 también un cuadro con la imagen de Nuestra Señora de los Scouts se encuentra en la sede del Movimiento Scout Católico (MSC) de España en la ciudad de Barcelona. 

Descripción de los elementos de la imagen.

        El cuadro tiene dos niveles o espacios, que representan, el superior, el mundo sobrenatural, la vida en el Reino de Dios, y el inferior, el mundo natural, es decir, el tiempo y la vida terrenos.
         En la parte superior, en el extremo izquierdo, se destaca a Nuestra Señora de los Scouts, con el Niño Jesús en brazos, y rodeada de jóvenes scouts. La Virgen en el cielo, rodeada de scouts, representa a los scouts que han fallecido en estado de gracia y están con la Virgen y Jesús, el Gran Jefe, por toda la eternidad. El campamento de la tierra viene a ser así como el anticipo, la figura o el preludio del Gran Campamento celestial, al que se dirigen los scouts y en donde se encuentran la Virgen y Jesús. Las nubes blancas dan la idea del mundo celestial, es decir, el Reino de los cielos.
Los scouts están vestidos con sus uniformes, impecables, símbolo de la gracia santificante, que es el “hábito de fiesta” del Reino de los cielos, y todos tienen algo en común, además de sus uniformes, y es que contemplan, con gozo y alegría sobrenaturales, a la Virgen y a Jesús. Lo que sucede es que Jesús, que es Dios, es tan hermoso en su Ser divino trinitario, que cuando el alma, al salir de este mundo, lo contempla en su esencia, cara a cara, queda como “fijada” en su hermosura y no puede ni quiere hacer otra cosa que deleitarse en la visión de Jesús. Lo que hace la Virgen es reforzar la idea, afirmada por todos los santos, de que a Jesús el alma llega, más rápida y fácilmente, por la intercesión de María, que por sí misma. 
La Virgen sostiene a su Hijo Jesús, el Niño Dios, quien a su vez también abraza a su Madre, mientras mira a los scouts, indicando así que quien desee amarlo, debe amar también a su Madre. Otra idea que se refuerza, es lo que nos dicen los santos: “A Jesús por María” y “Cuando el alma dice ‘María’, la Virgen dice ‘Jesús’”.  El hecho de que Jesús sea Niño en brazos de María, es para recordar lo que Jesús dijo en el Evangelio: “El que no se haga como niño, no puede entrar en el Reino de los cielos”. Esta niñez o infancia espiritual no es la cronológica o biológica que le es propio al hombre, sino la inocencia espiritual que da la gracia santificante. Dios, siendo Dios, se hace Niño para venir a nosotros, y es esa niñez celestial, dada por la gracia santificante, a la cual todo scout, independientemente de su edad, debe aspirar. Que los scouts que están en el cielo sean niños, refuerza esta idea, la de la necesidad de tener la inocencia que da la gracia santificante, para poder entrar en el Reino de los cielos. No significa, de ninguna manera, que sólo los niños scouts entrarán en el Reino, sino que lo harán quienes, más allá de su edad biológica, busquen vivir las palabras de Jesús: ser como niños, con la inocencia y la pureza de corazón, alma y cuerpo, que sólo la gracia santificante puede dar, y esta gracia nos viene comunicada por los sacramentos.
          Siempre en el extremo superior, en la franja que corresponde al mundo sobrenatural, sobre el ángulo derecho, se observa a un scout que, con su coligüe, lucha contra un dragón. El scout lleva una bandera en la que está escrito: “Ave María”, indicando su devoción a la Virgen y su condición de hijo de María. Además, significa que pertenece al Ejército de María, el Ejército Mariano formado por los hijos de la Virgen que, en los Últimos Tiempos, y guiados por la Virgen, derrotarán al Dragón, dando así cumplimiento a profecía de la Virgen en Fátima: “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”. En el centro de la bandera, se ve una especie de sol blanco, del cual irradian rayos dorados y en el centro una cruz: es la representación de Jesús Eucaristía, Sol de justicia, cuya gloria divina está representada en los rayos de luz. Significa que la fuerza espiritual y sobrenatural del scout se deriva de la Eucaristía, a la cual el scout adora y de cuya comunión obtiene la fuerza sobrenatural para vencer al Demonio y sus tentaciones. El Dragón es rojo, posee grandes fauces y colmillos, una cola larga, alas como de murciélago, y patas traseras y delanteras. El dragón está en una evidente actitud agresiva; está vivo, y lucha contra el scout; sin embargo, en la imagen, el scout está por encima, mientras que el Dragón está abajo y parece como si estuviera retrocediendo frente al embate del scout, el cual está a punto de descargar, sobre la cabeza del Dragón, un certero y duro golpe con su coligüe. El scout, a su vez, está luchando, pero en actitud no defensiva, sino ofensiva: es claro que la iniciativa es de él y que el Dragón está retrocediendo, porque está siendo vencido por el scout.
