Un cristiano católico no debe nunca, bajo ninguna circunstancia, participar del Carnaval
Quien se precie de ser católico, hijo de Dios por el
bautismo, no debe nunca participar del Carnaval, por las siguientes razones:
Ante todo, en el Carnaval se exalta, se ensalza, se glorifica,
todo aquello que Cristo derrotó en la Cruz: el Demonio, las pasiones, el hombre
viejo dominado por el pecado, el pecado en todas sus formas y variantes.
En el Carnaval se exalta al Demonio: esto es una realidad que
podemos constatar en todas las culturas de todas las naciones del mundo, en
cualquier época de la humanidad; desde las culturas más refinadas y avanzadas,
hasta las más primitivas, en el Carnaval, la figura central es el Demonio; es
al Ángel caído a quien se recuerda de diversas maneras, con disfraces alusivos,
con bailes, con música desenfrenada. Un católico no puede JAMÁS participar en
esta idolatría demoníaca llevada a cabo en todos los carnavales de todos los
puntos de la tierra.
En el Carnaval se exaltan las pasiones del hombre, las
pasiones no dominadas ni por la razón humana ni mucho menos por la gracia; se
exalta, se promociona, se premia, el desenfreno y la alegría no solo banal, sino
la alegría de las bajas pasiones, la alegría pecaminosa, la alegría que no
viene de la Alegría Increada que es Dios, sino una alegría basada en motivos
humanos no originados en las virtudes sino en los vicios y pecados y también originada
en causas preternaturales provenientes del Ángel caído.
En el pecado se exalta, se ensalza, se glorifica, al hombre
caído, al hombre viejo, al hombre dominado por las pasiones sin control, sobre todo
las pasiones carnales que conducen al pecado de la lujuria, pasiones y pecados
que son la causa de la pérdida eterna de las almas en el Infierno; pasiones y
pecados que son la principal causa de la caída de las almas en el lago de
fuego, tal como lo dicen los Pastorcitos en las apariciones de Fátima: “Los
pecados de la carne (la lujuria) son la causa de la mayor parte de las
condenaciones en el Infierno”. Si en el Carnaval se exaltan los pecados, el que
ocupa el primer puesto es el de la lujuria, seguido por la embriaguez, dos de las
principales causas por las cuales se cierran al hombre las Puertas del Cielo y
se abren las Fauces del Infierno.
Por el Carnaval se pierde la gracia santificante, al participar
del mundo de pecado que consiste el Carnaval, gracia necesaria para la
disposición del alma para participar del inicio de la Cuaresma con el Miércoles
de cenizas. Los días previos al inicio de la Cuaresma deben ser preparatorios
para participar de la misma con el alma en gracia, pero por el Carnaval, se
olvida toda referencia a la Pasión Salvadora del Redentor Jesucristo, para dar rienda
suelta a las pasiones descontroladas del hombre sin Dios.
En el Carnaval, entonces, se celebra mundanamente todo lo que
ha sido derrotado por Cristo en la cima del Calvario, en la Santa Cruz, por lo
que celebrar el Carnaval es celebrar mundana y sacrílegamente, con una alegría
no humana sino preternatural sobre la Sangre de Cristo, pisoteándola y burlándose
sacrílegamente de la Sangre del Cordero.
Por último, en el Carnaval se exaltan todos los pecados
posibles en su máximo grado, al punto de considerar que la humanidad, después
del Carnaval, sigue todavía viva por un designio de la Divina Misericordia, que
con su brazo frena la Justicia Divina, tal como lo dicen los santos, como Santa
Faustina Kowalska en su Diario[1]: “Estos dos últimos días
de Carnaval, he vivido una gran acumulación de castigos y pecados. El Señor me
dio a conocer en un instante los pecados de todo el mundo estos días (de Carnaval). Me
desmayé de terror y, a pesar de conocer toda la profundidad de la Divina Misericordia,
me maravillé de que Dios permita que exista la humanidad".
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