lunes, 20 de febrero de 2023

Un cristiano católico no debe nunca, bajo ninguna circunstancia, participar del Carnaval

 



            Un cristiano católico no debe nunca, bajo ninguna circunstancia, participar del Carnaval

          Quien se precie de ser católico, hijo de Dios por el bautismo, no debe nunca participar del Carnaval, por las siguientes razones:

          Ante todo, en el Carnaval se exalta, se ensalza, se glorifica, todo aquello que Cristo derrotó en la Cruz: el Demonio, las pasiones, el hombre viejo dominado por el pecado, el pecado en todas sus formas y variantes.

          En el Carnaval se exalta al Demonio: esto es una realidad que podemos constatar en todas las culturas de todas las naciones del mundo, en cualquier época de la humanidad; desde las culturas más refinadas y avanzadas, hasta las más primitivas, en el Carnaval, la figura central es el Demonio; es al Ángel caído a quien se recuerda de diversas maneras, con disfraces alusivos, con bailes, con música desenfrenada. Un católico no puede JAMÁS participar en esta idolatría demoníaca llevada a cabo en todos los carnavales de todos los puntos de la tierra.

          En el Carnaval se exaltan las pasiones del hombre, las pasiones no dominadas ni por la razón humana ni mucho menos por la gracia; se exalta, se promociona, se premia, el desenfreno y la alegría no solo banal, sino la alegría de las bajas pasiones, la alegría pecaminosa, la alegría que no viene de la Alegría Increada que es Dios, sino una alegría basada en motivos humanos no originados en las virtudes sino en los vicios y pecados y también originada en causas preternaturales provenientes del Ángel caído.

          En el pecado se exalta, se ensalza, se glorifica, al hombre caído, al hombre viejo, al hombre dominado por las pasiones sin control, sobre todo las pasiones carnales que conducen al pecado de la lujuria, pasiones y pecados que son la causa de la pérdida eterna de las almas en el Infierno; pasiones y pecados que son la principal causa de la caída de las almas en el lago de fuego, tal como lo dicen los Pastorcitos en las apariciones de Fátima: “Los pecados de la carne (la lujuria) son la causa de la mayor parte de las condenaciones en el Infierno”. Si en el Carnaval se exaltan los pecados, el que ocupa el primer puesto es el de la lujuria, seguido por la embriaguez, dos de las principales causas por las cuales se cierran al hombre las Puertas del Cielo y se abren las Fauces del Infierno.

          Por el Carnaval se pierde la gracia santificante, al participar del mundo de pecado que consiste el Carnaval, gracia necesaria para la disposición del alma para participar del inicio de la Cuaresma con el Miércoles de cenizas. Los días previos al inicio de la Cuaresma deben ser preparatorios para participar de la misma con el alma en gracia, pero por el Carnaval, se olvida toda referencia a la Pasión Salvadora del Redentor Jesucristo, para dar rienda suelta a las pasiones descontroladas del hombre sin Dios.

          En el Carnaval, entonces, se celebra mundanamente todo lo que ha sido derrotado por Cristo en la cima del Calvario, en la Santa Cruz, por lo que celebrar el Carnaval es celebrar mundana y sacrílegamente, con una alegría no humana sino preternatural sobre la Sangre de Cristo, pisoteándola y burlándose sacrílegamente de la Sangre del Cordero.

          Por último, en el Carnaval se exaltan todos los pecados posibles en su máximo grado, al punto de considerar que la humanidad, después del Carnaval, sigue todavía viva por un designio de la Divina Misericordia, que con su brazo frena la Justicia Divina, tal como lo dicen los santos, como Santa Faustina Kowalska en su Diario[1]: “Estos dos últimos días de Carnaval, he vivido una gran acumulación de castigos y pecados. El Señor me dio a conocer en un instante los pecados de todo el mundo estos días (de Carnaval). Me desmayé de terror y, a pesar de conocer toda la profundidad de la Divina Misericordia, me maravillé de que Dios permita que exista la humanidad".

 



[1] Diario de Santa Faustina, n. 926.