¿Qué representa esta imagen? Por un lado, hay que tener en cuenta que la escena y la posición de los integrantes, recuerda mucho a las imágenes que representan la lucha entre San Miguel Arcángel y el Dragón, ya que se encuentran en las mismas posiciones. En cuanto a quién representan cada uno, es obvio que el Dragón es el Demonio, el Ángel caído, que a pesar de su fiereza, está siendo derrotado por la valentía y la precisión de los golpes que le aplica el scout. El Dragón es el Tentador, por lo que, con toda seguridad, está siendo rechazado luego de haber intentado seducir, para hacer caer en el pecado, al scout. Ahora bien, ¿a quién representa el scout? Podría ser que represente tanto al scout-humano, como a San Miguel Arcángel, Jefe de la Milicia celestial, representado en este caso como un scout. En el caso de que representara al scout-humano, la imagen demuestra cómo el scout católico, armado con las armas espirituales que le da la Iglesia y figuradas en el coligüe –el Santo Rosario, los Sacramentos, la penitencia, la mortificación, etc.-, vence siempre al Demonio, que no puede triunfar con sus tentaciones. Si es el scout-humano el representado, nos demuestra el gran poder que tienen tanto los sacramentales –agua bendita, escapulario, etc.- como los sacramentos, además de la fe y el amor en Cristo Jesús, que hacen que el scout salga siempre vencedor, cuando el Demonio intente tentarlo para que cometa algún pecado. Ahora bien, si el scout representa a San Miguel Arcángel, lo hace en el momento en el que lo expulsa al Demonio del cielo, usando del poder de Dios que Dios le ha comunicado como Jefe de los ángeles de luz. En el cielo no hay lugar para el Demonio, porque el Demonio es un espíritu impuro, Padre de la mentira, del odio y del orgullo, y nadie con un corazón mentiroso y orgulloso, ni ángel ni hombre, pueden subsistir delante de Dios, que es el Amor, la Verdad y la Humildad en sí mismos.

         En el plano inferior destaca, como decíamos, el mundo terreno, es decir, el mundo en el que vivimos mientras estamos en esta vida terrena. Hay que notar que la vida de todos los días está representada como un campamento, establecido en un hermoso bosque. La idea que transmite es de serenidad y belleza. El paisaje –un bosque, el lago, la noche estrellada, la luna-, hermoso, nos hace ver que Dios ha creado el mundo con sabiduría y hermosura, como todas las cosas que Él crea y que la contemplación de la belleza de los paisajes en donde los scouts hacen sus campamentos, no debe nunca quedar en la mera fascinación por la belleza natural, sino elevar el alma a la Belleza Increada del Creador del Universo, Dios Trino. Es decir, si la naturaleza es hermosa, ¡cuánto más lo será Dios, que la creó! La carpa del scout está bien plantada, iluminada, y esa carpa significa el alma y el cuerpo del scout católico, convertidos en templo del Espíritu Santo por la gracia del Bautismo, e iluminados con la luz de la gracia y de la fe en Jesucristo. El lago, con sus aguas tranquilas, muestra una barca: el lago es el mundo, que cuando Dios lo dispone, está sereno y tranquilo; la barca es imagen de la Iglesia, que es la Barca de Pedro. El scout no está en su carpa, todavía no es la hora de dormir: está sentado, apoyado en un árbol, y está mirando hacia arriba, como si estuviera contemplando, en visión, a la Virgen con el Niño y los scouts en el cielo: representa al scout que, en oración contemplativa –Rosario, Adoración Eucarística-, agradece a Dios por el don de esta vida terrena, pero tiene el corazón puesto en la vida eterna, en el Gran Campamento del Gran Jefe celestial, Cristo Jesús, y de la Gran Capitana, la Virgen María. El scout católico vive en el mundo, pero no es de este mundo, y los campamentos que hace en esta tierra, son como un anticipo del Gran Campamento que vivirá, en la felicidad eterna, en el Reino de los cielos, si vive la Ley Scout y, sobre todo, la Ley de Dios.

