viernes, 14 de agosto de 2015

Joven, el cristianismo consiste en el encuentro con el Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús

        
       En nuestros días, el cristianismo, más precisamente, el catolicismo, pareciera haber “pasado de moda”; pareciera que es más “cool” ser de cualquier otra religión –pentecostales, budistas, musulmanes-, o no pertenecer a ninguna, o tomar de cada religión lo que me parezca, para construirme una religión a mi medida. Hoy en día, parecería que es anticuado y fuera de moda el ser cristiano, porque el cristianismo ha pasado a ser una “opinión” más entre tantas, y que no es tenida en cuenta para nada, porque todo lo que se hace en nuestros días, se hace sin Dios y sin Cristo.
         Sin embargo, el cristianismo está muy lejos de ser una mera opinión y está muy lejos de haber “pasado de moda” o de ser algo “aburrido”: el cristianismo es, además de ser la única religión verdadera, una religión de misterios, de misterios sobrenaturales, celestiales, y por eso mismo fascinantes; lejos de haber pasado de moda, es más que actual, porque se funda en la Palabra eterna de Dios, Jesucristo, que está más allá de todo tiempo y de toda opinión humana; lejos de ser algo “aburrido”, es una religión maravillosa, porque nos revela, por Jesucristo, los misterios de Dios, los misterios del mundo y los misterios de esta vida. Lejos de ser, entonces, una religión sin vida, el cristianismo es una religión viva, porque surge de una Persona viva, Jesucristo, el Dios Viviente, que es la Vida en sí misma y que da vida a toda vida creatural. El cristianismo no es mera opinión, sino es el encuentro con una Persona viva, la Persona Segunda de la Trinidad, encarnada en Jesús de Nazareth, que nos da su Amor en la cruz y en la Eucaristía y que nos lleva por lo tanto a amarlo y a hacerlo amar a nuestros prójimos. El cristianismo es un encuentro con el Amor misericordioso de Dios, encarnado en Jesús de Nazareth; es un encuentro de amor, que lleva todavía a más amor, es decir, es un llamado, una vocación de amor. 
         Y no hay  nada más hermoso en el mundo que amar, con un amor puro y celestial, porque hemos sido hechos para el Amor, porque fuimos creados por el Dios Amor, y ésa es la razón por la cual el 1er Mandamiento, que encierra toda la Ley de Dios, consiste en amar: a Dios, al prójimo y a uno mismo. 
         El cristianismo entonces es un encuentro con Dios, que es Amor -"Dios es Amor", dice 1 Jn 4, 8-, encarnado en Jesús de Nazareth, y Él nos da su Amor, que nos hace amarlo cada vez más, además de hacernos amar a nuestros prójimos.
       Dice así el Papa Juan Pablo II a los jóvenes: “Queridos jóvenes, ya lo sabéis: el cristianismo no es una opinión y no consiste en palabras vanas. ¡El cristianismo es Cristo! ¡Es una Persona, es el Viviente! Encontrar a Jesús, amarlo y hacerlo amar: he aquí la vocación cristiana”[1].
         Entonces, lejos de ser la Iglesia y el cristianismo algo “fuera de moda”, una “simple opinión”, o algo “aburrido”, el cristianismo esconde en sí mismo la felicidad para todo ser humano, y especialmente para los jóvenes, porque Cristo, siendo Dios, conoce a fondo nuestros corazones y nuestros deseos más profundos, y sólo Él es capaz de satisfacerlos plenamente, porque aquello con lo que satisface nuestros corazones y nuestros deseos, es su Amor, el Amor de su Sagrado Corazón, un Amor que es vivo, porque concede la vida eterna: “Queridos jóvenes, sólo Jesús conoce vuestro corazón, vuestros deseos más profundos. Sólo Él, que os ha amado hasta la muerte, (cfr Jn 13,1), es capaz de colmar vuestras aspiraciones. Sus palabras son palabras de vida eterna, palabras que dan sentido a la vida. Nadie fuera de Cristo podrá daros la verdadera felicidad”[2].
         Y ése Jesucristo, que es Dios y que nos concede su Amor, está en la cruz y en la Eucaristía -está en Persona en la Eucaristía y por eso se le llama "Dios de la Eucaristía"-, y para quien lo busca, no se hace esperar, sino que se deja encontrar, porque lo único que quiere es darnos todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.





[1] Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II para la XVIII Jornada Mundial de la Juventud, 25 de julio 2002.
[2] Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II para la XVIII Jornada Mundial de la Juventud, 25 de julio 2002.