 

jueves, 16 de febrero de 2023

A propósito de la obtención de la Copa del Mundo por la Selección Argentina en Qatar 2022

 


Nuestra Señora de las nieves antárticas

Considerando el hecho en sí mismo -una competencia deportiva, un partido de fútbol-, alguien podría decir, con razón, que se trata de algo superficial, casi banal, pasajero, sin mayor trascendencia.

Les damos la razón, sin embargo, hay algunos aspectos que vale la pena considerar y que hacen que esta final de la Copa del Mundo -la más televisada en la historia, que fue vista casi por cuatro mil millones de personas, además de ser la más dramática y la mejor final de todos los tiempos-, hacen que trascienda el mero aspecto futbolístico.

A nivel natural, fue como un soplo de alegría -instantánea, pasajera, superficial en cuanto emocional, pero alegría al fin- que recorrió nuestra amada Patria, tan castigada, no tanto por desastres naturales ni guerras -que sí las hubo, contra el terrorismo apátrida y contra los usurpadores ingleses en Malvinas-, sino por una clase política populista, inoperante, indolente de las verdaderas urgencias de la Nación Argentina, preocupadas solo por el poder y el dinero y esto desde hace setenta u ochenta años, y ese soplo de alegría disolvió, aunque sea por un breve instante, las amarguras que la Nación Argentina padece desde hace décadas.

El Pueblo Argentino, sufrido y castigado por la inoperancia de sus dirigentes, salió a las calles de literalmente todo el país, desde Humahuaca, Jujuy, hasta la Base Marambio, en la Antártida Argentina, en la provincia de Tierra del Fuego e Islas Malvinas; desde el Oeste cuyano -Mendoza, San Juan, San Luis, La Rioja-, hasta el este bonaerense -toda la provincia de Buenos Aires, incluida su Capital, Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires; desde lo más profundo del Norte argentino Tucumán, Salta, Chaco, Catamarca-, hasta lo más profundo del Sur -Chubut, Santa Cruz, Tierra del Fuego e Islas Malvinas-, pasando, cómo no, por el centro de nuestro amado país -Córdoba, Santiago-. En la Capital, Buenos Aires, se calcula que la concentración fue de unos cuatro a cinco millones de personas, algo que ningún dirigente político, utilizando todas las artimañas y coerciones que suelen utilizar, pudo lograr jamás, a lo que hay que agregar que, milagrosamente -literalmente, por un milagro, por una intervención divina, no hubo fallecidos, aunque sí hubo desmanes, ya que nunca falta quien no entiende la situación y hace lo que no debería hacer-. Es decir, todo el país -imposible nombrar todas las provincias, pero fue todo el país, literalmente- estuvo unido -brevemente, fugazmente, pero unido-, sin ninguna clase de banderías políticas, sin ninguna mención a ninguno de los innumerables desastrosos partidos políticos que des-gobiernan la Argentina desde hace décadas. Lo que unió a la Argentina fue la alegría por el triunfo de la Selección y aquí hay que hablar del triunfo en sí, puesto que a todas luces fue un triunfo que reivindica la meritocracia, es decir, el premio al mejor y en este caso, al mejor de los mejores, el equipo argentino. Si nos tuviéramos que guiar por los parámetros del mundo, que abomina de la meritocracia en pos de una anti-natural “igualdad” -los seres humanos no somos todos iguales y por ello nos complementamos y tenemos necesidad unos de los otros, lo cual lleva a una armónica convivencia humana-, en el equipo argentino no estarían los mejores, sino los “iguales” y así es imposible, de toda imposibilidad, ganar nada. Por otra parte, al haber sido un triunfo sacrificado, reivindica valores olvidados en este mundo progresista, modernista y anti-cristiano: el esfuerzo, el sacrificio, la solidaridad, el deseo de ser el mejor y la puesta en práctica, por obra, de aquello que conduce al camino del éxito -aunque este no esté asegurado de ninguna manera-, la superación de las adversidades, la superación de las voces que sin conocer ni apreciar el mérito, el esfuerzo y el sacrificio, denostan a los que sí lo hacen, y así con muchos otros valores y virtudes mostrados a lo largo de la competencia.