sábado, 1 de abril de 2017

Via Crucis con las familias


ORACIÓN INICIAL
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amen.
El Vía Crucis es un ejercicio piadoso por el que nos unimos, por la fe y el amor, a Jesucristo en su camino del Calvario. Queremos comulgar con sus padecimientos para conocerlo y amarlo cada vez más en la tierra, para luego participar de su resurrección en el cielo. El único camino posible para ir al cielo, para todas las familias del mundo, es seguir a Jesús, que va con la Cruz a cuestas, camino del Calvario. Cada integrante de una familia, debe tomar la propia Cruz y seguir a Jesús, hasta llegar a la cima del Monte Gólgota. Sólo así la familia católica podrá ser renovada desde lo más profundo de su ser, con la gracia santificante de Jesús.
I ESTACIÓN: Jesús es condenado a muerte
– Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El matrimonio condenado.
Cristo es condenado a muerte; siendo Inocente, fue condenado por nosotros, los pecadores, para salvarnos del eterno mal.
Hoy la institución matrimonial también es condenada y pareciera condenada a muerte, y los que la condenan son los mismos cristianos, porque cada vez menos jóvenes se unen por el sacramento del matrimonio, prefiriendo el pecado del concubinato y del adulterio en otros casos. El matrimonio es condenado, incluso por los mismos cristianos, porque no aprecian el valor de la gracia sacramental que del matrimonio se desprende, suficiente no solo para afrontar todas las dificultades de la vida, sino para hacer de cada matrimonio y cada familia un anticipo del cielo.
Oración: Señor Jesús, que pasaste treinta años de tu vida en familia. Ayúdanos a imitar en nuestros hogares las virtudes de la familia de Nazaret y saber presentar a los hombres la auténtica imagen de la familia cristiana. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
II ESTACIÓN: Jesús con la cruz a cuestas.
-Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El matrimonio tiene que tomar la cruz de la convivencia diaria.
Cristo Jesús, después de ser brutalmente azotado y coronado de espinas, tiene que cargar con la pesada cruz, pero el peso de la cruz no está dado por el madero, sino por los pecados de los esposos que no se esfuerzan por vivir el Mandamiento de la caridad de Jesús. Cuando los esposos no se tienen paciencia, o cuando en vez de ver en el otro cónyuge a Cristo presente en él, los esposos viven en la discordia, que lleva al fin al hartazgo y a la desunión. Cada pecado de impaciencia de los cónyuges entre sí, y mucho más, los otros pecados, de incomprensión, de frialdad, de dureza de corazón, es un peso más que hace cada vez más pesada la Cruz de Jesús. La cruz de Jesús se hace más pesada cuando los esposos, en vez de tratar de vivir en el amor de Cristo, eligen el camino de la confrontación, de la falta de comprensión y de perdón, hacen la cruz de Jesús cada vez más y más pesada.
Oración: Ayúdanos, Señor, a desear y saber vivir, en nuestros matrimonios y en nuestras familias, con tu mismo amor, el mismo amor con el que Tú nos amas desde la cruz, para así aliviarte el peso que nuestros pecados agregan a tu cruz. Amén.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
III ESTACIÓN: Jesús cae por primera vez.
– Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Primera caída de los matrimonios: las sospechas, los celos.
Es tanto el peso de la cruz, que apenas dados unos pocos pasos, y agotado también por la sed, por la falta de alimentos, por los golpes recibidos y por la fiebre que sube cada vez más, Jesús cae por primera vez. Jesús cae por los pecados de los esposos que, infieles a la gracia matrimonial, y agotados los atractivos físicos y materiales de los primeros tiempos, intentan llevar la vida matrimonial y familiar con sus propias fuerzas, olvidándose de que las fuerzas para afrontar las tribulaciones y para crecer cada vez más en el amor esponsal, viene solo pura y exclusivamente, de la gracia sacramental del matrimonio, que implica la profundización de la vida de fe, la oración conjunta de los esposos y la vida sacramental. Sin el auxilio divino, el matrimonio cristiano, olvidado de la fuente de su fortaleza y amor que es Cristo, cae indefectiblemente, y así las promesas de fidelidad, de indisolubilidad, fracasan estrepitosamente.
