miércoles, 22 de junio de 2016

Cristo en la Eucaristía da sentido a la vida de todo joven


El Santo Padre Benedicto XVI decía a los jóvenes[1], en ocasión para la preparación para la Jornada Mundial de la Juventud a desarrollarse en Río de Janeiro, que debían estar “alegres”, pero no con la alegría superficial y pasajera del mundo, sino que la alegría debía ser por Jesús, que es el “Dios, que es Alegría infinita”. Ser de Jesús, ser cristianos, es una causa de alegría, como dice la Escritura, “Alégrense siempre en el Señor” (Flp 4,4). La alegría del joven, dice el Papa, debe ser “la alegría de ser cristianos”, de formar parte de Jesucristo por el bautismo. Es decir, el Santo Padre anima a los jóvenes a estar alegres, pero no con la alegría del mundo, sino con la alegría de ser cristianos, de pertenecer a Jesús, que es en sí mismo la Alegría infinita y eterna de Dios. Fuera de Jesús, no hay alegría, ni verdadera, ni duradera.
Decía el Santo Padre que hoy muchos jóvenes no ven la vida como un don de Dios y tampoco ven el sentido de la vida: “Hay muchos jóvenes hoy que dudan profundamente de que la vida sea un don y no ven con claridad su camino”, y esto, porque no tienen la luz de la fe en Jesucristo. Cuando se presentan las dificultades, esta fe en Jesús la que ilumina el camino al joven: “Ante las dificultades del mundo contemporáneo, muchos se preguntan con frecuencia: ¿Qué puedo hacer? La luz de la fe ilumina esta oscuridad, nos hace comprender que cada existencia tiene un valor inestimable, porque es fruto del amor de Dios”. Jesús es la Luz de Dios, es Dios, que es Luz eterna, divina; sin Él, la vida es como cuando alguien se introduce en un bosque espeso, en una noche con nubes densas que ocultan la luz, y en donde acechan las alimañas y las bestias salvajes. Con Jesucristo, en cambio, todo se vuelve luminoso, porque la “luz vence a las tinieblas” y mucho más la luz de Cristo, que es la Luz de Dios, que vence a las tinieblas vivientes y a las tinieblas del pecado, de la muerte, del error, de la ignorancia. Con Jesucristo, el camino de la vida adquiere sentido, porque se vuelve luminoso y claro, como cuando alguien camina por un prado florido en un día diáfano, sin nubes y con un sol resplandeciente.
¿Dónde encontrar a Jesús, para ser iluminados por Él? En la oración y en los sacramentos, principalmente la Reconciliación y la Eucaristía: “Os invito a que os arraiguéis en la oración y en los sacramentos (…) En la oración le encomendamos al Señor las personas a las que amamos y le suplicamos que les toque el corazón; pedimos al Espíritu Santo que nos haga sus instrumentos para la salvación de ellos; pedimos a Cristo que ponga las palabras en nuestros labios y nos haga ser signos de su amor” (…) Sabed encontrar en la Eucaristía la fuente de vuestra vida de fe y de vuestro testimonio cristiano, participando con fidelidad en la misa dominical y cada vez que podáis durante la semana. Acudid frecuentemente al Sacramento de la Reconciliación, que es un encuentro precioso con la misericordia de Dios que nos recibe, nos perdona y renueva nuestros corazones en la caridad. (En los sacramentos encontramos) la fuerza y el amor del Espíritu Santo para profesar la fe sin miedo”. El Papa también los invita a hacer Adoración Eucarística, a estar en silencioso diálogo de amor con el Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús: “Os aliento también a que hagáis adoración eucarística; detenerse en la escucha y el diálogo con Jesús presente en el sacramento”.
Si hacen este camino, dice el Papa, “Cristo mismo les dará” de su luz, de su Amor, de su Vida, que es la vida eterna de Dios, y así poseerán la verdadera alegría, aún en medio de las tribulaciones de esta vida, como un anticipo de la alegría eterna que vivirán en el cielo. 