Los jugadores dieron, al mundo entero, una mínima, pequeñísima muestra, pero muestra al fin, de la vigencia perenne del orden natural: si bien con seguridad, por los tiempos de apostasía en los que vivimos, casi ninguno está unido por el sacramento del matrimonio, pero la gran mayoría mostró al mundo que el orden natural, creado por Dios, está más vigente que nunca, porque todos se mostraron con sus familias, con sus esposas, sus hijos, sus familiares, dando así una fugaz pero inmortal postal de la familia natural, la familia creada por Dios, formada por el varón, la mujer y los hijos frutos del amor esponsal -aun cuando, suponemos, la mayoría no esté unido por el sacramento del matrimonio, por lo que no es, de ninguna manera, una reivindicación, ni siquiera implícita, de las uniones extra-sacramentales- y esto es de un valor incalculable, porque esta postal -fugaz- se dio en el contexto en el que las más perversas mentes del planeta -como el PSOE en la amada España- decretan leyes inicuas intentando dar validez legal a lo que es anti-natural[1].

Un aspecto a considerar es que, en el "canto del Mundial", que se popularizó entre los argentinos, si bien es un típico canto popular futbolístico, con lo cual parecería que no hay nada para rescatar, sin embargo, sí hay algo para rescatar y es la mención a "los pibes de Malvinas", aunque en realidad debería decir: "los Héroes de Malvinas", pero como sea, la mención de las Islas Malvinas y de quienes dieron sus vidas para recuperarlas del invasor inglés, contribuye a la lucha contra la desmalvinización propuesta por los sucesivos gobiernos "democráticos" que en este y en otros aspectos, obraron y obran en contra de los verdaderos intereses de la Patria.

Otro aspecto a considerar -y nos parece que es el elemento sobrenatural que le da una trascendencia superior al hecho fubolístico en sí- es que la Bandera Argentina ondeó, materialmente, en todo el país, y flameó sola, sin ninguna bandería de la (inicua) política argentina y además, ondeó -al menos virtualmente, pero ondeó-, por TODO EL MUNDO, debido a que, como decíamos al inicio, se trató del evento deportivo más televisado en la historia, al menos del deporte. ¿Y cuál es la importancia de que la Bandera Nacional Argentina haya ondeado en el País y en todo el mundo?

Y aquí, en la respuesta a esta pregunta, viene lo que consideramos el aspecto sobrenatural del triunfo de la Selección y que hace trascender lo meramente deportivo: la Bandera Nacional Argentina, por disposición divina, ES el Manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción y esto no es un dato dicho por autores piadosos, sino, además, porque es una verdad histórica: el General Belgrano recibió la gracia de homenajear a la Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de Luján, dando a la Bandera Argentina los colores del Manto de la Virgen, según las declaraciones del hermano del General Belgrano y según las investigaciones de numerosos historiadores que llegaron a esta conclusión luego de rigurosas investigaciones científicas historiográficas. Entones, al ser el Manto de la Inmaculada Concepción, a través del triunfo deportivo, podemos decir, con toda certeza, que el Manto de la Inmaculada Concepción flameó, ondeó, aun por un breve instante, por todo el mundo, cubriendo sobrenaturalmente al mundo y cobijándolo bajo su protección maternal.

Además de la alegría de una tercera Copa Mundial, en el triunfo de la Selección podemos contemplar -al menos en nuestra modesta opinión-, una mínima restauración del orden natural, una reivindicación de la meritocracia, sin lo cual nadie llega a ningún lado y lo más hermoso de todo, que la celeste y blanca, la Bandera Argentina, que es el Manto de la Inmaculada Concepción, cubrió todo el mundo envolviéndolo, como si la Madre de Dios, en su advocación de la Inmaculada Concepción, en su advocación de Nuestra Señora de Luján, hubiera cubierto el mundo, resguardándolo de la tormenta que se avecina.



[1] El PSOE, filial inconfesada del Partido Comunista, “legalizó” hasta dieciséis (16) tipos diferentes de familias, contrariando intencionalmente al orden natural creado por Dios.