Oración: Oh Jesús, Esposo de la Iglesia Esposa, infunde la gracia de tu matrimonio esponsal con la Iglesia, para que los esposos cristianos encuentren en Ti, y solo en Ti, las fuerzas necesarias para mantener vivos el amor y las promesas esponsales, hasta el fin de sus días.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
IV ESTACIÓN: Jesús se encuentra con su Madre.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El dolor de la madre ante los hijos.
Agotado por el peso de la cruz, por la falta de alimentos, por la sed, la fiebre y los golpes, Jesús se encuentra con su Madre, la Virgen María, y este encuentro breve, en el que se entrecruzan miradas cargadas de amor y dolor, Jesús encuentra las fuerzas para seguir hasta la cima del Monte Calvario.
Muchas madres se duelen cuando pierden a sus hijos, ya sea porque estos emprenden caminos alejados de Dios, o cuando sus hijos sufren por diversas dolencias. Cuando esto sucede, se deben arbitrar los medios humanos, pero el ejemplo de las madres fue, es y será siempre, María Santísima, en su encuentro con su Hijo Jesús: fue la Virgen la que, con su mirada de amor, y con su amor que unía su Inmaculado Corazón al Sagrado Corazón de Jesús, la que le dio fuerzas a su Hijo, que estaba caído por el peso de la cruz. Toda madre que tenga su corazón estrujado de dolor por su hijo en problemas, del orden que sea, debe contemplar a María Santísima en la Cuarta Estación y hacer lo que Ella hizo con Jesús: transmitirle el amor de su Inmaculado Corazón.
Oración: Nuestra Señora de los Dolores, tú que confortaste a tu Hijo Jesús cuando cayó por Cuarta Vez en el Camino del Calvario, haz que las madres que sufren por sus hijos, te contemplen y te imiten para que, tomando fuerzas de tu ejemplo, acompañen a sus respectivos hijos por el camino del Calvario, puerta de la Resurrección.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
V ESTACIÓN: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Los esposos tienen que ser mutuamente cireneos.
Viendo los soldados que Jesús está a punto de desfallecer, y movidos por el deseo de que sufra más llegando a la cima del Calvario, llaman al Cireneo, para que le ayude a llevar la cruz y no muera en el camino.
Cada matrimonio, cada familia, tiene una cruz, que nunca es más grande que la que puede llevar. Los integrantes de la familia deben ser otros tantos Cireneos, que se ayuden mutuamente a llevar sus cruces, no a hacerlas más pesadas. Así como el Cireneo ayudó a Jesús a llevar la cruz, aliviándolo en su camino al Calvario, así los esposos deben ser Cireneos entre sí y con sus hijos y los hijos a su vez, con los esposos. Hacemos más pesadas las cruces de nuestros cónyuges y nuestros hijos cuando nuestro propio egoísmo y orgullo está por encima de las palabras y mandatos de Jesús.
Oración: ¡Oh Jesús, que fuiste ayudado por el Cireneo, haz que los esposos y las familias cristianas, obedeciendo a tu mandato de amor, se comporten como otros tantos Cireneos, unos con otros, de modo que todos puedan experimentar el alivio de un prójimo bondadoso, que les ayude a llevar sus respectivas cruces!
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
VI ESTACIÓN: La Verónica enjuga el rostro de Jesús.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Los cónyuges deben ofrecer a Cristo sus corazones.
Debido a las múltiples caídas sufridas en el Camino de la Cruz, el Rostro Santísimo de Cristo está cubierto de polvo, tierra, barro y sangre; su cabello está hecho todo un mazacote, mezcla de sangre, sudoración y tierra. En su Rostro se mezclan sus lágrimas, con los salivazos recibidos por la plebe, y por los hematomas y la hinchazón, producto de los golpes, está irreconocible. En un gesto de piedad y compasión, la Verónica enjuga el Rostro de Jesús, quedando impresa su Santa Faz en el lienzo sagrado. Los cónyuges deben ser, para con Cristo, otras tantas verónicas, que ofrezcan no lienzos, sino sus corazones, para que Cristo imprima en ellos su Rostro Sagrado. Así, con la Santa Faz de Jesús impresa en los corazones de cada cónyuge, Jesucristo les dará ánimos y fuerzas celestiales para continuar por el camino de la mutua santificación, el camino del Calvario.