[1] http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/messages/youth/documents/hf_ben-xvi_mes_20121018_youth.html; ; Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Juventud 2013.

jueves, 2 de junio de 2016

El joven y la verdadera alegría


         Hay un sentimiento innato en el ser humano, que se hace particularmente evidente en la juventud, y es el de la alegría: todo el mundo desea estar alegre porque, como dice el Papa Benedicto XVI a los jóvenes, “nuestro corazón está hecho para la alegría”[1]. La alegría se deriva de un estado del alma, que es la felicidad, el cual es también innato al ser humano; como dice un Padre de la Iglesia, San Agustín, “todo el mundo desea ser feliz”. Es decir, todo ser humano nace deseando ser feliz y por lo tanto, deseando ser alegre, que es una consecuencia de la felicidad. Pero también es cierto que la felicidad –al menos la felicidad plena- es algo muy difícil de alcanzar, y la razón está en que, como lo dice también San Agustín, se busca la felicidad en cosas que no pueden darla. Como dice el Papa, “Esta búsqueda sigue varios caminos, algunos de los cuales se manifiestan como erróneos, o por lo menos peligrosos”[2].
         El Papa le decía a los jóvenes que lo que buscamos es una alegría profunda, duradera, y que esto es especialmente válido para la época de la juventud, en donde se planifica, con mucha esperanza, para el futuro: “Nuestro corazón busca la alegría profunda, plena y perdurable, que pueda dar “sabor” a la existencia. Y esto vale sobre todo para vosotros, porque la juventud es un período de un continuo descubrimiento de la vida, del mundo, de los demás y de sí mismo. Es un tiempo de apertura hacia el futuro, donde se manifiestan los grandes deseos de felicidad, de amistad, del compartir y de verdad; donde uno es impulsado por ideales y se conciben proyectos”[3].
         Dice también el Santo Padre que Dios nos concede muchas oportunidades de alegrías buenas y sanas: “Cada día el Señor nos ofrece tantas alegrías sencillas: la alegría de vivir, la alegría ante la belleza de la naturaleza, la alegría de un trabajo bien hecho, la alegría del servicio, la alegría del amor sincero y puro. Y si miramos con atención, existen tantos motivos para la alegría: los hermosos momentos de la vida familiar, la amistad compartida, el descubrimiento de las propias capacidades personales y la consecución de buenos resultados, el aprecio que otros nos tienen, la posibilidad de expresarse y sentirse comprendidos, la sensación de ser útiles para el prójimo. Y, además, la adquisición de nuevos conocimientos mediante los estudios, el descubrimiento de nuevas dimensiones a través de viajes y encuentros, la posibilidad de hacer proyectos para el futuro. También pueden producir en nosotros una verdadera alegría la experiencia de leer una obra literaria, de admirar una obra maestra del arte, de escuchar e interpretar la música o ver una película”[4]. Sin embargo, en nuestros días, es frecuente que el mundo intente engañarnos con alegrías falsas, que en el fondo, son causa de profunda tristeza para el corazón, porque el mundo nos quiere hacer creer que la alegría está en los bienes materiales, en el dinero, en la fama, en el éxito fácil, en la satisfacción de las pasiones. En definitiva, el mundo quiere hacernos creer que la felicidad y la alegría están en el mundo.
         Pero dice el Papa que no es así, porque la alegría verdadera está en Dios: “En realidad, todas las alegrías auténticas, ya sean las pequeñas del día a día o las grandes de la vida, tienen su origen en Dios, aunque no lo parezca a primera vista”[5]. Dios es “alegría infinita”, dice el Papa –y también lo dice una gran santa, Sor Teresa de los Andes-, y quiere comunicarnos de esa alegría, porque no se guarda para sí mismo, sino que nos la quiere dar toda: “Dios es comunión de amor eterno, es alegría infinita que no se encierra en sí misma, sino que se difunde en aquellos que Él ama y que le aman”. ¿De qué manera quiere Dios darnos su alegría? Para saberlo, pensemos en qué sucede cuando alguien hace un regalo a otra persona: con el don, desea que esa persona sea feliz, esté alegre. De la misma manera, Dios quiere darnos su alegría cuando aceptamos su don, su regalo. ¿Y cuál es el don de Dios para nuestras vidas? Es su Amor y su Amor se nos dona a través del sacrificio de Jesús en la cruz, porque al ser traspasado el Corazón de Jesús, se derrama el contenido de su Corazón, su Sangre y, con su Sangre, su Amor de Dios, el Espíritu Santo. Esto quiere decir, entonces, que si aceptamos el don de Dios, que es su Hijo Jesús, como dice el Papa: “Este amor infinito de Dios para con cada uno de nosotros se manifiesta de modo pleno en Jesucristo. En Él se encuentra la alegría que buscamos” –y nosotros agregamos que está en la cruz y en la Eucaristía-, entonces aceptamos el don de su Amor y es este Amor de Dios el que nos hará felices, en esta vida y en la otra.



[1] Cfr. Mensaje del Papa Benedicto XVI para la XXVII Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro; http://es.catholic.net/op/articulos/5036/cat/221/mensaje-del-papa-benedicto-xvi-para-la-xxvii-jornada-mundial-de-la-juventud.html
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.