Oración: Señor Jesús, a quien Verónica limpió tu Santa Faz con un lienzo, haz que los corazones de los esposos sean otros tantos lienzos en donde Tú imprimas tu Sagrado Rostro, para que contemplándote a ti, cada uno en el otro, obtengan de tu Santa Faz la gracia necesaria para la santificación en la vida matrimonial.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
VII ESTACIÓN: Jesús cae por segunda vez.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Segunda caída de los esposos: el problema de los hijos.
Aunque ayudado por el Cireneo, las fuerzas de Jesús, extenuadas, provocan su segunda caída. En cada caída de Jesús, el Hijo de Dios, están representadas nuestras caídas en el pecado, y por lo tanto, están representadas las caídas de los hijos en el pecado, lo cual sucede cuando, desoyendo las advertencias paternas, deciden alejarse de toda norma y control, dando rienda suelta a su rebeldía sin sentido, que sólo los conduce a un dolor cada vez más profundo. Pero debido a que Jesús es modelo para todo hijo, luego de caer, Jesús se levanta, con el recuerdo del amor del Inmaculado Corazón de María y también con el recuerdo del Amor de su Padre Dios. Así, todo hijo de un matrimonio terreno, que ha caído en el pecado, además de recibir el amor de sus padres terrenos, debe imitar a Jesús y levantarse, con la ayuda de la gracia, recordando el amor de la Madre del cielo y del mismo Jesús. No hay pecado, por grande que sea, que no pueda ser lavado con la Sangre de Jesús, y no hay caída, por dura que sea, en la que un hijo no pueda ser socorrido por la Virgen. En Jesús y en María está la ayuda para los hijos que han caído en el abismo del pecado.
Oración: ¡Oh Jesús, que agotado por el peso de nuestros pecados, caíste en tierra por segunda vez, haz que los hijos caídos en el pecado, se levanten con el amor de sus padres y el auxilio de tu gracia!
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
VIII ESTACIÓN: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El llanto por los hijos.
En el camino del Calvario, Jesús encuentra a las piadosas mujeres de Jerusalén, que lloran por Él, al verlo reducido a un estado de sufrimiento inhumano. Sin embargo, Jesús les dice “No lloréis por mí, llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos”. Lo mismo le dice a los padres: “No lloréis por mí, llorado por vosotros y por vuestros hijos”, porque quien se aparta de la cruz, sean padres o hijos, solo encuentran en el camino de la vida dolor, lágrimas y amarguras. Sólo Jesús es capaz de transformar esas lágrimas y ese dolor en gozo y alegría. Los padres deben llorar por ellos y por sus hijos cuando, a pesar de obtener éxitos terrenos, honores mundanos, y reconocimiento del mundo, se encuentren alejados de Jesús y su Cruz. Los padres no pueden estar tranquilos si ven que sus hijos, aun triunfando en el mundo, están alejados de la salvación que es Cristo Jesús, y es ahí cuando deben llorar, hasta tanto no regresen al camino de la cruz.
Oración: ¡Oh Jesús, que dijiste a las mujeres de Jerusalén que lloraran por ellas y por sus hijos, haz que todas las familias encuentren su consuelo sola y únicamente en tu Santa Cruz!
IX ESTACIÓN: Jesús cae por tercera vez.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Tercera caída en el matrimonio: la enfermedad.
Antes de llegar a la cumbre del Monte Calvario, Jesús cae por tercera vez. Sus fuerzas estaban ya al límite y es por eso que cae pesadamente con la cruz. Pero al igual que sucedió con sus antiguas caídas, es el recuerdo del amor de su Madre, la Virgen, y de su Padre, Dios eterno, el que las das fuerzas que necesita para volver a levantarse y dirigirse, decididamente, al Calvario.
En los matrimonios, puede suceder que uno o los dos cónyuges caiga abatido por la enfermedad, que puede ser de distinta gravedad, incluso mortal. En esos dramáticos momentos, también puede parecer que todo está perdido, pero es el momento justo para recordar que lo que los unió en el santo sacramento del matrimonio fue el amor de Jesús y que ambos, apoyados en ese amor, se prometieron mutua fidelidad y asistencia durante toda la vida, incluidos el dolor y la enfermedad. Entonces, al igual que Jesús, cuando un cónyuge o ambos enferman, deben recurrir al fundamento de su matrimonio, que es el amor de Jesús, para obtener de allí las fuerzas de amor necesarias para el socorro mutuo. La desesperación, el desencuentro, el abandono del cónyuge enfermo, son conductas indignas de los esposos cristianos, y constituyen una gravísima traición al amor de Jesús, que es el que los unió en santo matrimonio.
Oración: Señor Jesús, que caíste en tierra por tercera vez bajo el peso de la cruz, concede tu gracia a los esposos que sufren enfermedad, para que encuentren, en tu amor esponsal, el amor y la fuerza necesarios para santificarse en el dolor y en el amor.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
X ESTACIÓN: Jesús es despojado de sus vestiduras.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Los padres tienen que despojarse de toda vanidad mundana.
Al llegar a la cima del Monte Calvario, Jesús es despojado de sus vestiduras. Puesto que estas se encontraban adheridas a sus heridas debido a la sangre que se había secado, uniendo sus vestiduras con su piel, al despojarlo de sus vestiduras con violencia, se renueva el dolor de Jesús, porque con las vestiduras se le arranca la poca piel que le quedaba y le hace brotar un río interminable de sangre. Jesús se deja despojar de las vestiduras, para que no nos dejemos llevar por los falsos atractivos del mundo. Los esposos, imitando a Jesús, deben dejar de lado toda mundanidad y toda vanidad, para educar a a sus hijos en la austeridad y sobriedad de vida cristiana, enseñando a sus hijos a despreciar los bienes terrenos, para desear sólo pura y exclusivamente, los bienes del cielo, la eterna bienaventuranza en la contemplación de la Trinidad.
Oración: ¡Oh Jesús, que sufriste un cruel dolor al ser despojado de tus vestiduras, dándonos así ejemplo de sobriedad y austeridad cristianas, haz que los esposos cristianos sean modelos, para sus hijos, de una vida centrada en el deseo de ganar sólo los bienes del cielo, prometidos para quienes te aman!
XI ESTACIÓN: Jesús es crucificado.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
La cruz, modelo y fuente del amor esponsal.
Jesús es crucificado. Gruesos y filosos clavos de hierro clavan sus manos y sus pies al madero. El dolor es lacerante, y a la par que abren sus carnes y fijan al Hombre-Dios al leño, los clavos hacen brotar su Sangre Preciosísima, la misma Sangre que será recogida por los ángeles en cálices de oro, para luego ser ofrecida por la Iglesia en la Santa Misa, a las almas sedientas del Amor de Dios. Jesús, el Esposo de la Iglesia, da la suprema muestra de amor, ofrendando su vida en la cruz por su Iglesia Esposa. A su vez, la Iglesia Esposa, adora y ama al Cordero, que por Ella da su vida en la cruz.
Así, Jesús se convierte en modelo para los esposos terrenos, cuyo amor por sus esposas debe ser un amor que imite al amor de Jesucristo, un amor que los lleve a dar sus vidas, hasta la muerte de cruz, por sus esposas y sus hijos. A su vez, la Iglesia Esposa, en su actitud de fiel sumisión en el amor, es ejemplo para las esposas cristianas, que deben amar a sus esposos con el mismo amor con el que la Iglesia ama a Jesús. La Santa Cruz se convierte así en el modelo y la fuente del amor esponsal: así como no se puede pensar a Cristo Esposo sin la Iglesia Esposa, y así como no se puede pensar a una Iglesia sin Eucaristía, así tampoco se puede pensar en esposos cristianos cuyo amor esponsal no tenga por modelo y no beba de la fuente del Amor, Cristo crucificado. ¡Oh Jesús, que diste tu vida por amor a tu Iglesia, siendo amado hasta el fin por tu fiel Esposa, haz que los esposos cristianos tomen de la cruz, el modelo y la fuente del amor que como esposos se deben!
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
XII ESTACIÓN: Jesús muere en la cruz.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
La viudez: la muerte de uno de los esposos.
Clavado en la cruz, luego de tres horas de dolorosísima agonía, Jesús entrega su espíritu al Padre, no sin antes habernos dejado muestras asombrosamente increíbles de su amor por nosotros: nos dio a su Madre como Madre nuestra y dejó su Presencia misteriosa en la Eucaristía, para estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”.
Tarde o temprano, uno de los esposos muere antes que el otro. En el caso de los esposos cristianos, la muerte adquiere una dimensión distinta en Cristo, porque Él ha vencido a la muerte en la cruz y nos ha dado la vida eterna. La muerte de un cónyuge, por lo tanto, no debe nunca significar ni desesperación ni tristeza sin consuelo, porque en Cristo tenemos la posibilidad, porque Él nos ha abierto las puertas del cielo con su sacrificio en cruz, de reencontrarnos con nuestros seres queridos, y por lo tanto, los cónyuges que se amaron en Cristo en la tierra, podrán seguir amándose, con el amor santo y puro de Cristo, en el cielo. La muerte de un cónyuge no es, por lo tanto, un punto final, sino el inicio de la esperanza del reencuentro en Cristo, en el Reino de los cielos. Y esta esperanza es la que hace la vida del cónyuge que ha quedado solo en esta tierra, mucho más llevadera, porque espera con ansias el momento en que Cristo, por la misericordia de Dios, lo hará reencontrar con su cónyuge amado, en el Reino de los cielos.
Oración: ¡Oh Jesús sufriste la muerte en cruz y dejaste a tu Madre triste y sola; te pedimos por todos los viudos y viudas que perdieron al compañero de sus vidas, para que encuentren en Ti la fuerza del Amor Divino necesario para vivir serenos y alegres hasta el momento del reencuentro en el cielo, por tu Misericordia!
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
XIII ESTACIÓN: Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Cuando los hijos se mueren.
No hay dolor más grande que el dolor de la Madre de Dios, que recibe al Hijo de su Amor entre sus brazos, al ser bajado de la cruz el Cuerpo sin vida de Jesús. Para la Virgen, significa morir en vida, porque la vida de su alma purísima era su Hijo Jesús y sin Jesús, a la Virgen le parece que, aun estando viva, ya no vive, sino que está muerta. El dolor le atraviesa su Inmaculado Corazón, dando cumplimiento cabal a la profecía del anciano Simeón: “Una espada de dolor te atravesará el corazón”. Una escena similar se repite, toda vez que una madre o un padre pierden a un hijo por la muerte. Pero aquí también, aun cuando el dolor es desgarrador, no hay lugar para la desesperación, porque Nuestra Señora de los Dolores es el modelo que todo padre que ha perdido a su Hijo, debe contemplar e imitar. La Virgen nunca se rebeló contra Dios, por la muerte de su Hijo; por el contrario, la aceptó con amor, con fe y con resignación, dando gracias incluso al Padre, porque su Hijo moría por la salvación del mundo. Todo padre debe aceptar, en medio del dolor más desgarrador, con serenidad y fe cristiana, la muerte de un hijo, contemplando e imitando a la Madre de Dios y ofreciéndole a Ella y a Jesús su dolor, para que ese dolor sea acorde a la voluntad de Dios, es decir, se transforme en salvífico. No cabe otra cosa, que la contemplación e imitación de Nuestra Señora de los Dolores, cuando a los padres se les muere un hijo.
Oración: ¡Nuestra Señora de los Dolores, que aceptaste con fe y con amor la voluntad del Padre, que quería que tu Hijo muriera para la salvación del mundo, dale a los padres que perdieron a sus hijos, la gracia de ofrecer este dolor desgarrador a los pies de la cruz de Jesús, para que su dolor sea un dolor que santifique sus almas y las de muchos hermanos!
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
XIV ESTACIÓN: Jesús es puesto en el sepulcro.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
La muerte del que queda.
Luego de muerto Jesús, la Virgen acompaña a la procesión fúnebre, acompañada por Nicodemo, San Juan Evangelista, y los discípulos. El Cuerpo sin vida de Jesús es colocado en un sepulcro nuevo, excavado en la roca, propiedad de Nicodemo. La última en retirarse del sepulcro es la Virgen y cuando la piedra se cierra, la tumba queda en silencio y en la más completa oscuridad. Resplandecerá con un resplandor más brillante que mil soles juntos cuando Jesús resucite, con su Cuerpo glorioso, el Domingo de Resurrección. Hasta tanto, la Virgen hace guardia junto al sepulcro, llorando en silencio y en soledad, pero meditando en las palabras de Jesús, de que habría de resucitar al tercer día, para no morir más, y eso la llena a la Virgen de una dulce paz.
De la misma manera, cuando muere un cónyuge, el que queda en esta vida no solo no se desespera, sino que, en el silencio y en la oración, medita en el tiempo futuro, en el Reino de los cielos, en donde, por la misericordia de Dios, habrá de encontrar a su cónyuge, en Cristo Jesús, para ya nunca más separarse. Para el cónyuge cristiano no existen ni la desesperanza ni la tristeza extrema, sino la serena alegría que trae al alma la espera del Nuevo Día, el Día de la eternidad, el Día que resplandece en los cielos, con la luz eterna del Cordero de Dios, Jesús Eucaristía, y es en esta esperanza en la que basa la vida terrena que le queda por transcurrir, con serena paz y alegría.
Oración: Señor Jesús, que dijiste: “Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá para siempre”, te pedimos que infundas en los corazones de los esposos la firme esperanza de la vida eterna.
Padre nuestro. – Señor, pequé. – Tened piedad y misericordia de mí.
Reflexión final.

El Vía Crucis termina con la muerte y sepultura de Jesús. Pero esa muerte no fue sino el paso para la resurrección. Él dijo: “Si el grano de trigo no muere, no producirá fruto”. El grano de trigo que muere es Él, que muere en la cruz, y el fruto que da, es la resurrección. Toda familia debe seguir los pasos de Jesús camino del Calvario, es decir, el Via Crucis, para gozar luego con Él de la resurrección en el Reino de los cielos.
XV ESTACIÓN: La Resurrección de Jesús.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. – Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús vuelve de la muerte y nos comunica su gloriosa resurrección en cada Eucaristía.
Una vez puesto el Cuerpo muerto de Jesús en el sepulcro, la Virgen es la última en retirarse de la tumba. Se cierra la entrada con una pesada piedra, quedando el sepulcro a oscuras y en el más completo silencio, por lo que resta del Viernes Santo y durante todo el Sábado Santo. Pero en la madrugada del tercer día, tal como lo había prometido, Jesús resucita. Desde su Corazón, comienza a vislumbrarse una luz resplandeciente que se extiende velozmente por todo su Cuerpo y, al tiempo que se extiende, lo llena de la vida y de la gloria de Dios. El Santo Sepulcro se ilumina de pronto con una luz que resplandece con una intensidad mayor a la de miles de soles juntos. El silencio es reemplazado por el sonido de los latidos del Corazón de Jesús, que vuelve a la vida, y por los cánticos de alabanza de los ángeles de Dios. ¡Ha resucitado Jesús, nuestro Dios! ¡Ha vuelto de la muerte, para no morir más! Jesús es el Dios Viviente y la Vida Increada en sí misma, y la muerte ya no tiene poder sobre Él. Su Resurrección gloriosa es la fuente de nuestra esperanza y de serena alegría, aún en los momentos más tristes de la vida, y es la razón por la cual los cristianos no nos desesperamos ni nos dejamos abatir por la tristeza frente a la muerte y a las tribulaciones, porque es la luz de su Resurrección la que ilumina nuestros días, disipando las tinieblas de la muerte, del error y del pecado. Los cristianos nos mantenemos firmes ante toda adversidad, porque estamos seguros de que Él ha resucitado y, con su Resurrección, no solo ha vencido a la muerte, sino que nos ha abierto las puertas del Reino de los cielos, pero además, nos comunica de su misma Vida divina y de su gloriosa Resurrección, en cada comunión eucarística. Para nosotros, los cristianos, la Eucaristía Dominical significa el encuentro con Jesús glorioso y resucitado, y la fuente de toda esperanza y alegría, porque se nos comunica, en cada Eucaristía, en germen, la vida gloriosa de Jesús resucitado.